viernes, 28 de diciembre de 2012

CARTA A MIS LECTORES



CARTA A MIS LECTORES


Este mes, cumplí un año de haber iniciado mi escritura en este blog. Una actividad que surgió más como un compromiso personal en mi propósito de permitir la expresión a esa parte de mí, que recién descubrí como escritora. Arte en el que no tengo más formación que la de una lectora aficionada de grandes escritores que nos han deleitado con obras magníficas como El señor de los anillos, La historia interminable,  Sinhue el egipcio, Azteca,  Dune,  El llano en llamas y muchos otros más que a través de sus palabras me han llevado al corazón mismo de sus historias.

Abrí mi blog sin saber que era lo que iba  hacer en él. Nunca fue un proyecto en el que yo hubiera pensado con anticipación. Tan es así, que el nombre lo elegí en el momento mismo de estar abriendo el blog, cumpliendo con los requisitos para poder hacer uso del espacio. Del mismo modo escogí un pseudónimo. No quise usar mi nombre propio, para que mis escritos fueran un tanto distintos a mí, a la persona que todos conocen. Quise que la escritora que descubrí en mi no tuviera las limitaciones racionales y los prejuicios que hay en este ser humano. Muchas personas pueden pensar que esto es imposible y creer con toda certeza que estoy loca, y esto último es completamente cierto. Loca es una persona que está fuera de sí. Y es precisamente lo que hago cuando escribo. Me traslado a ese lugar del que quiero hablar y entonces me pregunto ¿cómo puede ser posible ese mundo o esa idea de la que quiero escribir? La respuesta que escucho no es la de la razón y el conocimiento, porque  esa me diría que eso no existe y no es posible. Le doy voz a la imaginación, a la intuición y al sentimiento. Y entonces empiezan a llover las respuestas que poco a poco comienzo a acomodar hasta construir mis escritos.

Inicie éste blog, con el temor de que un día se me acabaran las ideas para escribir y yo he sido la primera en sorprenderme por las cosas que escribo, principalmente los cuentos, relatos y leyendas,  que también debo decir ni siquiera estoy segura que encajen en la categoría en que los he puesto. Las opiniones al respecto son diversas, hay quienes dicen que El espejo del lago es demasiado largo para ser leyenda, ¿será tal vez que no han leído el señor de los anillos?  O la consideran dentro de otra clasificación. Cualquiera que sea la opinión que tengan, no me detendré ni a discutirla ni ha refutarla, porque eso me quitaría un tiempo que yo necesito para crear. Las definiciones sobre lo que es, o no es, lo que yo escribo no me son de vital importancia. Mi intención es solamente crear y compartir algo de lo que veo, oigo, siento e imagino.

Ha sido una gran sorpresa el descubrir que lo que escribo ha sido del agrado de tanta gente. Agradezco a todos aquéllos que se han tomado la atención de enviarme sus comentarios, a quienes me han recomendado, y quienes se han declarado abiertamente como mis seguidores. He respondido a los emails que me envían, pero no sé porque razón, algunos de ellos me han sido retachados. Algunos lectores comentan que no han podido subir sus comentarios a mi blog, honestamente no sé cuál sea al motivo.

 Me honra saber de la maestra que tomó mi escrito de La invención el beso, para la clase que imparte en su colegio. De la lectora que me comparte que con mi relato de El dolor,  ella pudo por fin derramar las lágrimas que tanto tiempo habían estado guardadas. De aquéllos que con mis poesías dicen que mueren una,  dos y hasta tres veces. De los que pueden experimentar los sentimientos que hay en mis escritos y los llaman sinestésicos. De los que llegan de su trabajo, abren mi página y escuchan la música para literalmente volar. De los que han encontrado en mi página la inspiración para su propio trabajo de diseño de páginas. De la lectora que ha traducido La invención del beso  a otro idioma. Del lector que imprimió la imagen de El descubrimiento del amor  y la pegó en su oficina. De los seguidores que leen   y releen mis escritos, y que con ansía esperan las nuevas publicaciones.

Hay quienes comparan mi estilo (yo todavía no sé cual es) con el de escritores muy reconocidos, lo cual por un lado me asombra, y por otro; me motiva a conocer la obra de dichos autores  Algunos me dicen escritora de la nueva era, romántica tardía, en fin. Hay muchas opiniones de gente muy ilustrada y experta en la materia. De conocedores sobre mitología y cosmogonía de los pueblos indígenas de México. Todos sus comentarios son el alimento que nutre mi espíritu y me anima a seguir escribiendo. No soy una profesional de la escritura, tengo errores estructurales, ortográficos y de otras cosas más. Pero no puedo esperar a ser una experta en la materia, y  dejar que las ideas que surgen en mi mente se escapen. Prefiero escribir con mis propias limitaciones y como un escritor me dijo: hasta los errores son parte del estilo.

Sin más por el momento, agradezco infinitamente sus palabras y espero poder seguir compartiendo con ustedes esta aventura de escribir.


Atenea del bosque

LA CASA DEL ARBOL


 
LA CASA DEL ARBOL

                                                                                      

En algún lugar de una selva muy grande, tan grande que el hombre moderno no ha podido explorarla completamente. Donde la vegetación crece tan rápido que los caminos que el hombre ha creado desaparecen continuamente. Alejada de cualquier contacto con la civilización, vive una tribu, de una manera en que tal vez, también vivieron muchos de nuestros ancestros. Su forma de vida nos recuerda al hombre primitivo de hace miles de años. En medio de los peligros naturales de su medio han aprendido a sobrevivir construyendo sus casas en las copas más altas de los árboles. Todos los hombres, mujeres y niños se reúnen para trabajar conjuntamente, cuando hay necesidad de construir una nueva.

 Con gran habilidad y conocimiento de lo que necesita, el jefe de la tribu (el mayor de todos, cuya edad apenas rebasa los cuarenta años) elige un árbol gigante de aproximadamente cuarenta metros. Se despeja un radio de cincuenta metros en la periferia. Los troncos de los árboles derribados son utilizados para distintas cosas. Unos para construir una larga escalera, que se empleará para subir y bajar de la casa. Otros para apuntalar la construcción. Comienzan por quitarle al árbol elegido, las ramas que le estorban para asentar lo que será la base de la casa. Se cortan cuatro troncos muy gruesos, y se unen por los extremos formando un rectángulo en donde se asentarán los pilares que sostendrán las paredes y el techo. Una vez que se han asegurado de que están sujetados firmemente, traen troncos  más delgados pero también muy resistentes, que serán usados de soporte para todo el piso de la casa, los van uniendo uno a uno, atados paralelamente. Del mismo modo, las cuatro orillas de la construcción son rodeadas haciendo una empalizada más delgada, de tal modo que los habitantes queden protegidos  para no caer al vacío por ninguno de los lados. Después mujeres y niños traen corteza de los árboles, la cual es utilizada para recubrir las paredes y como tapetes para tenderse sobre los troncos que conforman el piso.

Casi para finalizar la construcción, las mujeres y los niños colaboran trayendo hojas de palma para cubrir el techo.  Los hombres adultos son los encargados de subir los troncos y atarlos con lazos de palma que previamente han elaborado. También son ellos quienes derriban los árboles necesarios con unas hachas muy rudimentarias, hechas de filosas piedras atadas a un palo. De la misma forma, sus cuchillos son de piedra.

Una semana les lleva la construcción de la enorme casa. Un trabajo muy organizado y bajo la supervisión constante del jefe de la tribu que, se ha ganado su lugar, por ser el hombre con mayor edad y experiencia en el arte de sobrevivir en la selva. Desde pequeños los niños aprenden las habilidades más esenciales al lado de los hombres mayores, los sabios de la tribu, trasmisores de conocimientos. Por ejemplo, aprenden cómo afilar una piedra, cómo hacer un hacha o un cuchillo, cómo derribar un árbol, cómo encender el fuego y cuidarlo de tal modo que no incendie la casa de madera. Su vida entre los árboles les ha permitido desarrollar un equilibrio extraordinario para trepar y caminar sobre ellos. Habilidad que es fomentada recién aprenden a caminar.

