viernes, 28 de febrero de 2014

CORDURA O LOCURA


CORDURA O LOCURA


LA CONFERENCIA


Todos los alumnos están sentados en donde han podido encontrar un lugar. La conferencia del maestro en literatura se retrasó por motivos personales un día. Así que el salón que anteriormente había sido designado para el evento no estuvo disponible al siguiente día. Muy amablemente el maestro preguntó a su público si estaban dispuestos a escucharlo en el único espacio posible: el jardín. Todos dijeron que sí, de por medio iba su calificación. Debían hacer un trabajo sobre la conferencia.

Un lugar muy amplio. Eran las nueve de la mañana cuando inició. La mayoría se sentó sobre el pasto enfrente del maestro. El clima era agradable. Pero de súbito las nubes despejaron el cielo. Un sol abrasador,  tomó posesión como el asistente más allegado. En pocos minutos todos sintieron los efectos. Algunos pudieron colocarse bajo la sombra de un árbol, pero no había suficiente cobijo para todos.

Era temporada de lluvia, Sofía sacó de su bolsa un paraguas, los estudiantes la miraron son extrañeza. Era la única que tenía uno para protegerse. El maestro hablaba sobre el tema de la normalidad. Tomó el ejemplo, dijo: lo normal es lo que hace la mayoría. En este momento la mayoría está asándose, bajo el sol. Bajo este argumento podíamos decir que esto es lo normal,  y que la única persona que se cubre del sol con un paraguas, por estar fuera de la norma, está loca, desadaptada, o fuera de lugar.

 


LUCRECIA


Lucrecia camina por el pueblo durante los días calurosos con un sombrero sobre su cabeza y lentes obscuros. Ella nació y creció ahí, sabe que su forma de vestir confronta a los demás pobladores. El sombrero y lentes son propios sólo de los turistas. Cuando ella pasa, las miradas y sonrisas burlonas la siguen, a  ella no le importa. Hace mucho que aprendió a ignorar los comentarios que no conducen a ningún lado. No necesita la aprobación de nadie, así que sale a la calle como le place, la gente la juzga, la llaman presumida, pero lo único que ella hace es protegerse del sol.

Lucrecia encuentra a su tía en la calle, se saludan. La señora va de casa en casa, vendiendo tamales, el sudor le escurre por la cara, su piel esta requemada, dice a su sobrina que se ve muy fresca, ella le dice que sí, que está muy a gusto con su sombrero y a su vez, le pregunta por qué ella  no usa uno para cubrirse del sol mientras vende. La tía responde que le da pena, que le preocupa lo que digan de ella, que van a decir que es gringa.

Lucrecia sonríe ante la respuesta y le dice: bueno, pues entonces siga vendiendo así.


VANESSA


Vanessa tiene doce años, desde muy pequeña cuando aún no sabía hablar, le gustaban las zapatillas con adornos y muy altas, el maquillaje y el cabello pintado.  Frente al televisor mirando un video de una popular cantante de música pop, bailaba todas las mañanas imitando sus movimientos y vistiéndose con la ropa de su madre.

De pronto se pusieron de moda unos zapatos de plástico y tela con flores, muy angostos y con la punta levantada. En realidad son muy incómodos para caminar, pero ella de todos modos los usa. A Vanessa le gusta siempre vestir a la moda. Al final del día tiene los pies ampollados y doloridos. Se pone un poco de aceite y se los masajea al tiempo que dice: sólo hay una cosa peor que el dolor…perder el glamour.



ARIADNA




Ariadna es una joven delgada y un poco alta en relación al promedio de las chicas de su pueblo. Pero en la ciudad su estatura no sobresale. Siempre ha querido ser diferente, destacar, brillar como una estrella. No quiere ser como las demás pueblerinas.

Se compra zapatillas muy altas y cada que va al pueblo, es un reto a su equilibrio transitar por las calles empedradas, disparejas, llenas de hoyos y polvo. Se contonea tanto que su andar pareciera el de una mujer borracha.

Siempre a la moda con ropa muy entallada para lucir su cuerpo. Pero en su cintura se nota ya, las primeras “llantas” por tanta comida chatarra y refrescos.

