El GRAN
TERREMOTO
…y un gran terremoto
sacudió la tierra, derribando iglesias y templos, ante los ojos atónitos de sus
fieles.
Dios habló de tantas
maneras a sus hijos, pero ellos no escuchaban, los falsos maestros no les
permitían escuchar más verdad que la suya.
Y derribó el símbolo
de la apariencia, de lo irreal, de lo que no es, de lo que jamás ha sido, de lo
que hay que dejar para llegar a él.
Lo derribó para
evitar la falsas creencias, los falsos líderes, las falsas idolatrías. Para
recordarle al hombre, una verdad tantas veces dicha, pero no escuchada, que no
requiere de templos para acercarse a él. Que no requiere de sacerdotes
intermediarios para escuchar a todos los hombres que son su creación, para
recordarles que puede llegar a todos.
No más negocios en
su nombre, porque no quiere ni necesita de la simulación, de los falsos cultos,
de las costosas fiestas y castillos en su nombre. Porque dios no tiene las
carencias humanas, porque es más grande que todo lo que es posible ver, de todo
lo que es posible imaginar. Porque dios no tiene las limitaciones del hombre.
Sólo desea
experimentarse en el corazón del hombre, en la bondad y el amor a los demás.
Experimentarse en la alegría de dar incondicionalmente, en la alegría de
construir y crear.
Y dio a sus hijos la
oportunidad de ayudarse incondicionalmente, de protegerse los unos a los otros.
Como tantas veces,
puso en las manos de los hombres, la posibilidad de elegir entre amar y dar
confiando en la abundancia que para todos hay, o la posibilidad, de robar,
saquear y acaparar, sintiéndose separado de lo que realmente son, parte de
Dios.
Y aquellos que oyeron
sin escuchar, que mirarón sin ver, siguieron asistiendo al templo en ruinas,
siguiendo a los falsos líderes, sin mirar nada más, sin mirar hacia sí mismos,
robando y saqueando a sus propios hermanos, sin descubrir su propia
magnificencia como parte de dios.
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