viernes, 28 de diciembre de 2012

CARTA A MIS LECTORES



CARTA A MIS LECTORES


Este mes, cumplí un año de haber iniciado mi escritura en este blog. Una actividad que surgió más como un compromiso personal en mi propósito de permitir la expresión a esa parte de mí, que recién descubrí como escritora. Arte en el que no tengo más formación que la de una lectora aficionada de grandes escritores que nos han deleitado con obras magníficas como El señor de los anillos, La historia interminable,  Sinhue el egipcio, Azteca,  Dune,  El llano en llamas y muchos otros más que a través de sus palabras me han llevado al corazón mismo de sus historias.

Abrí mi blog sin saber que era lo que iba  hacer en él. Nunca fue un proyecto en el que yo hubiera pensado con anticipación. Tan es así, que el nombre lo elegí en el momento mismo de estar abriendo el blog, cumpliendo con los requisitos para poder hacer uso del espacio. Del mismo modo escogí un pseudónimo. No quise usar mi nombre propio, para que mis escritos fueran un tanto distintos a mí, a la persona que todos conocen. Quise que la escritora que descubrí en mi no tuviera las limitaciones racionales y los prejuicios que hay en este ser humano. Muchas personas pueden pensar que esto es imposible y creer con toda certeza que estoy loca, y esto último es completamente cierto. Loca es una persona que está fuera de sí. Y es precisamente lo que hago cuando escribo. Me traslado a ese lugar del que quiero hablar y entonces me pregunto ¿cómo puede ser posible ese mundo o esa idea de la que quiero escribir? La respuesta que escucho no es la de la razón y el conocimiento, porque  esa me diría que eso no existe y no es posible. Le doy voz a la imaginación, a la intuición y al sentimiento. Y entonces empiezan a llover las respuestas que poco a poco comienzo a acomodar hasta construir mis escritos.

Inicie éste blog, con el temor de que un día se me acabaran las ideas para escribir y yo he sido la primera en sorprenderme por las cosas que escribo, principalmente los cuentos, relatos y leyendas,  que también debo decir ni siquiera estoy segura que encajen en la categoría en que los he puesto. Las opiniones al respecto son diversas, hay quienes dicen que El espejo del lago es demasiado largo para ser leyenda, ¿será tal vez que no han leído el señor de los anillos?  O la consideran dentro de otra clasificación. Cualquiera que sea la opinión que tengan, no me detendré ni a discutirla ni ha refutarla, porque eso me quitaría un tiempo que yo necesito para crear. Las definiciones sobre lo que es, o no es, lo que yo escribo no me son de vital importancia. Mi intención es solamente crear y compartir algo de lo que veo, oigo, siento e imagino.

Ha sido una gran sorpresa el descubrir que lo que escribo ha sido del agrado de tanta gente. Agradezco a todos aquéllos que se han tomado la atención de enviarme sus comentarios, a quienes me han recomendado, y quienes se han declarado abiertamente como mis seguidores. He respondido a los emails que me envían, pero no sé porque razón, algunos de ellos me han sido retachados. Algunos lectores comentan que no han podido subir sus comentarios a mi blog, honestamente no sé cuál sea al motivo.

 Me honra saber de la maestra que tomó mi escrito de La invención el beso, para la clase que imparte en su colegio. De la lectora que me comparte que con mi relato de El dolor,  ella pudo por fin derramar las lágrimas que tanto tiempo habían estado guardadas. De aquéllos que con mis poesías dicen que mueren una,  dos y hasta tres veces. De los que pueden experimentar los sentimientos que hay en mis escritos y los llaman sinestésicos. De los que llegan de su trabajo, abren mi página y escuchan la música para literalmente volar. De los que han encontrado en mi página la inspiración para su propio trabajo de diseño de páginas. De la lectora que ha traducido La invención del beso  a otro idioma. Del lector que imprimió la imagen de El descubrimiento del amor  y la pegó en su oficina. De los seguidores que leen   y releen mis escritos, y que con ansía esperan las nuevas publicaciones.

