viernes, 28 de diciembre de 2012

LA BODA


LA BODA

Sonia era una muchacha de 17  años. Y como todas las mujeres de su natal Santa María Concepción, soñaba con un día casarse de blanco en el altar de la iglesia de su pueblo. Desde niña había sido preparada para ese propósito. Aprendió a lavar, cocinar, limpiar, bordar, planchar y sobre todo a obedecer a los hombres.

Deseaba encontrar al hombre con el que compartiría su vida para siempre. Un hombre que le brindara protección y amor. Alguien a quien dedicar los días de su existencia. Y cuando lo conoció, su corazón latió con el frenesí y la fuerza de los tambores de una danza africana. Un joven moreno, delgado, alto, de voz grave y mirada de fuego. Ella cayó rendida a sus pies cuando él aún  no pronunciaba una sola palabra. Era exactamente cómo lo había soñado, era el joven por el que morían todas las muchachas del pueblo y ella llegó al cielo con sólo oír pronunciar en sus labios su nombre.

Desde la primera vez que lo vio su alma huyó de su cuerpo para ir tras de él y su imagen se quedó grabada en su mente. Prisionera de un deseo irresistible de conseguir un amor correspondido, dedicó cada uno de sus pensamientos y sus acciones a agradarle. Presta a adivinar sus deseos para cumplirlos al pie de la letra no le importó sacrificarse a sí misma. No le importó olvidarse de sus anhelos propios, si Alejandro decía que el cielo era rojo, ella aseveraba completamente convencida que así era. Estaba de acuerdo con él en todo, sólo con el propósito de no contradecirlo.

Sonia era hija única de una mujer soltera. Su madre era una mujer llena de resentimiento y amargura, que siempre la trató con dureza. No le permitía tener amigas ni salir sola. Por lo que las citas con Alejandro se hacían a escondidas en los breves momentos en que ella salía de la escuela. No tenía confianza en su madre, de quien sólo había recibido malos tratos y exigencias.

 Él era un hombre dominante, consciente de la atracción que ejercía en las mujeres. Utilizaba su encanto para obtener de ellas cuanto deseaba. Bastaba con pedirles una “prueba de amor” y ellas de inmediato accedían creyendo que de esa manera podrían atraparle. Siendo tan joven tenía ya ocho hijos con distintas mujeres, de los que nunca fue responsable. Se consideraba a sí mismo irresistible, y ciertamente, a las mujeres les encantaba. Sonia era para él, una mujer más con la que pensaba divertirse. Le prometió una boda con la única intención de ganar su confianza. Ella no escuchó las advertencias de las personas cercanas, se negó a tener prudencia. Y con el entusiasmo de una mujer enamorada se dedicó a planear lo que sería el día más feliz, de su vida.

Alejandro estaba encantado de conocer a esta bonita joven que era de lo más complaciente. Nada halagaba más su vanidad que tener a su disposición a alguien siempre pendiente de su más mínimo capricho. Poco a poco ella fue conociendo sus gustos, sus aficiones, su comida favorita, en fin, todo lo que estuviera relacionado con el hombre de su vida. Y todo ese interés era solamente con el propósito de merecer el amor de un hombre que para ella era único.

Como un experto seductor, Alejandro convenció a Sonia de demostrarle su amor y ella accedía a complacerlo siempre que él se lo pidiera. Finalmente en pocos días estarían casados. Sería una boda con pocos invitados, la madre de ella estaba en desacuerdo y había anticipado a su hija que no asistiría.  A ella no le importó, su felicidad era demasiada como para ser opacada por éste incidente. La acompañarían solamente sus amigas. Él por su parte, dijo no tener familia. En realidad era poco lo que sabía de su novio, tan sólo que era un vendedor y que decidió quedarse en el pueblo.

Pasaron los días, y la fecha de la boda llegó. Muy temprano se levantó ella para comenzar su arreglo. Sus amigas estaban con ella para ayudarla. Su madre le dijo que las bodas eran muy bonitas, pero que era una lástima que el amor durara lo mismo que una fiesta. Sonia no hizo caso de su comentario y con su largo vestido blanco, cuyos encajes y lentejuelas brillaban tanto como la felicidad en su rostro, salió de su casa. Con sus amigas al lado, iba radiante caminando con paso seguro hasta la iglesia. Faltaban diez minutos para la hora cuando llegó a atrio, el novio no había llegado.

Diez minutos que se volvieron una eternidad esperando a que el novio llegara. Pero el tiempo siguió pasando. Ella angustiada miraba su reloj una y otra vez, mientras su corazón comenzaba a latir apresuradamente. Pasaron otros diez minutos y el tiempo para ella era a cada instante más largo. Esperando que su novio apareciera. Se acercó a la puerta de la iglesia para ver si se acercaba por alguna calle. Pero todo estaba desierto. Mil ideas pasaban por su cabeza. Pensó que la única razón de que él no asistiera era que había tenido un accidente, por lo que  la angustia crecía más dentro de su ser. No sabía qué hacer, si esperar o ir a buscarlo. Había pasado casi una hora desde que ella había llegado. Sus amigas le decían que no se preocupara, que todo se aclararía en cuanto él llegara. Pero él no llegó.

Ella entró a la iglesia para hablar con el sacerdote y pedirle que los esperara un rato más para casarlos. Entonces él la miró sorprendido vestida de novia y le dijo que no esperara más. Que ese día muy temprano Alejandro había venido a decirle que la boda se suspendía. Que se iba para siempre.

Apenas escuchó estas palabras, y sus piernas se negaron a sostenerla. Temblaba incontrolablemente mientras trataba de jalar aire. No podía ni siquiera decir una palabra. Tuvo que sostenerse de sus amigas. Sentada en la banca comenzó a gritar desesperadamente, mientras tiraba con rabia su ramo de novia y comenzaba a deshacerse el peinado y rasgaba su vestido de novia. Se negaba a aceptar lo que estaba escuchando y gritaba al tiempo que lagrimas negras teñidas del  rímel de sus pestañas le manchaban la cara y el vestido. Gritaba que eso no podía ser, que no era cierto.

Salió corriendo por la calle, despeinada y con el vestido roto. La gente la miraba con asombro, pero ella no veía a nadie. Llegó a su casa, sobre su cama lloró toda la tarde y hasta la madrugada.  Al día siguiente con los ojos hinchados de tanto llorar, permanecía recostada en la cama con la mirada perdida. No quería hablar con nadie ni comer. Cayó enferma, presa de fiebre y vómito. Su madre creyó que estaba embarazada, pero por primera vez no le reprochó nada. Ese mismo día, por la tarde, sin decir nada y sin que nadie la viera salió de su casa. Con su vestido de novia se fue caminado por el monte, caminó hasta que la venció el cansancio. Se tiró sobre el pasto, la noche de invierno era helada. Cerró los ojos mientras su cuerpo se enfriaba lentamente y se entumecía.  Sus últimos pensamientos fueron para ese hombre que había amado. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras se veía  así misma bailando en una fiesta de bodas, que nunca tuvo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario