viernes, 18 de mayo de 2012

CHICO GRANDE



CHICOGRANDE

Es una película en donde se retrata con exactitud la lealtad que la gente del pueblo tenía hacia uno de los caudillos revolucionarios más importantes de nuestro país: Pancho Villa. La trama se desarrolla en un poblado donde el ejército estadounidense pone su cuartel, desde donde trata de averiguar el lugar en que Pancho Villa está escondido. Su propósito es capturarlo o terminar con su vida, después de que el caudillo hiciera una incursión a Columbus, ciudad que fue atacada. Afrenta que por supuesto dicho país no puede pasar por alto. Sin embargo sus tropas no pueden lograr su objetivo ante la voluntad inquebrantable de la gente más allegada a Villa,(Chicogrande, representado por Damián Álcazar) a quién no le importa ser torturada hasta la muerte, antes que traicionar al hombre que lucha por los pobres.

Es un filme con unas locaciones que logra trasladarnos a la época revolucionaria. Un paisaje desolado y yermo. La pobreza se refleja en las casas de adobe en ruinas. Sin embargo, el hambre no doblega la conciencia de clase de los luchadores, que con astucia logran engañar al enemigo y burlarlo para que el único médico que ellos traen entre sus tropas, sea llevado para curar a Pancho Villa que se encuentra gravemente herido en la sierra.

Si bien Villa sobrevive gracias al apoyo incondicional de su gente. El  final, deja un sabor amargo, al evidenciar el precio que paga el pueblo por apoyar a sus caudillos: el dolor y la muerte.

Chicogrande 

Director: Felipe Cazals. 
Guión: Felipe Cazals y Ricardo Garibay.  
Intérpretes: Damián Alcázar, Daniel Martínez, 
Juan Manuel Bernal, Iván Rafael González, 
Jorge Zárate, Patricia Reyes Spíndola, 
Bruno Bichir, Tenoch Huerta, 
Alejandro Calva, Lisa OWEN 
México:2010

EL DOLOR



EL DOLOR.

Era muy pequeña, solo tenía 5 años. Un día desperté en una sala de recuperación de un hospital. Me habían hecho una cirugía de columna. Me abrieron toda la espalda. Desperté y la luz intensa lastimó mis ojos. Entonces me di cuenta, que no podía moverme. Me sentí impotente. Todo el cuerpo me dolía con el más leve movimiento. Sentía la opresión dura y fría de un chaleco de yeso que me cubría el cuerpo. Temblaba incontrolablemente, mientras me ponían una bolsa de hielo en la cabeza y los pies para bajarme la fiebre. Me dolía absolutamente todo y la sensación se hacía más intensa tan sólo con respirar. Quise llorar y me di cuenta que los sollozos solo lastimaban más mi cuerpo. Me sentí tan vulnerable y desprotegida. Entonces tuve que guardar mi llanto para otro día. Los días pasaron más lentos que nunca. Hubo muchos  días como éste. Antes de que el dolor se fuera…

SUEÑOS DE UN HADA



Sueños de una hada.

Quiero caminar sobre las nubes, y sentir como el viento puede llevarme velozmente a recorrer el mundo. Quiero que mi cuerpo se disuelva en gotas diminutas de agua. Ser parte de la brisa que se forma cuando las olas del mar se estrellan en la playa.
Quiero ser tan ligera como un ave, que las corrientes de aire puedan elevarme fácilmente sobre el horizonte, ahí donde el azul del mar se confunde con el cielo, donde lo divino y lo terrenal coexisten, en ese breve espacio donde dos mundos distintos se unen.
Quiero ser esa niña que se quedó dormida dentro de mis sueños. Que en las noches de rayos y tormentas tiene miedo, pero que le es suficiente un abrazo y un te quiero para enfrentar la vida. Que todas las mañanas saluda al sol con alegría y una sonrisa.
Quiero que mis piernas suban y bajen una vez y otra, los enormes cerros hasta que ya no puedan. Quiero inhalar con fuerza el aire del campo y que mis pulmones se llenen de oxígeno tanto, que pueda sentir como la vida renace a cada instante.
Quiero cantar muy fuerte como lo hacen los pájaros que celebran la vida siempre. Quiero escuchar las voces armoniosas de la naturaleza. Ver los distintos trajes con que se visten las montañas. Disfrutar los exquisitos aromas de las flores y el olor a leche de un bebé.
Quiero ver jugar a los niños con las olas del mar y enterrarme en la arena. Quiero una noche bailar vestida como un hada y con una varita mágica transformar en risas las tristezas. Hacer que el amor estalle en todos los seres de este planeta y se derrame al universo.
Solo quiero que el corazón hable y cante con todos los lenguajes de mi cuerpo. Correr como la vida en la sangre de mis venas. Correr liviana, sin dolor, sin miedo, como una niña nueva, cada vez más fuerte, cada vez más lejos. Si es posible más allá de las estrellas.


¿TE ACUERDAS?



¿TE ACUERDAS?