Hay quienes comparan mi estilo (yo todavía no sé cual es) con el de escritores muy reconocidos, lo cual por un lado me asombra, y por otro; me motiva a conocer la obra de dichos autores  Algunos me dicen escritora de la nueva era, romántica tardía, en fin. Hay muchas opiniones de gente muy ilustrada y experta en la materia. De conocedores sobre mitología y cosmogonía de los pueblos indígenas de México. Todos sus comentarios son el alimento que nutre mi espíritu y me anima a seguir escribiendo. No soy una profesional de la escritura, tengo errores estructurales, ortográficos y de otras cosas más. Pero no puedo esperar a ser una experta en la materia, y  dejar que las ideas que surgen en mi mente se escapen. Prefiero escribir con mis propias limitaciones y como un escritor me dijo: hasta los errores son parte del estilo.

Sin más por el momento, agradezco infinitamente sus palabras y espero poder seguir compartiendo con ustedes esta aventura de escribir.


Atenea del bosque

LA CASA DEL ARBOL


 
LA CASA DEL ARBOL

                                                                                      

En algún lugar de una selva muy grande, tan grande que el hombre moderno no ha podido explorarla completamente. Donde la vegetación crece tan rápido que los caminos que el hombre ha creado desaparecen continuamente. Alejada de cualquier contacto con la civilización, vive una tribu, de una manera en que tal vez, también vivieron muchos de nuestros ancestros. Su forma de vida nos recuerda al hombre primitivo de hace miles de años. En medio de los peligros naturales de su medio han aprendido a sobrevivir construyendo sus casas en las copas más altas de los árboles. Todos los hombres, mujeres y niños se reúnen para trabajar conjuntamente, cuando hay necesidad de construir una nueva.

 Con gran habilidad y conocimiento de lo que necesita, el jefe de la tribu (el mayor de todos, cuya edad apenas rebasa los cuarenta años) elige un árbol gigante de aproximadamente cuarenta metros. Se despeja un radio de cincuenta metros en la periferia. Los troncos de los árboles derribados son utilizados para distintas cosas. Unos para construir una larga escalera, que se empleará para subir y bajar de la casa. Otros para apuntalar la construcción. Comienzan por quitarle al árbol elegido, las ramas que le estorban para asentar lo que será la base de la casa. Se cortan cuatro troncos muy gruesos, y se unen por los extremos formando un rectángulo en donde se asentarán los pilares que sostendrán las paredes y el techo. Una vez que se han asegurado de que están sujetados firmemente, traen troncos  más delgados pero también muy resistentes, que serán usados de soporte para todo el piso de la casa, los van uniendo uno a uno, atados paralelamente. Del mismo modo, las cuatro orillas de la construcción son rodeadas haciendo una empalizada más delgada, de tal modo que los habitantes queden protegidos  para no caer al vacío por ninguno de los lados. Después mujeres y niños traen corteza de los árboles, la cual es utilizada para recubrir las paredes y como tapetes para tenderse sobre los troncos que conforman el piso.

Casi para finalizar la construcción, las mujeres y los niños colaboran trayendo hojas de palma para cubrir el techo.  Los hombres adultos son los encargados de subir los troncos y atarlos con lazos de palma que previamente han elaborado. También son ellos quienes derriban los árboles necesarios con unas hachas muy rudimentarias, hechas de filosas piedras atadas a un palo. De la misma forma, sus cuchillos son de piedra.

Una semana les lleva la construcción de la enorme casa. Un trabajo muy organizado y bajo la supervisión constante del jefe de la tribu que, se ha ganado su lugar, por ser el hombre con mayor edad y experiencia en el arte de sobrevivir en la selva. Desde pequeños los niños aprenden las habilidades más esenciales al lado de los hombres mayores, los sabios de la tribu, trasmisores de conocimientos. Por ejemplo, aprenden cómo afilar una piedra, cómo hacer un hacha o un cuchillo, cómo derribar un árbol, cómo encender el fuego y cuidarlo de tal modo que no incendie la casa de madera. Su vida entre los árboles les ha permitido desarrollar un equilibrio extraordinario para trepar y caminar sobre ellos. Habilidad que es fomentada recién aprenden a caminar.

