Había una vez un hermoso jardín dentro de una vieja y enorme casa deshabitada. Las plantas crecían rápidamente alimentadas por las copiosas lluvias del mes de agosto. Era un jardín donde podías cobijarte a la sombra de un enorme árbol de lima, junto a ella estaban también, los muy frondosos arboles de nísperos, limones, aguacates y granadas. Bajo el cobijo de estos arboles crecían preciosas y delicadas plantas de ornato. En algún punto del jardín estaba la fresca y aromática rosa, los alegres crisantemos y malvones, las petunias de brillantes e intensos colores. Las enredaderas que se subían poco a poco en el árbol de lima. Los miguelitos de todos los colores, las dalias y no podían faltar las maravillas de color rosa y amarillo, los clavitos blancos y lilas. Y todas absolutamente todas las plantas crecían bajo el cuidado amoroso y diligente del jardinero de la casa. Su nombre era Anselmo.
Anselmo era un hombre paciente y noble, delicado en su trato con las flores y feroz en el combate de las plagas que dañaban sus plantas. Todos los días se presentaba a cuidar el jardín a las ocho de la mañana. Con mucho cuidado eliminaba las hojas secas de las plantas, y les ponía fertilizante o algún veneno contra las hormigas, gusanos y arañas que pretendían anidar en ellas. Especial atención le merecían las rosas y las buganvilias que son el platillo favorito de las hormigas, que en la noche eran capaces de dejar sin una sola hoja sus plantas. Así que al menor indicio de su presencia dichos insectos eran atacados.
Anselmo tenía cinco años cuidando el jardín de esa casa. Sus manos habían sembrado muchas semillas, plantado árboles y las diferentes plantas. Día con día fue construyendo ese maravilloso vergel. Algunas veces veía a una inquieta ardilla treparse a los arboles y comerse la fruta. Una ardilla que cuando él se acercaba huía tan presurosa como le era posible. Era una ardilla voladora, muy pequeña, con el lomo y la cola amarilla y muy esponjada. Era tan divertido verla correr ágilmente entre las ramas de los arboles. De pronto se detenía y con sus dos manitas tomaba algún fruto y se lo llevaba a la boca, mientras se sostenía solo con sus patas. De verdad que tenía un gran equilibrio y también un gran apetito. Después de saciar su apetito se iba y no se le volvía a ver.
Anselmo la veía todos los días desde hace dos meses. Se había acostumbrado a ese espectáculo de verla correr entre las ramas y comer. La consideraba como parte de la vida del jardín y no la consideraba en absoluto dañina para sus plantas, puesto que ella solo se comía los frutos, los cuales por cierto eran bastante abundantes y con frecuencia caían del árbol.
Un día sin embargo, la ardilla hizo algo diferente. Después de terminar de comer los dulces y jugosos nísperos volvió y depositó unas semillas de calabaza muy cerca de los rosales. Anselmo no le dio importancia al asunto. Pero días después comenzó a notar que de las semillas brotaban las primeras hojas. Viendo que esta planta no afectaba su jardín, decidió dejarla crecer. Y le puso abono como a todas las demás. Cuando era necesario le ponía agua. Fue acomodando con pequeñas ramas, las guías que rápidamente se extendían y de las que muy pronto brotaron las flores amarillas y tomó algunas de ellas para prepararse unas deliciosas quesadillas con queso. Poco a poco vio brotar una pequeña y muy redonda calabaza y también con mucho cuidado la colocó de modo tal que la calabaza tuviera buen espacio y suficiente sol para crecer libremente.
Todos los días Anselmo al llegar al jardín veía la hermosa calabaza, y esperaba el momento en que tuviera suficiente tamaño para cortarla, rebanarla en rodajas y asarla en el comal para comérsela calientita con sal y limón. Esperó pacientemente, todos los días mientras cuidaba el jardín. Un día decidió que la mañana siguiente sería el día tan esperado, así que pasó al mercado a comprar todo lo que necesitaba para cocinar su calabaza, incluso ese día llegó un poco tarde a su trabajo, debido a las compras que tuvo que hacer.
Muy contento, inició su trabajo en el jardín. Se encontraba cortando algunas ramas al rosal que recientemente había terminado de florear. De reojo vio pasar a la ardilla. No le prestó demasiada atención, estaba acostumbrado a verla pasar todos los días a comer la fruta de los arboles, así que continuo con su trabajo. Cuando terminó de arreglar los rosales, miró hacia los arboles, tratando de encontrar a la ardilla, pero ella no estaba ahí. Recordó haberla visto pasar detrás de él y hacia allá dirigió su mirada. Sí efectivamente, era el lugar en el que estaba la calabaza. Cuando Anselmo descubrió a la ardilla, ella estaba terminando de comer la deliciosa calabaza. Anselmo se quedó anonadado. Quiso decir alguna palabra, pero solo abrió la boca, ante la sorpresa.
El no había sido el único que había decidido comerse la calabaza ese día. La ardilla tomó la misma decisión y le ganó a Anselmo la calabaza. Al principio se sintió enojado de que la ardilla le hubiera ganado su almuerzo. Pero después comenzó a reír a carcajadas, cuando recordó que quien había traído las semillas de donde brotó la planta fue la ardilla. Ella inteligentemente las puso en el lugar propicio para que germinaran y fueran cuidadas por el jardinero, así que solo estaba cosechando lo que había sembrado. Razón por la cual se merecía disfrutar de la verde, tierna y deliciosa calabaza.
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