viernes, 24 de agosto de 2012

LA TOS



LA TOS

Otra vez me mantiene despierta. Los medicamentos me quitan en sueño. Pasa un ahora, dos tres, no sé cuantas. La temperatura de mi cuerpo también está alterada. No logro equilibrarla. Un momento tengo tanto calor, y después me enfrío rápidamente. Me doy una vuelta y otra sobre la cama, tratando de relajar mi cuerpo. No lo consigo estoy demasiado tensa. Los músculos de la espalda están tiesos. Trato de relajar mi respiración. De tener un ritmo que me permita liberarme del dolor, pero la tos me interrumpe constantemente. Parece como si un gran nudo se hubiera hecho a la altura de mi cuello y pecho. Vuelvo a respirar con calma y poco a poco se van deshaciendo los nudos, parece como si unas largas cuerdas se alisaran dentro de mí, pero por poco tiempo. En cuanto la tos me ataca, mi cuerpo se contrae, se encoje, tratando de evitar el dolor. Y nuevamente se hacen unas bolas en mi pecho y siento una opresión sobre él.

He tomado tantos jarabes, tantos medicamentos y tanto té que me tienen toda embotada. Veo las cosas de manera difusa, aturdida, lejanas, como si no fuera yo la que está aquí. O como si esto fuera un sueño del que no puedo despertar. Quiero despertar. Ya estoy cansada, muy cansada de este cuerpo adolorido. Me duele la espalda. Me duele la garganta. Me duele el cuello. Y mi estómago también protesta por la sensación de acidez de los medicamentos. Además  tengo un sabor amargo en la boca, que no me deja disfrutar de la comida. Todo es insípido, duro y me cuesta trabajo tragarlo. Hace varios días que no puedo tomar agua ni siquiera al tiempo, todo tiene que ser tibio. Extraño el sabor de las aguas de frutas.

Tengo la garganta reseca y adolorida. Acartonada, siento las flemas pegadas dentro. No se desprenden con facilidad. Deben de ser muy viscosas a pesar de que tomo tanta agua, o quizás simplemente no quieren irse. Es terrible el proceso de eliminarlas, me hacen toser violenta y dolorosamente. Me obligan a encogerme, y me duele el estómago y los costados. Me dejan agotada, sin energía. Mi garganta está tan adolorida e irritada, sólo puedo comer cosas aguadas como sopas, caldos… cuando a mi se me antoja una salsa.

Y que decir de las inyecciones, después de más de cinco, me duelen las piernas, incluso cuando camino, sobre todo, cuando subo o bajo escalones. Tengo que caminar muy lento para no agitarme, todo para evitar otro ataque de tos. Y mi respiración a pesar de todo está agitada, creo que mis pulmones no se dan abasto con el oxígeno. Hago mis ejercicios respiratorios para ayudarlos un poco, pero me canso pronto. Sólo me queda descansar, y esperar que esto pase. Se que no durará para siempre, así que ya no me desespero. Sólo unos días más, después todo volverá a ser maravilloso y podré ir nuevamente a la montaña a respirar el aire fresco de la tarde.

Hoy no tengo sueño, pero en cuanto deje de tomar medicamentos podré volver a dormir y dejar este cansancio y dolor que tengo. Una hora más despierta y aunque el reloj va lento, se que poco a poco llegará el momento de descansar. 

LA DANZA DE LOS FANTASMAS




LA  DANZA DE LOS FANTASMAS

La belleza se fugó de mis ojos. Y el invierno se instaló en mi alma. Me quedé sola y tuve miedo de estar conmigo.

El día había estado lluvioso. En el cielo había enormes nubes grises que evitaban los rayos del sol. No se veían las montañas. Y un viento helado mecía inclemente los frágiles pétalos de una flor. La noche cayó lentamente, en silencio, sin estrellas en el firmamento.

Tomé entre mis manos un álbum  de fotos. Lentamente, como el agua sucia que ha estado estancada,  los recuerdos que por mucho tiempo habían estado guardados, fueron desfilando uno a uno.

Ahí estaba, esa foto de una niña de cinco años con su pelo largo y negro. Una niña triste que nunca pudo tener un regalo de Santa Claus. Y ella se portaba bien todos los días del año, era una niña buena que sólo esperaba un regalo que nunca llegó.