Finalmente terminan su casa, pero antes de habitarla realizan un rito de purificación. Los malos espíritus  son ahuyentados con el fuego que se enciende en el centro de su nueva morada. Todos están arriba, felices de haber terminado su trabajo. Los niños, aún los que apenas comienzan a caminar, exploran su nuevo hogar, se acercan peligrosamente  a la orilla. Las madres no se asustan, porque sus hijos han nacido en la selva y prácticamente sus primeros pasos los dan sobre los árboles. Su equilibrio es perfecto. Ellos saben del peligro, pero no le temen a la altura, tienen que habituarse a ella, el saber moverse en ella es requisito indispensable para su sobrevivencia. Sólo los que todavía no caminan son cargados por las madres, los demás van y vienen por sí solos. No hay lugar para el miedo a las alturas, es parte de su naturaleza.
 
 

En esa enorme casa en el árbol vive toda la tribu, fuera del alcance de animales salvajes depredadores, del acoso de los insectos, de la humedad, de la densa vegetación y de las inundaciones. Las mujeres bajan a recolectar raíces y frutos. Y los hombres van de cacería. A veces, por las noches colocan trampas entre los árboles para atrapar murciélagos frutícolas. Son grandes, con uno de ellos, se pueden alimentar a diez personas. Pero los cazadores deben de ser pacientes, observar primero las rutas por las que transitan, después derribar algunos árboles para poder colocar las trampas, y finalmente sólo esperar. Una vez que la presa cae, de inmediato la matan de un golpe certero en la cabeza. Y cuando el amanecer llega, encienden un fuego y asan a sus presas para compartirlas con toda la tribu.

 No es fácil sobrevivir en medio de la selva con armas primitivas, el hombre debe ser ingenioso para procurarse sus alimentos. Y corre riesgos constantes para alimentar a su familia. Cuando descubre un panal lleno de miel en lo alto de algún árbol, trepa por las largas ramas para alcanzarlo. No tiene nada para cubrirse, su única protección son unas ramas encendidas entre las que ha puesto hojas verdes para producir humo y ahuyentar a las abejas. Pero no es suficiente y las abejas son feroces y defienden con su vida el panal. El hombre recibe muchos pinchazos  y aún así no cesa en su empeño. Se apodera del panal y desciende del árbol para dar primero la miel a su esposa e hijos, el resto lo comparte con la tribu.  Es un precio alto, pero la miel es una rica fuente de proteína. Él lo sabe y no desperdicia la oportunidad de conseguirla.
 
 

Todos los días, el hombre primitivo de la selva libra una batalla de sobrevivencia y desde tiempos inmemoriales la ha ganado, tanto él como sus ancestros. Un hombre fuerte, ágil para desplazarse en las ramas de los árboles, heredero de la fortaleza física y los conocimientos que le permiten sobrevivir de manera natural en un medio, en que el hombre moderno no podría hacerlo. Un hombre que toma sólo lo que necesita cada día, que es parte de la selva. Que es capaz de coexistir con su entorno sin causarle grandes e irreparables daños.

LUCRECIA





LUCRECIA
Lucrecia era una mujer que trabajaba todos los días en el campo. Sembraba papas, maíz, frijol y sorgo. Se iba a su milpa cuando el sol aún no se asomaba tras la montaña, venía al medio día a su casa para almorzar y después nuevamente  al campo. Vivía sola, nunca se había casado, siempre decía que ella no necesitaba a un hombre para nada. Pero lo cierto es que esa idea la pregonó después de que su mejor amiga le quitara al que era su novio. Desde entonces desconfío de todos los hombres y decía que el amor no existía. En venganza por la traición de que fue objeto se embarazó del mismo hombre que la traicionó. Lo hizo tan sólo para demostrar a su “amiga” que el tipo aquél, tampoco la quería. Su propósito era amargarle la vida y separarlos, pero no lo consiguió y entonces fue ella quien se llenó  de más amargura.

