jueves, 28 de febrero de 2013

LA INVENCION DE LA AGRICULTURA




LA INVENCION DE LA AGRICULTURA

Hace miles de años, cuando el hombre primitivo se refugiaba en las cuevas de las montañas para protegerse de los animales depredadores, aprendió a organizarse para realizar trabajo en equipo, y eso le facilitó la sobrevivencia y le brindó seguridad. Durante el día salía al campo en busca de los alimentos que compartía con sus compañeros. Y poco a poco fue conociendo las plantas, de tal modo, que sabía cuáles eran comestibles.

A través del tiempo, comenzó a reconocer que los cambios climáticos ocurrían por ciclos, se dio cuenta que durante la época de frío, la comida escaseaba. En la temporada de lluvia veía crecer abundantemente algunas plantas que daban granos, tal era el caso del maíz el cual aprendió a comer tierno, pero también lo recogía cuando las mazorcas ya estaban duras para almacenarlas  y consumirlas durante los días en que en el campo no había nada.

Sucedió que cuando el hombre ya tenía almacenado maíz dentro de su cueva una fuerte tormenta cayó, aunque ya no era temporada de lluvias. La abundante agua se filtró al interior, escurriendo por distintos lados, fue inevitable que los granos de maíz se mojaran. La humedad hizo que la mayoría de ellos se pudrieran, entonces no tuvo más remedio que tirar sus provisiones. Sin embargo, algunos granos que no estaban dañados cayeron cerca de un pequeño arroyo en medio de una tierra fértil, húmeda y soleada. A los pocos días observó que una planta comenzaba a crecer. Al principio era muy frágil y parecía que el viento la derribaría, por lo que, decidió ponerle un poco más de tierra,  y así la planta se volvió fuerte y creció hasta producir su fruto.

Este hombre vio por primera vez cómo y de dónde surgía el maíz del que se alimentaba. Entonces tomó otros granos de maíz y comenzó a ponerlos en medio de la tierra y a regarles  agua, pronto brotaron las primeras hojas… y así fue como dio inicio el cultivo de las plantas.

LA NOCHE EN EL LAGO




LA NOCHE EN EL LAGO

Dicen que en un lago situado al pie de la montaña habitan seres de otras dimensiones. Durante el día la gente puede asombrarse de su belleza, rodeado de dos altos murallones de roca y de verde y abundante vegetación. Cuando está a punto de anochecer se escucha el croar de las ranas como un concierto cuyo eco rebota en los bordes del agua. El lago se encuentra en la parte baja del pueblo, es por eso que toda el agua que corre por lo barrancos y los cerros se acumula ahí. Con gran rapidez  un campo de tierra completamente seco y agrietado se inunda con las lluvias del temporal, el lugar se transforma en pocos días y la vida de muchos animales se manifiesta en todo su esplendor. Miles de insectos surgen, las mariposas de todos tamaños y las libélulas con sus intensos y brillantes colores.  Vienen las garzas y los patos a pescar los pececillos que hay en las orillas. Las ranas y las tortugas aparecen como por arte de magia, un día simplemente están.

Sobre la superficie del agua quieta se mira una réplica exacta de los cerros y las rocas. Transcurre el día tranquilo y poco a poco con el atardecer los animales se van a sus guaridas. Ahí sobre la orilla del lago sólo quedan las ranas y tortugas, de vez en cuando se escucha algún croar que junto con el canto de los grillos forman una sinfonía. Aparentemente ha cesado toda actividad humana. La noche es oscura y fresca con aroma de yerba fresca y tierra mojada. Las luciérnagas iluminan con sus pequeños destellos el paisaje, son tantas que, vistas a la distancia parecen como una ciudad iluminada  en miniatura. A lo lejos se escucha el aullar de los coyotes, tal vez no sean varios sino sólo uno, los campesinos dicen que saben aullar como si fueran varios. Sobre las ramas de los árboles se escuchan cantar a los búhos y las lechuzas, pero no se dejan ver, le temen al hombre y el hombre a ellos. Un dicho se ha hecho popular desde hace muchas generaciones “cuando el tecolote canta, el indio muere”. El hombre no quiere morir, los búhos tampoco, ambos guardan su distancia.

