jueves, 31 de agosto de 2017

SIEMPRE A MI LADO SIEMPRE




SIEMPRE A MI LADO, SIEMPRE


Se que estás ahí padre, y mi corazón anhela estar a tu lado
Un dolor profundo en el corazón me hace desear tu abrazo,
Sentir tu calor envolver todo mi frágil cuerpo
Y sentir que no estoy sola, que no me abandonaste nunca

Y mi corazón llora la distancia que nos separa,
Por el momento triste en que me alejé de ti
Por esa fria y oscura noche en que no te sentí
Aunque ahora yo sé, que siempre ahí estabas.

Hoy comprendo la necesidad de esta distancia,
Hoy comprendo que siempre me cuidas y proteges
Aún en los momentos díficiles y dolorosos
Tú y tus ángeles estaban siempre ahí.

Mi dolor era tan grande y llenó de oscuridad mi alma
Te busqué desesperadamente sin poder encontrarte
Hoy mi frágil cuerpo, casi está rompiéndose
Y tu me sostienes, tú eres mi soporte, tú eres mi aliento.

Un ángel enorme camina a mi lado custodiándome
Tus hermosos ángeles sanadores rodean mi cama cada noche,
Y con amor reparan todo lo que en mi debe repararse
Me das el milagro de la vida cada día en un cuerpo frágil

Y yo cumplo tu voluntad padre, tu voluntad que es la mía
Pero qué duro es habitar este lastimado cuerpo.
Y mi corazón sabe que no puedo ni debo fallarte
Padre no me abandones, dame tu fuerza.

Llena mi corazón de paz, tranquilidad y paciencia.
Hazme llegar mensajes claros con tus amados angeles
Dime amado padre que no me  estoy equivocando
Dime que estoy haciendo lo que tú de mí quieres.

Quedate conmigo siempre, hazme sentir tu presencia
Llena con tu luz y tu amor infinito mi alma
Dame la fortaleza y entereza para no derrumbarme
Siempre a mi lado padre, siempre a mi lado, siempre.

ANGUSTIA


Angustia


Son las horas aterradoras, no dormiré, no podré dormir por nada. Aunque lo intente, aunque trate de relajarme, no lo lograré. No hay modo de hacerlo, nadie en mi lugar podría hacerlo. Es una angustia terrible, una ansiedad que me hace morderme los labios repetidamente. No encentro el modo de calmarme, trato de tener en la mente una imagen de algo hermoso, algo que me haya hecho muy feliz, dicen que eso funciona. Pero no tengo recuerdos hermosos, sólo oscuridad, sólo dolor, sólo miedo, sólo angustia.



Las horas oscuras, pasan lentas, y no logro pegar un ojo, he dado vueltas de un lado a otro. Esta es mi última noche bien, si a esto se le puede llamar bien, las siguientes noches después de que despierte serán mucho más terribles. Hoy no me deja dormir la angustia y la incertidumbre, pero mañana, mañana no me dejará dormir el dolor. 

Amanece, por fín amanece, el momento se acerca rápidamente, nada puede detenerlo, nada puede evitarlo, todo mi ser se niega a aceptarlo, no quiero. Esa es la verdad que quisiera gritar a a todo pulmón, gritar a los cuatro vientos, que no quiero, que no quiero más, que me dejen en paz, solamente eso quiero, que me dejen en paz, por favor, sólo en paz.



Tengo un deseo enorme de salir corriendo, de huir para siempre, de correr lejos, muy lejos, donde nadie me encuentre, donde nadie pueda alcanzarme, donde nadie pueda obligarme a hacer esto, esto que no quiero. De verdad quiero correr, correr, pero sé que no podría llegar lejos, nada lejos, todo está cerrado, todo está vigilado, hay un policía cuidando la puerta de acceso, la única puerta que da a la calle. Lucho contra este impulso natural de huida, eso es, una huida. Deseo con todo el corazón huir de esto, dejar de ser como un cordero que es llevado al sacrificio, llevado al matadero. Así, me siento, eso soy.

Pero, a nadie le importa lo que siento, a nadie le importa lo que pienso, nadie me preguntó si yo quería esto, ellos decidieron por mi, siempre han decido por mi. Y ni siquiera me explican, nadie me explica nada, pero yo sé muy bien lo que viene, yo sé muy bien de qué se trata todo esto, no es la primera vez que pasa.

