VIAJE A LAS ALTURAS
Es
un hermoso día, con un cielo azul intenso y un viento fresco, decidimos ir a un
recorrido en la sierra, toda la familia está muy emocionada. Preparamos
nuestros suéteres, gorros y abrigos. Es la primera vez que visito ese lugar, creo
que soy la más entusiasmada. En el valle hay un sol intenso, pero a la sombra
la temperatura es fría. Tengo puesto un suéter, y llevo un abrigo, sé que en la
parte alta, es aún más frío, así que decido llevar un suéter extra, a pesar que
mi abrigo es muy cálido.
Nos
subimos al coche y comenzamos el recorrido, en verdad todo es hermoso. En el
valle, podemos ver las formaciones onduladas de la montaña a ambos lados de la
carretera, esas suaves ondulaciones parecieran haberse formado después del paso
de una ola gigantesca, eso es lo que imaginé desde la primera vez que las vi.
Comenzamos
el ascenso entre curvas que bordean la montaña, la vegetación
semidesértica de cactus y nopales se va
quedando atrás para dar lugar a pequeños arbustos con flores amarillas, blancas
y lilas. Después de unos minutos, aparecen árboles de encino frondosos, más
adelante, los primeros pinos, y en aproximadamente veinte minutos sólo tenemos
abundantes pinos a cualquier lado que miramos. Avanzamos durante una hora más
por la sinuosa y estrecha carretera, no hay muchos carros, lo cual hace nuestra
travesía rápida.
Ya
en lo alto, leemos un letrero que dice: “comienzan pueblos mancomunados”. Hay
indicaciones de caminos que conducen a pequeñas poblaciones, nuestro objetivo
es un pueblo llamado: “Benito Juárez”, el nombre del único presidente indígena
que ha tenido esta nación, autor de una popular frase que ha trascendido el
tiempo y las fronteras: “Entre los pueblos como entre las naciones, el respeto
al derecho ajeno es la paz”. Parte de mi motivación para visitar este lugar,
fue conocer la sierra donde este presidente nació y creció cuidando ovejas, un
pueblo llamado Guelatao. Lo cierto es que a ese pueblo se llega por una
carretera distinta y es un poco más lejos, pero es la misma sierra.
Vemos
letreros de pueblos con nombres en lenguaje zapoteco principalmente, aunque hay
uno llamado Nevería, me parece curioso, me pregunto a qué se debe ese nombre,
pues no me imagino que alguien pueda poner un negocio de venta de nieves a esa altura,
donde hace tanto frío. Después me entero que su nombre se debe a que hace
varios años la gente de esa localidad, construyó, unos contenedores en donde el
agua se congelaba y después bajaba al valle a vender esos trozos de hielo,
cuando aún no había empresas que se dedicaran a la fábrica de hielo.
Ya
cerca de nuestro objetivo, observamos muchos magueyes a lo largo de la
carretera, ésta es también una zona donde la gente produce pulque. Finalmente
aparecen a nuestra vista algunas casas, que son construidas al borde de las
profundas cañadas. Descendemos del coche cerca la Agencia Municipal y un
comedor comunitario, fuera del cual se encuentra un mapa de la zona, indicando
los lugares que se pueden visitar y las actividades que pueden realizarse.
Una vez
fuera del auto, sentimos el frío, todavía tenemos señal en los teléfonos
celulares, alguien checa la temperatura, siete grados, el viento es suave. Nos
acercamos al comedor para pedir servicio, está muy lleno, tenemos que esperar a
que se desocupen un par de mesas. Tan pronto como es posible entramos al local,
pues ahí es más cálido que afuera. Ordenamos nuestro desayuno y esperamos, no
hay una gran variedad de alimentos y el servicio es muy lento, después de una
hora por fin, nos sirven la comida.
Terminamos
y nos dirigimos a la zona del mirador,
la tirolesa y el puente colgante, el cielo todavía está despejado. Pagamos la
entrada, y volvemos a subir al coche, pues la distancia a recorrer aún es
larga, aproximadamente, kilómetro y
medio hacia arriba. Con ese frío y a esa altura, difícilmente podríamos hacer
el recorrido a pie. El camino es muy estrecho, sólo cabe un coche. Por fortuna,
sólo encontramos una camioneta en sentido contrario en todo el trayecto. Después de aproximadamente cinco minutos llegamos
a un espacio plano, al frente se levanta un peñasco, más al fondo hacia la
izquierda se mira la cañada, su profundidad es incalculable. El cielo aquí no
se mira, una espesa cortina de niebla desciende rápidamente acompañada de
ráfagas de viento que hacen silbar las hojas de los pinos.
La
humedad se condensa rápidamente en el follaje de los árboles y empiezan a
escurrir gotas de agua, el frío es intenso, quema la piel de nuestra cara y
manos. Nos preparamos para el último ascenso hasta donde se encuentra el
mirador, una estructura metálica desde donde dicen, se mira todo el valle de
Oaxaca y sus poblados. Lo que tenemos que subir son apenas unos treinta metros,
bordeamos el peñasco, por un camino que se ha tornado resbaladizo por el agua
que escurre y las agujas de pino que se han acumulado. Doy algunos pasos y me
detengo a recuperar la respiración, estamos a más de tres mil metros de altura
y hay poco oxígeno.
