lunes, 31 de octubre de 2016

ELENA



ELENA


Ella es originaria de uno de los estados más pobres de la república. Tiene seis hermanos. Es la mayor de las mujeres, dos hermanos varones le anteceden. Su madre es una mujer dedicada principalmente a sus hijos, que elabora pequeñas y curiosas artesanías que vende en el mercado local, para colaborar en el sustento familiar. Cuando hay oportunidad trabaja en alguna casa realizando trabajo doméstico.  Pero los salarios tan bajos que percibían ella y su esposo campesino, eran insuficientes para mantener a una familia tan numerosa.

El padre de Elena emigró a los E. U. cinco años atrás, llevando con él al mayor de sus hijos. Desde entonces se ha ido llevando a sus hijos apenas cumplen quince años, ahora le llegó el turno a su hija. Ella se va con un tío y el mayor de sus hermanos que había venido a su casa de visita. Cruzan la frontera  por el cerro, caminando a través del desierto. A lo largo del recorrido, continuamente puede ver algunos restos de esqueletos humanos, personas que nunca llegaron a su destino. La travesía no es fácil, caminan toda la noche sin descanso, aprovechando la oscuridad para evitar ser descubiertos por la guardia fronteriza.  

Son aproximadamente veinte los inmigrantes que componen el grupo. Y a pesar de todo lo que han caminado, cuando el día llega, aún están en el desierto, el calor es intenso. Ese camino ha sido recorrido por millones de personas que ingresan al país buscando una posibilidad de mejorar sus propias vidas y la de sus familias. Testigo de ello son los restos de huesos humanos diseminados por el campo,  de aquéllos que por distintas razones no alcanzaron su objetivo. Prueba de ello son también las botellas de agua debajo de los arbustos, que han dejado quienes les anteceden en el recorrido en un gesto de solidaridad y humanismo.  Botellas de agua que les sobran a los que llegan al final y que dejan de manera visible, pues saben que con ello pueden salvar la vida de personas que se extravían en medio de su huida de la guardia fronteriza.

A pesar del duro recorrido Elena no se rinde. Otras personas, al no resistir más, se entregan a las autoridades que constantemente patrullan la ruta en su intento de atrapar  a las personas que cruzan la frontera de manera ilegal. Por fin, salen del desierto,  llegan a un camino en donde una  camioneta los aguarda para  trasladarlos a una casa en donde son alojados, ahí tienen que esperar hasta que les avisen que pueden continuar. Una mujer les lleva comida y agua, por su apariencia y forma de hablar puede notarse que es mexicana. Discretamente se acerca  a Elena y le dice que no se aparte del grupo, que no deje que se la lleven a ningún lado.

Poco después llega un hombre, que les da instrucciones, y le dice a Elena que la va a llevar a otra habitación, con otras mujeres para que esté más cómoda, y pueda bañarse,  puesto que es la única mujer en ese grupo. Elena se niega a irse  a ningún lado, responde que ella va a quedarse donde esté su tío y su hermano. El hombre insiste, pero ella se niega rotundamente, finalmente la dejan quedarse. Tiempo después Elena se entera que de esa forma se llevan a muchas mujeres para abusar de ellas o meterlas en redes de prostitución, si es que van solas.

Por la tarde continúan su recorrido, y en el camino muchos de los inmigrantes se van quedando con familiares y amigos en las distintas ciudades. Algunos,  aunque muy pocos, ya tienen un lugar de trabajo. Entre los que se quedan,  está su hermano, quien trabaja en unos campos de cultivo. Es un lugar en donde sólo hay hombres por lo que Elena no puede quedarse con él. El destino de ella es Pensilvania, el lugar en donde trabaja su padre en una granja. Ella sigue al lado de su tío hasta donde es posible, pues llega el momento en que él también se queda en una ciudad.  Conforme avanzan hacia el norte,  el grupo se reduce, hasta que finalmente sólo queda ella y el hombre que la llevará  con su padre. Alertada por el comentario de la mujer que les llevó comida, no tiene confianza en el “coyote” (traficante de personas) que la acompaña, pero no tiene ninguna otra opción.

