domingo, 30 de septiembre de 2018

LA SEÑORA DEL BOSQUE


LA SEÑORA DEL BOSQUE



Ella era una niña tímida, su aspecto era muy frágil pero dentro de su ser había una gran fortaleza. Callada, la mayor parte del tiempo se mantenía, distante, a pesar de los intentos de sus compañeros de animarla a convivir con ellos, prefería estar sola. Dentro de su corazón había una herida profunda, demasiado profunda, ella no tenía modo de explicarlo, sabía que dentro de ella misma, algo le dolía profundamente. En sus ojos se adivinaba la tristeza, y aunque aparentemente no tenía motivo para estar triste, lo estaba. No se sentía como los demás niños que podían correr y gritar alegremente de un lado a otro sin preocupación alguna. No, ella simplemente no podía hacer eso, parecía como si la alegría no pudiera tener cabida dentro de ella. Había conocido el dolor demasiado pronto, un dolor intenso y prolongado que la tuvo postrada en la cama por meses. Y después, un día simplemente desapareció, pero dentro de ella era como si el dolor hubiera dejado un hueco, un lugar latente donde volvería a anidar ese dolor.



Habían pasado algunos años, desde aquéllos días funestos, oscuros, grises en que parecía que su vida llegaba a su fin. Ella había experimentado tanto dolor, que no quería nunca más volver a sentirlo. Deseaba tanto la felicidad, el amor, la alegría, pero era como si todo eso fuera inalcanzable. Ahora el dolor había desaparecido, pero el recuerdo la atormentaba constantemente, los episodios dolorosos se perpetuaban en su mente una y otra vez, su cuerpo estaba cansado, muy agotado. Ella se decía a si misma que estaba mejor, era verdad, el dolor se había ido. Pero por cuanto tiempo. No lo sabía, ni quería saberlo. Quería experimentar con su cuerpo algo nuevo, algo hermoso. Pero el recuerdo del dolor la hacía encogerse, aislarse de los demás. Solo quería escapar del laberinto que había dentro de sí misma, pero no sabía por dónde estaba la salida.

Un día miró el cielo, preguntándose si en algún lugar se encontraba dios, el que su madre le dijo que era su creador. En verdad vio el inmenso cielo azul, pensó en el perfecto equilibrio de la naturaleza, en las nubes blancas como algodón que estaban suspendidas en el aire. Y deseo ser esa nube ligera que se desplaza suavemente a través del cielo. Cerró los ojos, tratando de verse a sí misma como una parte de la nube y para su propia sorpresa, pudo sentir en su propia piel la caricia del viento, una caricia muy suave al mismo tiempo que sentía desplazarse en el espacio.



Después se quitó los zapatos y caminó sobre el piso, experimentó muchas sensaciones, calor, humedad, dureza, suavidad, frío. Se quedó parada cerrando los ojos por un momento sintiéndose completamente unida a la tierra, como una planta que estuviera enraizada en ese lugar. Se sentó y puso las palmas de la mano sobre el pasto y cerrando los ojos nuevamente sintió una poderosa energía que bajaba desde su cabeza por la columna y llegaba al suelo y en sus manos sintió el latido de la tierra. Un poderoso latido, como el de su propio corazón. Por un momento se preguntó si esa sensación era real o era producto de su imaginación. Alrededor suyo la gente hablaba de muchas cosas totalmente ajenas a la vida de la tierra.



Algo dentro de sí le decía que todo estaba vivo, incluso las cosas que parecían no tener movimiento, entonces comenzó a hablar con las plantas, con las nubes, con la montaña, con los árboles y los animales. Un día muy soleado fue al monte a recolectar plantas comestibles, inesperadamente se acercó una enorme nube gris que amenazaba con una gran tormenta, el viento comenzó a soplar violentamente. Fue la primera vez que decidió hablar con la nube. Mirándola en lo alto del cielo, le dijo que por qué estaba tan enojada: “no sé qué te ha hecho enojar tanto, pero yo no te he hecho daño, no me hagas daño a mí, deja que el agua descienda suavemente sobre los cultivos, sin viento ni granizo”. La nube la miró y amablemente la obedeció, entonces dejó caer parte de la lluvia en ese lugar y se marchó más lejos. En medio de la suave llovizna la niña volvió a su casa. Desde aquél día ella hablaba con las nubes y ellas la escuchaban y obedecían. Hubo muchas veces en que estando a punto de llover, ella hablaba y decía: “esperen un momento, que la lluvia caiga hasta que yo esté dentro de mi casa” y así era como ocurría. O en otras ocasiones había una gran tormenta, y si tenía que salir fuera de su casa, ordenaba a la nube que se fuera a otro lado, y dejará despejado el lugar donde estuviera ella.