Finalmente terminan su casa, pero antes de habitarla realizan un rito de purificación. Los malos espíritus  son ahuyentados con el fuego que se enciende en el centro de su nueva morada. Todos están arriba, felices de haber terminado su trabajo. Los niños, aún los que apenas comienzan a caminar, exploran su nuevo hogar, se acercan peligrosamente  a la orilla. Las madres no se asustan, porque sus hijos han nacido en la selva y prácticamente sus primeros pasos los dan sobre los árboles. Su equilibrio es perfecto. Ellos saben del peligro, pero no le temen a la altura, tienen que habituarse a ella, el saber moverse en ella es requisito indispensable para su sobrevivencia. Sólo los que todavía no caminan son cargados por las madres, los demás van y vienen por sí solos. No hay lugar para el miedo a las alturas, es parte de su naturaleza.
 
 

En esa enorme casa en el árbol vive toda la tribu, fuera del alcance de animales salvajes depredadores, del acoso de los insectos, de la humedad, de la densa vegetación y de las inundaciones. Las mujeres bajan a recolectar raíces y frutos. Y los hombres van de cacería. A veces, por las noches colocan trampas entre los árboles para atrapar murciélagos frutícolas. Son grandes, con uno de ellos, se pueden alimentar a diez personas. Pero los cazadores deben de ser pacientes, observar primero las rutas por las que transitan, después derribar algunos árboles para poder colocar las trampas, y finalmente sólo esperar. Una vez que la presa cae, de inmediato la matan de un golpe certero en la cabeza. Y cuando el amanecer llega, encienden un fuego y asan a sus presas para compartirlas con toda la tribu.

 No es fácil sobrevivir en medio de la selva con armas primitivas, el hombre debe ser ingenioso para procurarse sus alimentos. Y corre riesgos constantes para alimentar a su familia. Cuando descubre un panal lleno de miel en lo alto de algún árbol, trepa por las largas ramas para alcanzarlo. No tiene nada para cubrirse, su única protección son unas ramas encendidas entre las que ha puesto hojas verdes para producir humo y ahuyentar a las abejas. Pero no es suficiente y las abejas son feroces y defienden con su vida el panal. El hombre recibe muchos pinchazos  y aún así no cesa en su empeño. Se apodera del panal y desciende del árbol para dar primero la miel a su esposa e hijos, el resto lo comparte con la tribu.  Es un precio alto, pero la miel es una rica fuente de proteína. Él lo sabe y no desperdicia la oportunidad de conseguirla.
 
 

Todos los días, el hombre primitivo de la selva libra una batalla de sobrevivencia y desde tiempos inmemoriales la ha ganado, tanto él como sus ancestros. Un hombre fuerte, ágil para desplazarse en las ramas de los árboles, heredero de la fortaleza física y los conocimientos que le permiten sobrevivir de manera natural en un medio, en que el hombre moderno no podría hacerlo. Un hombre que toma sólo lo que necesita cada día, que es parte de la selva. Que es capaz de coexistir con su entorno sin causarle grandes e irreparables daños.

LUCRECIA





LUCRECIA
Lucrecia era una mujer que trabajaba todos los días en el campo. Sembraba papas, maíz, frijol y sorgo. Se iba a su milpa cuando el sol aún no se asomaba tras la montaña, venía al medio día a su casa para almorzar y después nuevamente  al campo. Vivía sola, nunca se había casado, siempre decía que ella no necesitaba a un hombre para nada. Pero lo cierto es que esa idea la pregonó después de que su mejor amiga le quitara al que era su novio. Desde entonces desconfío de todos los hombres y decía que el amor no existía. En venganza por la traición de que fue objeto se embarazó del mismo hombre que la traicionó. Lo hizo tan sólo para demostrar a su “amiga” que el tipo aquél, tampoco la quería. Su propósito era amargarle la vida y separarlos, pero no lo consiguió y entonces fue ella quien se llenó  de más amargura.

Su amiga y su novio se casarón a pesar de que ella estaba embarazada. Los años pasaron y para desdicha de ella, la pareja nunca se separó. Pasados los años ella inició una nueva relación con un hombre casado, con el que tuvo otros dos hijos. Pero su amargura nunca le permitió tener un gesto de ternura con ninguno de ellos. Era una madre muy austera que daba a sus hijos lo estrictamente necesario para vivir. Ella trabajaba mucho y a pesar de que tenía buenos rendimientos económicos de las cosechas, sus niños no disfrutaban de su generosidad. A cada uno le compraba sólo dos pares de mudas de ropa y como todos recibían una beca por parte de la escuela, a cada uno les compró un marrano con ese dinero, para que lo criaran y después lo vendieran. Si ellos deseaban una fruta, tenían que comprársela con su propio dinero. Porque además los mandaba a pedir dinero a su padre.

Lucrecia trabajaba mucho y todo el dinero obtenido lo prestaba a sus conocidos. Cuando tuvo suficiente dinero derribó la casa que le heredó su madre y se hizo una nueva. Quizás ese fue el acto de mayor derroche en su vida. Porque ella no se compraba nada, ni siquiera ropa.  Tenía años que usaba la misma aunque ya estaba rota  y descolorida. Cuando tenía que salir a la ciudad, gastaba ni siquiera en una botella de agua, menos comida, y tomar un taxi era impensable. Incluso prefería caminar largos tramos para no usar el transporte colectivo. Siempre gastaba lo mínimo de lo mínimo y eso hacía que sus ahorros crecieran. Pero nadie sabía a cuánto ascendían ni a quién le había prestado dinero.

Un día Lucrecia se sintió enferma, pero como era usual en ella, no quiso ir al doctor, para no gastar dinero. Generalmente tomaba alguna pastilla para el dolor, se dormía y se olvidaba del asunto. Muchas veces lo hizo y las pocas veces que fue al médico sucedió porque sus hijos, que ya eran mayores, la llevaban. Ellos le pagaban la consulta, pero después de eso, ella no volvía, ni se realizaba los análisis o estudios que le recomendaban. Esta vez tampoco quiso ir al médico, así que se recostó, pero a la media noche no pudo más. Un dolor intenso la obligó a llamar por teléfono a sus hijos quienes tuvieron que llevarla de emergencia al hospital. El médico la revisó pero explicó que tendría que esperar a la mañana siguiente para poder realizarle todos los estudios pertinentes. Le dijo que tenía complicaciones con una bronquitis, con los riñones y el corazón. Tenía la presión muy alta. Pero sólo le recetó calmantes para el dolor y la regresó a su casa. En el camino ella se quejaba continuamente. De pronto se quedó quieta y dejó de hacerlo. Su hijo le tomó el pulso, pero no sintió nada. Detuvieron el coche para verificar su estado, ella no respiraba. Volvieron al hospital para atenderla de emergencia, pero ya no se podía hacer nada. Estaba muerta.     

Su deceso fue una sorpresa para todos. Parientes y amigos se presentaron tan pronto como fue posible a dar sus condolencias. Era un velorio muy extraño. Nadie lloraba. Sus hijos parecían tener la misma dureza de su madre en el alma. Pasó la noche y con los primeros rayos del sol se dirigieron al panteón. Todo se realizó según la tradición. Antes de salir de la casa, la madrina de la cruz, recorrió todos los rincones llamándola por  su nombre. Diciéndole que ella no era ya de éste mundo, que tenía que irse.  Abrieron la caja para despedirse, no hubo lágrimas de nadie.

