viernes, 28 de diciembre de 2012

LA CASA DEL ARBOL


 
LA CASA DEL ARBOL

                                                                                      

En algún lugar de una selva muy grande, tan grande que el hombre moderno no ha podido explorarla completamente. Donde la vegetación crece tan rápido que los caminos que el hombre ha creado desaparecen continuamente. Alejada de cualquier contacto con la civilización, vive una tribu, de una manera en que tal vez, también vivieron muchos de nuestros ancestros. Su forma de vida nos recuerda al hombre primitivo de hace miles de años. En medio de los peligros naturales de su medio han aprendido a sobrevivir construyendo sus casas en las copas más altas de los árboles. Todos los hombres, mujeres y niños se reúnen para trabajar conjuntamente, cuando hay necesidad de construir una nueva.

 Con gran habilidad y conocimiento de lo que necesita, el jefe de la tribu (el mayor de todos, cuya edad apenas rebasa los cuarenta años) elige un árbol gigante de aproximadamente cuarenta metros. Se despeja un radio de cincuenta metros en la periferia. Los troncos de los árboles derribados son utilizados para distintas cosas. Unos para construir una larga escalera, que se empleará para subir y bajar de la casa. Otros para apuntalar la construcción. Comienzan por quitarle al árbol elegido, las ramas que le estorban para asentar lo que será la base de la casa. Se cortan cuatro troncos muy gruesos, y se unen por los extremos formando un rectángulo en donde se asentarán los pilares que sostendrán las paredes y el techo. Una vez que se han asegurado de que están sujetados firmemente, traen troncos  más delgados pero también muy resistentes, que serán usados de soporte para todo el piso de la casa, los van uniendo uno a uno, atados paralelamente. Del mismo modo, las cuatro orillas de la construcción son rodeadas haciendo una empalizada más delgada, de tal modo que los habitantes queden protegidos  para no caer al vacío por ninguno de los lados. Después mujeres y niños traen corteza de los árboles, la cual es utilizada para recubrir las paredes y como tapetes para tenderse sobre los troncos que conforman el piso.

Casi para finalizar la construcción, las mujeres y los niños colaboran trayendo hojas de palma para cubrir el techo.  Los hombres adultos son los encargados de subir los troncos y atarlos con lazos de palma que previamente han elaborado. También son ellos quienes derriban los árboles necesarios con unas hachas muy rudimentarias, hechas de filosas piedras atadas a un palo. De la misma forma, sus cuchillos son de piedra.

Una semana les lleva la construcción de la enorme casa. Un trabajo muy organizado y bajo la supervisión constante del jefe de la tribu que, se ha ganado su lugar, por ser el hombre con mayor edad y experiencia en el arte de sobrevivir en la selva. Desde pequeños los niños aprenden las habilidades más esenciales al lado de los hombres mayores, los sabios de la tribu, trasmisores de conocimientos. Por ejemplo, aprenden cómo afilar una piedra, cómo hacer un hacha o un cuchillo, cómo derribar un árbol, cómo encender el fuego y cuidarlo de tal modo que no incendie la casa de madera. Su vida entre los árboles les ha permitido desarrollar un equilibrio extraordinario para trepar y caminar sobre ellos. Habilidad que es fomentada recién aprenden a caminar.

Finalmente terminan su casa, pero antes de habitarla realizan un rito de purificación. Los malos espíritus  son ahuyentados con el fuego que se enciende en el centro de su nueva morada. Todos están arriba, felices de haber terminado su trabajo. Los niños, aún los que apenas comienzan a caminar, exploran su nuevo hogar, se acercan peligrosamente  a la orilla. Las madres no se asustan, porque sus hijos han nacido en la selva y prácticamente sus primeros pasos los dan sobre los árboles. Su equilibrio es perfecto. Ellos saben del peligro, pero no le temen a la altura, tienen que habituarse a ella, el saber moverse en ella es requisito indispensable para su sobrevivencia. Sólo los que todavía no caminan son cargados por las madres, los demás van y vienen por sí solos. No hay lugar para el miedo a las alturas, es parte de su naturaleza.
 
 

En esa enorme casa en el árbol vive toda la tribu, fuera del alcance de animales salvajes depredadores, del acoso de los insectos, de la humedad, de la densa vegetación y de las inundaciones. Las mujeres bajan a recolectar raíces y frutos. Y los hombres van de cacería. A veces, por las noches colocan trampas entre los árboles para atrapar murciélagos frutícolas. Son grandes, con uno de ellos, se pueden alimentar a diez personas. Pero los cazadores deben de ser pacientes, observar primero las rutas por las que transitan, después derribar algunos árboles para poder colocar las trampas, y finalmente sólo esperar. Una vez que la presa cae, de inmediato la matan de un golpe certero en la cabeza. Y cuando el amanecer llega, encienden un fuego y asan a sus presas para compartirlas con toda la tribu.

 No es fácil sobrevivir en medio de la selva con armas primitivas, el hombre debe ser ingenioso para procurarse sus alimentos. Y corre riesgos constantes para alimentar a su familia. Cuando descubre un panal lleno de miel en lo alto de algún árbol, trepa por las largas ramas para alcanzarlo. No tiene nada para cubrirse, su única protección son unas ramas encendidas entre las que ha puesto hojas verdes para producir humo y ahuyentar a las abejas. Pero no es suficiente y las abejas son feroces y defienden con su vida el panal. El hombre recibe muchos pinchazos  y aún así no cesa en su empeño. Se apodera del panal y desciende del árbol para dar primero la miel a su esposa e hijos, el resto lo comparte con la tribu.  Es un precio alto, pero la miel es una rica fuente de proteína. Él lo sabe y no desperdicia la oportunidad de conseguirla.
 
 

Todos los días, el hombre primitivo de la selva libra una batalla de sobrevivencia y desde tiempos inmemoriales la ha ganado, tanto él como sus ancestros. Un hombre fuerte, ágil para desplazarse en las ramas de los árboles, heredero de la fortaleza física y los conocimientos que le permiten sobrevivir de manera natural en un medio, en que el hombre moderno no podría hacerlo. Un hombre que toma sólo lo que necesita cada día, que es parte de la selva. Que es capaz de coexistir con su entorno sin causarle grandes e irreparables daños.

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