lunes, 29 de abril de 2013

EL AVE DEL PARAÍSO




EL AVE DEL PARAÍSO


El ave del paraíso…perdió su paraíso.

Ayer en la noche y durante toda la madrugada lloró desconsoladamente. Su graznido pudo escucharse por todos los puntos del pueblo, pero nadie parecía saber que era él. Algunos lo confundieron con el llanto de un gato extraviado, otros, con el cantar del pavo real. Pero yo, lo vi volar desesperado, de árbol en árbol, buscando refugio, buscando donde esconder su terror a la llamas del fuego.

Huyendo del calor incesante, huyendo del nido en donde tuvo que dejar sus polluelos para salvar su vida. Llora por esos críos que le arrebató el incendió. Su grito desesperado pedía auxilio al hombre, pero el hombre hace mucho perdió contacto con su lenguaje, con la naturaleza y con la vida.

El hombre no oye, al hombre no le importa, hace mucho que ni siquiera sabe que cerca de él vive el ave del paraíso.

Ahora el hombre vive en grandes casas que lo aíslan del viento, del sol, de la lluvia, del polvo, de la gente, de los animales. Maneja veloces automóviles. Construye grandes autopistas y cuando hay gente que se opone a construir más carreteras se pregunta:
“¿qué es lo que la gente defiende? Mientras señala la selva baja caducifolia, se responde a sí mismo:”sólo es yerba, sólo son matorrales, ni siquiera es un bosque de pinos” Y entonces, derriba arboles y todo lo que le estorbe. Destruye el hábitat del ave, del conejo, del puma, del lobo, del gato montés, de la serpiente, de la iguana, del mapache, del tejón y cientos de plantas medicinales que sólo en este lugar viven y crecen.

Los incendios comenzaron tan pronto llegó el calor, un poco antes de la primavera. El hombre incendia los campos, pero el fuego es indomable, y el hombre soberbio no toma precauciones. El hombre cree poder controlar el fuego, pero no lo hace, desde que los hombres del campo emigraron a la ciudad y al norte han olvidado cómo hacerlo.

Los campesinos ancianos, quemaban sus campos para limpiarlos, pero siempre en la madrugada, haciendo montones separados de cualquier otra yerba seca. Antes de encender, abrían brechas para proteger otras parcelas y mojaban alrededor de los montones de rastrojo con agua para evitar propagar el fuego. Se iniciaba la quema por el lado de la parcela que estuviera a favor del viento, de esa manera se evitaban grandes llamaradas y el fuego corría lentamente siempre a contra viento, sin posibilidad de extenderse.

Pero el hombre moderno lo ha olvidado. El hombre ya no escucha consejos, no escucha advertencias. A las observaciones de otras personas, siempre contesta: “yo sí sé cómo hacerlo”. Y el resultado son muchos incendios que fácilmente se propagan alimentados por el intenso calor y los vientos. Por todos lados del pueblo, en las parcelas del valle, en el texcal, en la selva, en las cañadas y en el monte.

En la noche calurosa y asfixiante por los incendios las aves extrañan su nido y sus críos. Los demás animales también tuvieron que salir huyendo. Hasta los perros que viven en las casas estuvieron inquietos, ladraron toda la noche, sintieron el desconcierto de la naturaleza y no comprenden la pasividad del hombre que no corre a apagar el fuego.

En la noche, una mujer desesperada, después de días y días de ver incendios por todos lados, sale a la calle, con su andar lento y triste, respirando el aire contaminado, casi sofocante, mira a lo lejos las montañas arder, mira ese rojo brillante. Una corona de fuego avanzando rápidamente a la cima, consumiendo todo a su paso.

Ella se echa a correr y grita desesperada: “el pueblo se está incendiando, mientras el hombre del pueblo duerme, ¡mueran los pobladores, muera el pueblo!”. A nadie le importa lo que la mujer grite, es la loca del pueblo.