En el panteón, también abrieron el féretro, pero la mayoría se había despedido de ella. Todo en medio de un respetuoso silencio. Después de cubrir la caja con tierra, pusieron sobre la tumba todas las flores. Los familiares repartieron refresco a todos los presentes. El viento era helado, pero los rayos del sol sobre la piel eran ardientes. Agradecieron a todos por su presencia y su apoyo. Después de un rato la gente comenzó a alejarse. Sólo quedaron los familiares. Antes de retirarse los hijos invitaron a todos a tomar un almuerzo a la casa de la difunta. A punto de salir del panteón la hija mayor se dirigió a su madre, para decirle que la habían llevado al panteón, que ahí se quedara, que no los fuera siguiendo.

Acto seguido todos salieron del panteón, de regreso todos comentaban las muchas cosas que la difunta había dejado pendientes. Preguntándose quien tendría que hacer ahora el trabajo que  ella dejaba. Había que recoger su siembra, regar sus plantas. Una mujer que trabajó mucho en su vida, dejó dinero prestado a diferentes personas, pero sus hijos no tenían conocimiento de quienes eran todos. Hicieron una lista de lo que recordaban, llegaron a un acuerdo de lo que harían. Poco a poco los parientes se fueron. Los hijos se quedaron solos, reorganizando su vida para cubrir la ausencia de la que fue su madre.

LA BODA


LA BODA

Sonia era una muchacha de 17  años. Y como todas las mujeres de su natal Santa María Concepción, soñaba con un día casarse de blanco en el altar de la iglesia de su pueblo. Desde niña había sido preparada para ese propósito. Aprendió a lavar, cocinar, limpiar, bordar, planchar y sobre todo a obedecer a los hombres.

Deseaba encontrar al hombre con el que compartiría su vida para siempre. Un hombre que le brindara protección y amor. Alguien a quien dedicar los días de su existencia. Y cuando lo conoció, su corazón latió con el frenesí y la fuerza de los tambores de una danza africana. Un joven moreno, delgado, alto, de voz grave y mirada de fuego. Ella cayó rendida a sus pies cuando él aún  no pronunciaba una sola palabra. Era exactamente cómo lo había soñado, era el joven por el que morían todas las muchachas del pueblo y ella llegó al cielo con sólo oír pronunciar en sus labios su nombre.

Desde la primera vez que lo vio su alma huyó de su cuerpo para ir tras de él y su imagen se quedó grabada en su mente. Prisionera de un deseo irresistible de conseguir un amor correspondido, dedicó cada uno de sus pensamientos y sus acciones a agradarle. Presta a adivinar sus deseos para cumplirlos al pie de la letra no le importó sacrificarse a sí misma. No le importó olvidarse de sus anhelos propios, si Alejandro decía que el cielo era rojo, ella aseveraba completamente convencida que así era. Estaba de acuerdo con él en todo, sólo con el propósito de no contradecirlo.

Sonia era hija única de una mujer soltera. Su madre era una mujer llena de resentimiento y amargura, que siempre la trató con dureza. No le permitía tener amigas ni salir sola. Por lo que las citas con Alejandro se hacían a escondidas en los breves momentos en que ella salía de la escuela. No tenía confianza en su madre, de quien sólo había recibido malos tratos y exigencias.

 Él era un hombre dominante, consciente de la atracción que ejercía en las mujeres. Utilizaba su encanto para obtener de ellas cuanto deseaba. Bastaba con pedirles una “prueba de amor” y ellas de inmediato accedían creyendo que de esa manera podrían atraparle. Siendo tan joven tenía ya ocho hijos con distintas mujeres, de los que nunca fue responsable. Se consideraba a sí mismo irresistible, y ciertamente, a las mujeres les encantaba. Sonia era para él, una mujer más con la que pensaba divertirse. Le prometió una boda con la única intención de ganar su confianza. Ella no escuchó las advertencias de las personas cercanas, se negó a tener prudencia. Y con el entusiasmo de una mujer enamorada se dedicó a planear lo que sería el día más feliz, de su vida.

Alejandro estaba encantado de conocer a esta bonita joven que era de lo más complaciente. Nada halagaba más su vanidad que tener a su disposición a alguien siempre pendiente de su más mínimo capricho. Poco a poco ella fue conociendo sus gustos, sus aficiones, su comida favorita, en fin, todo lo que estuviera relacionado con el hombre de su vida. Y todo ese interés era solamente con el propósito de merecer el amor de un hombre que para ella era único.

Como un experto seductor, Alejandro convenció a Sonia de demostrarle su amor y ella accedía a complacerlo siempre que él se lo pidiera. Finalmente en pocos días estarían casados. Sería una boda con pocos invitados, la madre de ella estaba en desacuerdo y había anticipado a su hija que no asistiría.  A ella no le importó, su felicidad era demasiada como para ser opacada por éste incidente. La acompañarían solamente sus amigas. Él por su parte, dijo no tener familia. En realidad era poco lo que sabía de su novio, tan sólo que era un vendedor y que decidió quedarse en el pueblo.

Pasaron los días, y la fecha de la boda llegó. Muy temprano se levantó ella para comenzar su arreglo. Sus amigas estaban con ella para ayudarla. Su madre le dijo que las bodas eran muy bonitas, pero que era una lástima que el amor durara lo mismo que una fiesta. Sonia no hizo caso de su comentario y con su largo vestido blanco, cuyos encajes y lentejuelas brillaban tanto como la felicidad en su rostro, salió de su casa. Con sus amigas al lado, iba radiante caminando con paso seguro hasta la iglesia. Faltaban diez minutos para la hora cuando llegó a atrio, el novio no había llegado.

Diez minutos que se volvieron una eternidad esperando a que el novio llegara. Pero el tiempo siguió pasando. Ella angustiada miraba su reloj una y otra vez, mientras su corazón comenzaba a latir apresuradamente. Pasaron otros diez minutos y el tiempo para ella era a cada instante más largo. Esperando que su novio apareciera. Se acercó a la puerta de la iglesia para ver si se acercaba por alguna calle. Pero todo estaba desierto. Mil ideas pasaban por su cabeza. Pensó que la única razón de que él no asistiera era que había tenido un accidente, por lo que  la angustia crecía más dentro de su ser. No sabía qué hacer, si esperar o ir a buscarlo. Había pasado casi una hora desde que ella había llegado. Sus amigas le decían que no se preocupara, que todo se aclararía en cuanto él llegara. Pero él no llegó.

Ella entró a la iglesia para hablar con el sacerdote y pedirle que los esperara un rato más para casarlos. Entonces él la miró sorprendido vestida de novia y le dijo que no esperara más. Que ese día muy temprano Alejandro había venido a decirle que la boda se suspendía. Que se iba para siempre.

Apenas escuchó estas palabras, y sus piernas se negaron a sostenerla. Temblaba incontrolablemente mientras trataba de jalar aire. No podía ni siquiera decir una palabra. Tuvo que sostenerse de sus amigas. Sentada en la banca comenzó a gritar desesperadamente, mientras tiraba con rabia su ramo de novia y comenzaba a deshacerse el peinado y rasgaba su vestido de novia. Se negaba a aceptar lo que estaba escuchando y gritaba al tiempo que lagrimas negras teñidas del  rímel de sus pestañas le manchaban la cara y el vestido. Gritaba que eso no podía ser, que no era cierto.