Todo parece muy tranquilo, la mayoría de la gente en el pueblo duerme, pero sin saber de donde ni cómo, unas luces brillantes hacen su aparición iluminando el cielo. No se oye ningún ruido que pudiera emitir algún avión o artefacto construido por el hombre. Es una luz brillante que se filtra a través de las ramas de los árboles e ilumina claramente el suelo. No es una, son tres o cuatro luces, vistas con mayor detenimiento parecen esferas flotando sobre el lago, se acercan cada vez más a la superficie y después desaparecen dentro del agua. ¿A dónde fueron?, ¿qué eran? No se escuchó ningún ruido al hacer contacto con el agua. Tampoco salió vapor que indicara que la luz fuera caliente y vaporizara el agua. Pero una cosa es cierta todas las luces esféricas entraron al lago y desaparecieron.

Estás luces redondas aparecen con frecuencia, no hay nada que indique cuando será el momento, puede ser cualquier día, siempre y cuando la laguna tenga agua. Muchos hombres han vivido cerca del lago por miles de años, se le considera un lugar sagrado, un lugar de los dioses, no hay ningún templo, pero cada año se pone una ofrenda a lo seres que ahí habitan. Haciendo sonar un silbato de barro con figura de animalito se les llama, se les agradece por sus bendiciones y se les pide su favor para el año venidero. Ellos suelen conceder las peticiones, así que el hombre debe pensar bien qué es lo que quiere pedir.

El hombre que ha nacido en el campo y que tiene contacto frecuente con la naturaleza aprende todos los ciclos de la vida. Adivina el lenguaje de los animales y muchas veces se comunica con ellos. Del mismo modo establece una relación con  estos seres invisibles para la mayoría, los mira y les habla en sus sueños, recibe regalos y peticiones que debe cumplir. Así cada año el hombre a través de sus sueños sabe lo que debe llevar en la ofrenda, no duda en agradecer a la madre tierra y a los seres invisibles de quienes recibe ayuda. Es un conocimiento que aprendió de sus ancestros que le recuerda su conexión con la naturaleza  y  con la vida de todo el planeta. 

LA ESCUELA




LA ESCUELA

Juanito y Pedro son los dos hijos mayores de su familia, uno tiene  8 años y el otro 6.  Su padre, don Miguel, es un hombre muy duro, que enseña con rudeza a sus hijos el cultivo de maíz, fríjol y calabaza. Desde muy pequeños ellos lo han acompañado a sus faenas. La jornada comienza antes de salir el sol y termina al atardecer. Los niños no tienen un descanso, menos aún tiempo para jugar,  siempre hay demasiado trabajo por hacer. Los fines de semana van a cortar leña y el domingo muy temprano se van a venderla a un pueblo vecino que dista dos horas de camino. Su corta edad sólo les ha salvado del aún más rudo trabajo de extracción de la cal, en hornos cuyo fuego debe mantenerse encendido por tres días seguidos.

La infancia de Juanito y Pedro se desenvuelve en los primeros años posteriores a la revolución. Ellos provienen de una familia que durante aquélla época casi desapareció por completo. De hecho, su padre, don Miguel, vio morir a sus padres, tíos y a todos sus hermanos. Para sobrevivir se la pasó escondiéndose en los cerros o cañadas, pasando hambre, sed y frío, aprendiendo a no quejarse y a no expresar su dolor ante la urgencia de huir para salvar la vida. Cuando la paz llegó, don Miguel se sintió aliviado de tener al menos un techo seguro donde establecerse y formar una nueva familia con su esposa María. Su trato hosco y distante con sus hijos le permite no involucrarse emocionalmente con ellos, así es menos doloroso, en una época en que la mayoría de los niños mueren tempranamente, por alguna enfermedad, picadura de alacrán o incluso en el parto. Brindar a los hijos comida y techo, es un gran logro  para un hombre que durante su infancia nunca los tuvo.