Hoy la mañana es sombría como nunca antes. Una espesa cortina de humo gris empaña el amanecer ni siquiera puede verse salir el sol. El aire caliente trae el olor a hierba quemada, falta el oxígeno, pero la mayoría de los pobladores están impasibles. No les importa. Como si el pueblo no fuera su hogar, como si nunca hubieran caminado por las montañas, como si jamás hubieran comido de sus campos.

Seis o siete campesinos, son los únicos que suben a la montaña, tratando de apagar un fuego que es más veloz que ellos. Una tarea titánica para tan poca gente. Tratan de abrir brechas de protección, pero el fuego corre hacia arriba y hacia abajo y por ambos flancos de la montaña. Es imposible, mientras trabajan en un lado, por otro va avanzando. El cansancio los vence. Después de horas en el intenso calor e inhalando el humo se retiran, su trabajo ha sido en vano, llegan cabizbajos al pueblo.

El ave que anoche pedía auxilio ya no se oye. Quizá su grito desesperado sea el último canto que se escuche de él. Tal vez consiguió huir suficientemente lejos de este infierno de fuego Perdió su hogar y sus hijos. Este pueblo perdió su ave y su paraíso.


DON AURELIO



DON AURELIO


En un lugar muy lejano existen montañas con tierra de colores, roja, verde, blanca y azul. Justo en la parte más alta de la sierra, donde el rugido del gato montés se escucha a lo lejos  como un eco nocturno, ahí entre la niebla espesa que cubre los árboles y desdibuja el paisaje, un hombre con su sombrero y su sarape avanza montado sobre su caballo. Viene bajando por el camino que serpentea desde la cima, lentamente, con el cuidado y la sabiduría que da la experiencia de haber andado en ese camino por años. Atraviesa ese lugar de peligrosos acantilados. Como todos los hombres que nacieron y crecieron en el campo, no tiene prisa, sabe perfectamente que llegara a su destino quizás más tarde que temprano. Su ropa escurre de agua por todos lados, la lluvia empezó antes del atardecer, a él no le importa, está acostumbrado a ser zarandeado por el clima, la vida, la gente y el hambre. Le alegra la lluvia, sobre todo, ahora que recién sembró su milpa de maíz. Disfruta el olor a tierra mojada.

Es un hombre fuerte, de sus labios no escapa ninguna queja. De niño aprendió que no le servía de nada. Cuando su padre escuchaba una pequeña protesta, o ni siquiera eso, apenas un gesto de desagrado, le cruzaba la cara con una bofetada. No importaba si lo que pedía era comida para saciar su hambre. A su padre no se le podía pedir nada, no se le podía cuestionar, ni siquiera mirarle directamente a la cara. Un padre estaba sólo para ser obedecido, sin importar lo que hiciera. Obedecido al instante, sin que tampoco importara de qué clase eran sus peticiones.

Así es Aurelio no dice nada, su  silencio le permite evitarse problemas, sólo espera a que las cosas pasen. Su principal cualidad es precisamente el silencio, la segunda es quizás el trabajo. Se levanta antes de que salga el sol, toma su café –no podría vivir sin él- y cuando empieza a clarear, él ya está trabajando. La gente lo mira con respeto, lo consideran una persona pacífica, su semblante tranquilo hace pensar que no le mortifica nada. Jamás nadie lo ha visto exaltarse o decir una mala palabra,  muchos de sus paisanos vienen a pedirle consejo.

Desde lo alto de la montaña Aurelio empieza a mirar las casitas de teja, muy rojas, recién lavadas por la lluvia. El agua sigue goteando de los techos y el rocío de las hojas se  desliza suavemente hasta formar pequeños chorros. El humo que se eleva desde los techos se difumina en medio de ese cielo nublado, se percibe el aroma del maíz cociéndose en el comal, tortillas recién hechas para la cena, pronto su estómago le recuerda que es el momento de alimentar el cuerpo.

