viernes, 24 de agosto de 2012

LAS "FLORES" DEL AMATE




LAS "FLORES" DEL AMATE

En lo más profundo de la selva, vive el más alto de los árboles. Los antiguos hombres lo veneraban y le tenían un gran respeto. Es un árbol enorme y siempre lleno de hojas verdes. Bajo su sombra muchos pequeños animales e insectos construyen su hogar. Se sienten protegidos por sus enormes ramas y amplias raíces, que se extienden sobre el suelo o a través de las rocas de la montaña. Es el árbol más admirado por los hombres, porque nace donde los demás no nacen, en el lugar más inhóspito: sobre las rocas y desafiando al vacío.

Su nombre es Amate. Y es tan sabio como los demás seres habitantes de la selva. Sólo tira sus hojas una vez al año, precisamente cuando el calor es más intenso. Y sus hojas verdes se tuestan rápidamente por el intenso calor del sol. Se mira una gruesa alfombra dorada a su alrededor. Entonces su tronco adquiere un tono gris y parece a punto de secarse. De sus ramas brotan en poco tiempo unas frutas redondas, que no son comestibles para los humanos, pero que dentro de sí, llevan la semilla de otros árboles. Se muestra totalmente desnudo, pero lo hace por pocos días, tal vez dos o tres semanas. Justo antes de comenzar la temporada de lluvias.

Pronto la lluvia intensa desintegra las hojas y frutas caídas que abonarán la tierra para alimentar al mismo árbol. Pequeños mamíferos vienen y comen sus frutos, la semilla es digerida y al ser eliminada en distintos lugares; se propaga la posibilidad de nuevos árboles.
Los hombres antiguos decían que en donde hay amates, hay agua, y ciertamente se pueden ver a muchos de ellos, a la orilla de un manantial o en el cauce de las barrancas. Los antiguos pobladores aprendieron a obtener el papel de su corteza. Con él escribieron la historia de sus pueblos, sus conocimientos y leyendas.

Una de esas leyendas dice que el amate es un árbol mágico y que como un dios de vez en cuando puede hacer un regalo a algún hombre. No hay manera de saber quién será el elegido. Pero algunas personas están seguras de que sí ha ocurrido.

Cuentan que hace muchos años, tantos como para no saber cuando fue, pero suficientes para aún recordarlo, un campesino caminaba por los senderos de la selva, de regreso a su casa. Después de un arduo día de trabajo, lo único que deseaba era estar en casa, comer y poder descansar, para ir a su trabajo al día siguiente. Desde niño  había aprendido el cultivo de la tierra al lado de su padre y desde entonces ése había sido su trabajo. Aquél día había sido muy caluroso y se detuvo a beber el agua del manantial que nacía al pie del árbol. Se sentó sobre el tronco a descansar un poco. Pero el sueño lo venció pronto. No sintió el transcurso de las horas y cuando despertó la oscuridad de la noche había llegado. Miró hacia arriba tratando de orientarse con la luz de la luna, pero el denso follaje, no permitía ver ninguna claridad.

De pronto en la copa del árbol comenzaron a verse pequeñas luces blancas, al principio creyó que eran luciérnagas. Pero al mirarlas con calma, observó que no se movían. Y no eran pocas, sino muchas, distribuidas en las ramas del árbol.

El viento movió las ramas y suavemente algunas luces se desprendieron del árbol. Cayeron a los pies del campesino. Que con curiosidad y miedo, tomó algunas entre sus manos. Eran pequeñas flores, que por una extraña e inexplicable razón brillaban, con una luz suave, que aún cuando cerraba la mano, la luz se veía a través de su piel. Se encontraba desconcertado. No había visto en toda su vida que el árbol tuviera flores. Ni había sabido tampoco que ninguna flor brillara en la noche como si fuera una pequeña estrella. Y esa luz, de las  flores no era, ni caliente ni fría. Sólo era una luz tenue. Estaba asombrado, pensó que quizás era un sueño. Que él estaba dentro de un sueño. Que todo eso, no estaba pasando.

Una voz, que no supo de donde venía le dijo, que llenara su morral con las flores. Miró hacia todos lados buscando el origen de la voz. No vio nada, pero la voz insistió, agregando que era un regalo para él. Así lo hizo. En cuanto llenó su morral, las demás flores del árbol se apagaron. La luna se asomó entre los árboles y pudo mirar el camino. Llegó a su casa y sin decir nada a nadie se fue  a dormir. Al otro día cuando despertó, recordó las flores y nuevamente pensó que todo había sido un sueño.  Él sabía que los amates no tienen flores. Pero miró dentro de su morral y no, no encontró ninguna flor. En su lugar había una gran cantidad de oro. No podía comprender que era lo que había pasado.

El hombre no lo podía creer, a pesar de que con sus propias manos había tomado las flores que después se convirtieron en oro. Regresó nuevamente al lugar en donde estaba el amate. No había nada diferente. Todo estaba exactamente como siempre lo había visto, durante todos y cada uno de los días de su vida. Al principio no sabía que hacer. Pensó que si contaba lo que había sucedido le dirían que estaba loco. Así que optó por guardar silencio y enterrar el oro.

Pasó el tiempo, y el hombre siguió viviendo como lo que era: un campesino. Y lo cierto es que nunca requirió de gastar el oro, porque con su trabajo él tenía todo lo que necesitaba. Y como era un hombre muy saludable y fuerte pudo trabajar aún cuando ya era un anciano. Sólo cuando sintió que se aproximaba su muerte, decidió contarle la historia a su hija. Y ahí en su lecho, le relató todo cuánto había pasado.

Su hija se mostraba incrédula, y creyó que tal vez su padre estaba delirando. Pero él le dijo que podía comprobarlo por sí misma, yendo al lugar en donde había enterrado el oro. Con gran precisión le dijo el lugar exacto donde se encontraba. Ella fue y pudo mirar el oro, y a su vez volvió a enterrarlo. Volvió con su padre para preguntarle cuál era su última voluntad en relación al tesoro. Él le dijo que se lo regalaba todo a ella, que podía hacer lo que quisiera.

Aquél hombre murió, y su hija después de enterrarlo, decidió que ella tampoco gastaría el tesoro a menos que la vida de alguno de sus hijos estuviera en peligro. Después de todo, su padre había podido vivir con lo que obtenía con su trabajo, y seguramente que ella podría hacer lo mismo. De la misma manera nunca le dijo nada a nadie, quizás algún día se lo diría a alguno de sus hijos de la misma manera que hizo su padre. Pero sucedió que  sus hijos murieron antes que ella, durante la guerra, así que no pudo decirles nada. Sus últimos años los vivió con su hermano y sobrinos, pero ninguno de ellos consiguió ganarse nunca el afecto y confianza de ella. Se dio cuenta de su ambición, así que se decidió a no mencionarles nunca  sobre la existencia del oro. Cuando estaba a punto de morir, ella solamente les contó la historia que había escuchado de su padre. Pero no les reveló el lugar en donde estaba escondido el tesoro.  Y se fue con el secreto a la tumba.

En algún lugar, que nadie ha podido descubrir, se encuentra todavía enterrado aquél tesoro, que una noche fue obsequiado a un campesino a través de unas flores de amate que se convirtieron en oro. Quizás algún día alguien lo encuentre. O quizás permanezca ahí para siempre.

   

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