¿Te acuerdas cuando fuimos caminando por la vía del tren? Aquélla vez, era de noche y la luna llena iluminaba el sendero. Nos gustaban los ruidos del bosque. Se olía a tierra mojada y a pino. Se escuchaba el suave canto de los grillos. Por momentos nos poníamos a cantar, cada uno tenía que decir una parte de la canción por turnos. Muchas veces, improvisábamos la letra, componiendo frases chuscas, nos moríamos de risa con las cosas que decíamos. Después jugábamos a crear poemas que inventábamos en el momento. Fuimos inseparables por mucho tiempo. Las cosas más locas salían de nuestra cabeza. Todos nuestros encuentros eran garantía de felicidad total. 
Pero tú y yo habíamos hecho equipo últimamente. Nos hicimos pareja para competir en voleibol con nuestros otros dos amigos y siempre les ganábamos. Nos empeñábamos en dejarles el marcador en cero y lo conseguimos. Tú y yo un equipo sin igual. Cuando estábamos en la feria, también competíamos contra ellos, en los futbolitos, no les ganábamos siempre, pero sí la mayoría de las veces. ¿Y que decir en el dominó? También nos aliábamos para acabar con ellos. Y nos divertíamos haciéndoles bromas. ¿Te acuerdas de aquél día en la playa, que les íbamos ganando en futbol? De pronto uno de sus bloqueos rebotó en una anciana que tomaba el sol recostada sobre una silla. ¡Ups!, la señora se enfureció y nuestras disculpas no lograron calmarla. Tuvimos que suspender el juego. Y nos sentimos como niños regañados que se habían portado mal. Pero pronto nos olvidamos del momento, y buscamos otra cosa en que divertirnos.
Fueron días inolvidables, porque nos atrevíamos a jugar como niños. El corazón rebosaba de alegría cuando estábamos juntos. De pronto todo se acabo. Un día llegaron a la casa otros amigos tuyos vestidos de negro. Tan solo verlos y el corazón supo de inmediato que algo te había sucedido. Las palabras solo confirmaron el presentimiento. Habías tenido un accidente, queríamos escuchar que estabas herido, pero que estarías bien. No fue así. Un pesado silencio confirmó lo que no queríamos oír: que habías muerto.
Mi mente no podía aceptar esa verdad tan dolorosa. Fuimos a tu casa y ahí estaba tu cuerpo, guardado dentro de un ataúd de madera. Te miré y sentí un frío en el corazón. Te miré una vez y otra vez, buscando en ese rostro pálido tu voz y tu risa. No encontré nada tuyo en ese cuerpo. Ahí no había nada de lo que tú eras. Y me pregunté dónde estaba el brillo de tus ojos, el calor de tu alma. Tenía ganas de abrazarte y sólo pude pasar mi mano sobre el vidrio de la caja. Solo había un cuerpo inmóvil, definitivamente eso no eras tú. Se hizo un vacío enorme dentro de mí, mientras lágrimas incontenibles caían de mis ojos y trataba de entender que nunca más estarías con nosotros.
Me dolía tanto perderte. Sentía tu brazo en mi hombro, como la última vez que estuvimos juntos. A la mañana siguiente te enterramos, una parte de mí se quedó contigo. Después, hubo muchos días de llanto y cada que me reunía con nuestros amigos, te extrañábamos. Entonces  yo solía dirigirme a ti, como si estuvieras sentado a nuestro lado. Tenía la certeza de que así era, aunque no pudiera verte. Estaba segura que nos extrañabas tanto como nosotros y que por algunos días, te quedarías a nuestro lado antes de irte para siempre. Te agradecí por esos bellos momentos que pasamos juntos, por haber sido un magnifico amigo, por la alegría que compartimos.
Un día fuimos al cerro y nos sentamos a descansar en la cima, hacía mucho sol y te grité muy fuerte: ¡Néstoooor¡ tu que estás allá arriba, no seas flojo, empuja una nube sobre nuestras cabezas, que tenemos mucho calor. Entonces la nube se movió y se colocó sobre nosotros. Te di las gracias y todos nos reímos como no habíamos reído en mucho tiempo desde que te fuiste. Estoy segura que en donde estás, tienes todo el tiempo de la eternidad y que tal vez, algunas veces vienes a vernos y te sientas a nuestro lado y sigues haciendo tus bromas aunque no te escuchamos. Pero en nuestro corazón hay siempre un lugar para ti.
Además me muero de risa sólo de imaginar la cara que hubieras puesto de haber visto el video que todos tus amigos hicimos de ti. Lo proyectamos el día que iba a ser tu siguiente cumpleaños. A ti no te gustaba tomarte fotos y solías agacharte o voltear hacia otro lado cuando te dabas cuenta que te tomaban una foto. ¿Pero como ves?, Que entre todos reunimos las pocas fotos tuyas, contamos anécdotas, pusimos tus poemas y tus dibujos y yo te escribí un poema. A tu madre y a tu hermana menor le encantó y tu padre (fíjate hasta ese día pude conocerlo) no daba crédito a todo el cariño que te teníamos. Creo que hasta entonces él se enteró de la gran sensibilidad de su hijo y de que no era el vago que él creía. Nos dio las gracias  y ya no era el padre arrogante que tú conociste. Créeme que se sintió orgulloso de ti.
Hay tantas cosas que nos hubiera gustado hacer en tu compañía, pero te has ido. Desde entonces han pasado 10 años. No te hemos olvidado y nunca lo haremos. Hoy, todos los que fuimos tus amigos estamos casados y tenemos hijos. Nuestra vida ha cambiado y somos muy felices a pesar de que no estás con nosotros. Algún día sin duda, volveremos a encontrarnos, guárdanos un lugar a tu lado. Te veremos pronto.  