 Al llegar al valle se siente ya en casa aunque todavía le falta cruzar el pueblo. Se encuentra a otros vecinos que también regresan de su milpa. El ladrido de los perros aumenta a su paso, tras de él vienen sus guardianes, dos perros; uno negro y otro café, lo acompañan a todas sus faenas desde hace más de dos años. Dos animales fieles que están siempre cerca de él y apenas ven que algún desconocido se acerca demasiado a su dueño, se yerguen en franca postura de ataque al tiempo que gruñen y muestran sus colmillos ferozmente. Una palabra de don Aurelio es suficiente para detener o alentar el ataque.

Al llegar a su casa, baja de su caballo lentamente, sus movimientos son torpes a sus setenta años. Recoge sus aperos, lleva al caballo su comida  y agua. Se quita la ropa sucia y se mete a bañar, tiene hambre pero está tan cansado que sabe que si come primero, ya no tendrá ánimos más que de acostarse.

La casa está sola, su esposa murió hace algunos años y la mayoría  de sus hijos se fueron a vivir al “norte”. Allá iniciaron un negocio de comida, les fue bien, ahora casi todos tienen papeles para entrar y salir del país. Varias veces han querido llevárselo a vivir con ellos, pero él no quiere, dice que no se halla, en ese lugar en donde no puede salir solo a ningún lado. Él es un hombre de campo que necesita cultivar la tierra, aunque con ello ya no gane ningún dinero, de hecho hace años que no recupera ni lo que invierte. El gobierno importa el maíz y frijol de otros países, lo que él y otros campesinos producen es difícil venderlo. Además no hay ningún apoyo para los agricultores y si lo hay nunca llega a ellos, se queda en manos de los caciques, gente que apoya al gobierno a cambio de favores que les permiten obtener dinero (se quedan con becas, plazas de maestros, subsidios para el campo, tractores y abono para los cultivos), él sigue cultivando, es lo que da sentido a su vida, es lo que lo mantiene activo y en contacto con su tierra.

Los hijos que tiene en Estados Unidos le mandan dinero mensualmente, gracias a ello puede seguir cultivando su milpa. De seis hijos,  sola una vive en el pueblo, ella le trae comida cada día y le lava la ropa, también a ella sus hermanos de vez en cuando le mandan un poco de dinero para que tenga tiempo de atender a su padre y no se vea en la necesidad de hacer otro trabajo para cubrir sus propios gastos.

Sus hijos dicen a don Aurelio que ya no trabaje, pero él responde que necesita el rastrojo para su caballo. Lo cierto es que no importa lo que le digan, ni lo que pierda en inversión, él seguirá cultivando la tierra mientras pueda. Es un hombre honesto a pesar de haber sido defraudado varias veces, cuando los líderes que manejan los subsidios ofrecen los apoyos del gobierno, él lleva los documentos que le piden, copia de constancia del terreno que va a cultivar, copia de su credencial para votar, CURP, y solicitud del apoyo que necesita. Hasta dos copias de cada documento, le dicen que le avisaran cuando llegue lo que solicita. Después de dos o tres semanas, le avisan que no le tocó apoyo, es el caso de todos los campesinos que no son familiares ni amigos de los caciques.

Casi al mismo tiempo, algún familiar de los caciques, ofrece a los campesinos venderles el abono, que fue solicitado para ellos, usando sus documentos. Esa es la historia de siempre: gente que no se dedica al campo se queda con los subsidios, no hay manera de detener la corrupción, las demandas no prosperan. La red de corrupción está a todos niveles. Siempre la misma gente se queda con todos los apoyos, son los únicos que en el pueblo prosperan rápidamente. Los campesinos se dan cuenta que fueron usados, se quedarán con su enojo, su voz es la voz que el gobierno no escucha, es la voz que no le importa. Un gobierno que no quiere el progreso de su pueblo, sólo quiere llenar de dinero sus bolsas, mantenerse  en el poder, saquear la riqueza del país.