Su maquillaje exagerado la hace ver grotesca y su cabello rubio con raíces muy negras sólo la hace ver  más morena de lo que en realidad, es.  Se decolora las cejas, pero sus ojos y pestañas tan negros no pueden ocultarse ni con los pupilentes verdes.

Algunos la miran compasivamente, otros ríen a sus espaldas cuando comprenden que vive cada segundo de su vida, tratando de ser lo que no es. Como prisionera de un disfraz, que solamente ella no es capaz de notar.



LALITO



Dicen que es el loco del pueblo, siempre viste playera de algodón, pantalón corto a la rodilla y una cinta atada a su cabeza de la misma tela del pantalón que deliberadamente rompe hasta hacerlo del tamaño que le agrada.

Por las mañanas suele ir a caminar al cerro, desde ahí ve los amaneceres de cada día. Los contempla tranquilamente, sentado sobre el suelo, pero su mirada se ve más lejana que el horizonte. Callado, apoyando el cuerpo sobre su brazo izquierdo, mientras con el otro brazo abraza su rodilla derecha doblada a la altura de su pecho. La cabeza ligeramente inclinada a la izquierda en actitud contemplativa. Así puede pasar mucho tiempo.

Después de una hora y media regresa al pueblo, no tiene prisa. Llega y se sienta a la entrada de alguna tienda. La gente lo conoce desde hace años, siempre hay alguien que al ir de compras le ofrezca algo de la tienda, él acepta y da las gracias. Espera pacientemente una hora, dos, tres, lo que sea necesario.

A veces espera mucho tiempo y cuando el hambre lo apremia, suele decir a quien atine a pasar por ahí: “acompletame para unas papas”. Cuando le preguntan cuánto necesita, él responde: “todo”. Toda la gente del pueblo sabe que cuando Lalito se sienta en frente de algún lugar en donde se vende comida, es porque quiere comer y es común que cualquier persona le compre sus tacos, su agua o lo que sea que se venda, una vez que come se va del lugar.

Lalito esta siempre en alguna calle del pueblo sentado, viendo pasar a la gente. Los niños le suelen preguntar cosas sobre sus tareas, les divierte preguntarle las tablas de multiplicar, que él responde siempre correctamente. Dicen que de joven era muy  brillante, un excelente estudiante.   

Las personas acostumbran saludarlo por su nombre, él responde con el nombre de la persona, o con el de algún familiar cercano o bien con uno distinto. Por ejemplo a algún niño pequeño puede llamarle como a su abuelo o tío, parece que usa el nombre de la persona con quien le encuentra más parecido. A una señora llamada Juana siempre le dice Inés y cuando ella le preguntó por qué le llamaba así, el respondió que por Sor Juana Inés de la Cruz.

Lalito es una persona pacífica que le gusta caminar por el campo, subir a las montañas y que jamás agrede a nadie, por lo cual es bien aceptado por todos. A veces coincide con otras personas que también gustan de las caminatas, entonces se mantiene a una distancia prudente, si son mujeres generalmente va adelante y si ve que se retrasan se detiene a esperarlas, una vez que llegan al pueblo a salvo, él toma su camino.

En algunas ocasiones la gente suele emplearlo en algún pequeño trabajo, le dan comida y dinero. Aún en las fiestas siempre es bien recibido, se sienta en las mesas como cualquier otro invitado. Después de comer a veces se queda un rato mirando a la gente divertirse o escuchando la música.

Así es su vida desde hace más de 30 años, con caminatas por el pueblo y el cerro. No tiene ninguna preocupación ni prisa de nada. Tranquilamente espera cada día. Sin miedo, sin angustias, sin envidias, sin frustraciones. Tiene siempre todo lo que necesita.