DIÁLOGO CON DIOS.




DIÁLOGO CON DIOS.

Querido Dios.
Perdón que no te había escrito antes, pero sucedía que por mucho tiempo no supe que de verdad me escuchabas. Creo que tú sabes muy bien, que a los seres humanos, nos es difícil creer en lo que no podemos ver, y esto nos llena de mucha confusión. Hay gente que se empeña en demostrar que no existes. Pero no sólo eso, hay sectas religiosas que se ufanan en decir, que han sido elegidos por ti, y que sólo a ellos los salvarás y les concederás la vida eterna. Como si tú tuvieras los mismos prejuicios y limitaciones que nosotros. Lo cierto es que toda ésta confusión, ha propiciado tantas guerras y matanzas, según… en tu nombre. Lo cuál, es una gran mentira, el motivo verdadero es la codicia del hombre. Pero bueno, no me detendré más en eso, porque de sobra tú lo sabes mejor que yo.
Me preguntaba ¿Cómo podía hablarte, cuáles serían las palabras correctas? Y tenía temor de hacerlo porque siempre me dijeron, que donde quiera que yo estuviera tú podías verme y seguro que también sabías cómo me portaba yo. No había manera de esconderme de ti, ni de engañarte, que tú podías saber lo que yo pensara e hiciera. Entonces aprendí que más que acercarme, tenía que cuidarme de ti. Que más que amarme, estabas para juzgar mi conducta y castigarme. Entendí que eras algo así, como un señor muy serio y enojón, al que no había que molestar.
Nunca me dijeron, que pusiste dentro de mi corazón un pedazo de luz tuyo y que si quiero que estés conmigo o que me ayudes, sólo tengo que llamarte y pedírtelo. Nadie me dijo que tu amor hacia mi es infinito y que comprendes mis errores y  estás dispuesto a perdonarme.  Y que cada vez que me equivoco, tú estás viendo la manera de ayudarme. Ni sabía, que tenías unos mensajeros maravillosos llamados ángeles, y que enviaste a uno de ellos sólo para cuidarme y protegerme. Ni me dijeron que estás siempre pendiente de mí y de lo que yo pueda necesitar, y que de mí sólo pides que me dirija a ti con amor y humildad. No sabía tampoco que no importa las palabras con las que te hable a ti, porque tú no te fijas en las palabras, sino en la intención que hay dentro del corazón.
Tú sabes ¡Oh Dios!, que mi vida ha sido muy dura y  yo creí que tú eras injusto conmigo, porque me ponías en situaciones de dolor y muchas veces yo te pedí que me libraras de esos momentos y tú no lo hiciste. Entonces pensé que no me escuchabas  o que no existías porque no hacías nada por mí. Me equivoqué y te pido perdón, aunque estoy segura que ya me has perdonado, porque tú sabes muy bien que sólo soy un ser humano y si me enviaste a ésta vida fue para que yo aprendiera.
Yo no comprendía entonces el sentido de tanto dolor, solo era una niña, en medio de la total desesperación. Yo no sabía que detrás de cada una de tus acciones, hay una gran lección. Y que a veces, nos envías los regalos más bellos con las envolturas más feas  para enseñarnos la inteligencia y la aceptación. Y que cuanto más nos queremos y nos aceptamos a nosotros  mismos, más nos bendices y nos llenas de amor.
No me siento culpable por no haberte encontrado antes, eso era algo que sin duda tenía que aprender. Tal vez, un poco triste, porque de haber sabido que siempre has estado conmigo, no me habría sentido tan sola y desamparada. Y definitivamente las cosas hubieran sido menos dolorosas. Pero te agradezco, que no hicieras caso de lo que yo te pedía, porque entonces no habría podido aprender mi lección. Te gradezco que no me dieras lo que yo quería, sino lo que yo necesitaba para que mi espíritu creciera.
Ahora me siento tranquila, de saber que nunca te equivocas, y que siempre das a cada quien lo que necesita. No más, pero tampoco menos, de lo que cada quien es capaz de enfrentar. Así que no tengo más miedo, porque donde quiera que yo esté y sea cual sea la situación en que me encuentre, estaré siempre en el lugar correcto para mi propio bien.
Gracias por todas las bendiciones que cada día me das.
Atenea.