ESTA
MUJER NO ES PARA MÍ
Francisco es un hombre alto, deIgado,
de mirada ausente. De carácter apacible y solitario, demasiado callado y
tímido, no tiene muchos amigos. Sin
embargo va con frecuencia a los bailes en las fiestas del pueblo. No le gusta
bailar, pero le agrada ver a las jovencitas. Más de una es de su agrado, pero
no se atreve a acercarse a ninguna. Ellas se sienten atraídas por su docilidad.
Cada vez que necesitan algo se lo piden a él, pues bien saben que no se negará.
Él está enamorado de Antonia una
muchacha de un pueblo vecino, la conoció cuando cursaba la escuela secundaria,
pero nunca se atrevió a conquistarla. Ahora es más difícil para él acercarse y
los días se le van pasando sin que encuentre la manera de hacerlo. Una noche
decide asistir a un baile en el pueblo donde
ella vive con la esperanza de encontrarla, pero esto no ocurre. En espera de
que el baile termine para regresar a su pueblo caminando con otros jóvenes,
comienza a beber cerveza. No está acostumbrado al alcohol así que pronto se
siente mareado y desinhibido, por fin, se atreve a invitar a bailar a una
muchacha: Carmen.
Ella baila con él, no una sino
varias veces, al mismo tiempo que le coquetea. Él es demasiado tímido para
rechazarla, así que permite que el juego de la seducción avance. Ella lo que
quiere es sentirse bonita, sentirse deseada. Después de haber peleado con su
novio, decidió ir al baile y coquetear con otros para hacerle sentir celos.
Pero lo que no esperaba era encontrar a su novio con otra. Así que llevada por el
enojo y deseo de venganza decide seducir a Francisco.
La borrachera, la timidez y la
inexperiencia de Francisco lo hacen caer en el juego. Así que al terminar el
baile la invita a irse con él a su casa.
Ella acepta. En su pueblo, esta es una práctica común en varias parejas jóvenes
que deciden unirse. Llegan a la casa de los padres del novio, y después de
pasar la primera noche juntos, al siguiente día, la nueva pareja acompañada de
los padres del novio, va a casa de los padres de la novia a notificarles su
decisión de casarse.
Así ocurrió en el caso de
Francisco, aunque al siguiente día, una vez pasada la borrachera, no está
contento con lo que ha hecho. Pero no encuentra la manera de salir del embrollo.
Él es incapaz de rechazar a una mujer, y mucho menos, de avergonzarla públicamente.
Así que estoica y resignadamente asume un matrimonio sin decir nada.
Durante los primeros meses, su
relación no funciona bien, pero tiene la esperanza de que con un poco de tiempo
y de paciencia, las cosas mejoren. Aunque no tardará en darse cuenta qué eso simplemente
no sucederá. Su esposa es una mujer muy demandante y controladora. Siempre
quiere saber a dónde va, qué hace, con quién. Apenas lo escucha saludar a una
mujer, quien quiera que sea, sin importar que sea joven o mayor, le arma una
escena de celos. Es una mujer que se exaspera a la mínima cosa y pretende
imponer su voluntad a gritos. Cada pelea, día con día, lo convence de su mala
elección y se dice a sí mismo: “esta mujer no es para mí”.
Los días continúan su curso,
atrapado en un matrimonio molesto, decepcionante. Las semanas se hacen meses y
en silencio, Francisco soporta a su
esposa pasivamente. Vienen los hijos, sin que por ellos logren acercarse entre
sí. Él cumple lo que considera es su obligación: trabajar y dar sustento a su
familia. Pero su casa no es un hogar en donde quiera quedarse. La mayor parte
del tiempo lo pasa fuera, con los amigos, en la calle. Ve a sus hijos crecer y
por ellos, mantiene el silencio y evita las peleas cuando vienen los reproches
de Carmen. Él calla, evita o evade, mientras un pensamiento fijo se repite como
un mantra en su mente: “esta mujer no es para mí”.
