viernes, 30 de mayo de 2014

EL SEMBRADOR





Quiero compartir un poema que conocí hace muchos años. Un  poema con el que me identifiqué y que me gustaba declamar en los eventos escolares. Una vez que lo aprendí lo conservé en la memoria y desde entonces hasta hoy me sigue pareciendo hermoso.



EL SEMBRADOR
M. R. Banco Belmonte

De aquél rincón bañado por los fulgores
Del sol que nuestro cielo triunfante llena
De la florida tierra donde entre flores
Se deslizó mi infancia dulce serena

Envuelto en los recuerdos de mi pasado
Borroso cual lo lejos del horizonte
Guardo el extraño ejemplo nunca olvidado
Del sembrador más raro que hubo en el monte

Aún no sé si era sabio, loco o prudente
Aquél hombre que humilde traje vestía
Sólo sé que al mirarlo toda la gente 
Con profundo respeto se descubría    

Y es que acaso su gesto severo y noble
A todos asombraba por lo arrogante
Hasta los leñadores mirando el roble
Sienten las majestades de lo gigante

Una tarde de otoño subí a la sierra
Y al sembrador sembrando miré risueño
Desde que existen hombres sobre la tierra
Nunca se había trabajado con tanto empeño

Quise saber curioso, lo que el demente,
sembraba en la montaña sola y bravía
El infeliz oyome benignamente
Y dijo con honda melancolía         

Siembro robles, pinos y sicomoros
Quiero llenar de frondas estas laderas
Quiero que otros disfruten de los tesoros
que darán estas plantas cuando yo muera

¿Por qué tantos afanes en la jornada
sin buscar recompensa? –dije. Y el loco
murmuró con las manos sobre la azada
¿Acaso tú imagines que me equivoco?

Acaso por ser joven te asombre mucho
el soberano impulso que mi alma enciende
Por los que no trabajan, trabajo y lucho
Si el mundo no lo sabe, dios me comprende

Hoy es el egoísmo,  torpe maestro,
a quien rendimos culto de varios modos
Si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro
Nunca al cielo pedimos, pan para todos
En la propia miseria los ojos fijos
Buscamos las riquezas que nos convienen
Y todo lo arrostramos por nuestros hijos
Es que los demás padres, ¿hijos no tienen?

Vivimos siendo hermanos sólo de nombre
Y en las guerras brutales con sed de robo
hay siempre un fraticida dentro del hombre
Y el hombre para el hombre, siempre es un lobo

Hay que ser cual abejas que en la colmena,
fabrican para todos dulces panales
Hay que ser como el agua que va serena,
brindando al mundo entero frescos raudales

Hay que imitar al viento que siembra flores,
lo mismo en la montaña que en la llanura
Hay que vivir la vida sembrando amores,
con la vista y el alma  siempre en la altura

Dijo el loco y con noble melancolía,
por las breñas del monte siguió trepando
Y al perderse en las sombras aún repetía
Hay que seguir sembrando… siempre sembrando

NO, TODAVÍA NO




NO, TODAVÍA NO

Fue como entrar en otra dimensión, en una caída vertiginosa a un pozo oscuro. Mi cuerpo reaccionó como si hubiera recibido un golpe masivo. El corazón latió tan rápido que parecía a punto de romperse. Un dolor agudo en el pecho ante la incapacidad de respirar. Mis piernas temblaron y pensé que iba a caerme. Eso hubiera deseado, caerme, perder el conocimiento y después… simplemente despertar a mi vida de siempre.

Pero no caí, estaba parada frente a ese médico que sin piedad, sin consideración, sin ninguna sensibilidad humana me daba la noticia que nadie espera escuchar: que mi vida estaba acabada. Cada día sería peor al anterior, cada día me sentiría más agotada, cada día me volvería más incapaz de realizar las cosas más simples, cada día perdería las funciones más vitales. Y lo decía así, con la frialdad del hielo, como si hablara de un mueble inservible, viejo que hay que tirar a la basura.

