LA DANZA DE LOS FANTASMAS
La
belleza se fugó de mis ojos. Y el invierno se instaló en mi alma. Me quedé sola
y tuve miedo de estar conmigo.
El día
había estado lluvioso. En el cielo había enormes nubes grises que evitaban los
rayos del sol. No se veían las montañas. Y un viento helado mecía inclemente
los frágiles pétalos de una flor. La noche cayó lentamente, en silencio, sin
estrellas en el firmamento.
Tomé
entre mis manos un álbum de fotos.
Lentamente, como el agua sucia que ha estado estancada, los recuerdos que por mucho tiempo habían
estado guardados, fueron desfilando uno a uno.
Ahí
estaba, esa foto de una niña de cinco años con su pelo largo y negro. Una niña
triste que nunca pudo tener un regalo de Santa Claus. Y ella se portaba bien
todos los días del año, era una niña buena que sólo esperaba un regalo que
nunca llegó.
Después
apareció la niña que nunca comprendió por qué su vida era más difícil que la de
los otros niños. Aquélla que se quedó con la pregunta sin respuesta- ¿por qué
yo tengo que luchar por mi salud? Parece que todavía se sigue haciendo la misma
pregunta.
Más adelante,
con sus ojos todavía llenos de llanto y abrazándose a sí misma, la niña de la
que su hermano mayor abusaba y constantemente le decía: eres un estorbo, nadie
te querrá jamás.
También
estaba esa niña silenciosa que lloraba en las noches, sola, mientras los demás
dormían, cuidándose de no hacer ruido para no causar molestias.
Y esa
niña que quería ser lo más invisible posible, para que nadie la mirara con
lástima y desprecio. Que tenía miedo hasta de hablar. Que no pedía nada, porque
sentía que nada merecía.
Se
presentó también esa niña que soñaba con tener un vestido de hada o de
princesa, pero que nunca se atrevió a pedir.
Y esa
niña que esperaba hacer sentir orgulloso a su padre siendo la mejor de la
escuela, pero él nunca quiso darse un tiempo para felicitarla, ni siquiera
cuando salió de la universidad con mención honorífica.
No podía
faltar esa niña que constantemente escuchaba quejarse a su madre por todos los
sacrificios que había hecho por ella. Y que no sabía cómo escaparse de ella
Todos
esos fantasmas, cobraron vida y fuerza una vez más. Ahí estaban repitiendo como
un eco, precisamente lo que no quería escuchar.
Como
trapos viejos y corroídos, sucios y
amarillentos, pretendían enturbiar la luz de mi alma… los llevé a todos al
patio de mi casa, encendí un gran fuego y uno a uno los lancé sobre el.
Se negaban
a callar, se negaban a morir, saltaban desesperadamente entre las llamas
tratando de salir. Trataban de burlarse
nuevamente de mí. Trataban de golpear dentro de
mi corazón.
Me negué a escucharlos. Me negué a darles
vida. No tienen ya cabida dentro de mí. Se que están acechándome cada día. Pero
ya no tienen poder para mí. Aunque salten una y otra vez ante mis ojos.
Los
lanzaré al fuego cada vez que pretendan acorralarme. Los miraré consumirse
lentamente, mientras el fuego calienta mis huesos.
Y en
tanto miro las lengüetas del fuego, que dibuja nuevas y diversas formas.
Construiré en mi alma y en mi corazón un nuevo sueño, con un nuevo fuego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario