Angustia
Son las horas
aterradoras, no dormiré, no podré dormir por nada. Aunque lo intente, aunque
trate de relajarme, no lo lograré. No hay modo de hacerlo, nadie en mi lugar
podría hacerlo. Es una angustia terrible, una ansiedad que me hace morderme los
labios repetidamente. No encentro el modo de calmarme, trato de tener en la
mente una imagen de algo hermoso, algo que me haya hecho muy feliz, dicen que
eso funciona. Pero no tengo recuerdos hermosos, sólo oscuridad, sólo dolor,
sólo miedo, sólo angustia.
Las horas oscuras,
pasan lentas, y no logro pegar un ojo, he dado vueltas de un lado a otro. Esta
es mi última noche bien, si a esto se le puede llamar bien, las siguientes
noches después de que despierte serán mucho más terribles. Hoy no me deja dormir
la angustia y la incertidumbre, pero mañana, mañana no me dejará dormir el
dolor.
Amanece, por fín
amanece, el momento se acerca rápidamente, nada puede detenerlo, nada puede
evitarlo, todo mi ser se niega a aceptarlo, no quiero. Esa es la verdad que
quisiera gritar a a todo pulmón, gritar a los cuatro vientos, que no quiero,
que no quiero más, que me dejen en paz, solamente eso quiero, que me dejen en
paz, por favor, sólo en paz.
Tengo un deseo enorme
de salir corriendo, de huir para siempre, de correr lejos, muy lejos, donde
nadie me encuentre, donde nadie pueda alcanzarme, donde nadie pueda obligarme a
hacer esto, esto que no quiero. De verdad quiero correr, correr, pero sé que no
podría llegar lejos, nada lejos, todo está cerrado, todo está vigilado, hay un
policía cuidando la puerta de acceso, la única puerta que da a la calle. Lucho
contra este impulso natural de huida, eso es, una huida. Deseo con todo el
corazón huir de esto, dejar de ser como un cordero que es llevado al
sacrificio, llevado al matadero. Así, me siento, eso soy.
Pero, a nadie le
importa lo que siento, a nadie le importa lo que pienso, nadie me preguntó si yo
quería esto, ellos decidieron por mi, siempre han decido por mi. Y ni siquiera
me explican, nadie me explica nada, pero yo sé muy bien lo que viene, yo sé muy
bien de qué se trata todo esto, no es la primera vez que pasa.
A cada segundo que
transcurre mi angustia crece, invade todo mi cuerpo, y la lucha contra mí misma
es más díficil, soy como una animal acorralado. Deseperadamente miro hacia
arriba, tratando de encontrar una respuesta, tratando de encontrar ayuda. Y
sólo hay un gran silencio.
¿Dónde esta mi Dios?,
¿dónde está?, ¿por qué no viene en mi auxilio?le súplico desesperadamente,
quiero encontrarlo,pero dentro de mi corazón hay un vacío profundo, doloroso. Y
sólo encuentro el silencio, el vacío. Nadie me responde. Dicen que alla arriba,
en el cielo, está dios, el creador de todo. Y yo le súplico, le súplico que me
ayude, que me evite este dolor. No entiendo nada. ¿por qué tiene que pasarme
esto?, ¿por qué a mí? Quisiera no estar en este cuerpo. Quisiera no vivir. Que
se acabe esto, que se acabe muy pronto. Pero el reloj sigue su curso, nadie
puede evitarlo, nadie puede salvarme, no hay
un dios.
El momento está tan
cerca, son las siete de la mañana, afuera estan las enfermeras, en el trajineo
de cada día, ayudan a las pacientes a levantarse, a lavarse la cara, a peinarse
antes de llevarles el desayuno. Para mi no hay desayuno, desde ayer en la noche
no tuve merienda y el último vaso de agua a las seis de la tarde. Llega la
enfermera conmigo, me da los buenos días, para mi no hay buenos días, es una
sentencia de muerte. Sé a lo que viene, sé de lo que se trata, no es la primera
vez.
Me pide que me descubra
la espalda, va a limpiarme con un líquido antiséptico, es amarillo y está muy
frío. Ella toma las tijeras y con ellas moja un pedazo de algodón en la
solución antiséptica, con movimientos mecánicos y rápidos me limpia la espalda.
Y yo no pueo evitarlo, tiemblo de frío y de miedo, comienzo a sollozar,
sabiendo que es inevitable, que no puedo escapar. Ella termina de limpiarme, me
seca la espalda y me da una bata azul, me recoge el cabello y me pone un gorro.
Ha comenzando el ritual antes de ir al sacrificio.
Ahora sí es inevitable,
todo mi ser lucha contra esto, pero no importa lo que yo diga, mi voz no será
escuchada, no será atendida. No puedo evitarlo, esta angustia me asfixia, me
ahoga, siento que estalla dentro de mí. Y el llanto se desborda
incontrolablemente, lloro, lloro y lloro. . entonces la enfermera interrumpe su
trabajo mecánico, parece darse cuenta que no soy un objeto, mi llanto se hace
notar que soy un ser humano que siento. Pero ella sólo trata de cumplir su
trabajo, de terminar a tiempo con mi preparación para llevarme al quirófano.
