LA
CUEVA ENCANTADA
Había
una vez, en medio de la enorme selva una cueva encantada. Nadie sabe
exactamente desde cuando está, pero todos han escuchado hablar de ella. Y todos
saben que sólo se hace visible una sola vez al año. Incluso puede ocurrir que vayas
caminando por el campo, entre medio de los enormes y frondosos árboles, y pases
justo a su lado y no te percates de todo
lo que en ése lugar está oculto.
Sucedió
que hace muchos, muchísimos años, cuando los primeros hombres habitaron este
lugar, todos podían entrar a ésta cueva cuantas veces quisieran. No importaba
cuántas veces lo hicieran, porque aunque estaba completamente llena de las más
inimaginables riquezas, al hombre simplemente no le interesaban. En aquél
tiempo, el hombre era feliz con la vida
sencilla, con tener un techo sobre su cabeza y un poco de comida. No le
preocupaba acumular nada, ni tener más casas de las que podía habitar. O
comprar más ropa de la que podía usar. Ni
tener más dinero del que podía gastar en toda su vida. Tenía bien claro que
todo cuanto existe en éste mundo no le pertenece, porque su estancia es
pasajera. Y no le importaba no tenerlo porque sabía que dentro de sí, existe
algo mucho más importante que su cuerpo: su espíritu.
El
hombre habitaba el mundo con amor, tomaba del campo lo suficiente para comer y
para procurarse refugio y abrigo. Respetaba las plantas y a los animales tanto
como se respetaba a sí mismo. Porque se consideraba parte de la selva, no el
rey, sólo un ser viviente que tenía que convivir armónicamente con todo. Es por
eso que al tener todas las riquezas frente de sí no les daba importancia. Él
sabía que lo verdaderamente trascendental, no es el dinero, sino las acciones.
El hombre al morir no puede llevarse ninguna riqueza, pero sí puede llevarse la
satisfacción de haber vivido con honestidad y respeto.
Pero
un día, a alguien se le ocurrió que sería buena idea vivir sin tener que trabajar. Entonces pensó en que esos
tesoros guardados podían serle útiles para obtener dinero si los vendía. Decidió
apropiarse de toda ésa riqueza para tener una vida holgada y llena de
comodidades. Dirigió sus pasos hacia la cueva encantada y decidido a llevarse
todo, entró al lugar. Pero lo que este hombre no recordó es que todas las
cuevas están custodiadas por espíritus guardianes. Los hombres de los primeros
tiempos acostumbraban dirigirse con respeto a estos guardianes antes de tomar
cualquier cosa y dar las gracias después. Pero el nuevo hombre fue olvidando ésta
lección. No creía en los guardianes que no podía ver, así que dio por hecho que
sólo eran creencias falsas de sus antepasados. Y no lo tomó en cuenta.
Cuando
el hombre entró en la cueva, sólo pensó en llevarse los tesoros y en todo lo
que podría hacer con ellos. El gran espíritu de la cueva miró dentro de su
corazón. Y todo lo que vio fue una gran ambición. Aquél hombre con el tiempo
destruiría la selva construyendo un gran emporio. Decidió que los hombres
debían recibir una muestra de su existencia. Así que no permitió que el hombre
se llevara nada.
Para
deslumbrar al hombre, puso delante de él todas las riquezas que jamás podía
haber imaginado. Y eso lo dejó mudo de sorpresa e inmóvil por un largo tiempo.
Ni siquiera pudo percatarse cuánto tiempo había pasado mirando la montaña de
tesoros. Miraba una vez y otra todo, de arriba hacia abajo, de un lado hacia
otro incansablemente. Caminaba alrededor de ella, tomaba un objeto y después
otro, contemplándolo larga y detenidamente. Así comenzaron a pasar los minutos,
las horas, los días, sin que pudiera siquiera darse cuenta de su cansancio. Iba
de un objeto a otro, admirándolo, sintiéndolo, imaginando todo el dinero que
podía recibir por cada una de las cosas. Y después imaginaba la vida que podía
tener con todo eso.