ADELINA


ADELINA


Adelina es la tercera hija de una familia de cinco hermanos. Antes de ella tiene dos hermanas, le sigue otra y por último un hermano. Viven en un pueblo en el que su padre se dedica a la agricultura y su madre doña Licha ha sido ama de casa desde que se casó. Una mujer sumisa, temerosa, incapaz de levantar la voz ni la mirada ante nadie, menos ante un hombre, ni siquiera ante su hijo  

Don Julián es un hombre que piensa que las mujeres no tienen derecho a opinar nada menos aún a tomar alguna decisión, ni siquiera sobre sus propias  vidas. Exige su derecho a ser atendido de inmediato por su esposa e hijas. Nada en su casa se hace sin su consentimiento y cualquier desacato, por pequeño que sea, es severamente castigado. Adelina y sus hermanas mayores le tienen mucho miedo, saben que si no es obedecido puede castigar no sólo a una sino a todas.

En cuanto don Julián llega del trabajo, ellas tiemblan de miedo apenas oyen su voz. Su llegada a la casa no se acompaña de un saludo, sino de palabras altisonantes: “¿dónde están pinches viejas güevonas?”.  Guarda su caballo y sus aperos de labranza. Mira a sus hijas y si falta alguna de ellas de inmediato pregunta a dónde está. Su esposa responde con voz apenas audible y con la mirada hacia abajo. Ella ha sido golpeada por su esposo incontables veces aún sin motivo, sólo porque don Julián esta borracho, o por defender a sus hijas.

Adelina tiembla ante su padre y obedece de inmediato todas sus órdenes, pero ni así se ha salvado de su furia cuando por alguna situación inesperada se le hace tarde para llegar a casa después de salir de la escuela. Entonces no hay explicación que valga. Para don Julián existe sólo su voluntad que debe ser obedecida en todos los casos.

Pero a diferencia de sus hermanas mayores, Leticia la más pequeña no se doblega con golpes. Ella no tiene miedo, el dolor simplemente no le importa. No sólo es desobediente, sino también desafiante. La única que le contesta a su padre y lo mira a los ojos retadoramente. Leticia llega tarde todas las veces que quiere aunque sabe lo que le espera. Una golpiza con el cinturón de cuero de su padre, a veces incluso con la hebilla metálica,  a pesar de ello de sus ojos no sale una sola lágrima. Tiene la espalda marcada por todas las veces que ha sido castigada.

Julián es el único hombre de la familia. A pesar de ser el menor de todos es a quien su padre  concede derechos sobre sus hermanas por el único motivo de ser hombre. El derecho a mandarlas y a ser atendido por ellas. Pero desde los diez años, su padre decidió que era el momento de enseñarle a mandar a las mujeres, a dominarlas por completo y empezó a ordenarle que las golpeara cuando no obedecieran. Que las golpeara sin piedad, tan fuerte como sus fuerzas se lo permitieran, so amenaza de golpearlo a él si no lo hacía bien. Julián no tuvo reparo en hacerlo, disfruta y se ufana de lo que cree es su derecho natural. A la que más ha golpeado es a Leticia

Por la tarde don Julián se va a la calle, en una esquina junto con otros hombres juega a la baraja, apuesta dinero y con frecuencia pierde. Se va a tomar cerveza con sus amigos y los fines de semana se pone borracho en alguna fiesta. Su vicio no le resta ninguna autoridad. Al llegar a su casa se tira en la cama mientras su esposa o hijas le quitan las botas y el sombrero y lo cubren para que duerma. En cuanto despierta exige a gritos su café y sus chilaquiles.

Adelina está harta de su situación. No quiere volver a sentir miedo, escenas como las de su casa las ha visto con frecuencia en las casas de sus tíos. Está convencida de que todas las familias son así, y de que todos los hombres son violentos.  No quiere verse algún día en la misma situación de su madre a quien no sabe si compadecer a reprochar por tanta sumisión. No sueña con casarse y tener una familia. Sólo quiere irse lejos, lo más lejos posible de los hombres. Irse lejos de su casa y de sus padres, pero no tiene demasiadas opciones. La decisión de su padre de permitirle estudiar sólo para terminar la escuela secundaria no habrá quien la cuestione. Para él una mujer no necesita estudios, su destino es el cuidado del hogar y los hijos. Adelina lo sabe, en su interior un deseo de rebelarse crece. Sólo el tiempo dirá si encontrará dentro de sí la fuerza y la manera de escapar del muro que su padre le pone.