Su amiga y su novio se casarón a pesar de que ella estaba embarazada. Los años pasaron y para desdicha de ella, la pareja nunca se separó. Pasados los años ella inició una nueva relación con un hombre casado, con el que tuvo otros dos hijos. Pero su amargura nunca le permitió tener un gesto de ternura con ninguno de ellos. Era una madre muy austera que daba a sus hijos lo estrictamente necesario para vivir. Ella trabajaba mucho y a pesar de que tenía buenos rendimientos económicos de las cosechas, sus niños no disfrutaban de su generosidad. A cada uno le compraba sólo dos pares de mudas de ropa y como todos recibían una beca por parte de la escuela, a cada uno les compró un marrano con ese dinero, para que lo criaran y después lo vendieran. Si ellos deseaban una fruta, tenían que comprársela con su propio dinero. Porque además los mandaba a pedir dinero a su padre.

Lucrecia trabajaba mucho y todo el dinero obtenido lo prestaba a sus conocidos. Cuando tuvo suficiente dinero derribó la casa que le heredó su madre y se hizo una nueva. Quizás ese fue el acto de mayor derroche en su vida. Porque ella no se compraba nada, ni siquiera ropa.  Tenía años que usaba la misma aunque ya estaba rota  y descolorida. Cuando tenía que salir a la ciudad, gastaba ni siquiera en una botella de agua, menos comida, y tomar un taxi era impensable. Incluso prefería caminar largos tramos para no usar el transporte colectivo. Siempre gastaba lo mínimo de lo mínimo y eso hacía que sus ahorros crecieran. Pero nadie sabía a cuánto ascendían ni a quién le había prestado dinero.

Un día Lucrecia se sintió enferma, pero como era usual en ella, no quiso ir al doctor, para no gastar dinero. Generalmente tomaba alguna pastilla para el dolor, se dormía y se olvidaba del asunto. Muchas veces lo hizo y las pocas veces que fue al médico sucedió porque sus hijos, que ya eran mayores, la llevaban. Ellos le pagaban la consulta, pero después de eso, ella no volvía, ni se realizaba los análisis o estudios que le recomendaban. Esta vez tampoco quiso ir al médico, así que se recostó, pero a la media noche no pudo más. Un dolor intenso la obligó a llamar por teléfono a sus hijos quienes tuvieron que llevarla de emergencia al hospital. El médico la revisó pero explicó que tendría que esperar a la mañana siguiente para poder realizarle todos los estudios pertinentes. Le dijo que tenía complicaciones con una bronquitis, con los riñones y el corazón. Tenía la presión muy alta. Pero sólo le recetó calmantes para el dolor y la regresó a su casa. En el camino ella se quejaba continuamente. De pronto se quedó quieta y dejó de hacerlo. Su hijo le tomó el pulso, pero no sintió nada. Detuvieron el coche para verificar su estado, ella no respiraba. Volvieron al hospital para atenderla de emergencia, pero ya no se podía hacer nada. Estaba muerta.     

Su deceso fue una sorpresa para todos. Parientes y amigos se presentaron tan pronto como fue posible a dar sus condolencias. Era un velorio muy extraño. Nadie lloraba. Sus hijos parecían tener la misma dureza de su madre en el alma. Pasó la noche y con los primeros rayos del sol se dirigieron al panteón. Todo se realizó según la tradición. Antes de salir de la casa, la madrina de la cruz, recorrió todos los rincones llamándola por  su nombre. Diciéndole que ella no era ya de éste mundo, que tenía que irse.  Abrieron la caja para despedirse, no hubo lágrimas de nadie.

En el panteón, también abrieron el féretro, pero la mayoría se había despedido de ella. Todo en medio de un respetuoso silencio. Después de cubrir la caja con tierra, pusieron sobre la tumba todas las flores. Los familiares repartieron refresco a todos los presentes. El viento era helado, pero los rayos del sol sobre la piel eran ardientes. Agradecieron a todos por su presencia y su apoyo. Después de un rato la gente comenzó a alejarse. Sólo quedaron los familiares. Antes de retirarse los hijos invitaron a todos a tomar un almuerzo a la casa de la difunta. A punto de salir del panteón la hija mayor se dirigió a su madre, para decirle que la habían llevado al panteón, que ahí se quedara, que no los fuera siguiendo.

