POR UN KILO
DE CARNE
Lucía nació
en un pueblo de la sierra de Chiapas, fue la segunda de seis hermanos varones. Antonia, su madre, la había tenido cuando
tenía sólo catorce años, ahora a sus
veintisiete, seguía estando soltera. Se ganaba la vida vendiendo algunas
artesanías bordadas a mano. Pero lo cierto, es que el dinero obtenido no le
alcanzaba a veces ni para la comida. Entonces sus hijos mayores le ayudaban
vendiendo dulces en las calles, pero ni aún así era suficiente.
Una manera de resolver el problema de la
alimentación diaria de sus hijos, era pedir crédito al carnicero, quién muchas
veces le exigía un pago distinto al dinero. De hecho, había otras mujeres que en
situaciones similares, también acudían a pedirle ayuda. Y después, al no tener
ingresos para saldar su deuda, tenían que acceder a pagarle con favores sexuales. De tal modo que,
era común ver entrar y salir mujeres de la trastienda. Y lo que ocurría
adentro, era un secreto a voces. Nadie decía nada, los esposos y padres de
ellas, nunca preguntaban cómo llegaba la comida a su mesa.
Un día, el
carnicero dejó de interesarse en Antonia, y le pidió que le pagara el favor
llevándole a su hija. Y ella como muchas otras madres de ese pueblo, accedió a
la petición. Lucía tenía apenas 11 años cuando su madre la llevó por primera
vez con él. Le explicó que debía ser obediente y amable con aquél señor, en
agradecimiento a la ayuda que con frecuencia les prestaba. Y Lucía se portó
dócilmente en esa cita, y en las que siguieron.
En lo
sucesivo, cada vez que Antonia pedía un kilo de carne, el carnicero recibía en
pago los favores de Lucía. Y así pasaron por lo menos dos años, hasta que la madre comenzó a notar que su
hija se compraba ropa, y algunas otras cosas con su propio dinero. Al interrogarla,
Lucía no dijo nada. Pero, después de algunos días, se dio cuenta de lo que
estaba sucediendo. Entonces, muy indignada, acudió a la policía a denunciar el
delito de abuso sexual sobre su hija.
Al hacerse
las averiguaciones e interrogar a los implicados. La verdad salió a relucir.
Lucía ya no iba con el carnicero sólo cuando su madre la mandaba. Sino que por
su propia cuenta, lo frecuentaba muchas otras veces, recibiendo dinero a
cambio. Y lo que en realidad molestaba a Antonia, no era que su hija se
prostituyera. Sino que ella, no
recibiera beneficio alguno en las transacciones.
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