A cada segundo que transcurre mi angustia crece, invade todo mi cuerpo, y la lucha contra mí misma es más díficil, soy como una animal acorralado. Deseperadamente miro hacia arriba, tratando de encontrar una respuesta, tratando de encontrar ayuda. Y sólo hay un gran silencio.

¿Dónde esta mi Dios?, ¿dónde está?, ¿por qué no viene en mi auxilio?le súplico desesperadamente, quiero encontrarlo,pero dentro de mi corazón hay un vacío profundo, doloroso. Y sólo encuentro el silencio, el vacío. Nadie me responde. Dicen que alla arriba, en el cielo, está dios, el creador de todo. Y yo le súplico, le súplico que me ayude, que me evite este dolor. No entiendo nada. ¿por qué tiene que pasarme esto?, ¿por qué a mí? Quisiera no estar en este cuerpo. Quisiera no vivir. Que se acabe esto, que se acabe muy pronto. Pero el reloj sigue su curso, nadie puede evitarlo, nadie puede salvarme, no hay  un dios.

El momento está tan cerca, son las siete de la mañana, afuera estan las enfermeras, en el trajineo de cada día, ayudan a las pacientes a levantarse, a lavarse la cara, a peinarse antes de llevarles el desayuno. Para mi no hay desayuno, desde ayer en la noche no tuve merienda y el último vaso de agua a las seis de la tarde. Llega la enfermera conmigo, me da los buenos días, para mi no hay buenos días, es una sentencia de muerte. Sé a lo que viene, sé de lo que se trata, no es la primera vez.

Me pide que me descubra la espalda, va a limpiarme con un líquido antiséptico, es amarillo y está muy frío. Ella toma las tijeras y con ellas moja un pedazo de algodón en la solución antiséptica, con movimientos mecánicos y rápidos me limpia la espalda. Y yo no pueo evitarlo, tiemblo de frío y de miedo, comienzo a sollozar, sabiendo que es inevitable, que no puedo escapar. Ella termina de limpiarme, me seca la espalda y me da una bata azul, me recoge el cabello y me pone un gorro. Ha comenzando el ritual antes de ir al sacrificio.

Ahora sí es inevitable, todo mi ser lucha contra esto, pero no importa lo que yo diga, mi voz no será escuchada, no será atendida. No puedo evitarlo, esta angustia me asfixia, me ahoga, siento que estalla dentro de mí. Y el llanto se desborda incontrolablemente, lloro, lloro y lloro. . entonces la enfermera interrumpe su trabajo mecánico, parece darse cuenta que no soy un objeto, mi llanto se hace notar que soy un ser humano que siento. Pero ella sólo trata de cumplir su trabajo, de terminar a tiempo con mi preparación para llevarme al quirófano.



Me dice que me tranquilice, que no es la primera vez, que yo debería de estar tranquila porque sé de qué se trata. Y precisamente porque sé de qué se trata es que estoy como estoy, quién no sabe de qué se trata es ella. No tiene la mínima idea de lo que me espera, jamás ha estado, y probablemente jamás estará en mi lugar. Pero yo sí sé lo que me espera y es algo muy doloroso, algo que ella no puede imaginarse.

Dentro de mí, algo muy profundo se revela, algo que tiene vida propia, un impulso muy fuerte, como la erupción impetuosa de un volcán, y se revela en una frase que nadie escuchará: no quiero, no quiero que me operen. Y entonces, lo digo, lo digo con mucha fuerza. Ella no me escucha, nadie escucha lo que estoy diciendo, tratan de decirme que me calme, que todo es por mi bien. No me escuchan, nadie me escucha, viene otra enfermera a tratar de calmarme, pero nadie me escucha. Tratan de que sea yo quien escuche. Quieren que yo acepte y escuche que esto es por mi propio bien. Pero yo estoy convencida que no es por mi propio bien, dentro de mi, algo me dice que no es así.

Las veces anteriores, me dijeron lo mismo, que era por mi propio bien, que iba a estar bien, pero no estoy bien, por eso estoy aquí otra vez, porque no estoy bien. Sus promesas no se cumplen. Las cosas no suceden como ellos dicen, la mejoría es mínima y es demasiado dolor para una pequeña mejoría.
  
