EL MÚSICO
Y LAS SERPIENTES
Cuentan que hace muchos años,
cuando la era de la tecnología no había llegado, la gente solía convivir y
pasar más tiempo con sus vecinos. Era la época en que, en la mayoría de los
pueblos no existía el uso de la electricidad. Las horas de esparcimiento eran
por completo distintas a las que ofrecen los aparatos electrónicos.
La gente solía visitarse y se
sentaban por largas horas en sus patios, a la sombra de algún árbol. En los
árboles había columpios que los mismos padres hacían para sus hijos. Para sus
patios, los señores, elaboraban sillas muy rústicas con gruesos troncos de
madera, o colocaban algunas piedras planas para sentarse. Los padres relataban
a sus hijos hermosos cuentos y leyendas como La ciudad de los siete imperios, o bien, relataban sucesos
históricos de su pueblo y también
cantaban.
En uno de esos pequeños pueblos
existía una tradición musical que se había heredado de padres a hijos por
muchas generaciones. Ellos mismos eran creadores de sus canciones y corridos en
los que relataban alguna historia de un personaje o lugar. Había algunos
hombres a los que les gustaba tanto la música que, a veces, se ponían de
acuerdo para reunirse en algún sitio y dedicarse a cantar toda la noche,
mientras bebían un poco de tequila o ron. Y así era que los músicos, cantantes
y compositores de distintos pueblos se conocían y compartían su música con
cierta frecuencia.
En uno de aquellos días, se supo
de un señor que cantaba y tocaba la guitarra como nadie. Cada día, al terminar
sus labores, con los últimos rayos del sol, tomaba su guitarra, salía a la
calle, se sentaba en la esquina y comenzaba a cantar. Al momento, toda persona
que estuviera cerca y lo escuchara se sentía atraída por su canto, sin
pensarlo, dejaba lo que estuviera haciendo para sentarse cerca de él, solamente
para disfrutar de la música.
Una y otra vez, le decían lo
hermoso que era su música y canto, él sonreía complacido cada vez que lo
escuchaba. Y así tarde, con tarde, la gente se sentaba a su alrededor a
escucharlo. Pronto los demás hombres que también gustaban de la música, se
preguntaban cómo era que podía ser tan buen músico. Porque ellos, por más que
se habían esforzado practicando con sus guitarras, no lograban ser tan buenos
como él.
Un día, uno de ellos dijo:
-¡Pero qué hermoso cantas y tocas
la guitarra!
-¿Quieren aprender?
-¡Claro que queremos aprender!
-Entonces yo los llevaré al lugar
en e pueden aprender.
- Sí queremos aprender tan bien,
como tú.
-Voy a decirles lo que tienen que
hacer.
-Dinos ahora, para hacerlo de una
vez.
-Tendrán que esperar a que llegue
el año nuevo.
Los días se hicieron largos para
aquéllos hombres ansiosos de aprender. Cuando el día esperado estuvo próximo,
el músico les explicó lo que tendrían que hacer.
-Algunos kilómetros lejos de
aquí, en la cima de la montaña se encuentra la entrada de una enorme cueva.
Nadie sabe lo grande que es, pues nunca ha sido explorada en su totalidad. Pero
algunos hombres curiosos han ido hasta allá, y desde la entrada, han arrojado
una piedra para escuchar cómo cae por el fondo.
Dicen que se escucha el rebotar de la piedra al ir cayendo, sin que se le oiga llegar al
fondo. A esa cueva es precisamente a dónde iremos. Partiremos a las seis de la
tarde, con los últimos rayos del sol. Y ustedes llevarán doce varas de
membrillo.
El día tan esperado, por fin
llegó. Tal y como lo acordaran, a las seis de la tarde comenzaron su ascenso
por la montaña. En medio de la oscuridad total llegaron a la entrada de la
cueva. Un sitio donde las piedras se apilaban una sobre otra, formando un
montículo de más de tres metros. Entre los huecos de las enormes y rugosas
piedras se insertaban las raíces de los árboles que cubrían la entrada. Sombras
largas y fantasmales se dibujaban en las rocas, y un silbido que parecía venir
de lo profundo de la tierra se escuchaba intermitentemente.
Cuando la media noche se
acercaba, les dijo el músico:
-Aquí, canta una mujer muy
bonito, en cuanto suene la primera campanada que anuncia el año nuevo, ustedes
se pondrán cada uno a la entrada de la cueva, ella va a salir cantando.
Los hombres miraron el lúgubre
lugar, y mirándose entre sí, se preguntaron si el músico no les estaba tomando
el pelo. Pues ese, no parecía ser el mejor sitio en donde una mujer pudiera
vivir. Pero ellos verdaderamente querían aprender a tocar bien y pensaron que,
si ella les iba a enseñar, a ellos no les importaba el lugar. Pero lo que a
continuación les dijo, los desconcertó más.
-Cuando ella salga, ustedes deben
matarla de inmediato, sin darle tiempo de nada. Después deben tomar una tira de
piel de su cuerpo y otra tira de piel de su cabeza.
A los hombres les horrorizó la
idea, pero antes de que pudieran preguntar algo, se escuchó el primer tañer de
la campana. Al instante empezaron a oír una suave voz, que poco a poco se iba acercando. Con temor a ser
descubiertos se quedaron en absoluto silencio. Entonces, del boquete de la
tierra surgió una enorme serpiente. Al ver su tamaño, la atacaron de inmediato con temor de
ser devorados por ella. La golpearon con las varas de membrillo hasta que comprobaron que estaba sin vida. Uno
de ellos tomó las tiras de piel como le habían dicho, pero el otro, se alejó
corriendo horrorizado.
El músico esperaba a corta
distancia, cuando el hombre con las tiras de piel llegó con él, le dijo:
-Una de las tiras debes enredarla
alrededor de tu cuello y la otra la pondrás en tu guitarra. Así lo harás
siempre antes de comenzar a cantar. Al terminar, guardarás las tiras de piel en
un lugar seguro y nunca se las deberás prestar a nadie. Dicho esto se
despidieron para siempre.
El hombre hizo lo que le dijeron
y desde entonces, su canto y su música eran de una belleza inigualable. No
sabía cómo ni de donde le venían las canciones que tocaba, pero su éxito fue
tal, que pronto se hizo famoso y recorrió pueblos y ciudades, ganando tanto
dinero como nunca imaginó en su vida.
Este hombre se hizo famoso y
rico, su felicidad era enorme, pues hacía lo que más le gustaba; cantar.
Durante todo ese tiempo, había seguido al pie de la letra las instrucciones que
le dieran sobre ponerse y quitarse las tiras de piel cuando cantaba. Jamás
había tenido ningún problema.
Pero una noche, bebió demasiado
tequila, agotado por llevar varias noches cantando, se quedó dormido sobre la
mesa. Al otro día, muy temprano una señora lo despertó horrorizada.
-¡Mira las víboras que están en
tu cuello y tu guitarra!
Las más enormes y horribles
serpientes que puedan imaginarse lo rodeaban. Con profundo asco se apartó de
ellas y huyó tan veloz como pudo. Este hombre no volvió a cantar jamás, su
susto era tal, que se encerró en su casa y no salió nunca. Dicen que el apetito
se le fue para siempre y en pocos días, murió en completa soledad.