Un día, en la cabecera del municipio se abrió una escuela primaria y los maestros  invitaron a los padres de familia a mandar a sus hijos a estudiar. Algunos niños se entusiasmaron con la idea de aprender algo diferente que les diera la posibilidad de tener una vida mejor.  Juanito y Pedro son enviados, no así su hermana que siendo la mayor de todos no se le concede esta oportunidad por el sólo hecho de ser niña.

Todos los días Juanito y Pedro salen de su choza muy temprano, les espera un largo camino hasta la escuela mas cercana, tres horas a pie. Ellos están muy ilusionados, pues su madre les ha dicho que estudiando se puede progresar, que deben ser hombres de letras, personas que sepan hablar y a quién los demás respeten,  y no como el indio “pata rajada” de su padre. Un hombre que ha tenido que partirse el lomo en el campo para darle de mal comer a su familia.

Los niños inician su aprendizaje con ahínco. Aunque no es fácil, tres horas de camino los deja con hambre, pero no tienen nada que comer. El padre no está muy de acuerdo en que sus hijos vayan  a perder el tiempo en ese lugar en donde no hacen nada, para él es más urgente llevarlos al campo, enseñarles a trabajar, a leñar y a todas las labores propias de hombres. Así que Juanito y Pedro sólo tienen el apoyo de su madre, y eso no es gran cosa, porque quien controla el dinero no es ella. Si uno de ellos necesita un cuaderno o lápiz y pide dinero a su padre, él responde: “y pa ´ qué quiere ir a la escuela, yo no sé leer ni escribir y no me he muerto de hambre”

Los niños no pueden replicar a su padre, sus palabras son incuestionables, pero siguen adelante. Un maestro en la escuela que sabe de su situación, les compra sus útiles. Pero un recorrido tan largo todos los días sin comida es demasiado para ellos. El hambre de cada día se une a la del día anterior, y en el estómago el hueco ya es muy grande. A veces les regalan un pan, a veces nada, entonces van a la llave de agua que está en el zócalo, beben, beben y beben para mitigar su hambre hasta llegar a casa. Son las cinco de la tarde cuando vuelven, sólo hacen una comida que consiste en tortillas y frijoles. Los días pasan casi iguales. Poco más de año y medio dura la perseverancia de Juanito, pero al final se rinde, deja la escuela y se va al campo a trabajar con su padre. Su hermano continúa un año más,  y después  también el hambre lo vence.  Juanito no es feliz de haber tenido que elegir entre morir de hambre con un poco de aprendizaje o trabajar en el campo con el estómago lleno, sólo sueña con que algún día sus hijos no tengan que escoger entre estas dos situaciones.

