Son las horas
aterradoras, no dormiré, no podré dormir por nada. Aunque lo intente, aunque
trate de relajarme, no lo lograré. No hay modo de hacerlo, nadie en mi lugar
podría hacerlo. Es una angustia terrible, una ansiedad que me hace morderme los
labios repetidamente. No encentro el modo de calmarme, trato de tener en la
mente una imagen de algo hermoso, algo que me haya hecho muy feliz, dicen que
eso funciona. Pero no tengo recuerdos hermosos, sólo oscuridad, sólo dolor,
sólo miedo, sólo angustia.
Las horas oscuras,
pasan lentas, y no logro pegar un ojo, he dado vueltas de un lado a otro. Esta
es mi última noche bien, si a esto se le puede llamar bien, las siguientes
noches después de que despierte serán mucho más terribles. Hoy no me deja dormir
la angustia y la incertidumbre, pero mañana, mañana no me dejará dormir el
dolor.
Amanece, por fín
amanece, el momento se acerca rápidamente, nada puede detenerlo, nada puede
evitarlo, todo mi ser se niega a aceptarlo, no quiero. Esa es la verdad que
quisiera gritar a a todo pulmón, gritar a los cuatro vientos, que no quiero,
que no quiero más, que me dejen en paz, solamente eso quiero, que me dejen en
paz, por favor, sólo en paz.
Tengo un deseo enorme
de salir corriendo, de huir para siempre, de correr lejos, muy lejos, donde
nadie me encuentre, donde nadie pueda alcanzarme, donde nadie pueda obligarme a
hacer esto, esto que no quiero. De verdad quiero correr, correr, pero sé que no
podría llegar lejos, nada lejos, todo está cerrado, todo está vigilado, hay un
policía cuidando la puerta de acceso, la única puerta que da a la calle. Lucho
contra este impulso natural de huida, eso es, una huida. Deseo con todo el
corazón huir de esto, dejar de ser como un cordero que es llevado al
sacrificio, llevado al matadero. Así, me siento, eso soy.
Pero, a nadie le
importa lo que siento, a nadie le importa lo que pienso, nadie me preguntó si yo
quería esto, ellos decidieron por mi, siempre han decido por mi. Y ni siquiera
me explican, nadie me explica nada, pero yo sé muy bien lo que viene, yo sé muy
bien de qué se trata todo esto, no es la primera vez que pasa.
A cada segundo que
transcurre mi angustia crece, invade todo mi cuerpo, y la lucha contra mí misma
es más díficil, soy como una animal acorralado. Deseperadamente miro hacia
arriba, tratando de encontrar una respuesta, tratando de encontrar ayuda. Y
sólo hay un gran silencio.
¿Dónde esta mi Dios?,
¿dónde está?, ¿por qué no viene en mi auxilio?le súplico desesperadamente,
quiero encontrarlo,pero dentro de mi corazón hay un vacío profundo, doloroso. Y
sólo encuentro el silencio, el vacío. Nadie me responde. Dicen que alla arriba,
en el cielo, está dios, el creador de todo. Y yo le súplico, le súplico que me
ayude, que me evite este dolor. No entiendo nada. ¿por qué tiene que pasarme
esto?, ¿por qué a mí? Quisiera no estar en este cuerpo. Quisiera no vivir. Que
se acabe esto, que se acabe muy pronto. Pero el reloj sigue su curso, nadie
puede evitarlo, nadie puede salvarme, no hay
un dios.
El momento está tan
cerca, son las siete de la mañana, afuera estan las enfermeras, en el trajineo
de cada día, ayudan a las pacientes a levantarse, a lavarse la cara, a peinarse
antes de llevarles el desayuno. Para mi no hay desayuno, desde ayer en la noche
no tuve merienda y el último vaso de agua a las seis de la tarde. Llega la
enfermera conmigo, me da los buenos días, para mi no hay buenos días, es una
sentencia de muerte. Sé a lo que viene, sé de lo que se trata, no es la primera
vez.
Me pide que me descubra
la espalda, va a limpiarme con un líquido antiséptico, es amarillo y está muy
frío. Ella toma las tijeras y con ellas moja un pedazo de algodón en la
solución antiséptica, con movimientos mecánicos y rápidos me limpia la espalda.