Lo dijo con la soberbia de quién cree saberlo todo, de quién está acostumbrado a no ser cuestionado nunca en nada, de quién jamás se equivoca. En el tono de su voz no hubo ni siquiera un atisbo de compasión. No hay nada que hacer, no hay ningún remedio, reafirmó categóricamente. Sus palabras rebotaron en mi cabeza como un eco vibrante que aturdió todos mis sentidos. No hay nada que hacer, no hay remedio. Sus palabras me cimbraron en lo más profundo, me rompieron por dentro. Mis ojos parpadearon rápidamente en un intento desesperado de contener el llanto. Pero un dolor intenso me desgarraba hasta dejarme sin aliento. No pude evitarlo… de mis ojos brotó un río turbulento que ardía en mi rostro.

Respiré lenta y profundamente tratando de calmar el temblor de mi cuerpo, tratando de deshacer el nudo en mi garganta, tratando de controlar el mar que fluía de mis ojos. El médico seguía hablando, y lo que decía me era inconcebible. Dos frases habían llenado mi mente: No hay nada que hacer, no hay remedio. Dos frases que parecían circular por todo mi cuerpo, destruyéndolo. Entendía la lógica de su explicación, pero no me importaba. No necesitaba escucharla. Yo quería una solución, una posibilidad distinta, cualquiera, una esperanza.

Lo escuché como una autómata, obligándome a resistir, a estar de pie. Imprimió los resultados que tenía en su computadora, me mostró sus gráficas para reiterarme su resultado: No hay nada que hacer, no hay remedio. Gráficas que mostraban algo contundente, que daban la última estocada a mi corazón y a mi esperanza.

Tomé la carpeta, pagué la consulta. Las piernas me temblaban mientras me encaminaba a la salida. No quería mirar a nadie, ni que nadie me mirara a mí. Quería correr muy lejos, escapar de esas palabras. Pero las piernas se negaban a obedecer mis deseos, me temblaban. Las lágrimas que inundaban mis ojos, me impedían ver. Sentía mi corazón romperse y ese nudo enorme en la garganta no me dejaba respirar bien. Caminé tambaleante por la banqueta, asfixiándome. Caminé casi a ciegas, a punto de caerme, entonces decidí sentarme en el rellano de una puerta. Sentí el corazón a punto de estallarme. Y decidí que no, que no iba a derrumbarme.

Respiré profundamente, hasta que mi visión se hizo más clara, hasta que logré poner un dique a ese rio de llanto que luchaba por desbordarse. Obligué a mis piernas a ser fuertes, caminé sin prisa, tratando de calmar el dolor. Pero las palabras volvían, me incendiaban por dentro, una y otra vez. Volvían con esa fuerza demoledora, como olas feroces que arrastran todo a su   paso. Y el llanto amenazando otra vez con desbordarse.

Caminé a punto de diluirme, como una muñeca de ceniza, con el alma perdida, tratando de afianzarme a mí misma. Caminé con un sólo objetivo, llegar a casa, llegar a salvo, antes de perderme en mi propio llanto.

Subí al autobús con la mirada ausente, tratando de parecer normal, de no llamar la atención con mi llanto. Huir de las miradas curiosas. Deseando no encontrar a nadie conocido, a nadie que me interrogase. Me recargué en la ventana cerrando los ojos y de vez en cuando las lágrimas escapaban. Me urgía llegar a casa, tirarme en la cama, llorar lejos de las miradas curiosas. Un retorno demasiado lento para encontrar un lugar en donde refugiarme.

Después de una hora llegué a casa. Demasiado triste y agobiada para explicar nada. Repetir las mismas palabras que escuché era como confirmar mi propia sentencia de muerte. Necesitaba tiempo para recuperarme, para encontrar la fuerza que me permitiera hablar sin derrumbarme. Necesitaba calma para pensar, para encontrar una luz, por pequeña que fuera, una chispa, algo que pudiera mantenerme de pie. Pero eso era imposible en ese momento, dentro de mí ocurrían todos los maremotos del mundo al mismo tiempo.

Siguieron horas de llanto, de incredulidad, de desvelo, de tristeza. Las horas amargas en que la mente piensa una y otra vez lo que hasta hace poco era impensable: la muerte. Y después de eso, ¿qué sigue? No importa ya nada, es como si me hubiera muerto en el mismo momento en que escuché esas palabras. La más pesada oscuridad cayó sobre mí, me rompió en pedazos. Un sentimiento de derrota me aplastó el alma. Un dolor agudo de dejar lo que más amo. Una lucha desesperada, ¿contra quién? ¿Contra quién hay que luchar para conseguir más tiempo? No hay a quién recurrir. No hay nadie que me escuche. Sólo yo misma escucho mi propio llanto.