Muy cerca de mi cama está la mesa metálica, en  la que llevan los medicamentos y materiales de curación de habitación en habitación. Ahí se encuentra un equipo de suero y una sonda. El hora de ponerme la sonda. Es un momento vergonzoso y doloroso. La sonda para orinar es algo verdaderamente espantoso, una tortura, no hay otro modo de definirla. No quiero que me la pongan, me obligaran a orinar a través de ella y eso es tan doloroso. No quiero que me la pongan, pero lo que yo quiera no importa. Me dicen que es necesario, no sé para qué. Podrían evitarme este dolor, pero no lo hacen. Me la ponen. Desde ese momento no orinaré, no por mi propia voluntad, me aguantaré lo más posible. No quiero sentir ese ardor terrible al orinar. Me siento incapaz de moverme como si me hubieran puesto una estaca en el alma.

Ya no hay nada que hacer, nada de lo que yo diga importa, de cualquier modo harán conmigo lo que quieran, mi voz no cuenta, no tengo voto sobre lo que hacen en mi misma, sólo me toca aceptar, aceptar contra mi propia voluntad y sufrir las consecuencias. Eso me espera sufrir el dolor, la inmovilidad, la incomodidad, no hay nada, absolutamente nada que yo pueda hacer.

El reloj sigue su curso, llegó la hora, es el momento en que la enfermera viene  con una camilla, me dice que me pase a ella, me cubre con las sábanas y me asegura con un par de cinturones, ahora se dispone a trasladarme al quirófano. Me lleva por esos pasillos tan blancos, tan relucientes, tan fríos y  avanzamos sin que nada ni nadie pueda impedirlo.

Es una habitación completamente blanca, hermética y muy fría. Hay varios médicos y enfermeras. Su trato es impersonal, mecánico, frío, distante. No sé si es más fría la habitación o su trato. Cubiertos con sus gorros, cubrebocas y guantes, apenas puedo mirar sus ojos. No tienen un aspecto humano. Ellos no me miran, sólo hablan entre sí de lo que tienen que hacer. Verifican que todo y todos estén listos.

 Escucho el agua cayendo de un grifo, estoy completamente inmovilizada en la camilla, la ansiedad y el terror crece, sollozo cada vez más desesperada. No hay manera de evitarlo, yo lo sé, estoy completamente inmovilizada. Nadie me escuchó afuera cuando gritaba que no quería, aquí nadie me mira siquiera. Para ellos no soy una persona, sólo soy parte de su trabajo. La luz de la enorme lámpara del techo lástima mis ojos llenos de lágrimas. Siento que me ahogo, me falta el aire, ni siquiera puedo respirar bien, quisiera sentarme para poder respirar mejor, pero eso es imposible, estoy atada con cinturones de seguridad.

Me pinchan el brazo para ponerme el suero, el ritual casi llega  a su fin, paso a paso, es una confirmación de lo inevitable, una reafirmación de mi impotencia, de la desesperanza de escapar, de mi desilusión de que alguien pudiera salvarme. No hay escapatoria, no hay modo de que alguien me escuche, de que alguien me tome en cuenta, han decidió por mi. Lo que yo sienta, lo que yo quiera, no importa, sólo tengo nueve años y sé que nadie va a escucharme.

La enfermera, me asegura la aguja con cinta adhesiva, lo hace con gran precisión y destreza, cuando termina avisa que estoy lista. Yo escucho las voces de todo el equipo, aunque no veo a nadie, se acerca el anestesiólogo y con una jeringa inyecta mi suero, de inmediato empiezo a sentirme relajada, siento como se me cierran los ojos, los párpados me pesan demasiado, no puedo evitarlo, se cierran, ya no hay nada, solo oscuridad, oscuridad y silencio.

 y silencio…


LUCINA



LUCINA


Ella era una niña cuando tuvo que ir a vivir con su abuela, su madre había muerto muy  joven en un accidente y a su padre nunca lo conoció. Su abuela vivía de la herencia que le había dejado su esposo, pero el mantener una nieta no era de su agrado. No le gustaban los niños, nunca le habían gustado, y aceptó a Lucina con ella porque no tenía otra opción y porque pensó que en pocos años podría ayudarle y cuidarla cuando estuviera más vieja.