En
menos de cinco minutos estamos arriba, hay varios peñascos, sobre uno de ellos
se levanta el mirador, que tiene una escalera para subir. Todo el metálico y
está escurriendo agua, el frío es intenso, nuestras manos se enfrían
rápidamente apenas las exponemos al aire. Nadie lleva guantes, no esperábamos
está temperatura tan baja, así que todos protegemos nuestras manos en las
bolsas de nuestros abrigos o pantalón. Sólo las sacamos cuando es
imprescindible apoyarnos de algo, o para tomar fotos. Es imposible subir al
mirador, nuestras manos se congelarían al contacto con el metal, por lo demás,
serían inútil, no podemos ver nada. La densa niebla apenas permite ver unos
diez o veinte metros hacia adelante. Todo el blanco, prácticamente, estamos
dentro de una gran nube, que nos cimbra con sus fuerte ráfagas y que humedece
la ropa que llevamos puesta, afortunadamente, mi abrigo es impermeable.
Nos
tomamos fotos, miramos y sentimos el poder de la naturaleza. Las fuertes
ráfagas nos hacen tambalearnos continuamente, tenemos que extremar cuidados,
pues todo está resbaloso, nuestras piernas tiemblan un poco por el frío. En
nuestro camino encontramos unas hermosas flores amarillas, rosas y violetas. Me
sorprende cómo en este clima tan frío puede florecer algo tan delicado. Hacia
el oriente, se encuentra el lugar desde donde se lanzan en la tirolesa, hay un
joven atrevido que hace el recorrido, es el único. Caminamos hacia el puente
colgante que mide aproximadamente cuarenta metros de largo y se encuentra en
perfecto estado. Dudo sobre hacer el recorrido o no, pero me digo a mi misma
que no vine de tan lejos para no hacerlo. Un letrero indica que por seguridad
no deben estar en él más de siete personas. Algunas personas vienen de regreso,
decido esperar a que lleguen a la orilla, para no tener que cruzar con ellas a
medio puente.
Respiro
profundo antes de comenzar, con las manos a los lados sobre el cable me
equilibro al caminar, pues el puente está en continuo movimiento ocasionado por
el desplazamiento de las personas que van delante mío. A medio camino alguien
toma una selfie, yo no me atrevo a tanto, mantengo la vista el frente para no
marearme por el movimiento. El cable de acero está tan frío que quema mis manos
cuando lo rozo mientras avanzo. Para mi sorpresa, a medio recorrido, las
violentas ráfagas de viento desaparecen, coincide con que estoy sobre lo más
profundo de la cañada, miro un poco hacia abajo, pero no hay mucho que ver,
sólo la densa arboleda de pinos casi desdibujada por la niebla. Ese cambio de clima súbito me hace sentir que
estoy en otra dimensión, o dentro de una esfera protegida del frío inclemente.
Llego
al otro lado, estamos sobre un peñasco en donde también la temperatura es más
cálida que del otro lado del puente, tal vez, se deba a que la roca estuvo
expuesta al sol hasta hace poco que no había niebla. Pero, ahora miro a todos
lados girando sobre mi misma, todo es blanco, como si la niebla hubiera
devorado todo el bosque. El viento continúa silbando. Me quedo aquí, un
momento, sola, como si estuviera sola en este gran planeta verde, majestuoso,
imponente. Entiendo perfectamente porqué los españoles no pudieron nunca
doblegar a los nativos de esta sierra, ellos se enorgullecen de haber
conservado su libertad. Hasta hoy día, quien gobierna en estos pueblos es el
mismo pueblo.
Este
es el México intacto, con su naturaleza imponente, donde sólo hombres y mujeres
fuertes pueden vivir. Puedo respirar la libertad y la grandeza de esta tierra
que no ha sido mancillada, me siento agradecida por ello, por estos bosques
densos que han sido cuidados y defendidos por los pueblos nativos que los
habitan. Aquí donde ellos se organizan y gobiernan para sí mismos. Siento un
profundo respeto y admiración por esta gente que trabaja en beneficio de todos.
Estoy
tan a gusto aquí, pero me llaman de regreso, de aquél lado el viento los azota
con violencia, me despido con agradecimiento por tener la posibilidad de esta
experiencia. El frío intenso hace que tengamos que bajar al pueblo, ha sido una
visita breve pero única y extraordinaria, literalmente ha sido un viaje a otro
mundo, una experiencia que espero volver a repetir.
En
el pueblo el cielo está despejado y con sol, la temperatura es soportable,
consultamos el mapa, no es muy claro en cuanto a las indicaciones, tratamos de
orientarnos aunque sin mucho éxito. Elegimos al azar un sendero para realizar
una caminata, nos dirigimos hacia abajo por un camino de terracería, que
después nos enteramos conduce hasta Teotitlán del Valle, un pueblo en donde
hacen hermosos tapetes artesanales de lana.
Caminamos
veinte minutos admirando el paisaje antes de regresar por otro camino más
angosto rodeado de pinos, el olor es tan agradable. Recogemos frutas, tomamos
fotos de las plantaciones de flores y finalmente encontramos la escuela
primaria, por esa única calle volveremos al punto de inicio. El viento empieza
a ser muy fuerte y con ráfagas violentas como en la zona del mirador. La niebla
comienza a descender y a cubrirlo y mojarlo todo. Es tiempo de irnos o en pocos
minutos estaremos mojados. Así llegamos al final del paseo y comenzamos es
descenso por esta inmensa sierra.
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