Me dice que me
tranquilice, que no es la primera vez, que yo debería de estar tranquila porque
sé de qué se trata. Y precisamente porque sé de qué se trata es que estoy como
estoy, quién no sabe de qué se trata es ella. No tiene la mínima idea de lo que
me espera, jamás ha estado, y probablemente jamás estará en mi lugar. Pero yo
sí sé lo que me espera y es algo muy doloroso, algo que ella no puede imaginarse.
Dentro de mí, algo muy
profundo se revela, algo que tiene vida propia, un impulso muy fuerte, como la
erupción impetuosa de un volcán, y se revela en una frase que nadie escuchará:
no quiero, no quiero que me operen. Y entonces, lo digo, lo digo con mucha
fuerza. Ella no me escucha, nadie escucha lo que estoy diciendo, tratan de
decirme que me calme, que todo es por mi bien. No me escuchan, nadie me
escucha, viene otra enfermera a tratar de calmarme, pero nadie me escucha.
Tratan de que sea yo quien escuche. Quieren que yo acepte y escuche que esto es
por mi propio bien. Pero yo estoy convencida que no es por mi propio bien,
dentro de mi, algo me dice que no es así.
Las veces anteriores,
me dijeron lo mismo, que era por mi propio bien, que iba a estar bien, pero no
estoy bien, por eso estoy aquí otra vez, porque no estoy bien. Sus promesas no
se cumplen. Las cosas no suceden como ellos dicen, la mejoría es mínima y es
demasiado dolor para una pequeña mejoría.
Muy cerca de mi cama
está la mesa metálica, en la que llevan
los medicamentos y materiales de curación de habitación en habitación. Ahí se
encuentra un equipo de suero y una sonda. El hora de ponerme la sonda. Es un
momento vergonzoso y doloroso. La sonda para orinar es algo verdaderamente
espantoso, una tortura, no hay otro modo de definirla. No quiero que me la
pongan, me obligaran a orinar a través de ella y eso es tan doloroso. No quiero
que me la pongan, pero lo que yo quiera no importa. Me dicen que es necesario,
no sé para qué. Podrían evitarme este dolor, pero no lo hacen. Me la ponen.
Desde ese momento no orinaré, no por mi propia voluntad, me aguantaré lo más
posible. No quiero sentir ese ardor terrible al orinar. Me siento incapaz de
moverme como si me hubieran puesto una estaca en el alma.
Ya no hay nada que
hacer, nada de lo que yo diga importa, de cualquier modo harán conmigo lo que
quieran, mi voz no cuenta, no tengo voto sobre lo que hacen en mi misma, sólo
me toca aceptar, aceptar contra mi propia voluntad y sufrir las consecuencias.
Eso me espera sufrir el dolor, la inmovilidad, la incomodidad, no hay nada,
absolutamente nada que yo pueda hacer.
El reloj sigue su
curso, llegó la hora, es el momento en que la enfermera viene con una camilla, me dice que me pase a ella,
me cubre con las sábanas y me asegura con un par de cinturones, ahora se
dispone a trasladarme al quirófano. Me lleva por esos pasillos tan blancos, tan
relucientes, tan fríos y avanzamos sin
que nada ni nadie pueda impedirlo.
Es una habitación
completamente blanca, hermética y muy fría. Hay varios médicos y enfermeras. Su
trato es impersonal, mecánico, frío, distante. No sé si es más fría la
habitación o su trato. Cubiertos con sus gorros, cubrebocas y guantes, apenas
puedo mirar sus ojos. No tienen un aspecto humano. Ellos no me miran, sólo
hablan entre sí de lo que tienen que hacer. Verifican que todo y todos estén
listos.
Escucho el agua cayendo de un grifo, estoy
completamente inmovilizada en la camilla, la ansiedad y el terror crece,
sollozo cada vez más desesperada. No hay manera de evitarlo, yo lo sé, estoy
completamente inmovilizada. Nadie me escuchó afuera cuando gritaba que no
quería, aquí nadie me mira siquiera. Para ellos no soy una persona, sólo soy
parte de su trabajo. La luz de la enorme lámpara del techo lástima mis ojos
llenos de lágrimas. Siento que me ahogo, me falta el aire, ni siquiera puedo
respirar bien, quisiera sentarme para poder respirar mejor, pero eso es
imposible, estoy atada con cinturones de seguridad.
Me pinchan el brazo para
ponerme el suero, el ritual casi llega a
su fin, paso a paso, es una confirmación de lo inevitable, una reafirmación de
mi impotencia, de la desesperanza de escapar, de mi desilusión de que alguien
pudiera salvarme. No hay escapatoria, no hay modo de que alguien me escuche, de
que alguien me tome en cuenta, han decidió por mi. Lo que yo sienta, lo que yo
quiera, no importa, sólo tengo nueve años y sé que nadie va a escucharme.
La enfermera, me
asegura la aguja con cinta adhesiva, lo hace con gran precisión y destreza,
cuando termina avisa que estoy lista. Yo escucho las voces de todo el equipo,
aunque no veo a nadie, se acerca el anestesiólogo y con una jeringa inyecta mi
suero, de inmediato empiezo a sentirme relajada, siento como se me cierran los
ojos, los párpados me pesan demasiado, no puedo evitarlo, se cierran, ya no hay
nada, solo oscuridad, oscuridad y silencio.
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