LA ROSA BLANCA


LA ROSA BLANCA



He leído este libro varias veces, como muchos de mis libros favoritos. Este es uno de los autores que más me gustan, por su estilo sencillo, directo y  claro, porque puede pintar con palabras las imágenes de las que habla con gran exactitud. Bruno Traven, recurro a él cuando necesito despejar mi mente y relajarme, olvidarme de las complicaciones de la vida y recuperar el camino que me lleva sólo a mí.


Además sus textos son todos tan recientes, como si hubieran sido escritos, hoy mismo. Hablan de las cosas que veo casi a diario en mi país, mi gobierno, mi pueblo. Su mirada observadora muestra con gran detalle formas de vida y de pensamiento vigentes. Comparto un fragmento:


“Los hombres y las mujeres civilizados, todos esos tan orgullosos de su alta cultura y avanzadas ideas, gozan de los complicados aparatos de estos días, gozan de las complicadas máquinas que parecen tener cerebro humano y se creen felices porque poseen una radio de onda corta, un aparato de televisión o aviones gigantescos en los que pueden viajar con la comodidad y lujo de un hotel de primera clase y llegar de New York a Londres en veinticuatro horas. Nosotros admiramos y gozamos de los hermosos y maravillosos productos de estos tiempos, porque hemos perdido nuestra verdadera patria. La pérdida de nuestra patria nos deja tan lisiados que podemos soportarla nada más porque nuestra mente se ha vuelto tan perezosa que no le es dado reconocer su magnitud. Para poder olvidar nos intoxicamos, tratamos de borrar nuestras penas, nuestras tristezas, con gasolina que se traduce en velocidad, en rapidez. Tan intoxicados estamos, tan nublada se encuentra nuestra mente, que cada vez necesitamos de mayor velocidad para huir de las interminables penas de nuestro corazón y de nuestra alma”.  (pág. 287-288).



La lectura me remite inevitablemente a mi propia vida. ¿Cuántas de las cosas que poseo en esta que es mi casa me son imprescindibles para vivir y ser feliz? Si soy honesta conmigo misma debo decir que  no muchas. La mayoría de ellas están aquí por la comodidad que me proporcionan, por el esfuerzo físico que me ahorran o simplemente porque me gustan.


¿Cuando empecé o codiciar tener una computadora, una casa, ropa, dinero, viajes? Sí, no hay duda, en aquél momento en que vi que otros lo tenían. Porque de algo estoy segura en el mundo en que viví de niña todo esto no era importante.


Los niños de hace algunos años, poseíamos tan pocas cosas, tan pocos juguetes, que teníamos que inventar nuestra diversión, con las cosas simples que había en la naturaleza. Si, parte de la diversión era crear las cosas con las que jugábamos. Crear barcos de papel, autopistas de tierra, hacer ropa para las muñecas, incluso hacer las muñecas. Ahora esto ya no es necesario, los carros caminan con baterías, las muñecas se venden con todo su set de cocina, sala, ropa, etc.  No hay necesidad de crear nada. El tiempo que los niños de mi generación empleaban en crear, ahora los niños lo emplean sólo en exigir más y más, lo último en tecnología de diversión, incluidos celulares y juegos de video. No hay necesidad de esforzarse todo está hecho ya.


En 20 años la vida dio un cambio tan veloz que es imposible estar al día en nada. Y muchas de las cosas simples de la vida ya no existen. Por ejemplo, un niño ahora no puede jugar a atrapar luciérnagas en las tardes de verano de julio y agosto, por una sola razón, ya no hay. Hoy día los cultivos también se han modernizado. Anteriormente no se utilizaban abonos químicos,  pesticidas, herbicidas o fungicidas. Sin embargo, ahora tienen que ser  aplicados en mayor o menor medida, si se quiere obtener una cosecha. Colateralmente, esta práctica ha exterminado algunas especies de plantas e insectos. Entre ellos las hermosas luciérnagas, tras las cuales mis hermanos y yo corríamos cada tarde para atraparlas. De modo que los niños hoy, no pueden maravillarse con esa luz que se encienda y apague  entre sus manos. Tampoco podrán jugar a cazar mariposas, porque si bien estas todavía revolotean por los lugares húmedos, a las orillas de las barrancas que se desbordan de agua en las temporadas de lluvias ya no lo hacen en demasía, hoy son muy pocas. Mucho menos podrán jugar a dejarse mojar en el agua de las barrancas, porque la desforestación ha hecho que el agua corra solamente cuando llueve y después todo está tan seco como si la lluvia no hubiera caído jamás. Además la mayoría de las barrancas están contaminadas por la basura que la gente arroja en ellas y por las aguas negras que en ella se desechan.