Salió corriendo por la calle, despeinada y con el vestido roto. La gente la miraba con asombro, pero ella no veía a nadie. Llegó a su casa, sobre su cama lloró toda la tarde y hasta la madrugada.  Al día siguiente con los ojos hinchados de tanto llorar, permanecía recostada en la cama con la mirada perdida. No quería hablar con nadie ni comer. Cayó enferma, presa de fiebre y vómito. Su madre creyó que estaba embarazada, pero por primera vez no le reprochó nada. Ese mismo día, por la tarde, sin decir nada y sin que nadie la viera salió de su casa. Con su vestido de novia se fue caminado por el monte, caminó hasta que la venció el cansancio. Se tiró sobre el pasto, la noche de invierno era helada. Cerró los ojos mientras su cuerpo se enfriaba lentamente y se entumecía.  Sus últimos pensamientos fueron para ese hombre que había amado. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras se veía  así misma bailando en una fiesta de bodas, que nunca tuvo.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

EL HOMBRE DE LAS MONTAÑAS BLANCAS




                                                                        

En un lugar de las más altas cumbres del planeta. Donde la nieve es un paisaje eterno, y hay glaciares que se formaron desde el inicio de los tiempos. Ahí entre esas elevadas montañas, donde sólo unos pocos han estado alguna vez, se encuentra un lugar que parece de otro universo. Está ahí desde tiempos inmemoriales, quizás, desde que los ancestros de los humanos dieron sus primeros pasos sobre sus dos piernas, o tal vez antes, nadie puede saberlo con certeza. Un lugar único, cuya naturaleza evolucionó hacia formas no conocidas por el común de los hombres. Completamente aislado, en medio de la bastedad inhóspita de temperaturas bajo cero. Surgió ese lugar, como envuelto en una burbuja, con un clima cálido y húmedo.  Como una gota de agua llena de vida a mitad del ardiente desierto.

Muy pocos hombres lo han visto con sus propios ojos. El acceso es tan accidentado, en medio de abismales acantilados, por estrechos y laberínticos senderos en lo más elevado de las montañas. Donde feroces y gélidos vientos, silban continuamente acompañando tormentas de nieve, que disuaden a cualquier ser vivo de transitar por esos caminos. Es por eso, que intentar llegar ahí es casi un suicidio y no muchos se disponen a correr la aventura. Muy lejanamente algún grupo de hombres corre el riesgo, aunque para soportar el largo tránsito se requiere ser muy fuerte, muchos de ellos mueren en el intento. Y únicamente los que soportan la prueba, serán testigos de la existencia  de una ciudad en medio de la nada, donde cualquier probabilidad de vida se pensaría imposible.

Ese lugar enclavado en un profundo valle y rodeado por cadenas montañosas tiene una temperatura ideal. Protegido por enormes murallas de roca, conserva su clima todos los días del año, sin que lo perturbe ni los vientos, ni las tormentas de nieve. Agua caliente brota continuamente de géiseres, que al mezclarse con el agua del deshielo de las montañas, forman ríos de agua templada que permite la existencia de diversas plantas tropicales, que sin embargo son muy distintas a las que conocemos en la selva. Una abundante vegetación y una gran variedad de frutos permiten una alimentación sana a los seres vivos que ahí habitan. Pájaros de deslumbrantes colores sobrevuelan continuamente y sus cantos crean un ambiente paradisíaco. Muchas criaturas son parecidas a las que habitan nuestro medio y otras, tan distintas. Pero todas coexisten pacíficamente. Y un ser muy parecido al hombre ha vuelto ese sitio su hogar desde que existe.

Quienes lo han visto, le llaman el hombre de las nieves, es alto y corpulento. En su cuerpo tiene mucho pelo, tanto como lo tenían nuestros más antiguos ancestros, pero es todo blanco, y sus ojos son amarillos o aceitunados. Sus brazos son largos y su cuerpo ligeramente encorvado, puede caminar sobre sus dos pies, pero también es capaz de trasladarse a mayor velocidad sobre sus cuatro extremidades. Además de desplazarse entre las ramas de los árboles con gran habilidad. Su lenguaje es principalmente gestual y con sonidos guturales. No come carne, su alimentación está basada en frutas y yerbas, y a pesar de que físicamente es muy fuerte, es un ser pacífico que vive una vida muy tranquila.

Aunque existe desde hace miles de años, su especie no ha proliferado de la misma manera que la del  hombre moderno. Por alguna extraña razón, por cada tres varones nace una hembra, y el tiempo de gestación de un bebé es diez meses.  La situación se complica aún más, debido a que las hembras no pueden tener más que un hijo, porque durante el parto ellas mueren. Parece ser que su metabolismo es muy acelerado,  y no alcanzan a asimilar suficientes nutrientes para dos organismos. Así que a lo largo de los meses de gestación, el bebé recibe los nutrientes directamente del torrente sanguíneo de la madre. Mientras ella, poco a poco va sufriendo un deterioro que culmina cuando en el momento de dar a luz, su cuerpo se ve sobre exigido y no resiste más. Y aunque científicamente tienen los medios que podrían evitar, por los menos en algunos casos, la muerte de la mujeres, su visión de la vida no les permite hacerlo. Para ellos, es muy importante respetar la voluntad del creador.

La mayoría de los machos viven solos y las pocas parejas que llegan a formarse, con frecuencia deciden no procrear. Nadie quiere perder a la compañera con quien ha establecido un fuerte vínculo, tomando en cuenta que todos se conocen prácticamente desde que nacen. Hay una gran convivencia social y los pocos niños que hay, consideran madre a todas las mujeres mayores que pueden serlo y lo mismo  sucede con los hombres. Los infantes son tomados como hijos de la comunidad. Hay reglas muy específicas para su educación y son respetadas por todos.

El gran parecido físico con el hombre moderno, parece indicar que en algún punto de la evolución, ambas especies surgieron de un mismo tronco común, pero a través de miles de años se fueron diferenciando. Y no se sabe cómo o por qué, ésta rama alterna del homo sapiens emigró a vivir en aquéllas montañas. El lugar en donde viven es único, nadie podría imaginar que a esa altitud, podría existir un lugar con esas características tan peculiares que lo hacen habitable.

 Lo cierto es que estos hombres son también muy inteligentes, y prueba de ello es un gran laboratorio que existe en ese lugar. Ahí se pueden ver algunos de sus inventos, que son muy parecidos  a los que han creado científicos de nuestra sociedad. Cuentan incluso con vehículos aéreos que se desplazan a velocidades supersónicas, que el hombre moderno no ha podido conseguir. Es un completo misterio cómo o de dónde han obtenido los materiales para construir sus aeronaves. Existen indicios que sugieren también, que han realizado viajes espaciales, pero toda información relacionada con su tecnología está cuidadosamente resguardada y muy contados individuos tienen acceso a ella.

 A pesar de sus increíbles inventos, parecer ser, que la tecnología no es una prioridad en su vida y todas sus creaciones tienen como finalidad; la motivación de su inteligencia y el  desarrollo de su sociedad. Ellos no conceden ninguna importancia a la comodidad o el entretenimiento. Se consideran a sí mismos seres más evolucionados que el hombre moderno, porque las cosas materiales han dejado de ser de su interés y tienen la firme convicción de que pronto formarán parte del mundo espiritual.

De hecho, su vida es muy distinta a la nuestra, ellos prefieren establecer un mayor contacto con la naturaleza. Sus viviendas son todas construidas con materiales de su medio ambiente. Su ciudad está organizada en secciones en las que pueden aprender distintas habilidades de acuerdo a sus preferencias. La actividad que realiza cada uno depende en parte de su edad. Todo trabajo de aprendizaje es realizado en un patio común, en donde tienen cuanto necesitan. No podría decirse que trabajen para alguien, de hecho se reúnen solamente cuando requieren de elaborar algo para el bien común. Prácticamente comparten todos los espacios, incluso para dormir tienen unas chozas que fueron construidas para ese fin y no existe la propiedad personal.

No les agrada el ruido y el bullicio, y parecen disfrutar enormemente del lugar en que habitan. Además, las caminatas largas son uno de sus pasatiempos favoritos y es común verlos subir cada día a la cima de alguna montaña. Sin embargo ha ocurrido  a veces, que alguno de ellos ha salido de los límites de su territorio y han tenido encuentros fortuitos con algún humano, y entonces huyen apresurados hacia el lugar donde habitan.

Y aunque saben de la existencia de la especie humana no tratan de establecer contacto con ella, sino más bien, de evitarla. La reconocen como una especie depredadora que ha alterado el equilibrio del planeta, y que de saber que ellos existen y el lugar exacto en donde se encuentran; los exterminarían. Por eso, es que desde pequeños se les educa en la importancia de mantenerse alejado de cualquier humano a quién consideran altamente peligroso y destructivo. Esa es la razón para tener un sólo acceso a su hábitat, el cual mantienen siempre vigilado y perfectamente mimetizado.

No obstante, permiten la entrada a algunos miembros de cierta tribu, que como ellos, también viven en las montañas. Con ellos, mantienen una relación de intercambio desde tiempos muy remotos. De hecho, nadie recuerda desde cuando.  Esos humanos han guardado muy bien el secreto, el cual  únicamente es revelado a las personas que han sido elegidas para continuar el intercambio.

Sólo un día al año, pueden los humanos de esta tribu llegar a la ciudad secreta, ellos los esperan y desde la lejanía los miran acercarse. Entonces se preparan para recibirlos, y tienden un puente que permite atravesar el abismo entre la montaña más cercana y las murallas naturales de la ciudad. Es común que vayan a su encuentro, porque algunos hombres desfallecen poco antes de llegar, debido a la exigencia que la altura y el frío plantean a su organismo.

Precisamente cuando están a punto de llegar a la ciudad, el clima se vuelve más helado y fuertes remolinos los zarandean violentamente. Pero es por un tramo muy pequeño. Súbitamente, al dar vuelta a una montaña, toda turbulencia desaparece. Y el cielo más azul, que el hombre haya visto jamás, aparece ante sus ojos. La vegetación es tan abundante, y todos los colores de las plantas son intensos y brillantes. Permanentemente se escucha el murmullo de las innumerables cascadas de agua caliente, que caen de las montañas.

Esta rama del hombre, que tal vez, podríamos llamar homo sapiens spiritualis,  acoge y alimenta a los visitantes por una semana. Que es el tiempo, que dura su estancia. Durante esos días, todos comparten experiencias y conocimientos. Los humanos colectan algunas plantas que sólo en ese lugar existen y que son necesarias para la curación de ciertas enfermedades. Incluso si alguno de ellos padece de  alguna enfermedad que ellos puedan curar, son obsequiados con una sanación. En correspondencia, reciben plantas que los hombres de la tribu han conseguido en tierras lejanas y algunas provisiones. Después se despiden con la promesa de mantener su relación en secreto, tal como lo hicieron sus ancestros.  

Pocos son los humanos que han estado en está ciudad, muchos menos de los que han llegado a saber de ella. Gran parte de los que han intentado conocerla, mueren en el camino, víctimas del clima indomable o de una caída en algún precipicio. La mayoría de los que llegan al final, lo han hecho sólo una vez en su vida. Y  cuentan que durante todos estos siglos, ha habido solamente un hombre, que ha ido a ese lugar tres veces.

Algunas de las personas que han escuchado este relato se  han preguntado: ¿en dónde ésta esa ciudad?, y es sabido que hay quien se ha atrevido a buscarla. De hecho, la  búsqueda ha ocurrido más de una vez, sin ningún éxito. A pesar de que para ello,  el hombre moderno ha usado la tecnología más avanzada que posee. Los hombres de las montañas blancas, conocen formas de pasar desapercibidos, que no han revelado a nadie. Y  que usarán siempre que sea necesario protegerse de algún intruso curioso.      

NO SABIA QUE SE PODIA VIVIR DE OTRA MANERA

NO SABIA QUE SE PODIA VIVIR DE OTRA MANERA

Lucina se caso apenas cumplió los 16 años. Tenía prisa por irse de su casa. Su padre era un hombre alcohólico y desobligado. No había día en que no golpeara a su madre. Era común que ella y sus hermanos corrieran a esconderse, apenas se daban cuenta que venía de la calle. Le tenían mucho miedo porque a veces pateaba a su madre hasta que se cansaba y la dejaba tirada en el patio, tan sólo porque ella le daba comida que no era de su agrado. El trabajaba pocas veces, pero todo su dinero era gastado en satisfacer su vicio. Y aunque no daba el gasto exigía que se le diera lo mejor de la comida. Pasaba varios días embriagándose, y cuando “estaban de suerte” llegaba a dormirse sin hacer aspavientos.

 Ella fue la mayor de seis hermanos y por ser mujer estaba obligada a ayudar a su madre en la crianza de sus hermanitos. Desde que tuvo diez años, lavar y planchar ropa ajena, era parte de sus labores para ganar un dinero con el que poder obtener comida. Su padre  les exigía incluso, que le compraran bebida para curarse la cruda. Cansada de los golpes y de hacer un trabajo por el que ella no recibía ni un sólo peso, ansiaba la oportunidad de escapar de esa vida.

Cuando conoció a Samuel quedó deslumbrada por la forma en que él le hablaba, sus formas amables, su caballerosidad, además de las flores y pequeños detalles que le obsequiaba cada vez que se veían. Algunas personas que conocían a Samuel, dijeron a Lucina que en realidad era un borracho y bueno para nada. Pero ella se negó a escuchar y creer lo que esas personas le decían. En menos de un mes, después de acostumbrarse a sus dulces palabras y caricias tiernas; decidió aceptar su propuesta de arrejuntarse con él. Y una noche no volvió más a su casa, se fue dispuesta a vivir su sueño de amor.

Unos pocos meses le duró el gusto de tener la vida que soñaba, porque de pronto él no fue a trabajar más y empezó con las borracheras que le duraban semanas. E igual que su padre, llegaba en la madrugada exigiendo que lo atendieran “a cuerpo de rey”. Al instante en que él tocaba la puerta ella tenía que abrir, si tardaba aunque sea un poco, era motivo para que la golpeara sin ninguna consideración. La dejaba adolorida y llena de moretones. Llegó a tenerle tanto miedo, que cuando su marido no estaba, ella se acostaba en el piso a un lado de la puerta para abrir en el momento en que él llegara.

No la ponía a trabajar, porque era un delincuente que robaba y le daba suficiente dinero para todos los gastos de la casa, pero le tenía prohibido salir. Encerrada estaba todo el día, no podía visitar ni siquiera a sus padres y cualquier desobediencia era castigada con severos golpes e insultos. A veces le llevaba a la casa hombres que se escondían de la policía y ella debía de atenderlos. Muchas veces los escuchó hablar de las fechorías que cometían.


Así fue su vida por casi diez años, confinada a su casa, sin familia y sin amigas. Sabía que no había forma de huir de su marido, ella no tenía a quien pedir ayuda y aunque hubiera escapado,  Samuel la habría encontrado en cualquier lugar, y le habría dado un castigo terrible. Muchas veces estuvo a punto de cometer suicidio, pero nunca tuvo  el valor. Desesperada, lloraba sola en los momentos en que sabía que él no vendría pronto.

Sucedió sin embargo que una noche, Samuel tuvo una pelea en un baile con un hombre que lo empujó sin querer, se hicieron de palabras y de golpes. Pero estando tan borracho fue fácilmente derribado por el otro, quién al verlo tirado le dio la espalda para alejarse. En ese momento Samuel se levantó y antes de que aquél hombre se diera cuenta lo apuñaló repetidas veces, hasta que estuvo seguro de que estaba muerto. Sin pensarlo se dio a la fuga, pero en unos cuantos días  cayó preso.

