SABINA
Sabina era la menor en una familia de cinco hermanos. Llegó
cuando ya nadie la esperaba, su madre tenía ya cuarenta y seis años cuando ella
nació. Era una época en que los padres tenían todos los hijos que Dios les
mandara, esa era la costumbre del pueblo,
así lo mandaba la iglesia. Sabina tuvo una infancia como la de todas las niñas
de su pueblo, ayudando en los trabajos de la casa y del campo, pero con tiempo
suficiente para jugar.
Su madre, era una mujer muy apegada a su religión, lo mismo
que su padre. Por consiguiente, era obligatorio para toda la familia ir a misa los
domingos. Como lo indicaba su educación católica, la madre era sumisa,
dispuesta a acatar la voluntad y decisiones de su esposo, en todo lo
concerniente a su vida y la de sus hijas. Siendo niña, Sabina asistió puntual y
disciplinadamente a sus clases de catecismo para recibir su primera comunión.
Un momento que toda familia que se preciara de ser católica, celebraba con una
fiesta.
Sin grandes contratiempos, la vida de Sabina llegó a la
adolescencia. Por ser la más pequeña, sus padres le tenían mayores
consideraciones que a sus otras hermanas. Pero eso no le impidió comprobar la
dureza de sus padres, cuando en una ocasión, su segunda hermana mayor, resultó
embarazada sin haberse casado. No fue lanzada a la calle, pero desde entonces
se le negó cualquier posibilidad de decisión sobre sí misma y sobre su hijo. Desde
entonces sus padres la tuvieron trabajando en los quehaceres de la casa como si
fuera una esclava. Estuvo así, por varios años, confinada, hasta que sus padres
consiguieron para ella un hombre mayor, con el que la obligaron a casarse.
Entre el ir y venir de la escuela secundaria, llegó el día en
que Sabina se enamoró. Felipe, un joven seis años mayor que ella, llamó su
atención. Platicaba con él todos los días cuando salía de la escuela. Él era un joven que parecía muy seguro de sí
mismo, con carácter fuerte y decidido, que no le temía a nada. Quizás esto fue
lo que le atrajo de él. Llevada por su ilusión e inexperiencia, se embarazó sin
pensarlo. Cuando se dio cuenta, supo que estaba en un gran problema. No quería
el mismo destino que su hermana.
Cuando habló con su
novio, parecía no haber mayor problema. Él estaba dispuesto a casarse con ella.
A contra reloj, pronto hablaron con los padres de ella. Realizaron la petición
de mano como la tradición indica y fijaron la fecha de la boda lo más pronto
posible. En pocos días, con la ilusión de un futuro feliz, Sabina se casó, contenta de haber evitado el
repudio y enojo de sus padres. Pero, a los pocos días se dio cuenta de que sus
problemas apenas habían comenzado.
Al día siguiente de la boda estaba ya en la casa de los
padres de su esposo y por primera vez, se dio cuenta de que no lo conocía.
Cuando salió de la habitación, se encontró con toda la familia. Pleitos,
gritos, golpes, malas palabras, fue lo primero que escuchó. En esa pequeña casa
vivían también los demás hermanos de su esposo con sus respectivas familias.
Había un ajetreo continuo, niños corriendo, gritando y peleando. Mujeres
discutiendo también por sus cosas, su espacio. Nadie parecía respetar a nadie,
el conflicto permanente era que unos y otros tomaban cosas que no les
pertenecían, incluida la comida. La casa
además de estar en desorden, estaba sucia, todos evadían responsabilidades.
Entonces se enteró que su esposo no tenía un trabajo fijo, que todo ese tiempo
desde que terminó la escuela secundaria hasta sus veintitrés años se había
dedicado principalmente a divertirse con sus amigos. Ese primer día fue como
despertar a una pesadilla. Al ver la vida que le esperaba tuvo ganas de
volverse a su casa, pero ella bien sabía que eso no era ninguna opción para
ella.
Toda su vida cambió de inmediato, tuvo que dejar la escuela,
lo cual le causaba gran pesar porque siempre soñó con tener una profesión. Pero
ahora estaba casada y se debía a su hogar
y su esposo. No estaba a gusto en su nueva familia, su esposo tampoco
era lo que ella esperaba. Se sentía prisionera en un lugar en donde no encajaba
y en donde no tenía la amistad de nadie. Tampoco podía ir a visitar a sus
padres porque su esposo se lo prohibía. Sobrellevó su embarazo en una situación
muy precaria, siendo que incluso hubo días en que ni siquiera tenía comida.
Cada día parecía peor que el anterior.