El dolor es demasiado agudo para desvanecerse. Empieza la cuenta regresiva. Cada día, es un día menos en mi cuenta por vivir. ¿Cómo puedo decirle a mi hijo que pronto no estaré con él? Es sólo un niño. ¿Cómo puedo hacerme a la idea que no veré crecer? No podré cuidarlo más. Nunca veré si será tal como lo he imaginado. No estaré para apoyarlo. No podré jamás celebrar sus triunfos. Este es el final que no imaginé nunca para mí. No quiero irme tan pronto, no ahora. No ahora que él es tan pequeño.

Sólo quiero abrazarlo y que ese abrazo dure hasta la eternidad, más allá de todo lo posible. Quiero darle en ese abrazo la fuerza para continuar, para vivir. Toda la fuerza que rápidamente se va de mi cuerpo. Sólo quiero que sienta que este amor lo cobije cuando yo… ya no esté.

LOS HIJOS DEL SOL




LOS HIJOS DEL SOL

En un lugar muy remoto, a miles de años luz de distancia. Más allá de todo lo que nuestros ojos pueden ver, existe una de las estrellas más enormes de nuestro universo, es quizás la más vieja de todas. La madre de todas las estrellas.  El lugar en donde se empezó a escribir la historia de la vida. Su brillo intenso puede apreciarse incluso desde otros  sistemas planetarios.  Aunque desde la lejanía parece una estrella como cualquier otra, no lo es. Porque el gas que compone su atmósfera es desconocido en nuestro planeta. Es un compuesto que se genera solamente a muy altas temperaturas y después de varios millones de años.


Desde los planetas en que es visible, toda la estrella parece estar siempre ardiendo, exactamente como el sol alrededor del que gira nuestro planeta. Pero su propia luz intensa capaz de iluminar varios planetas impide cualquier atisbo a su interior, que por cierto no es de fuego. Posee una corteza compacta y la temperatura no es tan distinta de la del planeta tierra.  Y tal como aquí, ahí también la vida fue posible desde hace miles de millones de años. Formas de vida que dieron origen a la vida en los demás sistemas planetarios, entre ellos, el nuestro. Ahí habitan aún los seres más antiguos e inteligentes del universo.



Estos seres son llamados los hijos del sol. Su cuerpo está compuesto de una materia que no es tan sólida como la nuestra. Las moléculas que conforman su estructura se mueven a una velocidad tal que la hacen menos densa, pero con la suficiente cohesión para mantener una forma definida y continua, y al mismo tiempo mutable en función de la temperatura a que se halle expuesto. Esto les permite viajar distancias imposibles para el hombre a velocidades jamás vistas por el ser humano.

La superficie de este sol ciertamente es más elevada que la de la tierra, pero ni remotamente se acerca a las altas temperaturas de la corona exterior. Una gruesa capa de un gas intermedio debajo de la atmósfera incendiada, actúa como aislante impidiendo que la temperatura  de la corteza se mezcle con la parte externa.  

A distancia pareciera que este sol está compuesto de un sólo gas que es el que continuamente desde hace millones se consume produciendo la luz y la elevada temperatura que llega a los planetas más cercanos que lo rodean. Pero lo cierto es que la corteza del sol está rodeada por un gas que le brinda una protección y estabilidad como no hay en otro planeta conocido. Ahí, surgieron las primeras formas de vida de todo el universo y aunque han pasado miles de millones de evolución, algunas de ellas han tenido muy pocos cambios.