Al principio Lucina lo visitaba en la cárcel y él la amenazaba con que la mandaría  a matar si no iba. Pero después de algunos años, ella conoció a otro hombre y a pesar del miedo que le tenía  a Samuel, decidió iniciar una nueva relación. Y esta vez encontró a alguien diferente que la trataba con respeto, y, era honrado y trabajador. Y tuvo algunos años de feliz matrimonio, siendo tratada de una manera que no pensó que existiera, porque antes ella sólo había conocido el maltrato y el abuso.

Hasta que un día, se enteró de que Samuel había escapado de la cárcel y entonces no pudo volver a dormir por las noches. Se despertaba llena de pánico en medio de pesadillas, en las que era atacada por su ex marido. En el día, la sobresaltaba el timbre de la casa o del teléfono, temía que él se apareciera o le llamara en cualquier momento. Recordaba las veces en que al ir a visitarlo, él le decía con todo detalle como la mataría si ella se atrevía a dejarlo. Pronto bajó de peso y perdió el apetito, en ningún lugar se sentía segura. Temía asomarse a la ventana y mandó poner cortinas oscuras para que nadie pudiera mirar desde fuera.

Mientras tanto, Samuel seguía huyendo de la policía y algunos reos que escaparon con él fueron atrapados nuevamente en un enfrentamiento. Él logró escabullirse por unos días más, pero sin amigos que le ayudaran tuvo que arreglárselas solo. Un día cometió un robo en una colonia que era territorio de una pandilla, pronto llegaron a “ajustarle las cuentas”. Amaneció muerto, tirado en una banqueta con el rostro irreconocible. Nadie supo quien era. Pero Lucina, todavía teme que un día llegue a buscarla. Aún teme salir a la calle y se despierta sobresaltada en medio de la madrugada…

PARA ALCANZAR EL CIELO



PARA ALCANZAR EL CIELO

Adelina y su esposo Remigio habían trabajado en la hacienda La Piedad toda su vida. Ahí nacieron, crecieron,  y se casaron cuando apenas tenían quince años. No conocían otra forma de vida, sus padres también habían nacido y vivido ahí. De hecho no se sabía desde cuando sus antepasados habían comenzado a trabajar en la hacienda. Tenían una choza que el viento feroz a veces, estaba a punto de derribar. Y tres hijos los acompañaban, también destinados a crecer, vivir y morir ahí. Todos asumían su vida con resignación, como un destino tan determinado que era  impensable que no pudiera ser así.
Acostumbrados a la violencia y abuso de su patrón; eran sumisos, callados, temerosos y prestos a obedecer todas las órdenes. Su vida era dura, con jornadas de sol a sol, y poco dinero, demasiado poco incluso para obtener lo más necesario con que sobrevivir. La escuela no estaba a su alcance, así que los niños comenzaban a ganarse el pan, casi al mismo tiempo que aprendían a caminar. El pago por su trabajo era tan miserable que continuamente adquirían deudas. Y los intereses que el patrón cobraba eran tan altos que la deuda crecía, con mayor rapidez que los maizales. A pesar de las carencias logró hacerse de su propio  caballo y unos pequeños ahorros.
Un día Remigio llevó al ganado a pastar a los potreros del norte, en el camino una culebra asustó al caballo, que encabritado se sacudió violentamente al jinete. Quiso la mala suerte que su cabeza golpeara entre la cerca de piedras que bordeaban el camino. Un ruido seco se escuchó al romperse los huesos. Quedo tirado, sangrante, imposibilitado para levantarse. Pasaron las horas de la tarde y cuando el sol estaba ocultándose y Remigio no volvió a la hacienda, otros peones fueron a buscarle.  Lo hallaron pronto, cargándolo con cuidado se lo llevaron a la hacienda, él iba inconsciente. Al ver el estado en que se encontraba y la gravedad de la herida en la cabeza, comprendieron que no se salvaría. Vino el cura y estuvo con él durante sus últimos minutos, dándole su bendición. A su esposa no le permitieron verlo. 
Al día siguiente fue enterrado dentro de los mismos terrenos de la hacienda. Unas tablas viejas fueron usadas para construirle su ataúd. El sacerdote vino a realizar la misa y a bendecir el cuerpo.  Unas cuantas flores, cortesía del hacendado, adornaron su tumba. Después del entierro el patrón llamó a Adelina para informarle cuál era su situación ahora que su esposo había muerto. Él era el depositario de los bienes de Remigio y de todos sus trabajadores. Le dijo que la última voluntad del difunto expresada al sacerdote, había sido que con su dinero ahorrado se le pagaran unas misas para que su alma alcanzara el descanso eterno y que por lo tanto, también vendería su caballo y usaría el pago obtenido para el mismo propósito.
Adelina como siempre no dijo nada, ni ella ni nadie podía atreverse a contradecir la palabra del patrón, que además estaba avalada por el sacerdote. Esta era una práctica que se realizaba cada que moría algún peón con alguna pequeña propiedad. Los beneficios iban a parar a manos del sacerdote y del patrón. Era la forma en que ellos despojaban a las viudas y huérfanos de cualquier posible beneficio que hubieran podido recibir por los bienes del familiar muerto. Cabizbaja y triste, ella salió de la casa con las manos vacías y con tres niños hambrientos.

POR UN KILO DE CARNE

POR UN KILO DE CARNE

Lucía nació en un pueblo de la sierra de Chiapas, fue la segunda de seis hermanos varones.  Antonia, su madre, la había tenido cuando tenía sólo catorce años, ahora  a sus veintisiete, seguía estando soltera. Se ganaba la vida vendiendo algunas artesanías bordadas a mano. Pero lo cierto, es que el dinero obtenido no le alcanzaba a veces ni para la comida. Entonces sus hijos mayores le ayudaban vendiendo dulces en las calles, pero ni aún así era suficiente.

 Una manera de resolver el problema de la alimentación diaria de sus hijos, era pedir crédito al carnicero, quién muchas veces le exigía un pago distinto al dinero. De hecho, había otras mujeres que en situaciones similares, también acudían a pedirle ayuda. Y después, al no tener ingresos para saldar su deuda, tenían que acceder a  pagarle con favores sexuales. De tal modo que, era común ver entrar y salir mujeres de la trastienda. Y lo que ocurría adentro, era un secreto a voces. Nadie decía nada, los esposos y padres de ellas, nunca preguntaban cómo llegaba la comida a su mesa.

Un día, el carnicero dejó de interesarse en Antonia, y le pidió que le pagara el favor llevándole a su hija. Y ella como muchas otras madres de ese pueblo, accedió a la petición. Lucía tenía apenas 11 años cuando su madre la llevó por primera vez con él. Le explicó que debía ser obediente y amable con aquél señor, en agradecimiento a la ayuda que con frecuencia les prestaba. Y Lucía se portó dócilmente en esa cita, y en las que siguieron.

En lo sucesivo, cada vez que Antonia pedía un kilo de carne, el carnicero recibía en pago los favores de Lucía. Y así pasaron por lo menos dos años,  hasta que la madre comenzó a notar que su hija se compraba ropa, y algunas otras cosas con su propio dinero. Al interrogarla, Lucía no dijo nada. Pero, después de algunos días, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Entonces, muy indignada, acudió a la policía a denunciar el delito de abuso sexual sobre su hija. 