A pesar de todo, su embarazo llegó a buen fin. Tuvo una niña
sana y fuerte. Su esposo pudo llevarla a vivir a otro estado de la república en
una casa que le prestaron y consiguió un trabajo, pero cada vez era más
autoritario con ella. Un hombre alcohólico que frecuentemente invitaba a sus
amigos a beber y que la trataba mal frente a ellos. Comenzaron las
infidelidades del esposo pero al primer reclamo de ella, recibió una brutal golpiza. Ese día tomó a su hija y se fue a la
casa de sus padres, su madre la recibió al enterarse de lo que pasaba. Pero
cuando llegó su padre, las cosas fueron distintas, su decisión fue inapelable.
Con voz fuerte y determinante dijo: “A esa mujer me la regresas a su casa, ella
tiene un marido y con él tiene que quedarse hasta que la muerte los separe”. Y
Sabina tuvo que volver con su esposo.
Los días pasaron entre golpizas y maltratos. Dos años más
tarde tuvo a su segundo hijo, un varón, esto no cambió en nada su situación. Su
esposo parecía tener cada día menos interés en ella, las infidelidades eran
cada vez más descaradas y ella no encontraba ninguna salida. No tenía el apoyo
de nadie a quien recurrir. Así se le fueron otros tres años, hasta que sus
padres murieron. Ella sabía que sólo entonces sus hermanos la ayudarían, cuando
el hecho de ayudarla no los hiciera ir en contra de los deseos de sus padres.
Con gran valor habló con su esposo, diciéndole que quería el
divorcio, y para su sorpresa él aceptó. A él ya no le interesaba ella, desde
dos años atrás tenía una hija con otra mujer con la que pretendía casarse. De
común acuerdo decidieron que cada uno se quedaría con un hijo y se haría cargo
por completo de él. Ella se iría para siempre, y ninguno de los dos buscaría al
hijo que se quedara con el otro. Sabina entonces se fue con su hija que era la
mayor y se despidió del pequeño a quien sabía no volvería a ver.
De regreso a su pueblo, llegó a la casa de su hermano mayor,
quien de inmediato la recibió y estuvo dispuesto a apoyarla. Ella le dijo que
venía decidida a estudiar y a trabajar para salir adelante, su hermano le brindó alojamiento y comida y
cuando era necesario le cuidaba al niño. Así pasó el tiempo hasta que consiguió
terminar sus estudios. Su vida fue mejorando poco a poco y encontró trabajo y una
nueva pareja con quien formó una nueva familia en la que tuvo dos hijas más.
Los años transcurrieron sin mayores contratiempos. Los hijos
crecieron y llegó un día en que Alejandra, su hija mayor que recordaba que
tenía un hermano con su padre en otro lugar le dijo a su madre que quería ir a
ese pueblo para conocerlo. Sabina le dio toda la información necesaria para
encontrar el lugar y a su padre y
hermano, pero no fue con ella, manteniéndose en su promesa de nunca volver a
ese lugar, tal como lo había acordado con su primer esposo.
Y así Alejandra se fue en busca de su hermano. Su llegada fue
una completa sorpresa. Se dio cuenta que su hermano que tenía sólo tres años de
edad cuando sus padres se divorciaron no recordaba absolutamente nada. Él había
sido criado como hijo de la nueva esposa
de su padre y no recordaba a su madre biológica ni a su hermana.
Enterarse de la verdad le causó una gran conmoción. Sin embargo estuvo dispuesto
a ir con su hermana para conocer a su madre Sabina.
Después de muchos años, Sabina reinició la relación con ese
hijo al que había considerado perdido. En aquél tiempo, esa fue la única forma
en que ella logró separarse de su esposo y salir adelante, no sabía si era un
precio alto, pero era el que ella pudo pagar. Su hijo no le reprochó por todos
los años de ausencia, pues su hermana le
había explicado la situación en que ocurrió, sin embargo su trato hacia ella
no era muy afectivo. Cada cierto tiempo las visitaba, pero les llamaba más
seguido por teléfono, y a su madre principalmente cuando tenía una necesidad
económica. Sabina pronto se dio cuenta de esta actitud de su hijo y le dijo
claramente que no estaba dispuesta a caer en ningún chantaje sentimental. Que
ella no necesitaba comprar su cariño. Esto alejó a su hijo por un tiempo, pero
Sabina continúo con su vida.
Actualmente Sabina sigue estudiando y realizando actividades
que no pudo hacer cuando era joven. Tuvo que tomar decisiones difíciles,
trabajar mucho y esforzarse en sus estudios para conseguir en su familia la
armonía que deseaba. Se siente tranquila porque piensa en que ella no abandonó
a su hijo, lo dejó en manos de su padre, de la misma forma que él le dejó a su
hija en sus manos. ¿Fue esto bueno o malo? No hay manera de saberlo, pero es la
decisión que tomaron ambos para rehacer su vida de la mejor manera posible.
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