Después de días de enojo, don Aurelio, vuelve a su tierra, a su campo, a su trabajo, es lo único que tiene, la fuerza de su cansado cuerpo para seguir trabajando. Lo hará mientras pueda, quizás no por mucho tiempo, ya es viejo. Además el gobierno tiene proyectos carreteros y de urbanización para esta zona. Intereses de poderosos empresarios son siempre primero que las necesidades de un pueblo. Pronto él será parte de la historia que un día los niños recordarán como una leyenda o quizás… ni siquiera eso. 

SAN JUAN DE ÚLUA



San Juán de Ulúa

Llegamos al fuerte de San Juan de Ulúa, una construcción que a simple vista parece de piedra, pero que al acercarnos, nos damos cuenta que fue hecha de coral. En un principio fue una isla rodeada por un mar de cinco metros de profundidad, ahora puede verse claramente el fondo aproximadamente a sesenta centímetros. Actualmente es una península, poco a poco el hombre fue ganando terreno al mar. La entrada a la fortaleza es a través de un puente de madera. Una guía nos acompaña, una mujer joven que viene cubierta por una chamarra de piel, aunque la temperatura para nosotros es fresca, parece que ella tiene frío, justo el día de ayer comenzó un norte, así le llaman a las corrientes de aire que vienen del mar y que pueden llegar a los 100 kilómetros por hora y que hacen descender la temperatura y provocan lluvias o huracanes.

Ella nos comenta que en esta temporada la temperatura promedio supera los cuarenta grados centígrados, hoy estamos alrededor de veinte. Atravesamos la entrada y después de cruzar un patio, nos detiene debajo de unos arcos. Ahí nos explica que el material que se utilizó para construir la fortaleza, no fue el más adecuado para las bodegas en donde se almacenaban toda clase de semillas producto del cobro de impuestos y que estaban destinados a España, de la misma forma la pólvora que era traída de allá y que se pretendía usar para la misma defensa de los ataques piratas al fuerte, quedó inservible al ser almacenada en las bodegas que continuamente gotean de agua, debido a que la materia caliza del coral trasmina el agua. El goteo continuo ha formado estalactitas y estalacmitas.



Podemos observar el grosor de las paredes que varía de acuerdo al lugar, entre dos y seis metros. También hay algunos arcos árabes. Al fondo podemos apreciar lo que se ha llamado la puerta de América. Por ahí ha entrado todo lo bueno y malo del viejo mundo, la peste, las ratas, la viruela, los esclavos negros, los frailes que vendrían a imponer la religión católica. y por ahí también salieron muchos de los tesoros de nuestra nación, toneladas de oro, joyas, códices que los nativos tuvieron que dar a los conquistadores y que hoy día pueden exhibirse en famosos museos europeos.

Mirando hacia el sur, está una casa de estilo francés cuya construcción es más reciente, y en donde alguna vez estuvo alojado Benito Juárez antes de ser presidente y Porfirio Díaz antes de exiliarse para siempre al extranjero. La guía explica que durante la época en que San Juan de Ulúa fue una prisión, quién ingresaba a éste lugar nunca salía. Las condiciones de vida eran completamente insalubres e inhumanas y la isla estaba completamente rodeada de tiburones, así que no existía posibilidad de escape. Sin embargo, cuentan las leyendas que dos personas lograron escapar; la primera una mulata hechicera y el segundo, Chucho el roto, famoso ladrón que ayudaba a los pobres. La mulata dicen, fue una mujer extraordinariamente hermosa que fue encarcelada acusada de brujería. Cuentan que después de un tiempo, logró hacerse amiga de uno de los guardias a quién le pidió un carbón. Él se lo concedió, ella dibujó un barco perfectamente detallado, tan exacto que parecía real, cuando el guardia lo vio preguntó para qué lo había hecho, ella le respondió que era para irse en él durante la noche. Cuando llegó el nuevo día la celda estaba completamente vacía. De la mulata y el barco no había un solo rastro.