Ella se acostumbró tanto a hablar con las nubes, eran como sus amigas, pues siempre la escuchaban, hablaba con ellas como si de una persona se tratara, les contaba de sus miedos, de lo que la ponía triste, y al momento se sentía confortada. Pero no podía contar a nadie de su conversación con ellas, todos hubieran pensado que estaba loca o que todo era parte de su imaginación. Nadie sabía su secreto, ni siquiera sus padres, pero ella era capaz de comunicarse con las nubes y pedirles que dejaran de hacer la lluvia. Después encontró que también podía llamar a las nubes cuando las necesitara, así que un día muy caluroso en que fue a caminar al campo se sintió tan agotada que decidió llamar a las nubes para que avanzaran sobre ella proporcionándole sombra, y las nubes la protegieron de los rayos del sol.



En adelante ella no temía a las tormentas ni granizadas, pues sabía muy bien que, con sólo hablar con las nubes, ellas la obedecerían, aunque no sabía por qué sucedía eso. Sabía que, si las nubes podían escucharla, entonces también la escucharían las plantas y los animales. Y cuando iba por el bosque se quedaba en silencio tratando de escuchar a la naturaleza, hablaba con ellos, aunque no pudiera escuchar sus respuestas, lo cierto es que cada vez que ella necesitaba una planta medicinal o para alimento, no tenía dificultad para encontrarla. Pues siempre al entrar al bosque decía: “espíritus de las plantas y animales guíen mis pasos por este lugar para encontrar lo que necesito”. Acto seguido comenzaba su recorrido, las plantas se abrían a su paso mostrándole el sitio por el que debía ir, a veces, se presentaba una mariposa o un colibrí que le indicaban el camino. Y entonces ella, caminaba hasta encontrar lo que necesitaba. Una vez que hallaba la planta daba las gracias a los espíritus que la habían guiado y antes de tomar la planta, le agradecía por dar su vida por ella, ya fuera como alimento o para sanación.



En el pueblo la gente le tenía miedo, porque decían que era bruja, pues muchas veces ella era la única que encontraba en medio del inmenso bosque las plantas que requería sin mucho esfuerzo, mientras que las demás personas después de un largo recorrido volvían con las manos vacías.  Y mientras algunos le temían, otros la buscaban para pedirle ayuda. Pues era la persona que conocía mejor el bosque y sabía dónde encontrar cada cosa. Pronto se supo de ella en otros lugares más lejanos y venían también personas a solicitar su ayuda. Pero algunos se acercaban a ella con la intención de conocer su secreto, el secreto que se imaginaban que ella tenía, creían que realizaba algunos hechizos o conjuros que sólo ella conocía, y desde luego que no podían encontrar ningún secreto y robarlo, porque no lo había.

Ella no lo sabía, pero a su lado siempre que se adentraba al bosque la acompañaban los distintos seres invisibles que lo habitaban para protegerla, es por eso que ella no corría ningún peligro ni tuvo jamás ningún accidente, y aunque ella no lo sabía con certeza, en realidad sí los escuchaba, porque cuando ella se hacía una pregunta sobre alguna situación específica, en su mente aparecía automáticamente una respuesta, como si en ese instante de pronto lo supiera. Al principio ella creyó que sólo era una casualidad, pero un día notó que ocurría siempre que necesitaba una respuesta. En sus caminatas la acompañaba siempre su fiel perro, que durante todo el recorrido iba alerta escuchando cualquier pequeña señal de peligro dispuesto a defenderla aún con su propia vida.