Y yo no pueo evitarlo, tiemblo de frío y de miedo, comienzo a sollozar,
sabiendo que es inevitable, que no puedo escapar. Ella termina de limpiarme, me
seca la espalda y me da una bata azul, me recoge el cabello y me pone un gorro.
Ha comenzando el ritual antes de ir al sacrificio.
Ahora sí es inevitable,
todo mi ser lucha contra esto, pero no importa lo que yo diga, mi voz no será
escuchada, no será atendida. No puedo evitarlo, esta angustia me asfixia, me
ahoga, siento que estalla dentro de mí. Y el llanto se desborda
incontrolablemente, lloro, lloro y lloro. . entonces la enfermera interrumpe su
trabajo mecánico, parece darse cuenta que no soy un objeto, mi llanto se hace
notar que soy un ser humano que siento. Pero ella sólo trata de cumplir su
trabajo, de terminar a tiempo con mi preparación para llevarme al quirófano.
Me dice que me
tranquilice, que no es la primera vez, que yo debería de estar tranquila porque
sé de qué se trata. Y precisamente porque sé de qué se trata es que estoy como
estoy, quién no sabe de qué se trata es ella. No tiene la mínima idea de lo que
me espera, jamás ha estado, y probablemente jamás estará en mi lugar. Pero yo
sí sé lo que me espera y es algo muy doloroso, algo que ella no puede imaginarse.
Dentro de mí, algo muy
profundo se revela, algo que tiene vida propia, un impulso muy fuerte, como la
erupción impetuosa de un volcán, y se revela en una frase que nadie escuchará:
no quiero, no quiero que me operen. Y entonces, lo digo, lo digo con mucha
fuerza. Ella no me escucha, nadie escucha lo que estoy diciendo, tratan de
decirme que me calme, que todo es por mi bien. No me escuchan, nadie me
escucha, viene otra enfermera a tratar de calmarme, pero nadie me escucha.
Tratan de que sea yo quien escuche. Quieren que yo acepte y escuche que esto es
por mi propio bien. Pero yo estoy convencida que no es por mi propio bien,
dentro de mi, algo me dice que no es así.
Las veces anteriores,
me dijeron lo mismo, que era por mi propio bien, que iba a estar bien, pero no
estoy bien, por eso estoy aquí otra vez, porque no estoy bien. Sus promesas no
se cumplen. Las cosas no suceden como ellos dicen, la mejoría es mínima y es
demasiado dolor para una pequeña mejoría.
Muy cerca de mi cama
está la mesa metálica, en la que llevan
los medicamentos y materiales de curación de habitación en habitación. Ahí se
encuentra un equipo de suero y una sonda. El hora de ponerme la sonda. Es un
momento vergonzoso y doloroso. La sonda para orinar es algo verdaderamente
espantoso, una tortura, no hay otro modo de definirla. No quiero que me la
pongan, me obligaran a orinar a través de ella y eso es tan doloroso. No quiero
que me la pongan, pero lo que yo quiera no importa. Me dicen que es necesario,
no sé para qué. Podrían evitarme este dolor, pero no lo hacen. Me la ponen.
Desde ese momento no orinaré, no por mi propia voluntad, me aguantaré lo más
posible. No quiero sentir ese ardor terrible al orinar. Me siento incapaz de
moverme como si me hubieran puesto una estaca en el alma.
Ya no hay nada que
hacer, nada de lo que yo diga importa, de cualquier modo harán conmigo lo que
quieran, mi voz no cuenta, no tengo voto sobre lo que hacen en mi misma, sólo
me toca aceptar, aceptar contra mi propia voluntad y sufrir las consecuencias.
Eso me espera sufrir el dolor, la inmovilidad, la incomodidad, no hay nada,
absolutamente nada que yo pueda hacer.
El reloj sigue su
curso, llegó la hora, es el momento en que la enfermera viene con una camilla, me dice que me pase a ella,
me cubre con las sábanas y me asegura con un par de cinturones, ahora se
dispone a trasladarme al quirófano. Me lleva por esos pasillos tan blancos, tan
relucientes, tan fríos y avanzamos sin
que nada ni nadie pueda impedirlo.