Lucina era pequeña, delgada, muy delgada y muy dócil. La inesperada muerte de su madre le cambió la vida. Anteriormente había vivido junto con su madre en una casa en donde trabajaba. Con su abuela había tenido poco contacto, pues su madre sólo podía salir de su trabajo cada mes. No tenía recuerdos agradables de ella, pues era una señora que siempre parecía estar de mal humor y que no le hacía mucho caso.

Desde el día que llegó con su abuela, durmió en la habitación que había sido de su madre, a pesar de su aspecto frágil, su abuela le encomendaba muchas tareas, desde barrer y limpiar la casa, ayudar a cocinar, hasta acarrear el agua del manantial  que estaba a un kilómetro. A lucina no le importaba, pues el trabajo la ayudaba a no  ponerse triste cuando pensaba en su madre. Su vida era monótona, llena de trabajo y ninguna diversión. No tenía nadie con quien hablar o jugar, puesto que no tenía hermanos, ni vecinos y tampoco iba a la escuela, por dos razones; porque era niña y porque su abuela no podía costaearle los gastos que implicaba.

Así que su vida consistía principalmente es estar al servicio de su abuela, quien por supuesto era muy exigente en que realizara meticulosamente las labores que le encomendaba. Y así continúo por algunos años hasta que comenzó a cambiar su cuerpo entrada la adolescencia. Fue entonces que la abuela decidió tomar cartas en el asunto, ella se había dado cuenta que un hombre mayor de cincuenta años, que no se había casado había puesto sus ojos en su nieta y ella decidió asegurar su posición al respecto. Lucina tenía solamente once años cuando su abuela la caso con el señor Leobardo.

Para la boda, no contó la opinión o parecer de Lucina, el acuerdo lo realizó la abuela y el marido, quien otorgó a la señora una buena cantidad de dinero para conseguir su objetivo y se comprometió a dar a la señora cada que cobrara su sueldo una parte para sus gastos. De tal modo que el señor, se quedó a vivir en la casa de la abuela, para así poder cuidar de ella cuando fuera necesario, o mejor dicho, para que Lucina se hiciera cargo de ella.

Desde el inicio de esa unión, la vida de Lucina fue un martirio, su abuela le consiguió un hombre alcohólico, que trabajaba de vez en cuando, y que la golpeaba constantemente, incluso sin ningún motivo, simplemente porque llegaba borracho a la casa. Lucina carecía de voz y voto, nada de lo que ella dijera importaba, su papel consistía unicamente en someterse a la voluntad de su marido y de su abuela. Padeció por años de una vida de maltrato ante la mirada cómplice de su abuela, quien callaba para evitar problemas con Leobardo quien le daba dinero, no importaba que estuviera embarazada, de todas formas aquél hombre seguía maltratándola.

Hubo una ocasión en que la tiró al piso y la pateo hasta que se cansó causándole multiples fracturas en las costillas y los brazos. La golpeo tan brutalmente que la dejó inconsciente y tuvo que ir la ambulancia por ella para llevarla al  hospital. Cuando los médicos la atendieron se dieron cuenta que no era un accidente lo que había sufrido, y le dijeron que podía levantar una denuncia y su esposo iría a la cárcel por ese delito. Fue ahí que le preguntaron si era maltratada por su marido y ella lo negó , pues le tenía miedo a aquél hombre, tenía miedo de lo que le pudiera hacer si lo denunciaba, pues ella sabía que si lo metían a la cárcel no sería por mucho tiempo y cuando él saliera, se vengaría de ella.  Lucina tenía mucho miedo de lo que pudiera hacerle a ella y a sus hijos, así que no levanto ninguna denuncia. No había a quién acudir para pedir ayuda, se sentía completamente acorralada, no tenía amigos ni familiares que la apoyaran.

Después de algunos años la abuela murió, pero esto no significó ningún cambio en la vida de Lucina, para entonces ella había tenido cuatro hijos, tres mujeres y un hombre, que eran niños y que veían el maltrato constante que recibía de su marido. Su esposo comenzó a enfermar, pues debido a su alcoholismo, tenía el higado dañado y comenzó el calvario de cuidarlo, pues aunque se fue debilitando y ya no podía valerse por el mismo, no perdía oportunidad de humillarla y ofenderla, aunque ya no podía golpearla.