Al hacerse las averiguaciones e interrogar a los implicados. La verdad salió a relucir. Lucía ya no iba con el carnicero sólo cuando su madre la mandaba. Sino que por su propia cuenta, lo frecuentaba muchas otras veces, recibiendo dinero a cambio. Y lo que en realidad molestaba a Antonia, no era que su hija se prostituyera. Sino que ella,  no recibiera beneficio alguno en las transacciones.

viernes, 26 de octubre de 2012

LOS GIGANTES

LOS GIGANTES

 Hace millones de años, cuando el planeta era tan distinto a lo que es hoy. Estaba despoblado de seres vivos, prácticamente era desértico. Durante el día era muy caliente y por las noches demasiado frío. A pesar de que el núcleo terrestre ardía a altas temperaturas, ese calor no se mantenía en el exterior lo suficiente como para mantenerlo tibio en las noches. Ninguno de los seres vivos aerobios que hoy existen, habrían tenido ninguna probabilidad de sobrevivencia en ese mundo.  Algunas veces, meteoros de universos lejanos que se acercaron demasiado a nuestro planeta, fueron atraídos por el magnetismo de la tierra. Muchos de ellos se impactaron en la superficie, y a pesar de que ocurrieron grandes colisiones que movieron el eje de la tierra, en distintas ocasiones; no  hubo incendios, porque en aquella época, en la atmósfera terrestre  no existía suficiente oxígeno como para permitir la combustión.

Los animales que habitaron en aquéllos días, eran tan distintos a los que ahora podemos ver. De hecho, no se parecían nada y es casi imposible imaginarlos porque su sistema de vida era tan distinto al nuestro; no requerían de oxígeno, algunos podían permanecer sin alimento por mucho tiempo y otros más se desarrollaban en medios tan ácidos en formas que hoy no existen. La mayoría de las especies desaparecieron en la medida que el planeta se fue transformando. De ellos no quedan fósiles. Los datos más antiguos que los antropólogos han logrado obtener sobre organismos con vida se remontan a la época de los dinosaurios, pero antes de ellos, la tierra estuvo habitada por seres de los que apenas quedan pocos o ningún rastro. Su tamaño era enorme. Existieron aves de más de tres metros, serpientes de veinte que vivían en los pantanos, y dragones que tuvieron su hogar en las altas montañas, en la selva y en el profundo mar. Algunos evolucionaron y dieron origen a algunas formas de vida actual, los demás; desaparecieron.

Los primeros pobladores inteligentes que llegaron a este planeta tenían cierto parecido con el hombre moderno. Sólo que eran más grandes y más evolucionados. Su estatura promedio era de seis metros. Su piel era blanca, más bien, casi transparente. Eran ágiles y ligeros. Su voz era clara y melodiosa, aunque pocas veces se les escuchaba hablar, porque ellos solían comunicarse a través del pensamiento,  es por ello que no les era posible mentir, tampoco consideraban necesario hacerlo. La comunicación mental hacía imposible los equívocos y cada uno se consideraba parte del otro. Razón por la cual se procuraban los unos a los demás.

Estos seres gigantes, no requerían de la tecnología, sus conocimientos y habilidades sobrepasaban con mucho a las que el hombre moderno posee. Conocían la manera de desplazarse a grandes distancias, en formas que resultan inconcebibles para nosotros. Eran capaces de estar en dos o más lugares distantes a la vez, o trasladarse de un sitio a otro  en menos de un segundo. Tenían un control absoluto sobre su cuerpo físico y astral. Eran plenamente conscientes de sus orígenes y de su misión universal. Los límites del espacio y el tiempo no existían para ellos. Todo era un continuo presente, en el que a la vez se encontraba el pasado y el futuro. Podían ser y no ser al mismo tiempo. Siendo seres espirituales muy evolucionados habían trascendido las limitaciones de su cuerpo físico y no padecían de enfermedades. La extensa memoria de todas sus vidas terrenales los hacía conscientes de las consecuencias de sus acciones, por lo que actuaban siempre con cautela. Sus metas en la vida no estaban ligadas a la satisfacción personal, sino al servicio que pudieran ofrecer a especies menos evolucionadas que la suya.

 Cuando recién llegaron, observaron las características del planeta y con gran inteligencia eligieron las especies de plantas y animales adecuadas, que poco a poco crearan el ambiente y equilibrio perfecto que diera origen a la vida.  Pronto las plantas se reprodujeron, surgieron los árboles y empezó a haber oxígeno, para los gigantes no era necesario; pero sí para los seres que serían los nuevos pobladores del planeta. Surgieron nuevas especies animales, algunos fueron traídos por ellos desde planetas más avanzados y unos pocos de los que ya existían, se adaptaron a las nuevas condiciones ambientales desarrollando características que les permitieron ser más funcionales para responder a las necesidades que les planteaba el medio.

 Ellos recibían su energía directamente del sol, tal como hacen las plantas, por lo que no requerían de mucha cantidad de alimentos, y la carne no se encontraba entre sus platillos. Pero sí el agua, la cual tomaban en abundancia, para tener siempre flexibilidad y un aspecto lozano y fresco. Aunque no precisaban de tomar exclusivamente agua dulce, que por cierto, en aquéllos tiempos era muy escasa, se nutrían de agua de mar y absorbían sus minerales lo mismo que las primeras plantas que surgieron. Las flores como su principal alimento, eran consideradas seres sutiles que se nutrían de las energías creadoras del universo, por lo que el ingerirlas les proporcionaba salud y longevidad. Los gigantes llegaban a vivir hasta mil años, lo cual explica que llegaran a ser tan sabios y con amplia experiencia.

Estos gigantes podían regular su temperatura de acuerdo al ambiente. Esto ocurría porque tenían un vínculo estrecho con todos los seres del planeta, de tal modo que se sincronizaban con gran facilidad. Por lo que las variaciones en el clima eran irrelevantes, cualquier temperatura, para ellos era siempre perfecta. Hablaban con el mar de la misma manera, que lo hacían entre ellos mismos. Conocían los lenguajes de todos los animales, plantas, montañas, nubes, aún de aquéllos seres que no pueden verse a simple vista, pero que ellos eran capaces de distinguir por su percepción sensorial tan desarrollada. Una de sus actividades favoritas era caminar por las grandes playas y bañarse en sus tibias aguas. En donde las olas los acogían con amoroso cuidado. Su habilidad para nadar era natural y podían permanecer bajo la superficie del agua por varias horas.

No precisaban de construir enormes palacios, porque su cuerpo era adaptable a todos los ambientes y sus necesidades físicas eran pocas. Además disfrutaban de la naturaleza que poco a poco construían con amor y paciencia. Para ellos, este planeta era un lugar de creación y descanso, que estaban preparando para que algún día viviera el ser humano. Por miles de años estuvieron gozando de su vida en este lugar, tomando baños de sol, mientras su vista se deleitaba con los grandes y azules océanos. Y las pocas construcciones que realizaron las hicieron simplemente por el placer de crear, lo hicieron en poco tiempo sin las dificultades que el hombre tiene, porque ellos poseían la capacidad de mover objetos con la mente, aún los más pesados. Todavía hoy, existen algunos indicios de lo que fueron sus construcciones, pero que actualmente los estudiosos  no comprenden o que incluso confunden con civilizaciones antiguas precursoras del hombre moderno.

Moldearon hasta el último rincón del planeta y ubicaron los sitios en donde hay mayor recepción de energía del universo. En esos puntos se reunían para reflexionar sobre su tarea en este mundo, convenían en cuáles eran las formas de vida que deberían existir para lograr un equilibrio perfecto. Nada fue dejado al azar. Cada criatura y forma de vida fue elegida en consideración a la coexistencia de todas las especies. Los puntos más energéticos se mantenían siempre despejados para que la energía del universo llegara continuamente a la tierra y permitiera su evolución  y la de los seres que existían.

Una actividad que realizaban sin excepción cada día, era establecer contacto con el ser creador de todo, a través de la meditación. Era algo  que todos podían hacer, sin que nadie se los enseñara. Ellos eran maestros en escuchar su sabiduría interna y pocas veces tenían dudas de lo que debían o no hacer. Su esmero y cuidado en la tarea que les fue encomendada no disminuyó ni por un instante en cada uno de los días que estuvieron aquí.

