viernes, 24 de agosto de 2012

LA DANZA DE LOS FANTASMAS




LA  DANZA DE LOS FANTASMAS

La belleza se fugó de mis ojos. Y el invierno se instaló en mi alma. Me quedé sola y tuve miedo de estar conmigo.

El día había estado lluvioso. En el cielo había enormes nubes grises que evitaban los rayos del sol. No se veían las montañas. Y un viento helado mecía inclemente los frágiles pétalos de una flor. La noche cayó lentamente, en silencio, sin estrellas en el firmamento.

Tomé entre mis manos un álbum  de fotos. Lentamente, como el agua sucia que ha estado estancada,  los recuerdos que por mucho tiempo habían estado guardados, fueron desfilando uno a uno.

Ahí estaba, esa foto de una niña de cinco años con su pelo largo y negro. Una niña triste que nunca pudo tener un regalo de Santa Claus. Y ella se portaba bien todos los días del año, era una niña buena que sólo esperaba un regalo que nunca llegó.

Después apareció la niña que nunca comprendió por qué su vida era más difícil que la de los otros niños. Aquélla que se quedó con la pregunta sin respuesta- ¿por qué yo tengo que luchar por mi salud? Parece que todavía se sigue haciendo la misma pregunta.

Más adelante, con sus ojos todavía llenos de llanto y abrazándose a sí misma, la niña de la que su hermano mayor abusaba y constantemente le decía: eres un estorbo, nadie te querrá jamás.
También estaba esa niña silenciosa que lloraba en las noches, sola, mientras los demás dormían, cuidándose de no hacer ruido para no causar molestias.

Y esa niña que quería ser lo más invisible posible, para que nadie la mirara con lástima y desprecio. Que tenía miedo hasta de hablar. Que no pedía nada, porque sentía que nada merecía.

Se presentó también esa niña que soñaba con tener un vestido de hada o de princesa, pero que nunca se atrevió a pedir.

Y esa niña que esperaba hacer sentir orgulloso a su padre siendo la mejor de la escuela, pero él nunca quiso darse un tiempo para felicitarla, ni siquiera cuando salió de la universidad con mención honorífica.

No podía faltar esa niña que constantemente escuchaba quejarse a su madre por todos los sacrificios que había hecho por ella. Y que no sabía cómo escaparse de ella

Todos esos fantasmas, cobraron vida y fuerza una vez más. Ahí estaban repitiendo como un eco, precisamente lo que no quería escuchar.

Como trapos viejos  y corroídos, sucios y amarillentos, pretendían enturbiar la luz de mi alma… los llevé a todos al patio de mi casa, encendí un gran fuego y uno a uno los lancé sobre el.

Se negaban a callar, se negaban a morir, saltaban desesperadamente entre las llamas tratando de salir.  Trataban de burlarse nuevamente de mí. Trataban de golpear dentro de  mi corazón.

 Me negué a escucharlos. Me negué a darles vida. No tienen ya cabida dentro de mí. Se que están acechándome cada día. Pero ya no tienen poder para mí. Aunque salten una y otra vez ante mis ojos.

Los lanzaré al fuego cada vez que pretendan acorralarme. Los miraré consumirse lentamente, mientras el fuego calienta mis huesos.

Y en tanto miro las lengüetas del fuego, que dibuja nuevas y diversas formas. Construiré en mi alma y en mi corazón un nuevo sueño, con un nuevo fuego. 

                                                                                                       

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