Ya los niños no acostumbran ir al campo, ahora se encuentran prisioneros de la tv, de la internet, de los juegos 3D, de la exbox o,  de las películas cada vez más avanzadas en efectos especiales y violencia ,y más recientemente de las redes sociales virtuales como el  facebook  y de los celulares. Ya no son capaces de vivir la vida sin consumir lo que la tv., les anuncia, quieren siempre más de algo que es completamente ajeno a ellos. No son capaces de contemplar la belleza de un atardecer, de contemplar la enorme diversidad de insectos y plantas que a su alrededor se encuentran. Menos aún pueden distinguir una planta de otra. Confunden las moscas con las abejas, las arañas con las cucarachas. Han perdido el contacto con la tierra, no pueden cultivar una planta, regarla, abonarla, quitarle la yerba.  Incapaces de ir a campo traviesa, ni escalar una montaña, o de orientarse en la soledad del campo, teniendo como única referencia el sol. Su diversión les exige únicamente estar sentados o manipulando un control, la falta de ejerció físico les ha hecho incapaces hasta de echarse una maroma en el pasto o trepar un árbol.


Primero comenzamos a cultivar el campo con abonos químicos. Después a comprar cosas artificiales para nuestra casa, trastes de plástico, manteles de hule, todo desechable.  Enseñamos a nuestros hijos esa cultura del consumismo, de la comodidad, del menor esfuerzo y ¿qué es lo que hemos conseguido? Solamente niños débiles de cuerpo y de mente, niños que se enferman por nada, niños que no saben afrontar retos, niños flojos que ni siquiera corren para su propia diversión, niños obesos con pésimos hábitos alimenticios, niños mal nutridos y poco aptos para sobrevivir el mundo adverso que estamos creando con la falta de respeto a la vida y a la naturaleza.  


¿A  dónde nos lleva esta carrera contra nosotros mismos? Corremos desesperadamente sin mirar atrás, sin mirar lo que dejamos. Sin darnos cuenta de que tal vez estamos dejando lo más valioso para ir en pos de algo que tal vez brille más pero que no puede llenar nuestro corazón de satisfacción. Corremos viendo que el vecino está alejándose de nosotros,  sin preguntarnos si queremos llegar a ese lugar a donde la mayoría se encamina. Corremos para no quedarnos solos en un lugar, pero no logramos escapar de la soledad,  porque todos corren sin mirar ni esperar a nadie. Cada uno persiguiendo un fin individual, un beneficio personal. Sin preguntarnos si será ese el mejor lugar para nosotros, corremos porque los demás corren, sin escuchar la voz de nuestro propio corazón.


Hay cientos de personas con millones de “amigos” en las redes sociales, gente que nunca sale de su casa, que ni siquiera saluda a su vecino, ni interactúa con familiares ni amigos reales. Gente incapaz de socializar, que incluso al lado de su pareja se encuentra absorto pendiente de los mensajes de su celular. Millones de amigos en la red, tal vez uno, en la vida real. Inmersos en una vida de apariencias en la que ocultan su enorme soledad.


Pero como sociedad nos sentimos orgullosos de las maravillas de la tecnología, de la rapidez con la que podemos comunicarnos con millones de personas en cualquier parte del mundo, de la posibilidad de saber lo que ocurre al otro lado del planeta en el momento mismo en que ocurre un evento. Una tecnología que nos lleva muy lejos, cada vez más lejos, aún de nosotros mismos.