Después apareció la niña que nunca comprendió por qué su vida era más difícil que la de los otros niños. Aquélla que se quedó con la pregunta sin respuesta- ¿por qué yo tengo que luchar por mi salud? Parece que todavía se sigue haciendo la misma pregunta.

Más adelante, con sus ojos todavía llenos de llanto y abrazándose a sí misma, la niña de la que su hermano mayor abusaba y constantemente le decía: eres un estorbo, nadie te querrá jamás.
También estaba esa niña silenciosa que lloraba en las noches, sola, mientras los demás dormían, cuidándose de no hacer ruido para no causar molestias.

Y esa niña que quería ser lo más invisible posible, para que nadie la mirara con lástima y desprecio. Que tenía miedo hasta de hablar. Que no pedía nada, porque sentía que nada merecía.

Se presentó también esa niña que soñaba con tener un vestido de hada o de princesa, pero que nunca se atrevió a pedir.

Y esa niña que esperaba hacer sentir orgulloso a su padre siendo la mejor de la escuela, pero él nunca quiso darse un tiempo para felicitarla, ni siquiera cuando salió de la universidad con mención honorífica.

No podía faltar esa niña que constantemente escuchaba quejarse a su madre por todos los sacrificios que había hecho por ella. Y que no sabía cómo escaparse de ella

Todos esos fantasmas, cobraron vida y fuerza una vez más. Ahí estaban repitiendo como un eco, precisamente lo que no quería escuchar.

Como trapos viejos  y corroídos, sucios y amarillentos, pretendían enturbiar la luz de mi alma… los llevé a todos al patio de mi casa, encendí un gran fuego y uno a uno los lancé sobre el.

Se negaban a callar, se negaban a morir, saltaban desesperadamente entre las llamas tratando de salir.  Trataban de burlarse nuevamente de mí. Trataban de golpear dentro de  mi corazón.

 Me negué a escucharlos. Me negué a darles vida. No tienen ya cabida dentro de mí. Se que están acechándome cada día. Pero ya no tienen poder para mí. Aunque salten una y otra vez ante mis ojos.

Los lanzaré al fuego cada vez que pretendan acorralarme. Los miraré consumirse lentamente, mientras el fuego calienta mis huesos.

Y en tanto miro las lengüetas del fuego, que dibuja nuevas y diversas formas. Construiré en mi alma y en mi corazón un nuevo sueño, con un nuevo fuego. 

                                                                                                       

LA CUEVA ENCANTADA



LA CUEVA ENCANTADA

Había una vez, en medio de la enorme selva una cueva encantada. Nadie sabe exactamente desde cuando está, pero todos han escuchado hablar de ella. Y todos saben que sólo se hace visible una sola vez al año. Incluso puede ocurrir que vayas caminando por el campo, entre medio de los enormes y frondosos árboles, y pases justo a su lado y no te percates  de todo lo que en ése lugar está oculto.

Sucedió que hace muchos, muchísimos años, cuando los primeros hombres habitaron este lugar, todos podían entrar a ésta cueva cuantas veces quisieran. No importaba cuántas veces lo hicieran, porque aunque estaba completamente llena de las más inimaginables riquezas, al hombre simplemente no le interesaban. En aquél tiempo,  el hombre era feliz con la vida sencilla, con tener un techo sobre su cabeza y un poco de comida. No le preocupaba acumular nada, ni tener más casas de las que podía habitar. O comprar más ropa de la que podía usar.  Ni tener más dinero del que podía gastar en toda su vida. Tenía bien claro que todo cuanto existe en éste mundo no le pertenece, porque su estancia es pasajera. Y no le importaba no tenerlo porque sabía que dentro de sí, existe algo mucho más importante que su cuerpo: su espíritu.

El hombre habitaba el mundo con amor, tomaba del campo lo suficiente para comer y para procurarse refugio y abrigo. Respetaba las plantas y a los animales tanto como se respetaba a sí mismo. Porque se consideraba parte de la selva, no el rey, sólo un ser viviente que tenía que convivir armónicamente con todo. Es por eso que al tener todas las riquezas frente de sí no les daba importancia. Él sabía que lo verdaderamente trascendental, no es el dinero, sino las acciones. El hombre al morir no puede llevarse ninguna riqueza, pero sí puede llevarse la satisfacción de haber vivido con honestidad y respeto.