UN ENCUENTRO DESAFORTUNADO



UN ENCUENTRO DESAFORTUNADO

Me despierto con la garganta reseca y un poco cansada de la postura en que me sorprendió el sueño. La noche es fría, el silencio es absoluto, eso me agrada, últimamente ha habido tantas fiestas cerca de la casa y con la música a tal alto volumen no he podido descansar bien. Pero hoy todo es quietud, agradezco por ello. Me volteo entre las sabanas y me acomodo sobre la almohada. Tengo mucho sueño y sed, pero no quiero levantarme a beber agua. De pensar que al salirme de la cama se enfriará mi cuerpo y el sueño se me irá, elijo ignorar mi sed y continuar durmiendo. Estiro mi pierna izquierda y siento un piquete doloroso. Instintivamente alejo las sábanas de mí. Rápidamente me levanto y enciendo la luz, reconozco por el dolor intenso que el causante ha sido un alacrán. Ahora necesito encontrarlo para confirmar mi sospecha y para deshacerme de él porque puede picar varias veces. Estoy tan enojada que lo he sentenciado a muerte.
Comienzo a buscarlo en las sábanas, no se ve nada, instintivamente él también ha corrido a esconderse, no en vano su instinto lo ha ayudado a sobrevivir millones de años en este planeta. Lo busco mirando detenidamente las sábanas, pero el dolor del veneno dentro de mi pierna me hace detenerme. Es un dolor intenso y ardiente como el fuego. Entonces me acuerdo que debo tomar algo para que su veneno no me meta en serios problemas. A la mano, tengo un frasco de medicamento homeopático antialacrán, tomo una primera dosis y continúo buscando. Miro el reloj son las dos de la mañana.
Después de sacudir el edredón y las sábanas, el insecto cae al piso y de inmediato corre tratando de hallar un escondite. No hay piedad para él, es aplastado por mi pie al instante. El dolor de la pierna es cada vez más intenso. Me cambio de ropa tan rápido como me es posible para ir de inmediato al servicio de urgencias en el hospital. Esta es la cuarta vez en mi vida que un alacrán me pica, y sé por experiencia propia que, el veneno puede comenzar a hacer serios estragos incluso después de una hora de haber sido inoculado. Si eso ocurre, necesitaré un suero antialacrán. El hospital más cercano está a veinte minutos en coche, así que lo más prudente es trasladarme hasta allá y esperar en previsión de necesitar ayuda médica.
Sigo tomando el medicamento homeopático cada diez minutos pero el dolor es continuo y se incrementa a intervalos. Siento el hormigueo y entumecimiento en la pierna. Me es difícil caminar y el dolor aumenta al tener que soportar mi peso. Mientras me dirijo al hospital, no puedo evitar recordar las veces anteriores en que me encontré en similar situación.
La primera vez que tuve un desafortunado encuentro con uno de estos insectos había regresado de llevar comida a mi padre que trabajaba en el campo. Cinco kilómetros caminando de ida y cinco de vuelta, me dejaron cansada  y llena de polvo. Aticé el fogón de leña para calentar el agua para bañarme. Eran esos años en que en el pueblo no había agua potable en las casas. No se podía usar más de una cubeta de agua para la higiene personal. Al tomar el leño entre mis manos, sentí el piquete en el dedo. Vi al alacrán corriendo en el leño para esconderse,  lo tiré al piso y lo aplasté furiosamente. Después comí lentamente varios dientes de ajo para evitar los efectos del veneno. Para mi sorpresa me sabían dulces, no picantes. El hormigueo se extendió por mi brazo, pero después de un rato comenzó a disminuir.
Pasaron los minutos sin ningún signo de alarma y cuando había transcurrido una hora y pensé que me había librado del peligro, comencé a estornudar repetidamente. En menos de diez minutos sentí el hormigueo en todo el cuerpo, un mayor entumecimiento, escurrimiento nasal, mareo, un fuerte dolor de cabeza, dificultad para respirar y hablar, y la vista nublada. No había duda, necesitaba el suero antialacrán de emergencia. Alguien de mi familia corrió a conseguirlo con un vecino que siempre tenía una dosis disponible desde que años atrás perdiera un hijo por el piquete de tan temible insecto. Todo el pueblo lo sabía y cuando alguien requería el medicamento se lo pedía prestado, con el compromiso de devolverlo a la brevedad. 
En menos de diez minutos no podía ni siquiera sostenerme de pie, de tan mareada que me sentía. Tampoco podía distinguir las cosas y el dolor de cabeza era muy fuerte. Vino mi hermana para aplicarme la inyección y al ver el estado en que me encontraba, decidió administrarme el medicamento directamente en la vena. El efecto fue inmediato, como por arte de magia, desaparecieron los estornudos, el mareo, la dificultad para respirar y disminuyó el dolor de cabeza. El hormigueo, entumecimiento y dolor en la zona aledaña a la picadura me duró por lo menos una semana más. Un final feliz, gracias al vecino que siempre tenía una dosis del suero lista para usarse.