Los seres que habitan éste lugar son capaces de moldear su apariencia física o su cuerpo con sorprendente facilidad y rapidez.  Por lo que, para ellos es de lo más simple tomar la forma de cualquier ser vivo, incluida la nuestra. Si bien en apariencia pueden llegar a ser iguales a nosotros, son muy diferentes en su funcionamiento interno y en su alimentación.  Ellos jamás consumen carne ni las proteínas que requiere el cuerpo humano. Los pocos alimentos terrestres de los que pueden alimentarse son las flores y algunos vegetales. Su organismo está adaptado para aprovechar directamente la energía solar. La luz les es tan indispensable que no pueden vivir sin ella, la requieren de la misma manera como los humanos necesitan el aire. Incluso en las noches que llegan a pasar en nuestro planeta necesitan de alguna fuente de luz mientras duermen.

Su tiempo de vida es mucho más largo que el nuestro. Son los viajeros continuos del universo, visitan los distintos planetas habitados, conocen todas las formas de vida de cada uno. Desde el origen mismo de la vida en la tierra, ellos la han estado visitando. La forma en que lo hacen, es y será todavía por mucho tiempo, un misterio.  Llegan, se mezclan e interactúa con el común de la gente, pasan completamente desapercibidos. Conocen al ser humano desde siempre, saben de su evolución, de sus grandes limitaciones y tratan de ayudarlo.  La misión de los hijos del sol en este planeta es principalmente de sanación. Para ellos es fácil relacionarse entre la gente, saben a quién dirigirse, su capacidad telepática les da ventaja para conocer planes y propósitos del hombre.

Durante su estancia, suelen establecerse con gente que se dedica a la curación a través de la transmisión de energía. Poseedores de técnicas y secretos milenarios son capaces de revertir enfermedades que los médicos consideran incurables. Lo hacen  por medio de vibraciones creadas por sonidos imperceptibles al oído humano. Vibraciones que equilibran el campo energético haciendo que todos los sistemas vitales del cuerpo humano vuelvan a funcionar eficientemente. 

Los hijos del sol pasan largas temporadas con nosotros. Pueden ir y venir a su planeta en fracciones de segundos y cuando les llega el tiempo de irse para siempre, simplemente desaparecen, como si la nada se los hubiera tragado. Mientras viven entre humanos no procrean familia, se mueven de una ciudad a otra con cierta frecuencia, nunca permanecen en un sitio por más de cinco años. En todos los lugares a los que llegan se presentan como si fueran originarios de otro país, para que a la gente que los conoce no le parezca extraño que sean diferentes a los demás.

La estatura normal en su planeta es de tres metros, no requieren comunicarse a través del lenguaje hablado entre ellos. Pueden acceder al conocimiento directo de las cosas, por lo que no requieren de años de aprendizaje escolarizado como los humanos, ni de complicadas explicaciones racionales. Millones de años antes de que los humanos existieran, alguna vez fueron los únicos habitantes de nuestro planeta por un muy largo tiempo. Desde entonces les gusta visitarlo con cierta frecuencia. Ellos van y vienen sin problema, en silencio sin dejar huella.
  



LOS ILUSIONISTAS





LOS ILUSIONISTAS

La magia puede ser el arte de engañar a alguien. De hacerle creer que ve algo que en realidad no existe. Pero lo que en un inicio parece ser un simple acto de entretenimiento creado por magos expertos, rebasa las fronteras de la realidad, cuando se descubre que el ficticio robo de un banco, es más que sólo un show.

¿Para qué un grupo de magos se esfuerza en preparar un acto que en lugar de beneficiarlos parece ponerlos en riesgo de ir a la cárcel?

Algunos actos de magia requieren de muchos años para prepararse. Actos increíblemente asombrosos cuya explicación es incomprensible desde el mundo de la lógica y la razón. ¿Cómo hizo este grupo de magos para burlar la seguridad de un banco ubicado a miles de kilómetros de distancia?

Es precisamente el pensamiento racional y lógico de todo el equipo de policías el principal obstáculo en su desesperado intento por atrapar a los expertos del arte del engaño.

Pero, ¿quién está detrás de este grupo de magos, y qué pretende? A veces, las cosas y las personas no son lo que aparentan. La historia de la humanidad está llena de secretos que sólo serán revelados a unos cuantos.

La capacidad de  crear lo inesperado requiere de inteligencia, de pensar lo que para otros es impensable, de ir más allá de lo obvio. De principio a fin, esta película nos reta a descubrir los trucos. Nos mantiene en suspenso y nos dejará, simplemente asombrados.