Acto seguido todos salieron del panteón, de regreso todos comentaban las muchas cosas que la difunta había dejado pendientes. Preguntándose quien tendría que hacer ahora el trabajo que  ella dejaba. Había que recoger su siembra, regar sus plantas. Una mujer que trabajó mucho en su vida, dejó dinero prestado a diferentes personas, pero sus hijos no tenían conocimiento de quienes eran todos. Hicieron una lista de lo que recordaban, llegaron a un acuerdo de lo que harían. Poco a poco los parientes se fueron. Los hijos se quedaron solos, reorganizando su vida para cubrir la ausencia de la que fue su madre.

LA BODA


LA BODA

Sonia era una muchacha de 17  años. Y como todas las mujeres de su natal Santa María Concepción, soñaba con un día casarse de blanco en el altar de la iglesia de su pueblo. Desde niña había sido preparada para ese propósito. Aprendió a lavar, cocinar, limpiar, bordar, planchar y sobre todo a obedecer a los hombres.

Deseaba encontrar al hombre con el que compartiría su vida para siempre. Un hombre que le brindara protección y amor. Alguien a quien dedicar los días de su existencia. Y cuando lo conoció, su corazón latió con el frenesí y la fuerza de los tambores de una danza africana. Un joven moreno, delgado, alto, de voz grave y mirada de fuego. Ella cayó rendida a sus pies cuando él aún  no pronunciaba una sola palabra. Era exactamente cómo lo había soñado, era el joven por el que morían todas las muchachas del pueblo y ella llegó al cielo con sólo oír pronunciar en sus labios su nombre.

Desde la primera vez que lo vio su alma huyó de su cuerpo para ir tras de él y su imagen se quedó grabada en su mente. Prisionera de un deseo irresistible de conseguir un amor correspondido, dedicó cada uno de sus pensamientos y sus acciones a agradarle. Presta a adivinar sus deseos para cumplirlos al pie de la letra no le importó sacrificarse a sí misma. No le importó olvidarse de sus anhelos propios, si Alejandro decía que el cielo era rojo, ella aseveraba completamente convencida que así era. Estaba de acuerdo con él en todo, sólo con el propósito de no contradecirlo.

Sonia era hija única de una mujer soltera. Su madre era una mujer llena de resentimiento y amargura, que siempre la trató con dureza. No le permitía tener amigas ni salir sola. Por lo que las citas con Alejandro se hacían a escondidas en los breves momentos en que ella salía de la escuela. No tenía confianza en su madre, de quien sólo había recibido malos tratos y exigencias.

 Él era un hombre dominante, consciente de la atracción que ejercía en las mujeres. Utilizaba su encanto para obtener de ellas cuanto deseaba. Bastaba con pedirles una “prueba de amor” y ellas de inmediato accedían creyendo que de esa manera podrían atraparle. Siendo tan joven tenía ya ocho hijos con distintas mujeres, de los que nunca fue responsable. Se consideraba a sí mismo irresistible, y ciertamente, a las mujeres les encantaba. Sonia era para él, una mujer más con la que pensaba divertirse. Le prometió una boda con la única intención de ganar su confianza. Ella no escuchó las advertencias de las personas cercanas, se negó a tener prudencia. Y con el entusiasmo de una mujer enamorada se dedicó a planear lo que sería el día más feliz, de su vida.

Alejandro estaba encantado de conocer a esta bonita joven que era de lo más complaciente. Nada halagaba más su vanidad que tener a su disposición a alguien siempre pendiente de su más mínimo capricho. Poco a poco ella fue conociendo sus gustos, sus aficiones, su comida favorita, en fin, todo lo que estuviera relacionado con el hombre de su vida. Y todo ese interés era solamente con el propósito de merecer el amor de un hombre que para ella era único.

