En una tarde fría,
después de realizar algunas compras en el centro de la ciudad decido tomar un
descanso. Ha sido un día agitado, las tiendas tan llenas de gente me hacen
recordar la expresión: ”un hormiguero no tiene tanto animal” del sarcástico cantautor
mexicano Chava Flores, en su canción Sábado
Distrito Federal cuando se refería a los lugares saturados. Sonrío cada vez
que lo recuerdo. Y siempre que oigo sus canciones vuelvo a reír como la primera
vez que lo escuché.
Entro en un café casi vacío,
el ambiente es tranquilo con música
clásica de fondo. Ubicado en un edificio histórico, tiene paredes gruesas que
aíslan del ruido. Pido una tisana. Mientras me traen mi orden, leo un libro.
Algunos vendedores ambulantes, entran furtivamente a ofrecer sus productos,
artesanías, collares, pulseras o dulces. Rechazo sus ofertas, apenas tengo lo
suficiente para pagar mi tisana.
Entra una mujer alta y
delgada, ataviada con falda larga de vistosos colores, muchas pulseras en ambos
brazos que a cada movimiento suenan cual cascabeles. En la cabeza lleva una
pañoleta de cuyos bordes cuelgan pequeñas monedas. Su andar es como una danza
continua. Con paso decidido va hacia mí. Adivino que quiere leerme la suerte.
No tengo ánimo para escuchar sus “predicciones”. Me saluda sonriente, se sienta
a un lado de mi y dice: “tengo un mensaje para ti”. La escucho sin interés,
esperando sólo el momento de aclararle que no tengo dinero para pagarle sus
servicios.
Ella cierra los ojos,
como en un intento de concentrar su atención. Me dice: “escribe lo que voy a
decirte”. Aprovecho para aclarar que no puedo darle dinero. Me dice que no va a
cobrarme. Que necesita darme un mensaje. Me repite que escriba. Pido al mesero
una hoja y de mi bolsa saco una pluma. En ese momento ella se queda con la
mirada ausente y comienza a decirme lo siguiente:
PALABRAS DESDE LA
AUSENCIA
A
mi muy querida bisnieta: Atenea
Es verdad que nunca pude imaginarme todos los
descendientes que algún día vivirían gracias a mi paso por la tierra. Ahora
recién me entero que se ha hecho una gran familia. Lo cual no pude yo jamás
pensar, porque viví un momento en que las familias en lugar de crecer,
desaparecían. Yo misma en el transcurso de la guerra perdí la vida, lo mismo
que mis demás hijos.
La vida, era una lucha cada día, y no hablo sólo
de la guerra que se libraba en el país, era en todo: permanecer vivo, buscar el
pan diario, el agua, el resguardo. No había nada que pudiera ser seguro. Cada
quién tenía que luchar por sí mismo en condiciones de gran escasez. Hice tanto
como pude. Protegí a mis hijos hasta donde pude. No siempre lo logré, dos de
ellos murieron con “fuegos en la boca” sin que yo tuviera manera de curarlos.
La infección se propagó dentro de sus bocas, propiciada por la falta de agua;
que no nos permitía la higiene necesaria, y por la desnutrición que era
resultado de la falta de comida. Ardieron en fiebre varios días, hasta que
llegó el momento en que ya no pudieron ni siquiera beber agua. Murieron en mis
brazos ante mi impotencia de no poder ayudarlos. Y ni siquiera tuve tiempo de
llorar mi dolor, tan sólo poco después de enterrarlos me vi obligada a continuar huyendo para salvar a la única hija
que me quedaba. Sus vidas se perdieron como las de otros muchos, y sus restos yacen
en algún lugar de esas bellas montañas de las que yo no pude disfrutar porque
siempre anduve huyendo.
Hoy sé gracias a tu carta, que mi lucha no fue
en vano. Me fui de la vida, sin saber si mi hija lograría sobrevivir. Sin saber
por cuánto tiempo continuaría el infierno de la guerra. Sin saber si algún día
la vida de los campesinos como yo
mejoraría. Sin saber si algún día no faltaría la comida de cada día. Hoy sé gracias a ti, que la familia es
enorme. Y ni remotamente puedo imaginarme la vida que ahora tienen, pero que
estoy segura, debe ser mejor que la que yo tuve.
Me alegro de haber tenido una bisnieta fuerte y
valiente como tú, que puede caminar y disfrutar las montañas en lugar de tener
que esconderse en ellas.
Te pido que no dejes de disfrutar de todas las
cosas por las que tus antepasados lucharon y perdieron la vida. Te pido que nos
honres con el amor a la tierra y a la vida. Te pido que seas feliz y que
heredes a tus hijos el amor.
Que desde donde yo estoy me sentiré feliz de
saber que hoy crecen cosas maravillosas donde un día sólo hubo hambre, muerte y
destrucción.
Te bendigo para siempre a ti y a tus
descendientes.
Tu bisabuela: Constanza.
Una vez que termina, la
mujer se levanta, se despide y se va sin darme oportunidad de preguntar nada.
Sorprendida, levanto la hoja y vuelvo a leerla. Es la respuesta de la carta
escrita a la bisabuela que no conocí.
No entiendo nada, pero
en mi mano yace la respuesta a una carta que recién escribí a mi bisabuela
muerta hace años. Esto que acaba de pasar me da vueltas en la cabeza. No tiene
explicación lógica. No puedo concentrarme en leer mi libro, así que tomo mi
tisana lentamente, mientras incrédula miro la carta que tengo en mis propias
manos. Me voy a casa preguntándome si padezco alucinaciones. Decido no comentar
nada a nadie. No hay necesidad de dar a la gente argumentos para que crean que
estoy desquiciada.
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