miércoles, 28 de febrero de 2018

LA GENEROSIDAD


LA GENEROSIDAD


La generosidad no es un acto que practiquen quienes tienen riqueza material, sino quienes tienen riqueza espiritual.



Pequeños actos de generosidad pueden cambiar el mundo y así es como sucede.  Recientemente publiqué la historia de Vicky, una mujer trabajadora que recibe en regalo una pensión. Cuando conocí esta historia me maraville de la magia que los seres humanos de buena voluntad pueden crear. Por la vida hay personas con ideas distintas, que ante una misma situación, pueden tener no sólo reacciones diferentes, sino opuestas. Hay personas que han atravesado momentos tan difíciles y dolorosos que han dejado de creer en la magia de la vida. Pero hay personas que a pesar de sus circunstancias tan complicadas no pierden la fe y entonces encuentran los medios y las personas que les ayuden a salir adelante.

En relación al último texto publicado, un lector ha tenido la gentileza de compartirme una acción similar, realizada por su propio padre. La mujer que fue beneficiada por su generosidad vive en una de las zonas más pobres de Brasil, y es hasta el momento de leer la historia de Vicky, que el lector se contactó con dicha mujer. Y entonces pudo saber que la mujer a quien su padre heredó su pensión, no sólo había salido adelante con sus hijos, sino que con la ayuda de ellos, construyeron un huerto familiar de hortalizas para ayudar a la gente su propia comunidad tan marginada.

Este es un ejemplo de cómo pequeñas acciones pueden generar más acciones positivas de otras personas y que después benefician a más gente. Es cierto, que tenemos en muchos países gobernantes codiciosos y saqueadores, a quienes no les importa sacrificar a su nación y su gente para un beneficio personal, pero a través de este blog, me he dado cuenta que cada vez, es más la gente que se ocupa de los demás, que actúa con sus propios recursos y ayuda a quien está en sus manos ayudar.

El comentario de este lector no sólo me reitera la confianza de que entre todos podemos crear un mundo mejor, actuando directamente sobre las situaciones, sin esperar ayuda de los gobiernos, que al menos en este país, nos han demostrado una y otra vez, que no están al servicio de su pueblo.

Junto con el comentario de este lector,  recibí las fotos de la familia beneficiada y del huerto que han creado. En una de ellas se mira a la señora sobre el techo de una casa con la favela a sus espaldas. Su expresión de alegría es inobjetable, una mujer que recibe la ayuda desinteresada de un hombre con quien no tenía ningún vínculo y que corresponde a esa acción, ayudando a otras personas. Sin duda alguna, este es el tipo de personas que se requieren para mejorar nuestro mundo. Personas que tienden la mano a otras personas.



Por lo demás la foto del huerto es impresionante, hermoso, lleno de frutos que penden de un techo especialmente diseñado para ello. Un huerto lleno de abundancia, reflejo de la abundancia que existe dentro de los seres humanos que lo crearon. El trabajo de manos creadoras, de gente acostumbrada a luchar, de mujeres guerreras que no se rinden. Por el mundo hay más mujeres y hombres como estos, que sólo esperan una ayuda, una oportunidad para poder mejorar sus vidas con su propio trabajo.

Algunas personas dan poco valor o ninguno a la escritura, de la misma manera, en que creen que sus acciones son intrascendentes, pero muchas de ellas, tienen un impacto que sólo podemos reconocer a través del tiempo.

Agradezco a la vida por aquéllas personas que son capaces de realizar acciones en beneficio de otros, sin esperar nada a cambio. Ese es el reto para todos, si queremos un mundo mejor.

EN EL MISMO PLANETA





EN EL MISMO PLANETA


El silencio se hizo grande, profundo.
Después del gran terremoto, un gran silencio.
La vulnerabilidad latía en el corazón asustado.
El miedo a quedar sepultado bajo toneladas de escombros.
La desesperación de perder un patrimonio, un techo.
Volver a empezar de cero, ¿cómo?
El trabajo de tantos años, reducido a escombros.
El dolor de los seres amados perdidos,
arrebatados de la vida en segundos.

La impotencia, la frustración, el enojo,
ante el robo descarado del gobierno.
Promesas de ayuda que no cumple,
Tarjetas bancarias clonadas o sin fondos

El despilfarro de dinero en spots publicitarios
Que simulan una reconstrucción que no ocurre
Grandes iglesias a punto de derrumbarse,
sostenidas con puntales para mantenerlas en pie
¿para qué?
Como un monumento al desinterés del gobierno,
en su pueblo, en su nación.