Como un experto seductor, Alejandro convenció a Sonia de demostrarle su amor y ella accedía a complacerlo siempre que él se lo pidiera. Finalmente en pocos días estarían casados. Sería una boda con pocos invitados, la madre de ella estaba en desacuerdo y había anticipado a su hija que no asistiría.  A ella no le importó, su felicidad era demasiada como para ser opacada por éste incidente. La acompañarían solamente sus amigas. Él por su parte, dijo no tener familia. En realidad era poco lo que sabía de su novio, tan sólo que era un vendedor y que decidió quedarse en el pueblo.

Pasaron los días, y la fecha de la boda llegó. Muy temprano se levantó ella para comenzar su arreglo. Sus amigas estaban con ella para ayudarla. Su madre le dijo que las bodas eran muy bonitas, pero que era una lástima que el amor durara lo mismo que una fiesta. Sonia no hizo caso de su comentario y con su largo vestido blanco, cuyos encajes y lentejuelas brillaban tanto como la felicidad en su rostro, salió de su casa. Con sus amigas al lado, iba radiante caminando con paso seguro hasta la iglesia. Faltaban diez minutos para la hora cuando llegó a atrio, el novio no había llegado.

Diez minutos que se volvieron una eternidad esperando a que el novio llegara. Pero el tiempo siguió pasando. Ella angustiada miraba su reloj una y otra vez, mientras su corazón comenzaba a latir apresuradamente. Pasaron otros diez minutos y el tiempo para ella era a cada instante más largo. Esperando que su novio apareciera. Se acercó a la puerta de la iglesia para ver si se acercaba por alguna calle. Pero todo estaba desierto. Mil ideas pasaban por su cabeza. Pensó que la única razón de que él no asistiera era que había tenido un accidente, por lo que  la angustia crecía más dentro de su ser. No sabía qué hacer, si esperar o ir a buscarlo. Había pasado casi una hora desde que ella había llegado. Sus amigas le decían que no se preocupara, que todo se aclararía en cuanto él llegara. Pero él no llegó.

Ella entró a la iglesia para hablar con el sacerdote y pedirle que los esperara un rato más para casarlos. Entonces él la miró sorprendido vestida de novia y le dijo que no esperara más. Que ese día muy temprano Alejandro había venido a decirle que la boda se suspendía. Que se iba para siempre.

Apenas escuchó estas palabras, y sus piernas se negaron a sostenerla. Temblaba incontrolablemente mientras trataba de jalar aire. No podía ni siquiera decir una palabra. Tuvo que sostenerse de sus amigas. Sentada en la banca comenzó a gritar desesperadamente, mientras tiraba con rabia su ramo de novia y comenzaba a deshacerse el peinado y rasgaba su vestido de novia. Se negaba a aceptar lo que estaba escuchando y gritaba al tiempo que lagrimas negras teñidas del  rímel de sus pestañas le manchaban la cara y el vestido. Gritaba que eso no podía ser, que no era cierto.

Salió corriendo por la calle, despeinada y con el vestido roto. La gente la miraba con asombro, pero ella no veía a nadie. Llegó a su casa, sobre su cama lloró toda la tarde y hasta la madrugada.  Al día siguiente con los ojos hinchados de tanto llorar, permanecía recostada en la cama con la mirada perdida. No quería hablar con nadie ni comer. Cayó enferma, presa de fiebre y vómito. Su madre creyó que estaba embarazada, pero por primera vez no le reprochó nada. Ese mismo día, por la tarde, sin decir nada y sin que nadie la viera salió de su casa. Con su vestido de novia se fue caminado por el monte, caminó hasta que la venció el cansancio. Se tiró sobre el pasto, la noche de invierno era helada. Cerró los ojos mientras su cuerpo se enfriaba lentamente y se entumecía.  Sus últimos pensamientos fueron para ese hombre que había amado. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras se veía  así misma bailando en una fiesta de bodas, que nunca tuvo.