Elena tiene miedo de que ahora que está sola, éste hombre la lleve a otro lugar, pues sabe que está completamente indefensa ante él. Ella está en un país extraño, con un idioma distinto al suyo, pero no es una chica que se deje amedrentar fácilmente.  Todo el tiempo se mantiene alerta, cuando se detienen a cargar gasolina, y a comprar algo para comer , ella compra café y lo bebe constantemente para no dormirse. Mira muy atenta los lugares por donde avanzan y pone mucho cuidado en los letreros que indican hacia donde van las carreteras.  En una de las tiendas compra un mapa del estado, en donde estan detalladas las autopistas, lo revisa con mucho detenimiento para saber por dónde tiene que ser su recorrido. En un momento dado,  se da cuenta que el hombre la lleva por un camino que no es el indicado. Exige al “coyote” que se regresen y que tomen la ruta correcta, él dice que es un atajo, pero ella no le cree e insiste en que se regresen, amenazando con bajarse de la camioneta aunque esté en movimiento. Ante su determinación e insistencia el hombre regresa y retoma el camino.

Ella esta muy agotada, pues desde que cruzaron la frontera no se ha dormido,  tiene más de treinta y seis horas despierta. Pero no está dispuesta a dejarse vencer por el sueño, aún  cuando el hombre se detiene para dormir un rato dentro de la camioneta, ella sigue despierta tomando café. Siguen avanzando y entonces se da cuenta que está toda mojada, y ha manchado el asiento de la camioneta,  de manera inesperada le ha venido su periodo menstrual. Ella no sabe que hacer, el hombre le dice que no se preocupe, que mandará lavar la camioneta y en la primera tienda, le compra ropa y compresas sanitarias. En uno de los baños públicos se detienen para que ella pueda  tomar un baño y cambiarse.

Después de muchas horas de camino llegan al lugar donde se encuentra su padre. Él vive en un departamento que comparte con un compañero de trabajo. Apenas el “coyote” baja de la camioneta, lo toman por sorpresa y lo meten dentro de la casa. El padre de Elena no es ignorante de todas las  cosas a las que se expone una mujer al entrar de manera ilegal a ese país. Y aunque el acuerdo fue que no pagaría un centavo hasta que le entregaran a su hija, bien sabe que podían haber abusado de ella.

Dentro del departamento, los dos hombres  inmovilizan al “coyote” , en tanto el señor pregunta a su hija, si aquél tipo le ha hecho algún daño, porque si es así, en ese momento se hará justicia por su propia mano. Le dice que no le importa que lo metan a la cárcel o que le pase cualquier cosa, él cobrará esa deuda. Elena sabe que su padre habla con la verdad, y que cumplirá su palabra. La gente de los poblados de la sierra en México tienen un dicho al respecto: “el mal debe cortarse de raíz”. Ese tipo de deudas se sanjan a machetazos, pues el sistema de justicia, muchas veces deja impunes esta clase de delitos. Por lo que, en algunas comunidades, los indígenas se hacen  justicia por su propia mano.

Sin dudar, Elena confirma que el hombre no le ha hecho ningún daño, aunque no le dice que trató de apartarla del grupo y de llevarla por otro camino. Dicho esto, el padre libera al tipo y le paga lo acordado por llevarle a su hija. Reiterándole que cualquier daño sobre su hija no viviría para contarlo.

Elena se queda a trabajar en la casa de los patrones por algún tiempo, pero como al año y medio de haber llegado, comienza a enfermar. Ellos viven en el campo, muy alejados de cualquier ciudad para ir a un médico. Por un tiempo ella resiste  con algunos calmantes, pues en verdad ha venido dispuesta a trabajar y ahorrar lo suficiente para ayudar a su familia.  Sabe lo peligroso y  costoso que le ha sido llegar hasta ahí, pero no tiene acceso a atención médica y su condición empeora cada día.

En ese lugar trabaja a un joven que también es mexicano y de su misma edad, pronto se enamoran y viven en unión libre, pues ahí no tiene manera de casarse. El padre esta de acuerdo pues conoce a ese joven desde que llegó a ese lugar y es una persona responsable y honesta. Pero la salud de Elena no mejora, al contrario, cada vez se siente peor y se ve muy pálida y demacrada. Por lo que, finalmente deciden que tiene que regresar a México para atenderse y recuperar su salud. Pues aunque no ha recuperado la inversión  que  su padre hizo para llevarla ahí, es más importante su vida, que cualquier otra cosa.