Hay un aliciente.
La ayuda del mismo pueblo para los damnificados
El apoyo de particulares y países
Que con sus propios recursos llegan a los afectados
Ofreciendo dinero para materiales de construcción.
Pero el dinero donado por países y particulares al gobierno,
para el pueblo, ¿dónde está?, ¿quién se lo ha quedado?

Y las escuelas que han sufrido severos daños,
Las que aún están en pie, con riesgo de derrumbarse,
De las que las instituciones de gobierno, quiere deslindarse,
Poniendo en las manos de los padres de familia
La responsabilidad de demolerlas o repararlas
O pretendiendo, a pesar de daños estructurales visibles
Que no pasa nada, que no hay ningún riesgo,
Que pueden ser utilizables.



Mientras el pueblo trabaja solidariamente
Mientras gente de lejanos países,
vienen y reconstruyen en los lugares de desastre.
El gobierno y sus instituciones,
subcontratan a empresas, y éstas a particulares,
sólo para justificar con tendenciosos dictámenes,
que los inmuebles escolares dañados
siguen siendo habitables.



Maestros de la colusión, del engaño y la mentira
A quienes no les importa la seguridad de los estudiantes
Poderosos funcionarios, directores y “profesionales”,
Sin valores, sin conciencia, sin civismo
Quienes participan y se benefician del juego de la corrupción
Mientras mantienen a salvo a sus propios hijos
En costosos y elitistas colegios particulares.
Después de todo, para ellos no es necesario
Invertir ni un centavo, en la seguridad de la prole.

La madre tierra se sacude
La madre tierra hace un llamado
A la conciencia de hombres y mujeres
Pero muchos no sienten, ni oyen
No comprenden que todos somos uno
Se empeñan en mantenerse separados
Creando un caos y un daño mayor que la naturaleza
Pero no hay lugar suficientemente lejano
Para huir, no iremos a ningún otro planeta.

LIBRE DEL DOLOR




LIBRE DEL DOLOR


Siempre fui un bicho raro, alguien que no encajaba en ningún lugar. Ese  alguien que no tiene un sitio propio ni en su familia. No importaba que estuviera en silencio para no molestar, mi sola presencia resultaba impertinente.  Había algo en mí, aunque no sé yo en dónde. Tal vez en mi cara, en mi voz, en mis ojos, o en mi semblante. Algo que parecía desagradar a los demás, aún a los que no me conocían. Algo que parecía alejar de mi cualquier persona.  

Al principio no lo sabía, pero poco a poco fui notando que no me trataban del mismo modo que a los demás. Siempre era relegada al último lugar.

Mi padre por  una razón que desconozco y que tal vez ignore para siempre, nunca pudo quererme. Cuando era pequeña lo veía tratar con ternura y generosidad a mi hermana menor. La cargaba frecuentemente entre sus brazos, aún cuando ella no se lo pedía. Y no importaba cuantas veces, o de qué manera yo le suplicara, a mí no me cargaba nunca. Para mí nunca tuvo una caricia ni dulces palabras.  Yo quería sentirme querida, protegida, mirar desde lo alto, a través de sus ojos. Pero lo cierto, es que nunca logre no sólo ganar su amor, ni siquiera pude llamar su atención una sola vez.

No entendía, y no entiendo aún, el por qué nunca tuve un lugar en su corazón. Su distancia, su indiferencia en todo lo relacionado conmigo me lo confirmaron a través de los años. Ni siquiera puedo decir que haya sido un mal padre, porque nunca me trató mal. Me dio comida, alimento, ropa, educación, todo lo que un padre da a sus hijos. Pero no recibí nunca de él un abrazo, una felicitación o su presencia en mi ceremonia de graduación de la universidad. Ni siquiera alguna respuesta a mis preguntas por su trato hacia mí.  Parecía tener un especial empeño, en mantener un muro que nos alejara.

Mi madre, una mujer hacendosa, que se levantaba cada día a las seis de la mañana para preparar el almuerzo para todos sus hijos antes de que se fueran a la escuela. Me enseñó con gran exigencia las tareas que una mujer debe saber. A los diez años dijo, no se encargaría más de mi ropa, tendría que hacerlo yo; lavarla y plancharla. Las cosas debían hacerse bien y puntualmente, tal como ella decía. No de otra forma, sólo como ella decía. No había lugar para las equivocaciones, cualquier cosa que perturbara su orden era motivo de castigo y reproches. La escuché miles de veces, quejarse, enojarse, gritarme. Pero nunca se atrevió a golpearme, mi mirada desafiante la asustaba. Yo era la única de todos sus hijos que no me asustaba con sus castigos, que no tenía miedo de desobedecerla. La única que se atrevía a cuestionarla a decirle un rotundo no cuando estaba en desacuerdo con ella. Llegó el día en que comprendió que sus castigos no podían doblegarme, ni sus palabras detenerme. Sólo entonces, me dejó en paz.