Camino
tanto alrededor de ellos, y así se le fueron las horas. Sin darse cuenta de que
necesitaba comer y beber agua. Así fue perdiendo lentamente la conciencia del
tiempo, primero en una idea en la que concentraba toda su atención y de la que
después no lograba desprenderse. Miraba frente a sí todas las cosas que quería
hacer, como si ya estuvieran ocurriendo. Por momentos caía rendido de cansancio
y se dormía sobre el piso duro y frío, el cual por supuesto nunca sintió porque
en su imaginación, él veía una enorme y tibia cama. Dormía y soñaba que tenía
enormes castillos y disfrutaba de ellos como si fueran reales. Después de
algunos días no consiguió distinguir la realidad de la fantasía.
Aquel
hombre no consiguió salir de la cueva, porque en su imaginación ya no estaba
dentro de ella. Se quedó dormido al pie dela montaña de tesoros, mientras en la
selva la lluvia caía más intensa que
nunca y un gran peñasco, que se desprendió violentamente, tapó para siempre la
entrada. Cuando los pobladores se dieron cuenta de la desaparición de su
vecino, lo buscaron por varios días, a través de todos los caminos y todos los
barrancos. No encontraron ninguna huella de sus pasos. La lluvia había borrado
todo. Pero el espíritu guardián de la cueva se encargó de comunicar a los
hombres a través de los sueños lo que había pasado. Como prueba de ello, dejó
pintada sobre la roca donde alguna vez estuvo la entrada de la cueva, la huella
de su pie.
Hoy
todos saben cuál es el lugar de la cueva encantada, y todos saben que sólo una
vez al año se abre de manera mágica, justo a las doce de la noche, cuando la
luna llena se encuentra arriba de ella. Y que cualquier hombre puede entrar y
en el lapso de un minuto tomar todos los tesoros que pueda cargar con sus manos
y regresarse antes de que la cueva se cierre. Pero todos saben que el espíritu
guardián concede sólo un minuto para entrar y salir. Y si alguien entra y no
puede salir es ése tiempo, se quedará petrificado frente a la montaña de
tesoros durante todo el año. No sentirá el paso del tiempo, no comerá, ni
beberá. Y cuando el siguiente año, la cueva se abra podrá salir por su propio
pie, pero no vivirá porque su cuerpo ha estado sin alimento por mucho tiempo. Y
su cuerpo se desvanecerá con tan sólo sentir el aire del campo.
Y
aunque hoy todos saben donde está la cueva llena de tesoros, y cuál es el día
en que se abre, nadie se atreve a ir. Porque todos saben, que el hombre el
capaz de perder el sentido de realidad ante una montaña de riquezas. Y saben
además que los guardianes son los que deciden si conceder algo o no, al hombre.
Y sólo ellos saben quienes son los seres que merecen estás riquezas.
Algunas
veces, los pobladores ven nacer la codicia en los ojos de algunos visitantes
que escuchan la leyenda. Y como ese
primer hombre que quiso todas las riquezas para sí, sueñan con entrar a la
cueva. Pero ninguno de ellos se atreve a decirles dónde se encuentra. Y no lo
dirá nunca, por ninguno de los tesoros prometidos. Porque ellos saben que en
realidad esas riquezas son sólo una ilusión.
En verdad Temen, enfadar al guardián. Y no merecer más sus bendiciones.
Así
que si algún día caminas por la selva, antes de tomar cualquier cosa, recuerda pedir permiso y dar las gracias a los
guardianes que ahí habitan. Porque ellos te miran todo, hasta lo más profundo
de tu ser. Ninguna intención queda oculta. Ellos saben lo que fue y lo que
será. Sólo ellos deciden lo que puede o no ser. Y si te topas con una montaña
de tesoros o con una cueva de la que salga un intenso brillo, ten mucho
cuidado, puede ser la cueva encantada. Y antes de que tu mente se pierda en el
tiempo y en el espacio, date la media vuelta y regresa sobre tus propios pasos, antes de que la noche oculte tus
huellas.
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