Los primeros días de mayo son los más
calurosos, incluso el viento se siente como una ráfaga caliente que en lugar de
refrescar abochorna más. Durante el día los rayos de sol caen despiadados sobre
los techos de las casas sobrecalentando el interior. Para cuando llega la hora
del reposo nocturno, descansar sobre la cama es imposible. Cinco minutos
recostada son suficientes para sudar copiosamente. Las sales eliminadas de
manera natural por el cuerpo, irritan la piel del cuello y de la cara. Una
molesta picazón me hace levantarme continuamente a limpiarme y refrescarme
pasando una toalla húmeda en dichas partes. Muchas veces no es suficiente, se
hace necesario entrar al baño a ducharme. Así, escurriendo de agua, para
mantenerme fresca el mayor tiempo posible vuelvo a la cama a tratar de dormir.
Mi cabello largo y abundante me mantiene fresca el tiempo suficiente para
conciliar el sueño y lograr un reposo de
por los menos dos horas antes de despertarme nuevamente empapada de sudor.
Así son las noches de mayo previas a las
primeras lluvias de la temporada. Calurosas, sofocantes, de sueño interrumpido.
Por eso aquél sábado por la tarde en que escuché que mi padre y mi hermano
irían de cacería después del anochecer les pedí que me permitieran
acompañarlos. Desde niña conocí el campo, los cerros, pero nunca había caminado
por ellos en la noche, esa era la oportunidad perfecta para hacerlo, en lugar
de quedarme en casa frustrándome en tratar de conciliar el sueño. Ellos
accedieron a llevarme de modo que fui a ponerme ropa adecuada para la ocasión.
Me vestí con pantalón y camisa de manga
larga, ambos obscuros para mimetizarnos en la oscuridad de la noche y no ser
descubiertos por las posibles presas antes de tiempo. Zapatos de montaña, de preferencia botas, puesto
que en el campo habitan las serpientes de cascabel cuyo veneno resulta mortal
para los seres humanos. Además había que cuidarse de arañas capulinas y
alacranes que también pueden ser mortales. No podía faltar una botella de agua
y por supuesto, una lámpara.
Después de cenar estuvimos listos para la
aventura. Iniciamos nuestro recorrido cruzando el pueblo, para internarnos en
la selva. Desde el inicio me dieron las instrucciones que debía seguir para
evitar cualquier accidente: ir en silencio, no retrasarme, ir siempre detrás de
las personas que llevaban un arma (o sea, mi hermano y mi padre). Debo aclarar
la importancia de acatar estas medidas porque ha ocurrido a otras personas que
se separan para cazar, que han llegado a matarse entre sí por confundirse con
algún animal. Sucede que en la noche, en medio de la oscuridad densa del follaje,
lo único que puede verse brillar son los ojos. Pero los ojos humanos pueden
confundirse con los de otros mamíferos y depredadores como el puma o gato
montés. Por instinto un cazador dispara de inmediato y sólo después verifica a
lo que le ha disparado.
He vivido en el campo toda mi vida, así que
sé perfectamente las razones de todas las indicaciones que me dieron, por lo
que las acaté al pie de la letra. No pensé jamás en cuestionar ni poner en duda
un conocimiento ancestral que me era transmitido para mi propia seguridad.
Después de caminar media hora por el camino
estrecho, nos metimos entre las milpas, o mejor dicho, lo que quedaba de ellas
después de haber sido cosechadas. Había apenas un poco de rastrojo. En ciertas
zonas húmedas, crece un pasto muy verde, ahí exactamente es hacia donde nos
dirigimos. Un poco de pasto verde es un manjar para los conejos cuando todo lo
demás está seco. Cuando la tarde se
despide es el momento en que aprovechan los conejos para ir por su comida. Sin
los ardientes rayos del sol acosándolos, salen de sus madrigueras confiando en
la seguridad de la noche.
Caminamos por entre los surcos, saltamos
cercados y llegamos al sitio. Íbamos en silencio para sorprender a las presas.
Mi padre iba a la cabeza, el tirador más experto y rápido, se desplazaba con
sigilo. A veces volteaba hacia nosotros, asegurándose de que todo estuviera
bien. De vez en cuando, al escuchar algún ruido, con la mano nos hacía una
señal para que nos detuviéramos, mientras él avanzaba con mayor cautela.
Después nos invitaba a seguirlo nuevamente.
Pronto llegamos al lugar del pasto verde, nos
quedamos quietos y en silencio por un gran rato, esperando a la presa. Un
disparo inesperado me hizo sobresaltarme. Un tiro preciso, nos acercamos al
lugar que mi padre señalaba, sobre el suelo vi un conejo tirado en sus últimos
estertores. Un espectáculo violento y desagradable a mis ojos. Algo en mí está
en desacuerdo.
Me sobrepongo al momento, quizás no es la
mejor de las muertes, pero lo cierto es que, así es como el alimento llegó a mi
mesa por muchos años. Mi padre parece acostumbrado a esta clase de incidentes.
Lo recoge y lo mira satisfecho al comprobar que es un macho. Sólo lo he
escuchado lamentarse de su caza cuando la presa es una hembra que está
amamantando a sus crías o que está preñada. Lo guarda en su morral, aprovecha
para tomar un poco de agua y nos vamos del lugar. Después del disparo, es
seguro que por lo menos esta noche, no se acercará ningún otro animal.
Llegamos a un lugar en el que mi padre nos
previene para tener especial cuidado. Hay muchos alacranes, dice, y por lo mismo
debemos poner cuidado cuando apoyemos nuestras manos en las piedras de la
cerca. Una advertencia muy oportuna. Bajo la luz de la luna vi muchos alacranes
caminando sobre las piedras, lucían fosforescentes. Me sorprendí al verlos,
nunca imaginé que bajo la luz de la luna brillaran de esa manera. Es la primera
vez que los veo en esas condiciones. Todas las veces anteriores los he visto
con la luz del día o de algún foco en el interior de una casa. Me pregunto,
¿cuantas cosas más pueden verse diferentes en la noche?
Me gusta ir con mi padre al campo. Me
sorprende su sabiduría impresionante. Me explica tantas cosas de los árboles,
las flores, los animales, los lugares donde hay mayor peligro y yo me pregunto
¿De dónde o de quien proviene su sabiduría? De la escuela no, eso es seguro
pues sólo cursó el primer año de primaria…
Llegamos a casa a las dos de la mañana. Yo
estoy un poco cansada, pero satisfecha por la experiencia. Sorprendida de todas
las cosas que todavía puedo aprender de mi padre. Maravillada de la
fluorescencia de los alacranes. Del brillo esplendente de la luna. De andar en
la oscuridad y ser capaz de adaptarme…
Me
cambio de ropa y me meto a la cama. Muy relajada me duermo sin dificultad. Un
día con otras sorpresas me espera.
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