La situación de Lucina la obligó a buscarse un trabajo para poder sostener económicamente a sus hijos y a su marido quien ya estaba completamente incapacitado. Ella no había ido a la escuela, pero aprendio a leer y escribir y hacer cuentas cuando sus hijos hacían las tareas, ellos le enseñaron. Así que salió a buscar trabajo y encontro uno en una pollería, ella no sabía hacer nada, pero le dieron la oportunidad de aprender, puesto que es un trabajo muy duro y es díficil conseguir empleados.



Ella entraba a trabajar a las cuatro de la mañana, su trabajo consistía en matar, los pollos, desplumarlos, destazarlos y por último venderlos. Terminaba de vender como a la una de la tarde, tenía que limpiar el lugar y se iba a las dos de la tarde. Las primeras semanas fueron terribles, era un trabajo demasiado pesado para ella, terminaba agotadisíma y por las noches le daba calentura. Realmente se sentía muy mal, pero ella sabía que no tenía otra opción, pues tenía que mantener a cuatro hijos, por lo que decidió que tenía que aguantar. Y así lo hizo, se iba a las cuatro de la mañana de lunes a sabado, sin importar si tenía calentura o no. Finalmente su cuerpo resistió y se adaptó. Trabajo vendiendo pollo hasta que sus hijos fueron mayores.

El esposo siguió enfermo un par de años, hasta que finalmente murió, pero en todo el tiempo que estuvo enfermo nunca trató bien a Lucina, pues aún enfermo le gritaba  e insultaba, ella nunca se atrevió a dejarlo por lástima, pues no tenía quien lo cuidara ni podía trabajar y sus hijos tampoco sentían afecto por él, a quien la mayoría de las veces miraban borracho y también a ellos los golpeaba cuando trataban de defender a su mamá. Veinte años soportó a ese marido, que finalmente murió a consecuencia de su vicio de alcoholismo. Por fin Lucina fue libre y siguió trabajando para ella y sus hijos. Algunos de ellos trabajaban y estudiaban al mismo tiempo, siendo que tres lograron terminar sus carreras, y  uno de ellos se dedicó al comercio.


Hoy Lucina es una persona mayor, que ya terminó de criar y educar a sus hijos, encontró una nueva pareja, con quien decidió iniciar una nueva relación. Un hombre, amable, tranquilo, apacible que fue militar y ambos viven de la pensión de él. Se acompañan mutuamente, les gusta salir a caminar y a veces visitan a sus hijos. Todos los hijos de Lucina son independientes y por fortuna, ninguno heredó el alcoholismo del padre, ni su carácter. Ahora tiene una vida tranquila al lado de un hombre que la ama y a quien ama. Una vida llena de sufrimiento y maltrato no consiguió amargarla.  

LA REINA


LA REINA

Ella lleva un vestido rojo, perfectamente entallado en su esbelto cuerpo de gacela. Su andar cadencioso acapara todas las miradas de los hombres que se cruzan en su camino. Ella lo sabe, disfruta ver la cara de sorpresa de los hombres,su incontrolable deseo de mirarla, de no quitar la mirada de su cuerpo. Lo disfruta, goza con ello, con esas miradas que dicen más que las pálabras. Su madre se lo decía siempre, levanta el pecho, mete el estómago, saca el trasero. Lo oyó desde que era muy pequeña, desde mucho antes que comprendiera el porqué su madre le decía eso.



Creció con toda una serie de consignas sobre lo que debía de hacer para ser la chica más popular, la más deseable, la que consigue lo que quiere, la que no acepta un no por respuesta. Desde pequeña, toda su educación estuvo encaminada a enseñarle todas las artimañas para salirse con la suya, pasara por quien pasara e hiciera lo que hiciera.

La consigna fue muy clara: “tú eres especial, tú eres única, tú eres una reina”. Todo estaba encaminado a que ella creyera en ello. En la casa todo estaba diseñado para complacerla, no había capricho que no le fuera satisfecho, costara lo que costara y sin importar a quien le costara. Su madre podía trabajar todo el día si era necesario para comprar el más caro de los juguetes que ella quisiera. Así fue, no una sino muchas veces. El deseo de su madre por complacerla era tal que dejaba de comprarse ella misma lo más indispensable con tal de darle gusto.