Debido a la condición de su salud se regresa a México, pero no con su familia que vive en la sierra, sino con la de su pareja. La familia de él habita en un pueblo muy cercano a una gran ciudad y con acceso a médicos y hospitales donde ella pueda ser atendida rápida y eficientemente. Si bien el servicio de hospitales públicos está saturado y es muy lento. Hay una gran oferta de servicio privado, y después de todo, ella cuenta con el apoyo económico de su pareja, lo que hace posible que ella pueda tener acceso a ese tipo de servicio.

Así, Elena llega a una familia totalmente desconocida para ella. Los padres de su pareja, al tanto de la situación, la esperan en el aeropuerto y la llevan a su casa. Tan pronto como es posible la llevan al médico y después de un tratamiento,  ella se recupera completamente. Para ella es difícil estar con esta familia, aunque sea la familia de su pareja, pero sabe que esa es su mejor opción. Cada seis o siete meses su pareja vuelve a México.  Él como la mayoría de los hombres de su pueblo va a Estados Unidos a trabajar por contratos, por lo que su estancia allá es legal. En cuanto él vuelve,  ellos se casan por las leyes civiles. Al poco tiempo forman una familia, y van construyendo poco a poco su casa.

Elena ahora esta en la casa que ha construido con su esposo y a cargo de sus dos hijos. Ella sigue trabajando en lo que encuentra para ayudar a la economía familiar, pues ella proviene de una familia muy trabajadora. No tiene un trabajo fijo, pero ella sigue luchando por su familia. El esposo  va y viene de Estados Unidos por temporadas.  Esta es la forma de vida en que muchas familias mexicanas logran salir adelante y dar una vida modesta, pero con lo necesario para los hijos.  

  

¿DÓNDE ESTÁN?



¿DÓNDE ESTÁN?


El día es caluroso con un cielo azul claro. Un cielo que ha sido lavado por las copiosas lluvias de temporal. Las nubes blancas como el algodón se miran sobre nosotros. En un pequeño pueblo, varias personas se han reunido en el atrio de la iglesia para recibir una delegación de Ayotzinapa. Sí, familiares y compañeros de los estudiantes muertos y desaparecidos desde el 26 de septiembre de 2014. La mayoría de los presentes son nativos de este lugar, pero otros vienen de fuera. Entre ellos, miembros de organizaciones no gubernamentales, organizaciones de pueblos indígenas, reporteros y gente que viene a mostrar su solidaridad con esta delegación. Algunos de ellos, portan las camisetas solidarias alusivas al tema de Ayotzinapa, otros llevan una camiseta de su organización o trabajo, que los identifica.

Fuera de la iglesia se instalaron bancas y sillas. Una mesa está al frente con un jarrón de flores al lado. Alrededor de ella, se colgaron las fotografías de los estudiantes desaparecidos, de los que murieron, y de los que están muy gravemente heridos. En  la calzada principal que lleva a la entrada del edificio se colocó una manta de bienvenida, con una leyenda que se ha hecho famosa: “Nos enterraron, sin saber que éramos semilla”, va acompañada de un dibujo de un árbol en cuyas raíces se distingue una figura humana encogida.

Se esperaba la llegada de la delegación a las doce del día, pero diez minutos después de la hora, se recibe un mensaje de que vienen un poco retrasados. La gente aguarda, salen a la calle para esperarlos por la avenida principal. En el kiosko de la iglesia se encuentran lista la comida que ha de compartirse con ellos. Todo ha sido donado voluntariamente por la misma gente del pueblo.

Después de veinte minutos, se dice que ya vienen llegando. Pronto aparecen varios coches y camionetas, de uno de ellos, bajan los delegados de Ayotzinapa.  Se trata de la señora Berta Nava, su esposo Tomás , ambos padres de uno de los estudiantes muertos a balazos en aquélla noche del día 26. Y está con ellos, un estudiante de la normal, su nombre es Erick, un joven de 19 años.

Apenas bajan de una camioneta son recibidos por una de las señoras mayor edad en el pueblo. Les pasa un sahumerio con copal alrededor del cuerpo, en tanto, les  dice algunas palabras de bienvenida y de consuelo. Ellos agradecen la bienvenida. Saludan a todos en voz alta, mientras los flashazos de las cámaras no se hacen esperar. Se les indica que caminen hacia la iglesia en donde se les dará la bienvenida formalmente.

Avanzan a paso normal, en tanto toda la gente va al lado  y detrás de ellos. Por supuesto, alguien entre la gente grita la consigna: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!  Llegan a la entrada principal del atrio, a lo largo de la calzada se han encendido veladoras y varios niños les esperan formando una vaya. Ellos siguen avanzando entre gritos de consignas, hasta llegar a la mesa en donde se han instalado los micrófonos.

