viernes, 26 de julio de 2013

AHORA … COMO ANTES





AHORA … COMO ANTES

Hay un clima fresco, bastante agradable. No siento frío ni calor, la sensación de mi cuerpo es de armonía con el ambiente, las plantas, los árboles, y el aire suave de la tarde me acaricia. Sí. Su caricia es algo sin lo que no puedo vivir, no concibo estar en un lugar cerrado en donde no pueda sentir cómo el viento toca mi cara y mueve mi cabello. Me acomodo en mi silla ovalada de jardín, justo debajo del guayabo. A mi lado coloco una botella de agua para poder beber en el transcurso de la tarde sin tener que levantarme y perturbar este momento.  Mientras el sol de la tarde comienza a descender rápidamente en el horizonte, se escuchan a las aves revolotear entre los árboles. Algunas han hecho sus nidos entre las hojas del bambú, las veo ir y venir trayendo ramas y hojitas en su pico.  Es un buen momento para disfrutar de un libro.

Comienzo a leer  la novela: “El zarco”,  de Ignacio Manuel Altamirano, escritor mexicano que describe con gran precisión tiempos previos a  la revolución mexicana, y específicamente el terror que sembraron durante y después de la revolución unos bandidos llamados los plateados. Me gusta la descripción campirana del ambiente.  Puedo dibujar en mi mente con claridad el lugar que describe y cuando estoy más concentrada en el libro de pronto me topo con un párrafo que de golpe me vuelve a la realidad.

Apenas acababa de ponerse el sol, un día de agosto de 1861, y ya el pueblo de Yautepec parecía estar envuelto en las sombras de la noche. Tal era el silencio que reinaba en él. Los vecinos, que regularmente en estas bellas horas de la tarde, después de concluir sus tareas diarias, acostumbraban siempre salir a respirar el ambiente fresco de las calles, o a tomar un baño en las pozas o remansos del río o a discurrir  por la plaza o por las huertas, en busca de solaz, hoy no se atrevían a traspasar los umbrales de su casa, y por el contrario, antes de que sonara en el campanario de la parroquia el toque de oración, hacían sus provisiones de prisa y se encerraban en sus casas, como si hubiese epidemia, palpitando de terror a cada ruido que oían”. (El Zarco, pp. 2 y 3)
  
Me asombra la exactitud con que describe la situación por la que atravesamos actualmente todos los mexicanos. Tiene más de cinco años en que inició la era del terror, con balaceras que pueden ocurrir en cualquier punto de la ciudad o población sin previo aviso. Ni siquiera la policía tiene cuidado de proteger a los civiles, realiza operativos en zonas altamente transitadas sin preocuparse de acordonar ningún lugar. Incluso en sus operativos han ejecutado a algunos de ellos por el simple hecho de que se le han atravesado en el camino mientras perseguían a narcotraficantes, sicarios o cualquier delincuente.  Hay colonias o municipios enteros que apenas dan las siete de la noche y en las calles no se ve a nadie, todos los comercios están cerrados, la gente se esconde  dentro de sus casas, mientras afuera ocurren las persecuciones  con balazos. Toda la población está asustada, no solo son las balaceras y ejecuciones públicas, también los asaltos y los secuestros están a la orden del día.

Y luego encuentro el siguiente párrafo:
“…además, hay que advertir que los plateados contaban siempre con muchos cómplices y emisarios dentro de las poblaciones y de las haciendas, y que las pobres autoridades acobardadas, por falta de elementos de defensa, se veían obligadas cuando llegaba la ocasión, a entrar en transacciones con ellos, contentándose con ocultarse o huir para salvar su vida”.

Hoy día sigue siendo igual, quizás al situación es la misma desde entonces, sólo que ahora la lucha es contra los cárteles del narcotráfico. Es una red extensa que abarca todos los estratos sociales. Las extorsiones vienen también de la policía. Hay tráfico de información, empresarios y comerciantes participan en el lavado de dinero. Se exigen cuotas semanales a comerciantes y empresarios para permitirles seguir trabajando, incluso a las escuelas para no ser víctimas de atentados o secuestros. A la policía no se le puede pedir ayuda, ellos están coludidos con los delincuentes también. Por lo demás hay poblaciones enteras en donde las autoridades locales han llegado a acuerdos con los narcotraficantes para que la población civil no sea atacada.

“…los bandidos (…) se habían organizado en grandes partidas de cien, doscientos y hasta quinientos hombres, y así recorrían impunemente toda la comarca, viviendo sobre el país, imponiendo fuertes contribuciones a las haciendas y a los pueblos, estableciendo por su cuenta peajes en los caminos y poniendo en poniendo en práctica todos los días el plagio, es decir, el secuestro de personas, a quienes no soltaban sino mediante un fuerte rescate”. (El Zarco, p. 4)

La organización criminal abarca ahora un mayor número de gente. Hay pasos que son controlados por los zetas. Muchos trabajadores que viajan hacia los Estados Unidos para trabajar por contrato temporal son víctimas de la extorsión, se les pide una cuota a cambio de no quitarles sus pertenencias. No hay denuncias, la policía simplemente no hace nada al respecto. De hecho hay poblaciones en donde la policía ni siquiera existe, el control total está en manos de los narcotraficantes.

Las acciones del gobierno son pura simulación, sus estadísticas manipuladas hablan de un bajo índice de criminalidad. Las noticias de las balaceras y ejecuciones no se dicen en las televisoras y periódicos oficiales, pero la información llega a todos. Nadie está al margen de la situación, todos en éste país tienen parientes, vecinos, familiares, compañeros de trabajo que han caído ante las balas en medio de esta guerra no declarada públicamente. Los muertos siguen apareciendo en bolsas negras de plástico a bordo de carreteras, barrancas, incluso en las calles céntricas de las ciudades.

Comparo la fecha de la novela con el año presente, apenas un poco más de un siglo, si bien la novela menciona una época antes de la revolución, lo cierto es que los plateados que sí fueron unos bandidos reales, lo mismo el zarco que fue su jefe, extendieron su dominio aún después de la revolución. Los abuelos todavía cuentan historias sobre ellos, la forma en que llegaban a saquear los pueblos, a robarse a las mujeres y a matar a cualquiera que intentara oponérseles.
Continúo mi lectura y no puedo evitar preguntarme ¿cuánto durará el reinado de los narcotraficantes? Quince ejecutados semanalmente en sólo una de las ciudades. Todos giramos en la ruleta rusa. Salimos a trabajar cada día pero no sabemos si encontraremos en nuestro camino a algún sicario persiguiendo a otro, o a la policía en algún operativo. Nuestro riesgo es cada vez que ponemos un pie fuera de casa.


Leo para viajar al mundo que creó el autor, pero ahora ése viaje al pasado se volvió demasiado presente. Disfrutaré la novela mientras pueda hasta que el presente vuelva a alcanzarme otra vez a través de las evocaciones terribles de los desmanes de los plateados.

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