Pero un día, a alguien se le ocurrió que sería buena idea vivir sin tener  que trabajar. Entonces pensó en que esos tesoros guardados podían serle útiles para obtener dinero si los vendía. Decidió apropiarse de toda ésa riqueza para tener una vida holgada y llena de comodidades. Dirigió sus pasos hacia la cueva encantada y decidido a llevarse todo, entró al lugar. Pero lo que este hombre no recordó es que todas las cuevas están custodiadas por espíritus guardianes. Los hombres de los primeros tiempos acostumbraban dirigirse con respeto a estos guardianes antes de tomar cualquier cosa y dar las gracias después. Pero el nuevo hombre fue olvidando ésta lección. No creía en los guardianes que no podía ver, así que dio por hecho que sólo eran creencias falsas de sus antepasados. Y no lo tomó en cuenta.

Cuando el hombre entró en la cueva, sólo pensó en llevarse los tesoros y en todo lo que podría hacer con ellos. El gran espíritu de la cueva miró dentro de su corazón. Y todo lo que vio fue una gran ambición. Aquél hombre con el tiempo destruiría la selva construyendo un gran emporio. Decidió que los hombres debían recibir una muestra de su existencia. Así que no permitió que el hombre se llevara nada.

Para deslumbrar al hombre, puso delante de él todas las riquezas que jamás podía haber imaginado. Y eso lo dejó mudo de sorpresa e inmóvil por un largo tiempo. Ni siquiera pudo percatarse cuánto tiempo había pasado mirando la montaña de tesoros. Miraba una vez y otra todo, de arriba hacia abajo, de un lado hacia otro incansablemente. Caminaba alrededor de ella, tomaba un objeto y después otro, contemplándolo larga y detenidamente. Así comenzaron a pasar los minutos, las horas, los días, sin que pudiera siquiera darse cuenta de su cansancio. Iba de un objeto a otro, admirándolo, sintiéndolo, imaginando todo el dinero que podía recibir por cada una de las cosas. Y después imaginaba la vida que podía tener con todo eso.

Camino tanto alrededor de ellos, y así se le fueron las horas. Sin darse cuenta de que necesitaba comer y beber agua. Así fue perdiendo lentamente la conciencia del tiempo, primero en una idea en la que concentraba toda su atención y de la que después no lograba desprenderse. Miraba frente a sí todas las cosas que quería hacer, como si ya estuvieran ocurriendo. Por momentos caía rendido de cansancio y se dormía sobre el piso duro y frío, el cual por supuesto nunca sintió porque en su imaginación, él veía una enorme y tibia cama. Dormía y soñaba que tenía enormes castillos y disfrutaba de ellos como si fueran reales. Después de algunos días no consiguió distinguir la realidad de la fantasía.

Aquel hombre no consiguió salir de la cueva, porque en su imaginación ya no estaba dentro de ella. Se quedó dormido al pie dela montaña de tesoros, mientras en la selva  la lluvia caía más intensa que nunca y un gran peñasco, que se desprendió violentamente, tapó para siempre la entrada. Cuando los pobladores se dieron cuenta de la desaparición de su vecino, lo buscaron por varios días, a través de todos los caminos y todos los barrancos. No encontraron ninguna huella de sus pasos. La lluvia había borrado todo. Pero el espíritu guardián de la cueva se encargó de comunicar a los hombres a través de los sueños lo que había pasado. Como prueba de ello, dejó pintada sobre la roca donde alguna vez estuvo la entrada de la cueva, la huella de su pie.

Hoy todos saben cuál es el lugar de la cueva encantada, y todos saben que sólo una vez al año se abre de manera mágica, justo a las doce de la noche, cuando la luna llena se encuentra arriba de ella. Y que cualquier hombre puede entrar y en el lapso de un minuto tomar todos los tesoros que pueda cargar con sus manos y regresarse antes de que la cueva se cierre. Pero todos saben que el espíritu guardián concede sólo un minuto para entrar y salir. Y si alguien entra y no puede salir es ése tiempo, se quedará petrificado frente a la montaña de tesoros durante todo el año. No sentirá el paso del tiempo, no comerá, ni beberá. Y cuando el siguiente año, la cueva se abra podrá salir por su propio pie, pero no vivirá porque su cuerpo ha estado sin alimento por mucho tiempo. Y su cuerpo se desvanecerá con tan sólo sentir el aire del campo.