En ese momento toma la palabra una joven estudiante de la localidad, quien con palabras de solidaridad reitera su apoyo a esta delegación y a los estudiantes de Ayotzinapa, señalando lo lamentable que es que los estudiantes sean masacrados no sólo en este país sino en otros lugares del mundo. Otra persona  también dirige unas palabras, reseñando brevemente la historia de esa localidad  y señalando que ahí también se ha luchado valientemente y ha habido momentos críticos, por lo que apoyan su lucha contra esta injusticia y abuso de poder del gobierno.

Enseguida se les cede el micrófono a la delegación para que compartan su testimonio. Toma la palabra la señora Berta señalando que si ellos vienen a compartir su testimonio personalmente, es para que la gente sepa,  lo que el gobierno quiere ocultar. Porque para ellos, dice, ya no hay nada que hablar, quieren dar carpetazo al asunto, que la gente olvide, para seguir cometiendo actos ilícitos impunemente.  Pero desde que los estudiantes desaparecieron y hasta la fecha, los padres y los estudiantes han estado exigiendo que se les diga dónde están los muchachos. Los padres piden al gobierno respuestas, en base a sus derechos que, reiteran una y otra vez, han sido pisoteados.

El gobierno, les han dado versiones de los hechos que no pueden sustentarse con pruebas. Les han dicho que los estudiantes han sido masacrados, que los subieron a unas camionetas para llevarlos a un determinado lugar y que muchos de ellos no aguantaron, que no llegaron vivos.



En otra versión, les dicen que los llevaron a un risco y que ahí les dieron un balazo. Pero ellos mismos  se contradicen, y los padres piensan.  ¿Para qué gastar balas en alguien que ya está muerto? Y si los aventaron del risco, tampoco hay pruebas de ello, no hay evidencias de su piel, de su ropa, de todas las cosas que llevaban. Todas las versiones que se han dado, es sólo un  teatro montado para no decir la verdad. Por eso los padres siguen luchando y lo seguirán haciendo.

Como padres de los estudiantes desaparecidos, describen su situación como estar muertos en vida. Siempre en zozobra, preguntándose ¿cómo se puede vivir sin saber qué ha pasado con sus hijos? Y no hay justicia para ellos. ¿por qué? Por el hecho de haber nacido en un petate o en un cartón. ¿Es por eso que no tienen derechos? Declara doña Berta, sin que pueda evitar derramar lágrimas de indignación, de impotencia, de dolor.

Mira a los niños y a los jóvenes presentes, y señala que su hijo no era distinto, habla de los deseos que tenía de estudiar, de tener una profesión y una vida mejor, de los sueños que ya no podrá alcanzar. Un joven sano de nobles ideales, que no estaba involucrado en el crimen ni las drogas.  Él y sus compañeros sólo trataban de ser mejores personas. Su hijo soñaba con tener una profesión, para desempeñar un trabajo honesto, para ahorrar dinero y poder comprar un pedazo de tierra en donde pudiera construir su casa, para tener un lugar propio, un lugar de donde nadie pudiera correrlo.

Escuchamos también el testimonio de don Tomás, su sentir no es diferente, ni su dolor es menos que él de su esposa. Aunque a él las palabras no le brotan con la misma facilidad. Ellos dos, junto con otros padres y estudiantes normalistas han formado delegaciones que se presentan constantemente en distintas localidades de la república y aún fuera del país. Su propósito es ofrecer directamente su testimonio sobre los hechos ocurridos. Han recibido el apoyo de asociaciones no gubernamentales y de la misma población en los distintos lugares en que se presentan.

Y después escuchamos al joven estudiante de segundo grado de la escuela normal. Tiene tan sólo 19 años, en su rostro hay todavía muchos rasgos infantiles. Un joven delgado y con una mirada llena de determinación. Nos relata cómo se enteraron él y los alumnos de la escuela normal del ataque perpetrado a sus otros compañeros de primer grado. A él, dice, no le tocaba ir porque ya está en segundo grado y tiene responsabilidades diferentes.  Sólo al primer grado le tocaba salir a botear para reunir el dinero y conseguir los autobuses para ir a la marcha conmemorativa en la ciudad de México por la masacre de los estudiantes del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.