Su vida se torna insípida,
vacía, sin colores. Lo único importante para él son sus hijos. Y la mujer que
es su esposa se le hace cada vez más intolerable, pero el amor a sus hijos es
una cadena que lo ata a ella. Él no conoció a su padre, pues huyó apenas supo
que su madre estaba embarazada. Siempre
ha dicho que, lo único bueno de su matrimonio y su vida son ellos. No quiere que crezcan en la misma situación
que él. Ni está dispuesto a perderse la
oportunidad de verlos crecer, no puede imaginarse su vida lejos de ellos. Los
quiere a todos, pero principalmente a su hija, la más pequeña. Una niña frágil,
enfermiza, la más vulnerable y a quién siente, tiene el deber de proteger más
que a sus hermanos. Sus hijos es todo lo que tiene, sigue con su determinación
de mantenerse en ese matrimonio, aunque a cada complicación con su esposa, se
repite como una letanía: “está mujer no es para mí”.
Se pasan los años sin que su
matrimonio mejore, quejándose débilmente, tratando de evitar peleas que son
inevitables. Pues no surgen a causa de él, sino porque es la forma en que a su
esposa le gusta vivir. Un matrimonio que se ha vuelto un calvario, pero que ni
aun así, jamás tuvo la intención de terminarlo.
Un día, yendo a trabajar a un
pueblo vecino, conoce a otra mujer muy joven y atractiva, sin compromiso, madre
soltera, ¿cómo y cuándo se relacionó con ella? Nadie lo sabe. Simplemente un
día a Evelia le empezó a crecer el vientre. Un nuevo hijo venía en camino, y a
ese le siguieron otros tres.
Francisco tiene una nueva
familia que es un secreto a voces, lo saben todos en el pueblo y con el tiempo
se entera también su propia esposa, a quien esto parece no importarle. Los años
pasan, los niños crecen, cuatro en total, ellos no saben quién es su padre.
Cuando alguno de ellos se atreve a preguntar a su madre, Evelia responde que a su
padre se lo comió un perro. Ante esa respuesta, los niños no vuelven a
preguntar. De cualquier forma no es importante, en ese pueblo hay muchos niños
sin padre, tras el reciente término de la revolución.
La nueva familia, tampoco es
motivo para intentar separarse de Carmen, más bien es la oportunidad de no
asfixiarse en su monótono matrimonio. Lleva años viviendo de esa manera y
aunque sus hijos han crecido y formado su propia familia, parece haberse
acostumbrado a esa forma de vida. Para Evelia, tampoco es importante casarse,
hace años perdió la confianza en los hombres. Para ella los hombres son una
carga innecesaria, un mal que es mejor evitarse. Siempre ha dicho, que no
necesita un hombre que la controle, a quien someterse y obedecer. Prefiere ser
una madre soltera, aunque tenga que trabajar duro para mantener a sus hijos.
Francisco y Carmen como siempre,
atados por la costumbre. No hay nada nuevo, nada diferente, podían haber vivido
así hasta la eternidad, pero hasta la eternidad se hartó de ellos.
En un día de trabajo, Francisco subió
a un árbol para derramarlo. No tenía ya la habilidad de sus años jóvenes. Un
mal cálculo al apoyarse en una rama demasiado frágil para su peso fue
suficiente. Una caída vertiginosa, un golpe contundente sobre la misma rama que
se rompió. Las costillas rotas, perforándole un pulmón y una agonía lenta
mientras sus compañeros trataban de auxiliarle. Hubo tiempo suficiente para
pedir ver a Evelia por última vez. Ella vino, lo miró sin perturbarse siquiera
y se despidieron serenamente. De los ojos de ella no cayó una sola lágrima. Era
una mujer dura, incapaz de mostrar ningún signo de debilidad por un hombre.
Francisco se sintió feliz de
morir en los brazos de la mujer por la que sintió lo que tal vez, fuera amor. La
que hizo que sus días dejaran de ser grises, a pesar, de que nunca vivió con
ella. Sintió como si por fin, hubiera sido rescatado de aquélla mujer que en
una noche de borrachera lo atrapó. Una mujer a la que nunca pudo pertenecer y que siempre
sintió distante y ajena. Y que sin embargo, fue su compañera de toda la vida. Aquélla
de la que no tuvo el valor de alejarse, aunque desde el primer día que vivió
con ella, una voz interior le dijera: “esta mujer no es para mí”.
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