Vamos hacia la puerta de América, ahí podemos ver unas enormes argollas, que no son las originales pero que representan a las que en su tiempo sirvieron para atar los barcos que llegaban al fuerte. Al frente vemos el actual puerto de Veracruz donde incesantemente cargan y descargan barcos con toda clase de mercancías, de hecho en el malecón es tan común encontrar una gran cantidad de vendedores ambulantes que ofrecen los productos chinos que actualmente han invadido al mundo, sobre todo, juguetes de luces brillantes y relojes. Podemos ver cómo funcionan las enormes grúas que trasladan enormes contenedores, cuyo color se diferencia de acuerdo a su contenido, los que almacenan alimentos tienen congeladores para mantener la temperatura adecuada. Hay también una bodega de automóviles.

Seguimos avanzando y atravesamos el puente del último suspiro, es el último acceso a las celdas en donde todos los prisioneros morían. Sus nombres son terroríficos y sarcásticos a la vez. La que mejor de todas es la gloria, es la más grande, completamente húmeda y oscura, la pared del fondo que la separa del mar, mide dos metros de grosor, tiene dos rendijas para la ventilación que es mínima, tal vez, unos veinte centímetros de ancho, por unos sesenta de alto. Entramos a ella, donde el agua continuamente gotea, la guía nos dice que en aquéllos tiempos los prisioneros tenían que permanecer de pie, porque cuando la marea subía la celda se inundaba cubriéndoles hasta las rodillas. Todo el lugar estaba infestado de ratas, cucarachas, chinches y piojos. Hacían sus necesidades en una cuba, que era un barril partido a la mitad y que después era tirado al mar. El calor que rebasaba los cuarenta grados hacía que el hedor fuera insoportable. Una situación que podría enloquecer a cualquiera. Muchos de los presos preferían tirarse al mar y ser devorados por los tiburones.

Estamos en la celda aproximadamente 10 minutos, y es difícil respirar adentro a pesar de que la temperatura de este día no es calurosa. Al salir, de inmediato notamos el cambio en el aire que se respira dentro y fuera, sentimos una enorme compasión por las personas que alguna vez estuvieron presos. Parte de su dolor, desesperación e impotencia debió quedarse para siempre congelado en el ambiente, en nuestra mente podemos verlos claramente y la energía pesada y negativa se siente flotando, nos toca lo mismo que la brisa marina y un escalofrío recorre nuestros cuerpos. Salimos felices de no estar condenados a permanecer ahí.

La segunda celda es el purgatorio, es casi igual a la anterior, sólo que de menores dimensiones debido a que el grosor de sus paredes es el doble de la primera y la ventilación es mucho peor.
Es en esta en donde la leyenda dice que estuvo preso Chucho el roto. Según se comenta intentó escapar en repetidas ocasiones sin lograrlo, hasta que hizo amistad con uno de los guardias y lo convenció de que lo ayudara. El legendario ladrón se escondió dentro de uno de los barriles que normalmente se utilizaban para las necesidades fisiológicas de los presos y en él fue lanzado al mar. No se sabe cómo o dónde fue rescatado. Una versión dice que tras su fuga se fue a vivir a la ciudad de México en donde después de unos años murió, pero existen otras versiones, ninguna de ellas ha sido corroborada.

La tercera no solo hace honor a su nombre, es quizás peor, totalmente oscura, apenas entrar y el ambiente es sofocante. Entrar en este lugar es prácticamente como estar enterrado en vida dentro de una tumba, la única ventilación llega a través de una pared de seis metros. No estamos ni un minuto dentro y la respiración es difícil.

Después de darnos toda la explicación, la guía nos deja libres para recorrer la parte de arriba del fuerte. Por el lado oeste, dicen que en la noche se ven las luces de Cuba, no podemos comprobarlo, son apenas las once de la mañana. Parece que se realizan viajes turísticos de un día hasta la isla en barco, pero solo en temporada vacacional alta. Seguimos recorriendo y llegamos hasta el faro, subimos por sus escaleras de caracol y durante un rato más contemplamos el fuerte y el mar. Enormes peces saltan hacia la superficie, ahora ya no hay tiburones, el mar es tranquilo y seguro a pesar del norte.