Algún tiempo después comenzó a usar las plantas para curar a las personas que le pedían ayuda, ella no había ido jamás a la escuela, ni nadie en su familia reciente tenía conocimiento sobre el uso y propiedades de las plantas, pero ella descubrió que no era necesario tenerlo. Cuando alguien se acercaba a solicitarle ayuda, ella la miraba y de inmediato a su lado veía la planta que podía ayudarla, de ese modo, nunca se equivocaba y las personas mejoraban rápidamente cuando seguían sus indicaciones. Ella no sabía de donde le venía todo el conocimiento que necesitaba, era como si alguien dentro de sí misma lo supiera desde siempre. Pero algunas cosas también le eran reveladas en sus sueños, por ejemplo, ahí veía de qué manera podían usarse las plantas.

Una noche antes de dormirse ella quiso saber de dónde le venía el conocimiento y cómo era que de pronto le llegaba y pidió que se lo dijeran en sueños. Aquella noche se soñó a si misma siendo una curandera en una época muy lejana, ni siquiera podía reconocer de dónde era la ropa que usaba, pero supo que era un lugar muy lejano, y ciertamente aquélla mujer de sus sueños, era un poco distinta a la apariencia física que tenía ahora, pero tenía la certeza de ser ella misma, pues se sintió dentro de ese cuerpo. Cuando despertó se sintió extraña, como si viniera de un lugar lejano, pero entendió que ese sueño era real, que ella había sido curandera en alguna otra vida, y ahora de algún modo que no comprendía, podía tener los conocimientos que había adquirido desde entonces.

Para ella esto era muy extraño, aunque creía en los espíritus de la naturaleza que la acompañaban siempre y la ayudaban y protegían, en realidad no estaba convencida de que hubiera tenido otras vidas, pero ahora de repente, parecía tener esa certeza, y que se iba corroborando cuando aparecía en su mente todo el conocimiento que necesitaba de una planta. Primero se sintió desconcertada, pero después de algunos días, se sintió feliz al darse cuenta de que dentro de ella había conocimientos que iba recordando a medida que iba necesitándolos. Para la demás gente, ella era cada vez más extraña y no alcanzaban a comprender cómo es que sabía tanto, la gente mayor decía que era un ser bendecido por el cielo y que estaba ahí para ayudar a los demás y que dios le había concedido un don especial. Pero también hubo algunos pocos que la llamaban hechicera y la consideraban un ser maligno. Lo cierto es que jamás nadie la encontró haciendo un hechizo y en su rostro y en sus ojos cafés sólo podía mirarse la bondad, así que poco a poco las habladurías fueron desapareciendo, y sobre todo, porque más y más gente sabía de ella y sus dones de sanación.

Con el tiempo, ella se convirtió en una gran sanadora, y gente de lugares muy lejanos supieron de ella, y vinieron a solicitar su ayuda. Ella siempre se mostraba amable y les decía a todos, que eran sanados en el nombre de dios y de acuerdo a su voluntad. Y la mayoría de las personas que acudían a ella recuperaban la salud, fueron muy pocas personas que no fueron sanadas físicamente, pero cuando eran atendidos por ella, sentían la presencia de la divinidad y de inmediato comprendían que esa era la voluntad de su creador, entonces su ser se llenaba de paz y tranquilidad y podían continuar su camino sin miedo. Por muchos años ella brindó su ayuda a mucha gente, hasta que llegó el momento de volver al lado de su creador. Hoy todavía muchos la recuerdan y se cuentan muchas historias sobre esa mujer de campo sin ningún estudio que fue una gran sanadora. Y muchos se preguntan en por qué no heredó su gran conocimiento alguien que pudiera continuar su trabajo. Pero lo cierto es que no había ningún conocimiento que pudiera heredar, pues este le llegaba en el momento de atender a alguna persona.



Quizás los humanos no tendremos esa capacidad de sanación porque hemos perdido el vínculo con la naturaleza y los seres que la habitan, porque no estamos lo suficientemente quietos y en silencio para escuchar esas voces que nos hablan, porque confundimos nuestra imaginación con la voz de esos seres y los ignoramos. Porque al ignorar su existencia, olvidamos el respeto que les debemos. Quizás tendremos que aprender a tocar la tierra con nuestros pies y manos, con toda nuestra piel y reconocerla con todos nuestros sentidos y quizás entonces, ella nos revele todos sus secretos, todo el conocimiento que guarda en su propia memoria como el ser vivo que es.

Así que la próxima vez que tengas una gran pregunta no busques demasiado lejos, quizás sólo tienes que mirar el cielo, caminar descalzo sobre la tierra y disponerte a escuchar la respuesta.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario