El velorio
Son
las seis de la mañana, la luz del día aún no llega, entre los árboles se
escucha el canto de los búhos. Me despiertan los cohetes que queman en la
iglesia para anunciar que el templo ya está abierto, disponible para quien
quiera acudir a él para hacer oración. Casi de inmediato tras el estallido de
los cohetes se escucha el tañer de las campanas, no es el repique normal, sino
el que anuncia que hay un muerto en el pueblo. Me pregunto quién es el difunto,
automáticamente comienzo a recordar una lista de las personas enfermas que
viven en el pueblo. Todos son conocidos míos, porque en este lugar tan pequeño,
todos nos conocemos y es en este tipo de situaciones en el que los pobladores
suelen hacer acto de presencia en la casa del difunto para brindar su apoyo a
los familiares.
Yo no puedo sustraerme a este acto solidario
tan arraigado de mi pueblo. Comienzo a reorganizar mis actividades para el día
de hoy, a fin de abrir un espacio para acudir al velorio en el transcurso del
día. Dejo pasar dos horas antes de peguntar a mi vecina quién es el difunto,
tiempo más que suficiente en el que la noticia corre por todo el pueblo. Se trata de don Eusebio, un campesino de 52
años, al enterarme de inmediato pienso que este señor estaba completamente
sano. Mi vecina dice que murió en su milpa, pero no sabe qué pasó.
Por
la tarde llego al velorio, dentro de un cuarto se encuentra el féretro negro
rodeado de velas y flores, muchas flores, como nunca tuvo en vida. El aire es
caliente, con humo y olor a copal. La cantidad de gente dentro y las velas
encendidas aumentan el calor y el aire es casi irrespirable. Entrego a la viuda
unas flores y tomo asiento en el patio que para esta ocasión se encuentra
cubierto con una lona a modo de techo para proteger del sol a la gente. Los familiares y amigos más cercanos van y
vienen atendiendo a las visitas, les ofrecen agua continuamente. A lo largo del
patio se colocaron sillas y bancas que poco a poco son ocupadas.
A
cada esquina del ataúd se coloca una persona de pie, en guardia. Es una
creencia antigua, que deben estar a su lado para cuidar de su alma. Sus
compadres, amigos y familiares hombres, son los encargados de esta tarea y se
relevan por turnos. Cebolla picada y limones partidos se colocan sobre un plato
debajo de la mesa en donde está el ataúd, la gente está convencida de que eso ayuda
a los dolientes a no desmayarse.
Familiares
y amigos van llegando, aún los que viven en lugares lejanos, todos reunidos
recordando momentos con el finado, al mismo tiempo, van y vienen realizando los
preparativos para preparar café y la comida para el día siguiente en que
después del entierro, se invita a los asistentes a comer en la casa del difunto.
Café
negro de olla y una pieza de pan, para mantenerse despierto toda la noche, se
reparte continuamente y después de terminar un rosario. La viuda va recibiendo
las condolencias, las flores, veladoras, maíz, azúcar, frijol, arroz, café, e
incluso dinero. En discretas conversaciones la gente comenta la manera
inesperada en que ocurrió el deceso. Lo encontraron en el campo –dicen- cuando
fueron a buscarlo por la noche, después de esperar un gran rato cuando no
volvió a la hora que lo hacía normalmente. Estaba acostado, parecía dormido, no
se le veía ninguna herida o golpe. Creen que pudo picarlo un alacrán o una
serpiente, pero a ciencia cierta no lo saben.
La
muerte hace recordar la fragilidad
propia de cada persona, lo volátil que puede ser la vida. Se respira un
ambiente de pesar y nostalgia. Todos hablan acerca del difunto, de momentos que
compartieron, de cómo era su carácter, de las cosas que le gustaban, en fin, de
todo lo relacionado con él.
Afuera
en el patio, sigue el bullicio, los hombres forman pequeños grupos y beben ron
o tequila, algunos juegan a la baraja, otros simplemente conversan. Algún
hombre de la familia del difunto los invita a que a la mañana siguiente muy
temprano le ayuden a rascar en el panteón la fosa en donde habrá de descansar
para siempre el difunto. En realidad no es necesario que los invite, desde hace
muchos años los hombres del pueblo saben cada uno de los pasos a seguir cuando
alguien muere. Al panteón irán muchos por voluntad propia es su manera de
solidarizarse con la familia y brindarles su apoyo.
Llegan
los músicos de la banda de viento, se colocan en un lugar en donde no estorben
a la gente que continuamente va de un lado a otro. Inicialmente tocan las
mañanitas, tocaran la música que era del agrado del difunto, pero también la
que les solicite los familiares y amigos, después de una ronda de una hora,
toman un descanso, la familia les ofrece cerveza o ron, café y pan.
Las
horas transcurren lentas, entre sollozos, rezos, música, café, bebida y
conversaciones. Los niños juegan tratando de no hacer ruido ni estorbar a
nadie. Gente va y gente viene, cerca de la madrugada sólo quedan los amigos y
familiares más cercanos. Algunos dormitan sentados en las sillas. Muy pocos
soportan toda la noche sin dormir.
Llega
el nuevo día, a las seis de la mañana los hombres se dirigen al panteón. Llegan
con sus picos y palas. Alguien de la familia señala el lugar en donde deben de
rascar. Primero trazan el cuadro y con el pico comienzan a rascar el contorno.
Después alguien saca hacia los lados la tierra, se relevan por turnos la tarea
de rascar y sacar la tierra. Poco a poco el pozo se va haciendo profundo,
entonces encuentran huesos de algún cadáver de hace mucho tiempo fue enterrado
en el mismo lugar, recogen los restos y los colocan en una bolsa, que volverá a
ser enterrada después de meter al nuevo difunto. A las ocho de la mañana
familiares del difunto les llevan café y pan para que desayunen. Al terminar
les invitarán a almorzar en casa de don Eusebio.
Llega
la hora de llevar al difunto a la iglesia, una hora antes de la misa, todos los
familiares y amigos cercanos pasan a despedirse del difunto. Por última vez se
abre su caja para que puedan verlo y decir lo que tengan que decirle. Después
la gente se forma en dos columnas que irán delante del féretro con las flores
abriendo camino. Cuando todos están listos para salir, la banda toca “las
golondrinas” canción propia de despedidas. Entonces el llanto se desborda,
todos saben y sienten el dolor de la despedida final. Las columnas avanzan lentamente,
mientras los amigos van detrás cargando el
féretro. Después la banda de música toca “xochipitzahuatl” canción
tradicional que se usa en festejos, “te vas ángel mío”, el tradicional “brinco
del chinelo” y otras canciones del agrado del difunto.
En
la misa el sacerdote hace reflexionar a los presentes sobre la importancia de
estar preparados para el momento en que todos habremos de rendir cuentas al
señor, de prepararnos para alcanzar la vida eterna. Pide a los familiares y
amigos del difunto que acepten la voluntad de dios y encuentren consuelo
acercándose a él. Por último bendice a todos y cuando el difunto es llevado
hacia el panteón se escuchan repicar por última vez las campanas para anunciar
su partida definitiva.
Una
vez en el panteón, cuando las primeras paladas de tierra caen sobre el ataúd,
nuevamente el llanto se desborda, un llanto desgarrador que viene desde lo más
profundo, un llanto que conecta a los demás con su propio dolor. Poco a poco
toda la tierra cubre el ataúd, al final colocan en el lado en que esta la
cabeza del difunto (poniente) una cruz hecha de flores y algunas veladoras a
los lados. Todas las personas pasan una por una a colocar sus ramos sobre
el montículo de tierra. Al final, algún
familiar dirige unas palabras a los presentes, conminándolos a que si alguna
vez fueron ofendidos o tuvieron un pleito con el difunto lo perdonen. Agradece
a todos su presencia y apoyo y también habla un poco de lo que el recién
enterrado significó en su vida y la de su familia. Al final invita a todos a
comer a su casa y a acompañarlos a los rosarios que se realizaran a partir del
día siguiente hasta coincidir con el día en que murió y que será cuando levante
la cruz, simbólicamente esto representa recoger el alma del difunto y llevarla
al panteón para que pueda descansar en paz.
De
regreso en casa, cuando todos los acompañantes se retiran, en ese momento que
se empieza a sentir la ausencia del difunto, cada tropiezo con la ropa o
herramientas que utilizaba es un recordatorio de que se ha ido para siempre. No
hay rincón en que se pueda escapar a este hecho. Cada lugar trae recuerdos, a
veces incluso, parece escucharse su voz o su risa. Pasarán muchos días, antes
de que la mente pueda asimilar esta ausencia.
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