Esperando en el hospital, ha pasado casi una hora desde que recibí el pinchazo, parece que el medicamento homeopático está funcionando. Una toma cada diez minutos durante la primera hora. El hormigueo no se extiende, pero extrañamente el dolor en mi pierna es muy intenso y siento un fuego que me quema. Me sorprende lo doloroso que es, las tres veces anteriores no me dolió de esta manera. No sé si se debe a la zona en que me picó, ahora fue en la pierna, en dos ocasiones anteriores en la mano y una en el antebrazo. Me duele la pierna al caminar o con tan sólo moverme. Me siento enojada de no poder tomar ningún medicamento para el dolor. Es sabido por todos los que interactuamos con estos bichos, que cuando se ha sido picado no se puede comer ni beber agua por varias horas para evitar los efectos mortales.
Dentro de mi pierna, alrededor de la zona en que recibí el pinchazo, los músculos comienzan a contraerse y distenderse violentamente, parece que una serpiente estuviera retorciéndose, me asombra como se ve. Después de una hora y media me voy del hospital, parece que el peligro ha pasado, no así el dolor que no disminuyó nada. Tengo la esperanza de que al calentarse mi pierna entre las sábanas podré relajarme y dormir. Idea completamente alejada de la realidad, el dolor se intensifica en cuanto me acuesto, envuelvo mi pierna con un par de toallas para darle más calor, pero no sirve de nada. Me quedo quieta intentando evitar el dolor y sin dormir hasta que amanece.
A las ocho de la mañana me levanto a prepararme un poco de café con leche. Me aplico un poco del jugo de una planta que los campesinos, y en especial mi padre, usan para estas ocasiones. Después me pongo un poco de alcohol en la zona afectada. Es un alcohol donde mi hermano, previamente puso a remojar todos los alacranes que ha ido encontrando y que sirve para calmar el dolor. Mi madre me da a beber un té de poleo para el mismo propósito. Cancelo por teléfono las citas de trabajo que tenía para hoy. No me siento nada bien, camino con dificultad y la cabeza y el cuerpo me duelen, así que me quedaré a descansar. Tomo mi desayuno y al poco tiempo  empiezo a sentir mucho calor, me acuesto y por fin el dolor comienza a disminuir. Consigo dormirme algunas horas, aunque despierto a intervalos y finalmente a las dos de la  tarde me siento mejor.
Por fin me levanto, tengo la pierna entumida pero ya puedo caminar bien, aunque con una ligera molestia al asentar mi peso. En la zona del piquete me salió un pequeño salpullido. Siento todavía la cabeza embotada y con mucho sueño. En el piso está el culpable de todo esto, ha quedado como una calcomanía por tantas pisadas que ha recibido. En realidad, ahora que estoy más tranquila, reconozco que nadie es culpable, él sólo hace lo que ha sido inscrito en sus instintos por millones de años. Lo miro y pienso en él como una criatura desolada, sin amigos.  El instinto maternal  de las hembras de su especie dura apenas dos semanas, el mismo tiempo en que las crías cambian su traje transparente a su color natural. Entonces, ellas los corren de su lado persiguiéndolos con su amenazante aguijón y para que comprendan que el asunto va en serio, se comen a algunas de sus crías, delante de la borrosa mirada de sus hermanos, acto que les hace aprender una dura lección de sobrevivencia: no se pueden fiar ni de su propia madre.
No obstante la naturaleza desalmada de estos insectos, cuando se aparean bailan por horas una hermosa danza entrelazando sus colas y tenazas, es el vals del amor, que lo único que le falta es la música. Una danza que puede durar horas antes de que la hembra dé el sí a su pareja. Y para cerrar con broche de oro, en algunos casos, la hembra se almuerza al macho asegurando el alimento que necesitará durante los días que no podrá cazar por llevar cargando en el lomo a sus crías. Es una forma muy práctica de ahorrarse los juicios por pensión alimenticia.
Después de todo, no puedo quejarme, cuatro piquetes de alacrán en todo lo que va de mi vida no es tanto, considerando que vivo en un lugar en donde hay demasiados. Tampoco significa que quiera más. Hemos tenido muchos encuentros y la mayoría no desafortunados. Alguna vez incluso, me bañé con uno de ellos en mi pierna sin que me picara, otras veces me han caminado sobre la mano, caído en mí desde el techo y en una ocasión llevé uno sobre mi pantalón puesto por más de una hora. Me temen y  les temo, es inevitable. Coexistimos en un mismo espacio, ambos seguiremos peleando nuestro territorio, no es un asunto personal, sólo es cuestión de sobrevivencia.