Mi hermano mayor tuvo una especial deferencia hacia mí, su continuo maltrato y desprecio eran completamente manifiestos en cada una de las palabras que salieron de su boca. Un odio que le nacía desde lo más profundo de su ser lo llevaron no sólo a humillarme continuamente, sino incluso a golpearme siempre que le era posible. La única vez que no fui objeto de su furia y arrogancia fue aquél día que estaba postrado mal herido en una cama de hospital.

Yo sólo era una  niña indefensa, que desaté la furia de mi hermano por el sólo hecho de existir. Me odió hasta que ya no pudo odiarme, hasta que la muerte silenció para siempre su boca.

Fueron los días grises, largos, dolorosos, sin sentido. Sin entender el para qué de la vida. Sin conocer el gozo de la existencia. Sobreviviendo apenas, sin la promesa de algo mejor, sin la ilusión de que las cosas mejoraran. Sí, él me convenció de ser una basura, de no ser y no merecer nada. Me convertí en una autómata, cada día me levantaba para ir a la escuela sólo porque sabía que tenía que hacerlo, pero no tenía nada más que me interesara hacer.

Nunca había tenido la oportunidad de elegir nada, la vida decidió por mí. Y yo me sentí como una maleza que sólo estorba en un bello jardín. Como una semilla podrida de la que jamás brotará nada bueno. Como ese árbol estéril que jamás dará un fruto.

Por mucho tiempo, sus hirientes palabras se reprodujeron como un incesante eco desde lo más profundo de mi corazón. Derrame miles de lágrimas tratando de convencerme a mí misma que yo no era lo que él decía. Y entre  más trataba de convencerme  a mí misma, más  se enterraba la duda en mi corazón. Caminé dando tumbos, entre la certeza rotunda de no ser nadie para mi padre y de ser una basura para mi hermano mayor. Años de dolor, repitiéndome a mí misma sus crueles palabras. Deseando morirme cada día apenas llegaba la mañana. No tuve el consuelo de nadie. Ni siquiera el de mi creador, pues ante todas las dolorosas situaciones que atravesaba me convencí de que no existía. Desee tanto la muerte, desee terminar mi miserable existencia, callar esa voz torturante de mi hermano.

Y, ¿quién quiere vivir en ese túnel oscuro?¿ Quién desea el desamor, el vacío, la desesperanza? Sólo se sobrevive un día y otro. Y  ahí estaba él, en esos momentos, presto a torturarme. Después de hacerme sentir una basura, me humillaba por mi falta de deseo de vivir. Me exigía que comiera, diciendo que si no lo hacía iba a morir. Si morir era lo que más quería, dejar de escuchar sus palabras hirientes. Terminar para siempre con el dolor. Desde luego nunca tenía apetito, probaba apenas dos o tres bocados, antes de que el llanto se desbordara de mis ojos. Sólo entonces mi madre intervenía diciéndole que me dejara en paz.  Siempre estuve a merced de sus hirientes palabras, temblando como una tierna hoja en medio de un feroz viento. Mis lágrimas jamás le conmovieron, muy al contrario, gozaba con mi sufrimiento.

La muerte, se convirtió en mi amiga, la única que tuvo piedad de mí, que me liberó de mi torturador, de mi verdugo. Dentro de mí, siempre supe que podía refugiarme en sus brazos para no escuchar más ninguna palabra hiriente, para no sentir más ningún dolor, para no albergar nunca más ningún miedo en mi corazón. Y ella llegó silenciosa, pero no me llevó a mí, se lo  llevó a él. Dejándome agonizante, malherida, cubierta en llanto.

Esos días se fueron. Por fin, cayó la última palada de tierra sobre su ataúd. No volveré a escuchar de su boca palabras hirientes, su voz fue silenciada por la muerte. Dentro de una tumba se ha podrido desde hace más de veinte años. He ido a pararme sobre su tumba, depositando en ella no flores, sino sus palabras crueles que he tenido que arrancar desde lo más hondo de mí. Las vuelvo a quien le pertenecen. Me libero del poder que ejercieron sobre mí. Nunca más sobre mí, soy libre.

Libre del dolor que me causó. Libre de su miseria y desamor. Su muerte es un gran regalo que me la vida me ha dado. Condeno sus palabras al olvido, a la nada. Su oscuridad no logró apagar la luz de mi corazón.