Aquéllos gigantes terminaron su tarea de hacer del planeta un lugar habitable para  el hombre, la mayoría de ellos tuvo que irse a mundos lejanos para continuar en su misión de ayudar a otras especies. Pero algunos de ellos fueron elegidos para vigilar la evolución de la humanidad, su labor consiste  en estar al tanto de los avances que ocurren, y aún hoy día, algunas veces deben guiar sus pasos. Hoy, ellos son seres completamente invisibles para el común de las personas. Algunos hombres avanzados espiritualmente han logrado establecer contacto con ellos, y muchas veces piden su ayuda y consejo que siempre es otorgado si es en beneficio de la colectividad. Y cuando la humanidad yerra el camino y se pone en peligro a sí misma; ellos intervienen  de maneras que son imposibles para nosotros.

Actualmente esos gigantes no viven directamente en la tierra, pero continuamente tienen comunicación con ciertas personas y a través de ellas realizan su trabajo en el planeta. Las personas que están en contacto con ellos reciben conocimientos y habilidades especiales que deberán ser usados para propiciar el mayor desarrollo espiritual de la humanidad. Sus visitas a los seres humanos pasan desapercibidas para el resto de los mortales. Por siglos han mantenido a resguardo conocimientos que el hombre no estaba capacitado para adquirir y actualmente han confiado secretos que pueden cambiar el curso de nuestra vida e  historia, sólo a determinadas personas que han sido preparadas.

Hoy que la humanidad parece estar a punto de caer al precipicio, aquellos gigantes trabajan con ahínco preparando a una gran cantidad de personas que puedan lograr un cambio favorable. Como una gran tormenta, la violencia, el caos, la mentira, la ambición y el abuso devastaran nuestra sociedad por algún tiempo, en tanto que, con perseverancia y diligencia los gigantes preparan a las personas que serán  los cimientos de la humanidad del futuro. Con un mayor grado de conciencia y capacidad de servicio, los hombres poco a poco serán partícipes de aquéllos conocimientos que han sido resguardados para permitir su evolución a planos que no son solamente terrenales.  

POR UNA VIDA MEJOR


POR UNA VIDA MEJOR


Guadalupe apenas sabía leer y escribir. Llegó de la sierra de Michoacán cuando tenía 10 años. Su familia había vivido siempre en una ranchería demasiado alejada de la civilización. Ella era la mayor de cinco hermanos. A pesar de sus grandes esfuerzos los padres de Guadalupe no podían dar lo necesario a sus hijos, el trabajo era escaso, las abundantes lluvias habían arrasado con las cosechas. El invierno era especialmente cruel para las personas que no  tienen un buen techo. Por todo ello, un día decidieron que su hija mayor debía irse  para que tuviera la oportunidad de educarse. Le buscaron alojamiento con algunos parientes lejanos en un pueblo donde había escuela.

Ella tomó sus enaguas hizo un bulto con ellas y después de despedirse de sus hermanitos  y recibir la bendición de su madre, partió con su padre caminando todo el día por el largo sendero. Él la acompañó hasta el pueblo, habló con sus conocidos y llegaron a un acuerdo: la niña les ayudaría con los quehaceres de la casa y ellos la mandarían a la escuela. Pasaron los días, ellos cumplieron en mandarla a la escuela, pero se negaban a darle dinero para sus útiles y le exigían demasiado trabajo. Su comida diaria consistía solamente en un plato de frijoles y dos tortillas. Ella no tenía derecho a comer nada más.  Sus tareas eran impostergables, sin importar que estuviera enferma. El trabajo más pesado era acarrear agua del pozo para cubrir las necesidades de limpieza de todos los miembros de la casa. Día  tras día era lo mismo, sin ningún descanso.

Guadalupe era delgada, pero pronto su semblante se volvió pálido y demacrado. Un dolor constante acosaba su espalda. Sus huaraches viejos y desgastados pronto no le sirvieron de nada y hubo de andar descalza. Agotada  de trabajar hasta muy noche nunca tenía tiempo de realizar las tareas escolares. A la escuela llegaba corriendo, siempre que estaban a punto de cerrarle la puerta, la vencía el sueño sentada en su banca. Era objeto de burlas continuas por parte de sus compañeros cuando la escuchaban hablar y ella mezclaba palabras de su lengua materna, el tarasco, con un español que no dominaba. Sentada en cualquier rincón, pasaba las horas del recreo solita, mirando cómo los demás niños jugaban.

Cada día era un suplicio, agotada, mal nutrida y sin esperanza de que las cosas mejoraran. Cuando su padre venía a verla, entonces sus parientes la trataban como si fuera su hija, comía lo mismo que ellos en su mesa y pretendían estar preocupados porque había bajado de peso, decían que se negaba a comer bien porque extrañaba a su familia. Y entonces ella incapaz de decir una palabra, guardaba un silencio obstinado mientras que sus ojos se anegaban de las lágrimas. Nunca tuvo oportunidad de decir la verdad a su padre y él se volvía a su casa, sin imaginar lo que pasaba.

Tres años pasaron de esa manera, hasta que no pudo más. Entonces comenzó a buscar la manera de irse de esa casa. Su maestra continuamente le preguntaba el por qué no jugaba con sus compañeros y un día ella se atrevió a decirle la forma en que la trataban sus parientes. Le pidió que la ayudara a encontrar otro lugar donde la emplearan y pudiera seguir yendo a la escuela. Su maestra supo de un matrimonio de ancianos que vivían solos porque todos sus hijos se habían ido a trabajar a los Estados Unidos y como eran ilegales no podían venir a visitarlos. Ellos necesitaban de alguien que los acompañara y los auxiliara con algunas cosas que ya no podían hacer debido a su avanzada edad. Eran unas personas muy nobles que recibieron a Guadalupe con cariño, y le dieron el apoyo que necesitaba. Ella estaba muy agradecida y los cuidaba con esmero y afecto. Y los días corrieron apacibles por algunos años.

Aquél nefasto día que cambió su vida fue un miércoles. Como era costumbre al regresar de la escuela, ayudó a preparar la comida y después fue al mercado a comprar algunas cosas para la despensa. A la hora de comer, los ancianos le encargaron comprar algunas especias, en dos días sería el cumpleaños del señor y su esposa quería prepararle un delicioso mole. Dos horas tardó en volver. Cuando llegó, le extrañó que hubiera demasiado silencio, el señor no estaba en el patio desgranando su maíz como usualmente hacía por las tardes. Puso la bolsa de las compras en la mesa de la cocina  y mientras los llamaba por su nombre, escuchó unos quejidos en el cuarto, corrió de inmediato a buscarlos. Tirado sobre el piso estaba el anciano, de una herida en su abdomen salía abundante sangre, ella se acercó de prisa a auxiliarlo. Angustiada miró hacia los lados al tiempo que gritaba pidiendo auxilio. De pronto miró una navaja a un costado de la cama, sin pensarlo la tomó con sus manos. Y mientras trataba de comprender que había sucedido, entraron los vecinos que con horror la miraron llena de sangre  y empuñando el arma.

La sujetaron para que no escapara, mientras ella desesperada trataba de explicar que ella no lo había atacado. No hubo quien la defendiera, la anciana había recibido un fuerte golpe en la cabeza, estuvo en coma por tres semanas y cuando despertó no recordaba nada, ni siquiera reconoció a Guadalupe. Envuelta en las tinieblas del olvido no se percató de la tragedia de la que formaba parte, ni de que su esposo había muerto. Con la evidencia y la declaración contundente de los vecinos que la encontraron empuñando la navaja; una joven mujer que sólo trataba de salir adelante, yace resguardada entre las paredes de una cárcel. Nadie cree en su inocencia,  y ella no espera ya nada de la vida, sólo que los días pasen.