miércoles, 28 de noviembre de 2012

POR UN KILO DE CARNE

POR UN KILO DE CARNE

Lucía nació en un pueblo de la sierra de Chiapas, fue la segunda de seis hermanos varones.  Antonia, su madre, la había tenido cuando tenía sólo catorce años, ahora  a sus veintisiete, seguía estando soltera. Se ganaba la vida vendiendo algunas artesanías bordadas a mano. Pero lo cierto, es que el dinero obtenido no le alcanzaba a veces ni para la comida. Entonces sus hijos mayores le ayudaban vendiendo dulces en las calles, pero ni aún así era suficiente.

 Una manera de resolver el problema de la alimentación diaria de sus hijos, era pedir crédito al carnicero, quién muchas veces le exigía un pago distinto al dinero. De hecho, había otras mujeres que en situaciones similares, también acudían a pedirle ayuda. Y después, al no tener ingresos para saldar su deuda, tenían que acceder a  pagarle con favores sexuales. De tal modo que, era común ver entrar y salir mujeres de la trastienda. Y lo que ocurría adentro, era un secreto a voces. Nadie decía nada, los esposos y padres de ellas, nunca preguntaban cómo llegaba la comida a su mesa.

Un día, el carnicero dejó de interesarse en Antonia, y le pidió que le pagara el favor llevándole a su hija. Y ella como muchas otras madres de ese pueblo, accedió a la petición. Lucía tenía apenas 11 años cuando su madre la llevó por primera vez con él. Le explicó que debía ser obediente y amable con aquél señor, en agradecimiento a la ayuda que con frecuencia les prestaba. Y Lucía se portó dócilmente en esa cita, y en las que siguieron.

En lo sucesivo, cada vez que Antonia pedía un kilo de carne, el carnicero recibía en pago los favores de Lucía. Y así pasaron por lo menos dos años,  hasta que la madre comenzó a notar que su hija se compraba ropa, y algunas otras cosas con su propio dinero. Al interrogarla, Lucía no dijo nada. Pero, después de algunos días, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Entonces, muy indignada, acudió a la policía a denunciar el delito de abuso sexual sobre su hija. 

Al hacerse las averiguaciones e interrogar a los implicados. La verdad salió a relucir. Lucía ya no iba con el carnicero sólo cuando su madre la mandaba. Sino que por su propia cuenta, lo frecuentaba muchas otras veces, recibiendo dinero a cambio. Y lo que en realidad molestaba a Antonia, no era que su hija se prostituyera. Sino que ella,  no recibiera beneficio alguno en las transacciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario