viernes, 28 de junio de 2013

ROSAURA




ROSAURA


Es una joven de 19 años, de estatura pequeña, su cara risueña parece la de una niña. Morena de pelo largo, negro, abundante, y enormes y vivaces ojos. Antes del amanecer se va con su hermana al mercado, ellas dos se dedican a vender nopales casa por casa. Compran a precio de mayoreo a sus proveedores todos los días. Después ella y su hermana llenan bolsas de diez y cinco piezas cada una, y recorren las calles para ofrecer casa por casa su mercadería. Cada una por un lado de la ciudad, para cuando el sol llega a lo más alto del cielo, y han terminado su venta, vuelven a casa contentas.

Apenas degustan la comida que su madre les ha preparado, y las dos se arreglan para su trabajo en una fábrica, consiguieron un empleo como obreras, sus manos pequeñas y diestras son ágiles y rápidas en el empaque de bolsas. No perciben un gran sueldo, pero viven cerca de la fábrica y eso les evita el pago de pasajes en su traslado de todos los días. A la hora de la salida su padre va a recogerlas, juntos caminan de regreso a su hogar. Trabajan duramente, tienen una vida sencilla, no están acostumbradas a las diversiones de las chicas de la ciudad. Ellas vienen de la sierra. Sus padres se las llevaron de su pueblo natal, cuando tenían apenas cuatro y seis años de edad.

Su padre es un hombre humilde, que trabaja de peón de albañil. Con el dinero que entre todos han logrado reunir se compran un lote en las afueras de la ciudad, en un barrio  donde la mayoría de la gente es como ellos, emigrantes de otros estados. Casas improvisadas con una gran variedad de materiales baratos son levantadas en pocos días. La mayoría son casas de cartón de una sola habitación, en donde se acomoda toda la familia en pequeños catres. Una estufa de dos parillas es suficiente para preparar la comida. Están acostumbrados a comer apenas los necesario, no precisan de grandes platillos, algún día entre semana compran carne, una pieza de pollo para cada quien nada más.

En la fábrica Rosaura conoce a Miguel, un joven que hace poco llegó de otro estado. Conversan a la hora del descanso y a Rosaura él le parece una persona agradable. En poco tiempo se hacen novios y al medio año deciden casarse. Con el apoyo de las dos familias hacen una fiesta: misa, matrimonio civil, comida, baile, a la que acuden parientes y amigos. Después se van a vivir a un cuarto que rentaron en la misma colonia.

La vida matrimonial es muy distinta de lo que Rosaura esperaba, durante el noviazgo Miguel la trataba con amabilidad, ahora la considera de su propiedad y su trato es rudo y autoritario. Rosaura tiene que obedecer a su marido en todo. Lo que ella piense, quiera o diga, no importa. La única opinión que cuenta es la de él. Desde que se casarón ella dejó de trabajar, pues la costumbre es que el marido mantenga a la esposa. Rosaura  no está de acuerdo con esta nueva vida que tiene, pero pensando que así puede evitar problemas con su esposo, se queda a atender su casa. Poco a poco ella renuncia a pedir o decir nada. Teme enfadar a su esposo. Está convencida de que si lo obedece él no tendrá motivo para estar enojado con ella y podrán llevarse bien. Pero pronto se da cuenta que es imposible complacerlo.

A los cuatro meses de matrimonio comprueba que está embarazada. Ella está contenta, siempre le han gustado los niños y espera con ilusión a su hijo. Por ser la mayor ayudó a su madre en la crianza de sus hermanos pequeños. A su esposo le da gusto también, pero como la mayoría de los hombres espera que su hijo sea un varón. Al saber la noticia se va a celebrar con sus amigos en la cantina. Para él nada ha cambiado, sigue esperando que su esposa se haga cargo de todas las tareas domésticas. Ni piensa tampoco en llevarla al médico para hacerle un chequeo. En su pueblo simplemente no se acostumbraba eso. Ni siquiera había un médico, menos aún una clínica. Las mujeres no recibían ningún trato especial o diferente por su estado. Hacían los mismos trabajos que las demás y llegado el tiempo tenían sus hijos con ayuda de alguna partera.

Cada día que pasa, el cuerpo de Rosaura se abulta más, ella no se queja del trabajo, es muy fuerte y sana. Pero a medida que su bebé crece, ella tiene más apetito y el dinero que le da su marido a veces no le es suficiente para comprarse lo necesario, menos para algún antojo.

Un fin de semana su esposo llegó del trabajo más temprano, como muchas otras veces, se salió a la calle por la  tarde, a jugar póker con sus amigos. Apuesta dinero con  frecuencia. A veces llega a casa borracho, sin dinero y muy noche. Rosaura se duerme y no le dice nada, pero a medida que el vicio de las apuestas de su marido crece, recibe menos dinero. Un domingo él estaba durmiendo hasta ya casi el medio día, ella tenía hambre, pero por miedo a interrumpir su sueño y provocar su enojo, decidió a tomar la cartera de su marido y agarrar un poco de dinero para comprar carne de pollo. Se fue al mercado a comprar lo necesario, de regreso preparó la comida. Más tarde su esposo despertó y se dio cuenta que no tenía su cartera. Ella le dijo que le había agarrado dinero para la comida y le entregó el dinero que le había quedado.

Miguel se levantó enfurecido, comenzó a insultarla y a golpearla al tiempo que le decía que no tenía ningún derecho de agarrar su dinero y que ninguna mujer iba a andar vaciándole la cartera. Ella se acurrucó en el piso, con las manos sobre su vientre para proteger a su hijo, le pide perdón a su esposo, diciéndole que no quiso desobedecerlo, sólo quería comer. De nada valieron sus argumentos, él comenzó a golpearla salvajemente. Cuando él deja de golpearla ella aprovecha para salir corriendo hacia la casa de sus padres. Ellos la reciben y le ofrecen su ayuda, decide quedarse, pero al siguiente día viene Miguel arrepentido le pide que vuelva con él. Palabras dulces y promesas de cambiar la convencen de volver. Por algunos días, él es amable con ella, pero sus intenciones de cambio se desvanecen con cualquiera pequeña cosa que amenace su autoridad ante su mujer. Las peleas se repiten una y otra vez, por las cosas más triviales, Rosaura comprende pronto que ante la reacción violenta de su esposo, nada puede hacer.

Se va de la casa llevándose solamente las cosas que trajo consigo cuando se casó. Mientras se prepara para irse se da cuenta de que en realidad de su esposo nunca recibió nada, a pesar de haberse dedicado a atenderlo, él no le compró zapatos, ni ropa, ni le daba dinero para ella. Regresa con sus padres en donde nunca sufrió maltrato como el que le daba su marido, ni vio jamás a su padre golpear a su madre.

Con el apoyo de toda su familia, pasa los últimos meses de embarazo y después de tener a su hijo y recuperarse del parto, vuelve a su antiguo trabajo. Se divorcia y se propone sacar adelante a su hijo a quien registra sólo con los apellidos de ella. No está dispuesta a pelear la pensión alimenticia que le corresponde, sabe que muchos hombres evaden su responsabilidad fácilmente y la ley no es firme para obligarlos.  Su reciente experiencia matrimonial le ha dejado un sabor amargo, lo único que quiere es evitarse problemas con su ex marido. Ahora está convencida de que es mejor vivir sola y no espera volver a casarse nunca.

   

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