Sus hermanos no importaban, nada en absoluto, sí, eran sus hermanos, pero para sus padres carecían de todo valor por una razón principalmente, eran morenos. Morenos como sus padres, como sus tíos, como toda la familia, y eso era suficiente para ser considerados de menor valor. Pero ella, ella era especial, única, una diosa, pues de ese modo se le trataba.  Ella por supuesto creció despreciando a todos, principalmente a su familia, porque todos ellos eran morenos.

En la escuela hizo creer a sus compañeros, que sus papás estaban en el extranjero y cuando alguno de ellos la llevaba o recogía de la escuela, decía que eran sus tíos a quienes sus padres pagaban para hacerse cargo de ella. Sus compañeras no la soportaban, pues estaba acontumbrada a hacer sólo lo que ella quería. Cuando era niña todos los juegos terminaban siempre en pelea, pero cuando fue mayor, ella terminaba siempre aislada, incapaz de aceptar otras ideas, otras opiniones, otras necesidades. Se consolaba a sí misma comprándose la ropa y zápatos más caros. Solazándose de usar márcas exclusivas delante de sus compañeras. Ella podía tener todo lo que el dinero podía comprar, pero era incapaz de ganar una amiga, una compañera.

Alguna vez tuvo un par de novios que fueron atraidos por su apariencia física, pero a los poco días huían de ella, simplemente era imposible de complacer y de contradecir. Cuando no estaban de acuerdo con ella, entonces eran agredidos, insultados e incluso golpeados. Para ella los demás no importaban, todos debían estar sujetos a su servicio, a su capricho. Así que más tardaban en acercarse, que en huir. Por lo demás no había ningún compañero que pudiera complacer sus caprichos, pues todo cuanto ella quería, y exigía era muy costoso. 

Tampoco era una buena estudiante, pero no le hacía falta preocuparse por ello, pues sus padres le arreglaban todos los líos en que se metiera. Terminó la escuela preparatoria aunque no pudo obtener su certificado por no aprobar todas las materias. Su padre buscó desesperado entre sus amistades alguien que pudiera ayudarle para conseguir su certificado. En un país tan susceptible al soborno y la corrupción, todo el posible con un poco de dinero. Y sus padres lo lograron, pagaron por los exámenes que ella no había aprobado.

Ella nunca fue brillante, estudiosa, ni disciplinada, pero aprendió a coquetear a los maestros, a seducirlos, a dar regalitos a las maestras, en fin a salirse con la suya. Esa estrategia le había resultado muy eficiente, por lo que ella creyó que era la estrategia correcta para seguir haciendo su voluntad.

Nunca tuvo interés en los estudios, ni en nada, porque nunca había carecido de nada. Más bien le habían concedido todo, aún a costa de sus hermanos, quienes habían sido privados de lo más básico y se vieron obligados a trabajar desde muy pequeños para satisfacer sus propias necesidades y los caprichos de ella. Para ellos no  hubo nunca consideraciones, tenían que estar al sevicio de ella, así lo ordenaban sus padres, y tenían que acatarlo sin ninguna reserva, tenían que acatarlo si querían vivir en la casa.

Gracias a algunos amigos de sus padres, ella consiguió un empleo como recepcionista en un consultorio médico. Era un trabajo que no le implicaba mucho esfuerzo y que le permitía lucir sus zapatos y ropa costosos. Y sobre todo, era un trabajo en donde tenía la oportunidad de conocer a gente con dinero, y quizás con un poco de suerte, podría conocer a alguién que se sintiera atraído por su belleza. Esa fue su principal motivación para cumplir las responsabilidades de ese trabajo.  

Todos los días entraba a las nueve de la mañana y en verdad era muy puntual para llegar. Le agradaba estar ahí, en ese lugar lujoso, en dónde gente pudiente eran los clientes. Ella sonreía amablemente a todos, principalmente a los hombres, pues estaba segura que tarde o temprano ahí conocería a alguién que pudiera complacerla en todos sus caprichos.

No era su interés buscar un novio con quien casarse, pues consideraba que el matrimonio era una esclavitud. Y ella no había nacido para pertenecer a nadie, ella estaba acostumbrada a hacer su voluntad y la de nadie más.

En poco tiempo conoció a varios hombres que podían ser interesantes. Y tal como lo había pensado, no fue díficil hacerse notar por ellos. Salió con algunos, recibió regalos y dinero, pero en poco tiempo dejaban de buscarla. No había mucho problema, ella era joven y hermosa, y pronto conocía nuevas personas.  

