Tengo que reconocer, aunque me
avergüence decirlo, que una gran parte de mi vida ha estado equivocada. Por
muchos años pensé que mis decisiones eran acertadas, que todo estaba bien y es
sólo hasta que tengo veinte años de casada que me he dado cuenta, que
desconozco al hombre con quien me casé. Bueno, es mejor darse cuenta ahora que
nunca. Durante los primeros años de mi matrimonio creí que había hecho una
buena elección. Aunque más que una elección, Flavio en realidad fue la tabla de salvación a
la que me aferré después de que me lancé a las cascadas de Agua Azul, dispuesta
a morir con y por el hombre de mi vida, que desde luego, no era Flavio. Desde
ese día en que yo salvé la vida milagrosamente él estuvo a mi lado, dispuesto a
ser mi paño de lágrimas y mi esclavo, al menos eso fue lo que él me hizo creer
hasta hace pocos días.
Veamos en retrospectiva. Aquél
día, como muchos otros, Pablo, el chico de la escuela que era mi novio, estaba
deprimido. No era la primera vez que le pasaba, de hecho durante el tiempo que
duró nuestra relación, él continuamente se deprimía. Y entonces yo, en mi papel
de super-novia quería salvarlo. Salvarlo de su tristeza, de su dolor, de todo
lo que hiciera perder el brillo a sus ojos. Constantemente decía que nadie lo quería y que
hubiera sido mejor no haber nacido. Y cuanto más decía que nadie lo quería,
mayores eran mis esfuerzos por demostrarle que yo estaba dispuesta a dar la
vida por él.
En aquélla ocasión habíamos ido
en una excursión con los compañeros de la escuela. La belleza de las cascadas y
la selva no lograron ahuyentar los zopilotes negros de su depresión.Sin ánimo
de convivir (ni de vivir) con nadie, salió a caminar rumbo al río. Él ya había
tenido tres intentos de suicidio, así que decidí acompañarlo en su caminata a
pesar de que no me lo pidió. Me dijo que estaba harto de todo, incluso de mí.
Harto de mis consejos. Que finalmente yo era como todo el mundo que le decía
que le echara ganas, cuando de lo único que a él le sobraban ganas era de
morirse. Quería escaparse del dolor, pero todo dentro de él, era sólo dolor.
A pocos minutos encontramos el
sendero que conducía a la cascada, la fuerza que provocaba la caída del agua
hacia cimbrar el piso y el ruido casi no permitía escuchar las palabras. Dijo
que estaba muy cansado de no ser nada en la vida, que siempre había sido un
estorbo para sus padres y que no quería ser un estorbo para mí. Se quedó mirando fijamente el chorro de agua
durante algunos minutos y sin decir nada, de improviso saltó hacia la corriente.
Con desesperación miré cómo era arrastrado rápidamente.Y sin pensarlo me
levanté y me lancé también con la intención de salvarlo. El golpe de la caída
me aturdió, la turbulencia del agua me llevó hasta el fondo y sentí que el
enorme peso del agua me impedía respirar. Mientras la corriente me arrastraba
sentí un duro golpe en la cabeza,debí haber perdido el sentido, cuando desperté
estaba en el hospital.
Lo primero que hice al abrir los
ojos fue preguntar por Flavio. Un pesado silencio y miradas evasivas me dijeron
al instante lo ocurrido. Él no había sobrevivido, como no lo hacen la mayoría
de las personas que se lanzan a la cascada. Tres días habían pasado desde aquel
suceso, mismos que estuve inconsciente. Una manera abrupta de terminar un
viaje. El recuerdo amargo de no haber podido hacer nada. Un salto al vacío
persiguiendo un amor que tal vez para él, nunca existió.
Sólo hasta una semana después de
mi estancia en el hospital reparé en que Flavio había estado durante todo ese
tiempo pendiente de mí. Solícito, silencioso, imperceptible, casi como una
sombra. Quizás por comodidad, porque no tenía ni siquiera ánimos de correrlo de
mi lado o porque no quería hundirme en el vacío que dejó en mí la muerte de
Pablo, permití que permaneciera junto a mí. Me fui acostumbrando a su
presencia. Sumida en mi tristeza no me interesaba nada y cuando no quería ni
comer, estaba Flavio para traerme un delicioso platillo, para acompañarme, para
ofrecerse a llevarme a un paseo que me hiciera distraerme y olvidar mi pena. Siempre tan amable y
complaciente conmigo y con mi familia,quienes rápidamente lo aceptaron como mi
ángel de la guarda y después de un tiempo; como el hombre que me convenía por
su amor incondicional.
El vacío emocional que dejó en mí
la muerte de Pablo, la aceptación de mi familia hacia el dispuesto y
comprensivo Flavio, el tiempo, y un poco mi estupidez, fueron las razones que
me convencieron de que había encontrado al hombre que estaba dispuesto a morir
por mí, lo mismo que yo por mi anterior novio. Convencida de su bondad y
devoción, me embarqué en la aventura del matrimonio con él.
