lunes, 9 de diciembre de 2013

PALABRAS DESDE LA AUSENCIA

 
 
 
En una tarde fría, después de realizar algunas compras en el centro de la ciudad decido tomar un descanso. Ha sido un día agitado, las tiendas tan llenas de gente me hacen recordar la expresión: ”un hormiguero no tiene tanto animal” del sarcástico cantautor mexicano Chava Flores, en su canción Sábado Distrito Federal cuando se refería a los lugares saturados. Sonrío cada vez que lo recuerdo. Y siempre que oigo sus canciones vuelvo a reír como la primera vez que lo escuché.

Entro en un café casi vacío, el ambiente  es tranquilo con música clásica de fondo. Ubicado en un edificio histórico, tiene paredes gruesas que aíslan del ruido. Pido una tisana. Mientras me traen mi orden, leo un libro. Algunos vendedores ambulantes, entran furtivamente a ofrecer sus productos, artesanías, collares, pulseras o dulces. Rechazo sus ofertas, apenas tengo lo suficiente para pagar mi tisana. 

Entra una mujer alta y delgada, ataviada con falda larga de vistosos colores, muchas pulseras en ambos brazos que a cada movimiento suenan cual cascabeles. En la cabeza lleva una pañoleta de cuyos bordes cuelgan pequeñas monedas. Su andar es como una danza continua. Con paso decidido va hacia mí. Adivino que quiere leerme la suerte. No tengo ánimo para escuchar sus “predicciones”. Me saluda sonriente, se sienta a un lado de mi y dice: “tengo un mensaje para ti”. La escucho sin interés, esperando sólo el momento de aclararle que no tengo dinero para pagarle sus servicios. 

Ella cierra los ojos, como en un intento de concentrar su atención. Me dice: “escribe lo que voy a decirte”. Aprovecho para aclarar que no puedo darle dinero. Me dice que no va a cobrarme. Que necesita darme un mensaje. Me repite que escriba. Pido al mesero una hoja y de mi bolsa saco una pluma. En ese momento ella se queda con la mirada ausente y comienza a decirme lo siguiente:

 
 

PALABRAS DESDE LA AUSENCIA
 

A mi muy querida bisnieta: Atenea 

Es verdad que nunca pude imaginarme todos los descendientes que algún día vivirían gracias a mi paso por la tierra. Ahora recién me entero que se ha hecho una gran familia. Lo cual no pude yo jamás pensar, porque viví un momento en que las familias en lugar de crecer, desaparecían. Yo misma en el transcurso de la guerra perdí la vida, lo mismo que mis demás hijos. 

La vida, era una lucha cada día, y no hablo sólo de la guerra que se libraba en el país, era en todo: permanecer vivo, buscar el pan diario, el agua, el resguardo. No había nada que pudiera ser seguro. Cada quién tenía que luchar por sí mismo en condiciones de gran escasez. Hice tanto como pude. Protegí a mis hijos hasta donde pude. No siempre lo logré, dos de ellos murieron con “fuegos en la boca” sin que yo tuviera manera de curarlos. La infección se propagó dentro de sus bocas, propiciada por la falta de agua; que no nos permitía la higiene necesaria, y por la desnutrición que era resultado de la falta de comida. Ardieron en fiebre varios días, hasta que llegó el momento en que ya no pudieron ni siquiera beber agua. Murieron en mis brazos ante mi impotencia de no poder ayudarlos. Y ni siquiera tuve tiempo de llorar mi dolor, tan sólo poco después de enterrarlos me vi obligada a  continuar huyendo para salvar a la única hija que me quedaba. Sus vidas se perdieron como las de otros muchos, y sus restos yacen en algún lugar de esas bellas montañas de las que yo no pude disfrutar porque siempre anduve huyendo. 

Hoy sé gracias a tu carta, que mi lucha no fue en vano. Me fui de la vida, sin saber si mi hija lograría sobrevivir. Sin saber por cuánto tiempo continuaría el infierno de la guerra. Sin saber si algún día la  vida de los campesinos como yo mejoraría. Sin saber si algún día no faltaría la comida de cada día.  Hoy sé gracias a ti, que la familia es enorme. Y ni remotamente puedo imaginarme la vida que ahora tienen, pero que estoy segura, debe ser mejor que la que yo tuve. 

Me alegro de haber tenido una bisnieta fuerte y valiente como tú, que puede caminar y disfrutar las montañas en lugar de tener que esconderse en ellas. 

Te pido que no dejes de disfrutar de todas las cosas por las que tus antepasados lucharon y perdieron la vida. Te pido que nos honres con el amor a la tierra y a la vida. Te pido que seas feliz y que heredes a tus hijos el amor. 

Que desde donde yo estoy me sentiré feliz de saber que hoy crecen cosas maravillosas donde un día sólo hubo hambre, muerte y destrucción. 

Te bendigo para siempre a ti y a tus descendientes. 

Tu bisabuela: Constanza. 

 
 
 
Una vez que termina, la mujer se levanta, se despide y se va sin darme oportunidad de preguntar nada. Sorprendida, levanto la hoja y vuelvo a leerla. Es la respuesta de la carta escrita a la bisabuela que no conocí. 

No entiendo nada, pero en mi mano yace la respuesta a una carta que recién escribí a mi bisabuela muerta hace años. Esto que acaba de pasar me da vueltas en la cabeza. No tiene explicación lógica. No puedo concentrarme en leer mi libro, así que tomo mi tisana lentamente, mientras incrédula miro la carta que tengo en mis propias manos. Me voy a casa preguntándome si padezco alucinaciones. Decido no comentar nada a nadie. No hay necesidad de dar a la gente argumentos para que crean que estoy desquiciada.

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