Y aunque hoy todos saben donde está la cueva llena de tesoros, y cuál es el día en que se abre, nadie se atreve a ir. Porque todos saben, que el hombre el capaz de perder el sentido de realidad ante una montaña de riquezas. Y saben además que los guardianes son los que deciden si conceder algo o no, al hombre. Y sólo ellos saben quienes son los seres que merecen estás riquezas.

Algunas veces, los pobladores ven nacer la codicia en los ojos de algunos visitantes que escuchan la leyenda. Y  como ese primer hombre que quiso todas las riquezas para sí, sueñan con entrar a la cueva. Pero ninguno de ellos se atreve a decirles dónde se encuentra. Y no lo dirá nunca, por ninguno de los tesoros prometidos. Porque ellos saben que en realidad esas riquezas son sólo una ilusión.  En verdad Temen, enfadar al guardián. Y no merecer más sus bendiciones.

Así que si algún día caminas por la selva, antes de tomar cualquier cosa, recuerda  pedir permiso y dar las gracias a los guardianes que ahí habitan. Porque ellos te miran todo, hasta lo más profundo de tu ser. Ninguna intención queda oculta. Ellos saben lo que fue y lo que será. Sólo ellos deciden lo que puede o no ser. Y si te topas con una montaña de tesoros o con una cueva de la que salga un intenso brillo, ten mucho cuidado, puede ser la cueva encantada. Y antes de que tu mente se pierda en el tiempo y en el espacio, date la media vuelta y regresa sobre tus propios  pasos, antes de que la noche oculte tus huellas.  

LAS "FLORES" DEL AMATE




LAS "FLORES" DEL AMATE

En lo más profundo de la selva, vive el más alto de los árboles. Los antiguos hombres lo veneraban y le tenían un gran respeto. Es un árbol enorme y siempre lleno de hojas verdes. Bajo su sombra muchos pequeños animales e insectos construyen su hogar. Se sienten protegidos por sus enormes ramas y amplias raíces, que se extienden sobre el suelo o a través de las rocas de la montaña. Es el árbol más admirado por los hombres, porque nace donde los demás no nacen, en el lugar más inhóspito: sobre las rocas y desafiando al vacío.

Su nombre es Amate. Y es tan sabio como los demás seres habitantes de la selva. Sólo tira sus hojas una vez al año, precisamente cuando el calor es más intenso. Y sus hojas verdes se tuestan rápidamente por el intenso calor del sol. Se mira una gruesa alfombra dorada a su alrededor. Entonces su tronco adquiere un tono gris y parece a punto de secarse. De sus ramas brotan en poco tiempo unas frutas redondas, que no son comestibles para los humanos, pero que dentro de sí, llevan la semilla de otros árboles. Se muestra totalmente desnudo, pero lo hace por pocos días, tal vez dos o tres semanas. Justo antes de comenzar la temporada de lluvias.

Pronto la lluvia intensa desintegra las hojas y frutas caídas que abonarán la tierra para alimentar al mismo árbol. Pequeños mamíferos vienen y comen sus frutos, la semilla es digerida y al ser eliminada en distintos lugares; se propaga la posibilidad de nuevos árboles.
Los hombres antiguos decían que en donde hay amates, hay agua, y ciertamente se pueden ver a muchos de ellos, a la orilla de un manantial o en el cauce de las barrancas. Los antiguos pobladores aprendieron a obtener el papel de su corteza. Con él escribieron la historia de sus pueblos, sus conocimientos y leyendas.

Una de esas leyendas dice que el amate es un árbol mágico y que como un dios de vez en cuando puede hacer un regalo a algún hombre. No hay manera de saber quién será el elegido. Pero algunas personas están seguras de que sí ha ocurrido.

Cuentan que hace muchos años, tantos como para no saber cuando fue, pero suficientes para aún recordarlo, un campesino caminaba por los senderos de la selva, de regreso a su casa. Después de un arduo día de trabajo, lo único que deseaba era estar en casa, comer y poder descansar, para ir a su trabajo al día siguiente. Desde niño  había aprendido el cultivo de la tierra al lado de su padre y desde entonces ése había sido su trabajo. Aquél día había sido muy caluroso y se detuvo a beber el agua del manantial que nacía al pie del árbol. Se sentó sobre el tronco a descansar un poco. Pero el sueño lo venció pronto. No sintió el transcurso de las horas y cuando despertó la oscuridad de la noche había llegado. Miró hacia arriba tratando de orientarse con la luz de la luna, pero el denso follaje, no permitía ver ninguna claridad.

De pronto en la copa del árbol comenzaron a verse pequeñas luces blancas, al principio creyó que eran luciérnagas. Pero al mirarlas con calma, observó que no se movían. Y no eran pocas, sino muchas, distribuidas en las ramas del árbol.

El viento movió las ramas y suavemente algunas luces se desprendieron del árbol. Cayeron a los pies del campesino. Que con curiosidad y miedo, tomó algunas entre sus manos. Eran pequeñas flores, que por una extraña e inexplicable razón brillaban, con una luz suave, que aún cuando cerraba la mano, la luz se veía a través de su piel. Se encontraba desconcertado. No había visto en toda su vida que el árbol tuviera flores. Ni había sabido tampoco que ninguna flor brillara en la noche como si fuera una pequeña estrella. Y esa luz, de las  flores no era, ni caliente ni fría. Sólo era una luz tenue. Estaba asombrado, pensó que quizás era un sueño. Que él estaba dentro de un sueño. Que todo eso, no estaba pasando.

Una voz, que no supo de donde venía le dijo, que llenara su morral con las flores. Miró hacia todos lados buscando el origen de la voz. No vio nada, pero la voz insistió, agregando que era un regalo para él. Así lo hizo. En cuanto llenó su morral, las demás flores del árbol se apagaron. La luna se asomó entre los árboles y pudo mirar el camino. Llegó a su casa y sin decir nada a nadie se fue  a dormir. Al otro día cuando despertó, recordó las flores y nuevamente pensó que todo había sido un sueño.  Él sabía que los amates no tienen flores. Pero miró dentro de su morral y no, no encontró ninguna flor. En su lugar había una gran cantidad de oro. No podía comprender que era lo que había pasado.

El hombre no lo podía creer, a pesar de que con sus propias manos había tomado las flores que después se convirtieron en oro. Regresó nuevamente al lugar en donde estaba el amate. No había nada diferente. Todo estaba exactamente como siempre lo había visto, durante todos y cada uno de los días de su vida. Al principio no sabía que hacer. Pensó que si contaba lo que había sucedido le dirían que estaba loco. Así que optó por guardar silencio y enterrar el oro.

Pasó el tiempo, y el hombre siguió viviendo como lo que era: un campesino. Y lo cierto es que nunca requirió de gastar el oro, porque con su trabajo él tenía todo lo que necesitaba. Y como era un hombre muy saludable y fuerte pudo trabajar aún cuando ya era un anciano. Sólo cuando sintió que se aproximaba su muerte, decidió contarle la historia a su hija. Y ahí en su lecho, le relató todo cuánto había pasado.

Su hija se mostraba incrédula, y creyó que tal vez su padre estaba delirando. Pero él le dijo que podía comprobarlo por sí misma, yendo al lugar en donde había enterrado el oro. Con gran precisión le dijo el lugar exacto donde se encontraba. Ella fue y pudo mirar el oro, y a su vez volvió a enterrarlo. Volvió con su padre para preguntarle cuál era su última voluntad en relación al tesoro. Él le dijo que se lo regalaba todo a ella, que podía hacer lo que quisiera.

Aquél hombre murió, y su hija después de enterrarlo, decidió que ella tampoco gastaría el tesoro a menos que la vida de alguno de sus hijos estuviera en peligro. Después de todo, su padre había podido vivir con lo que obtenía con su trabajo, y seguramente que ella podría hacer lo mismo. De la misma manera nunca le dijo nada a nadie, quizás algún día se lo diría a alguno de sus hijos de la misma manera que hizo su padre. Pero sucedió que  sus hijos murieron antes que ella, durante la guerra, así que no pudo decirles nada. Sus últimos años los vivió con su hermano y sobrinos, pero ninguno de ellos consiguió ganarse nunca el afecto y confianza de ella. Se dio cuenta de su ambición, así que se decidió a no mencionarles nunca  sobre la existencia del oro. Cuando estaba a punto de morir, ella solamente les contó la historia que había escuchado de su padre. Pero no les reveló el lugar en donde estaba escondido el tesoro.  Y se fue con el secreto a la tumba.

En algún lugar, que nadie ha podido descubrir, se encuentra todavía enterrado aquél tesoro, que una noche fue obsequiado a un campesino a través de unas flores de amate que se convirtieron en oro. Quizás algún día alguien lo encuentre. O quizás permanezca ahí para siempre.