Los dos primeros años su actitud
solícita se mantuvo, vino nuestro primer hijo y con él desapareció mi profunda
tristeza por no haber podido salvar al amor de mi vida. Todo marchaba a la
perfección, él era un buen agente de ventas, viajaba constantemente por la república y siempre que podía lo
acompañaba en sus viajes. Y fue en uno de esos días que salió a provincia que
al regresar me dijo que había vivido una experiencia única, algo que dudaba en
decirme porque temía que yo lo tomara por loco. Incapaz de imaginarme a lo que
se refería y llena de curiosidadle pedí
que me explicara a qué se refería. Entonces, de su portafolio sacó una
fotografía en donde aparecían tres luces alineadas en triángulo, después me
mostró dos fotografías más y me dijo que eran unas naves espaciales, que los
seres que viajaban en ellas se habían comunicado con él y le habían dado un
mensaje de paz para la humanidad. Me relató que se le habían aparecido una
mañana en una carretera hacia un pueblo y que incluso lo habían llevado en un
viaje interestelar al planeta en donde ellos habitaban. Con sus propios ojos
había visto su avanzada tecnología y era testigo de lo maravilloso que puede
ser un mundo en donde todos trabajen para el bien común.
Al principio me pareció extraño
su relato, pero su entusiasmo y su labia me convencieron de que decía la
verdad. Me dijo que tenía una petición que hacerme. Lo cual no era usual en él.
Al mirar mi sorpresa dijo, como si pudiera saber lo que yo pensaba, que nunca
antes me había pedido nada, que complacerme y cuidarme eran las dos cosas que
lo habían hecho feliz en su vida. Pero que ahora necesitaba mi ayuda para poder
realizar la misión que le había sido encomendada por aquéllos seres de otro
planeta.
A los pocos días comenzó a
contactar a acaudaladas personas de la ciudad. A todos les contaba de su experiencia
y de la misión que tenía que realizar. La mayoría de ellos lo ignoró pero hubo
algunas personas que estuvieron dispuestas a financiar su proyecto, el cual
consistía en realizar giras en distintos estados de la república dando
conferencias para difundir el mensaje de amor que le había sido transmitido. Se
abrió una página en la internet en donde publicó las fotografías de las naves
interestelares que él había fotografiado (las cuales por cierto sólo se
mostraban como enormes luces brillantes
sobre el fondo oscuro de la noche).
Pronto se convirtió en un hombre
famoso, y su popularidad rebasó las fronteras internacionales. Su capacidad
innata de contar historias le había ganado el apoyo de reconocidas
personalidades del mundo artístico. Contaba su experiencia una y otra vez,
dando una serie de detalles y pormenores ante las preguntas curiosas de sus
seguidores. Muchas personas quedaron plenamente convencidas de la veracidad de
sus relatos, entre ellas yo. Quien por veinte años fui su compañera y la
traductora de sus conferencias en los países de habla inglesa.
Su popularidad rebasó las
fronteras, nuestro matrimonio y mi propia vida. En todos estos años, transmitir
su mensaje al mundo se convirtió en la prioridad de nuestra familia. Los viajes
a distintos países fueron continuos, poniendo en nuestra vida un orden en el
que cualquier otra cosa carecía de importancia. Fue en una de sus conferencias
en E. U., donde conoció a Karla, una rubia alta de ojos azules que se
convertiría en su sombra y poco después
en su amante. Una mujer que astutamente fue ocupando un lugar que por muchos
años fue mío. Pero la infidelidad descarada de Flavio no ha sido la peor
decepción de mi vida. Lo que realmente me asombra es descubrir que estuve
casada con el mejor mentiroso que haya existido.
Después del horroroso y
frustrante juego de las peleas, reconciliaciones, promesas al aire, revanchas y
reproches que duró más de dos años, finalmente convenimos en una separación
voluntaria, a fin de salvar y poder repartirnos lo único productivo de nuestra
sociedad conyugal: los bienes materiales. A mí me tocó la casa en donde
vivíamos, apremiada por mi necesidad de rentar parte del inmueble, me dispuse a
desalojar el lugar que había sido la oficina de mi exesposo.
Por primera vez en muchos años
entré en la habitación. Al remover las cosas y los papeles, encontré varias
fotografías en donde se veían luces en distintos ángulos, entonces me di cuenta
que, varias de las fotografías habían sido superpuestas y modificadas. En unas
cajas, encontré también un equipo muy sofisticado de reflectores que permitía iluminar
a grandes distancias con efectos muy singulares. Pude reconocer que de ahí
habían salido las fotografías de naves espaciales que Flavio mostraba en sus
conferencias.
Enmudecí de sorpresa al tiempo
que comprendía lo que esto implicaba. Una mentira perfectamente planificada y
de la que yo fui colaboradora sin saberlo por años. Una mentira sobre la que
giró toda nuestra vida.
Por mi mente jamás cruzó la más
mínima sospecha y le brindé todo mi apoyo en transmitir un mensaje que creí
crucial para la humanidad. Por muchas horas me quedé sentada en el piso,
mirando la evidencia mientras en mi mente miles de preguntas pululaban. Tratando
de adivinar cuántas de las cosas que creí genuinas en Flavio eran sólo una gran
mentira.
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