Este joven se ha presentado también en distintas localidades. Él como todos los  estudiantes de la escuela normal, es de una familia de bajos recursos. Esa escuela es su única opción para alcanzar un futuro mejor. Desde niño ha tenido que trabajar para ayudar con la economía familiar. Su juventud y su complexión delgada, podrían hacer pensar en una persona frágil, pero en cuanto comienza a hablar, en sus palabras hay una rotunda determinación a seguir luchando por saber la verdad sobre sus compañeros. A pesar de lo que le hicieron a sus compañeros, él no tiene miedo, y reitera su convicción de apoyar a sus compañeros,  ahora como antes de lo ocurrido en iguala.

Relata un poco la forma en que se organizan los estudiantes de la escuela normal. Ellos son educados en el compañerismo. Les enseñan a preocuparse por los demás, no sólo por sí mismos. Para ellos la represión del gobierno no se estudia en los libros de historia, ni se lee en los periódicos, es una realidad con la que se encuentran con demasiada frecuencia como miembros de la escuela y de las comunidades,   en las que el gobierno les quiere expropiar (o arrebatar) sus tierras. Ellos lo saben por su propia experiencia histórica, siempre han tenido que defenderse del gobierno. Por  lo que parte de sus enseñanzas, es que cuando un compañero desaparece, deben buscarlo hasta encontrarlo.

Hoy, a poco más de dos años del tiroteo de iguala contra los estudiantes, y en el que 43 de ellos fueran desaparecidos, la situación no ha cambiado mucho. El gobierno quiere imponer a toda costa su verdad histórica, aún y cuando tal verdad, es insostenible. Si bien la ONU ha hecho presencia, esto tampoco ha implicado ningún avance en el esclarecimiento de los hechos. Los dos jóvenes que resultaron heridos aún no se recuperan, uno de ellos él más grave, Aldo aún se encuentra hospitalizado y su recuperación que parecía imposible, hoy ha tenido progresos. Cuando le hablan, él parece escuchar lo que le dicen, y tiene algunos movimientos, por lo que, la esperanza de su mejoría crece.

Para la familia de Aldo, sin embargo, todo este proceso ha sido díficil y costoso. Pues aunque el gobierno presume de que le dan ayuda económica,  en realidad no ha sido así. Los gastos de todo su tratamiento han sido costeados por la familia,  que ha podido hacerlo con la generosa ayuda de muchas personas que los apoyan constantemente. Tal es el caso de Doña Bertha Nava, que el día del cumpleaños de su hijo masacrado, quien tenía que haber cumplido veinticinco años, organizó un evento para recabar dinero. Ocho mil pesos fue lo que obtuvo y que entregó a la  familia, quienes tienen que comprar un medicamento que les cuesta tres mil pesos y además, tienen que trasladarse continuamente de Oaxaca que es donde viven, a la ciudad de  México que es donde se encuentra hospitalizado Aldo.

Edgar, otro de los chicos que sobrevivieron aquella noche del 26 de septiembre, también ha hecho lo posible por retomar su vida. Con gran orgullo para su familia  y compañeros, acaba de graduarse de la Escuela Normal, a pesar de que su recuperación todavía está en proceso, pues recientemente también le hicieron una cirugía de la boca. Al igual que la familia de Aldo, no ha recibido tampoco ninguna ayuda por parte del gobierno.

La lucha por los jóvenes desaparecidos continúa, a pesar de que todo el proceso está estancado, y el gobierno se mantiene en la misma postura de sostener su verdad histórica. El reclamo es también por los jóvenes que fueron heridos y a quienes el gobierno no les ha hecho justicia, pues no hay  nadie a quien se le haya responsabilizado por las condiciones en que se encuentran,   ni que pague por los costosos tratamientos que necesitan. Hoy ellos requieren que su voz se escuche y requieren también de la ayuda económica de quienes puedan y quieran apoyarlos.


Las distintas delegaciones, siguen haciendo recorridos por todos los lugares que es posible, y en todos lados la población se solidariza con ellos. La experiencia de los padres, no es ajena al país, en el que se cuentan más de veintiocho mil desaparecidos. ¿Dónde están? Esa es la pregunta que los familiares, esperan les sea respondida. Hoy en la víspera de día de muertos, ellos siguen muriendo de angustia, de zozobra, viviendo a medias.  Sin su presencia, sin sus cuerpos, sólo les quedan las fotos, los recuerdos, la añoranza de lo que ya no podrán ser sus hijos.