Aquél día, caminando con su vestido rojo, un coche lujoso se le emparejó al paso. Dentro un hombre joven, le sonrió y se ofreció a llevarla a donde quisiera. Ella lo miró, no era muy atractivo, pero vestía ropa cara. Ella se negó a aceptar el ofrecimiento, no por recato, sino por dar la imagen de una mujer digna, que no se va con desconocidos. Pero en todo el recorrido, el coche avanzó a su ritmo. Así fue ese y los siguientes días de la semana.

No fue díficil que pronto salieran juntos y que aquél joven le hiciera regalos costosos. Y tal como ella deseaba, todos sus caprichos eran complacidos. La convenció de dejar el trabajo y mudarse a vivir con él. Se fue sin decir a dónde iba, de hecho, ella dijo no tener familia. Pronto estaba viviendo en una lujosa mansión con un hombre del que no sabía nada, y por algunos días, su vida parecía sacada de un cuento de princesas.

Así fue por varias semanas, ella solamente estaba en la casa, dormía comía, veía la televisión, nadaba en la alberca y tenía a su disposición a varios empleados que se hacían cargo dela casa. El joven con el que se mudó entraba y salía sin decirle a donde iba y también le daba dinero para que fuera de compras, y quien la llevaba era el chofer, pues a ella no le había dado ningún carro, a pesar que tenía varios.

En la casa no había casi nada, sólo los muebles y algo de ropa, pero no había fotografías, objetos que tuvieran mucho tiempo y el personal era completamente hermético, se limitaban a cumplir sus labores. En la noche llegaba el joven, le ordenaba arreglarse y se iban a bailar a lugares exclusivos, ahí conoció a otros hombres que eran empledos de él y guardaespaldas. Ella no sabía con certeza qué clase de negocios tenía su joven pareja, pero comprendía perfectamente que eran ilícitos. Y aunque algunas veces ella trató de saber, él  simplemente le respondía que no se metiera en sus asuntos, que cuanto menos supiera, era mejor, y se lo dijo con un tono, que a ella le quedó muy claro que no debía volver a preguntar.

Mientras tanto la familia de ella estaba muy angustiada, pues no sabían nada de ella, la habían reportado como desaparecida, y la habían buscado por todos los lugares posibles, hospitales, cárceles, morgues, sin haberla encontrado. Ella no quería saber de su familia, nunca le había importado y por fin, tenía lo que siempre había deseado, dinero, y una mansión donde era tratada como una reina, la reina que siempre le había dicho su madre que era. Se pasaba durmiendo hasta el medio día, después de haber pernoctado toda la noche, tenía acceso a todo lo que el dinero puede comprar, aunque no sabía de dónde proviniera.

Tres semanas estuvo disfrutando de esa vida de placer y opulencia, un día muy temprano, cuando ella dormía profundamente, unos hombres armados irrumpieron violentamente en la casa, los empleados huyeron y algunos fueron asesinados. A ella la sorprendieron en la cama, con pistola en mano le preguntaron por un hombre, ella no sabía de quién se trataba. En realidad ella no sabía nada del hombre con el que se fue a vivir. Ni sabía en donde estaba. Por supuesto no le creyeron y se la llevaron. Hablaron de que habían sido traicionados por él y que lo encontrarían tarde o temprano, pero que iban a enviarle  un mensajito con ella.

La amordazaron, le ataron pies y manos, le taparon los ojos y la metieron en la cajuela del coche, la dejaron ahí encerrada hasta que llegó el atardecer, entonces manejaron hasta llegar a una carretera sin tráfico, y ahí la bajaron, la pusieron de rodillas y le dieron un disparo en la cabeza. Sobre su cuerpo tirado en la carretera un letrero que decía;” aquí está tu reina y aquí termina tu reinado”


A la mañana siguiente su cuerpo fue encontrado, la familia lo reconoció por las fotos que salieron en el periódico. No comprenden que pasó y es mejor que no lo sepan. Durante el velorio, afuera de la casa estuvieron unos hombres, parecían esperar ver llegar a  alguién que se presentara al sepelio, pero no llegó quien esperaban. Así murió esta jovencita después de tres semanas de ser la reina.