AHORA … COMO ANTES
Hay
un clima fresco, bastante agradable. No siento frío ni calor, la sensación de
mi cuerpo es de armonía con el ambiente, las plantas, los árboles, y el aire suave
de la tarde me acaricia. Sí. Su caricia es algo sin lo que no puedo vivir, no
concibo estar en un lugar cerrado en donde no pueda sentir cómo el viento toca
mi cara y mueve mi cabello. Me acomodo en mi silla ovalada de jardín, justo
debajo del guayabo. A mi lado coloco una botella de agua para poder beber en el
transcurso de la tarde sin tener que levantarme y perturbar este momento. Mientras el sol de la tarde comienza a
descender rápidamente en el horizonte, se escuchan a las aves revolotear entre
los árboles. Algunas han hecho sus nidos entre las hojas del bambú, las veo ir
y venir trayendo ramas y hojitas en su pico.
Es un buen momento para disfrutar de un libro.
Comienzo
a leer la novela: “El zarco”, de Ignacio Manuel Altamirano, escritor
mexicano que describe con gran precisión tiempos previos a la revolución mexicana, y específicamente el
terror que sembraron durante y después de la revolución unos bandidos llamados
los plateados. Me gusta la descripción campirana del ambiente. Puedo dibujar en mi mente con claridad el
lugar que describe y cuando estoy más concentrada en el libro de pronto me topo
con un párrafo que de golpe me vuelve a la realidad.
“Apenas acababa de ponerse el sol, un día de
agosto de 1861, y ya el pueblo de Yautepec parecía estar envuelto en las
sombras de la noche. Tal era el silencio que reinaba en él. Los vecinos, que
regularmente en estas bellas horas de la tarde, después de concluir sus tareas
diarias, acostumbraban siempre salir a respirar el ambiente fresco de las
calles, o a tomar un baño en las pozas o remansos del río o a discurrir por la plaza o por las huertas, en busca de
solaz, hoy no se atrevían a traspasar los umbrales de su casa, y por el
contrario, antes de que sonara en el campanario de la parroquia el toque de
oración, hacían sus provisiones de prisa y se encerraban en sus casas, como si
hubiese epidemia, palpitando de terror a cada ruido que oían”. (El Zarco,
pp. 2 y 3)
Me
asombra la exactitud con que describe la situación por la que atravesamos
actualmente todos los mexicanos. Tiene más de cinco años en que inició la era
del terror, con balaceras que pueden ocurrir en cualquier punto de la ciudad o
población sin previo aviso. Ni siquiera la policía tiene cuidado de proteger a
los civiles, realiza operativos en zonas altamente transitadas sin preocuparse
de acordonar ningún lugar. Incluso en sus operativos han ejecutado a algunos de
ellos por el simple hecho de que se le han atravesado en el camino mientras
perseguían a narcotraficantes, sicarios o cualquier delincuente. Hay colonias o municipios enteros que apenas
dan las siete de la noche y en las calles no se ve a nadie, todos los comercios
están cerrados, la gente se esconde dentro
de sus casas, mientras afuera ocurren las persecuciones con balazos. Toda la población está asustada,
no solo son las balaceras y ejecuciones públicas, también los asaltos y los
secuestros están a la orden del día.
Y
luego encuentro el siguiente párrafo:
“…además, hay que advertir que los plateados
contaban siempre con muchos cómplices y emisarios dentro de las poblaciones y
de las haciendas, y que las pobres autoridades acobardadas, por falta de
elementos de defensa, se veían obligadas cuando llegaba la ocasión, a entrar en
transacciones con ellos, contentándose con ocultarse o huir para salvar su vida”.
Hoy
día sigue siendo igual, quizás al situación es la misma desde entonces, sólo
que ahora la lucha es contra los cárteles del narcotráfico. Es una red extensa
que abarca todos los estratos sociales. Las extorsiones vienen también de la
policía. Hay tráfico de información, empresarios y comerciantes participan en
el lavado de dinero. Se exigen cuotas semanales a comerciantes y empresarios
para permitirles seguir trabajando, incluso a las escuelas para no ser víctimas
de atentados o secuestros. A la policía no se le puede pedir ayuda, ellos están
coludidos con los delincuentes también. Por lo demás hay poblaciones enteras en
donde las autoridades locales han llegado a acuerdos con los narcotraficantes
para que la población civil no sea atacada.
“…los bandidos (…) se habían organizado en
grandes partidas de cien, doscientos y hasta quinientos hombres, y así
recorrían impunemente toda la comarca, viviendo sobre el país, imponiendo
fuertes contribuciones a las haciendas y a los pueblos, estableciendo por su
cuenta peajes en los caminos y poniendo en poniendo en práctica todos los días
el plagio, es decir, el secuestro de personas, a quienes no soltaban sino
mediante un fuerte rescate”. (El Zarco, p. 4)
La
organización criminal abarca ahora un mayor número de gente. Hay pasos que son
controlados por los zetas. Muchos trabajadores que viajan hacia los Estados
Unidos para trabajar por contrato temporal son víctimas de la extorsión, se les
pide una cuota a cambio de no quitarles sus pertenencias. No hay denuncias, la
policía simplemente no hace nada al respecto. De hecho hay poblaciones en donde
la policía ni siquiera existe, el control total está en manos de los
narcotraficantes.
Las
acciones del gobierno son pura simulación, sus estadísticas manipuladas hablan
de un bajo índice de criminalidad. Las noticias de las balaceras y ejecuciones
no se dicen en las televisoras y periódicos oficiales, pero la información
llega a todos. Nadie está al margen de la situación, todos en éste país tienen
parientes, vecinos, familiares, compañeros de trabajo que han caído ante las
balas en medio de esta guerra no declarada públicamente. Los muertos siguen
apareciendo en bolsas negras de plástico a bordo de carreteras, barrancas,
incluso en las calles céntricas de las ciudades.
Comparo
la fecha de la novela con el año presente, apenas un poco más de un siglo, si
bien la novela menciona una época antes de la revolución, lo cierto es que los
plateados que sí fueron unos bandidos reales, lo mismo el zarco que fue su
jefe, extendieron su dominio aún después de la revolución. Los abuelos todavía
cuentan historias sobre ellos, la forma en que llegaban a saquear los pueblos,
a robarse a las mujeres y a matar a cualquiera que intentara oponérseles.
Continúo
mi lectura y no puedo evitar preguntarme ¿cuánto durará el reinado de los
narcotraficantes? Quince ejecutados semanalmente en sólo una de las ciudades.
Todos giramos en la ruleta rusa. Salimos a trabajar cada día pero no sabemos si
encontraremos en nuestro camino a algún sicario persiguiendo a otro, o a la
policía en algún operativo. Nuestro riesgo es cada vez que ponemos un pie fuera
de casa.
Leo
para viajar al mundo que creó el autor, pero ahora ése viaje al pasado se
volvió demasiado presente. Disfrutaré la novela mientras pueda hasta que el
presente vuelva a alcanzarme otra vez a través de las evocaciones terribles de
los desmanes de los plateados.
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