Es una habitación
completamente blanca, hermética y muy fría. Hay varios médicos y enfermeras. Su
trato es impersonal, mecánico, frío, distante. No sé si es más fría la
habitación o su trato. Cubiertos con sus gorros, cubrebocas y guantes, apenas
puedo mirar sus ojos. No tienen un aspecto humano. Ellos no me miran, sólo
hablan entre sí de lo que tienen que hacer. Verifican que todo y todos estén
listos.
Escucho el agua cayendo de un grifo, estoy
completamente inmovilizada en la camilla, la ansiedad y el terror crece,
sollozo cada vez más desesperada. No hay manera de evitarlo, yo lo sé, estoy
completamente inmovilizada. Nadie me escuchó afuera cuando gritaba que no
quería, aquí nadie me mira siquiera. Para ellos no soy una persona, sólo soy
parte de su trabajo. La luz de la enorme lámpara del techo lástima mis ojos
llenos de lágrimas. Siento que me ahogo, me falta el aire, ni siquiera puedo
respirar bien, quisiera sentarme para poder respirar mejor, pero eso es
imposible, estoy atada con cinturones de seguridad.
Me pinchan el brazo para
ponerme el suero, el ritual casi llega a
su fin, paso a paso, es una confirmación de lo inevitable, una reafirmación de
mi impotencia, de la desesperanza de escapar, de mi desilusión de que alguien
pudiera salvarme. No hay escapatoria, no hay modo de que alguien me escuche, de
que alguien me tome en cuenta, han decidió por mi. Lo que yo sienta, lo que yo
quiera, no importa, sólo tengo nueve años y sé que nadie va a escucharme.
La enfermera, me
asegura la aguja con cinta adhesiva, lo hace con gran precisión y destreza,
cuando termina avisa que estoy lista. Yo escucho las voces de todo el equipo,
aunque no veo a nadie, se acerca el anestesiólogo y con una jeringa inyecta mi
suero, de inmediato empiezo a sentirme relajada, siento como se me cierran los
ojos, los párpados me pesan demasiado, no puedo evitarlo, se cierran, ya no hay
nada, solo oscuridad, oscuridad y silencio.
Ella era una niña cuando tuvo que ir a vivir con su abuela, su madre había
muerto muy joven en un accidente y a su
padre nunca lo conoció. Su abuela vivía de la herencia que le había dejado su
esposo, pero el mantener una nieta no era de su agrado. No le gustaban los
niños, nunca le habían gustado, y aceptó a Lucina con ella porque no tenía otra
opción y porque pensó que en pocos años podría ayudarle y cuidarla cuando
estuviera más vieja.
Lucina era pequeña, delgada, muy delgada y muy dócil. La inesperada muerte
de su madre le cambió la vida. Anteriormente había vivido junto con su madre en
una casa en donde trabajaba. Con su abuela había tenido poco contacto, pues su
madre sólo podía salir de su trabajo cada mes. No tenía recuerdos agradables de
ella, pues era una señora que siempre parecía estar de mal humor y que no le
hacía mucho caso.
Desde el día que llegó con su abuela, durmió en la habitación que había
sido de su madre, a pesar de su aspecto frágil, su abuela le encomendaba muchas
tareas, desde barrer y limpiar la casa, ayudar a cocinar, hasta acarrear el
agua del manantial que estaba a un
kilómetro. A lucina no le importaba, pues el trabajo la ayudaba a no ponerse triste cuando pensaba en su madre. Su
vida era monótona, llena de trabajo y ninguna diversión. No tenía nadie con
quien hablar o jugar, puesto que no tenía hermanos, ni vecinos y tampoco iba a
la escuela, por dos razones; porque era niña y porque su abuela no podía
costaearle los gastos que implicaba.
Así que su vida consistía principalmente es estar al servicio de su abuela,
quien por supuesto era muy exigente en que realizara meticulosamente las
labores que le encomendaba. Y así continúo por algunos años hasta que comenzó a
cambiar su cuerpo entrada la adolescencia. Fue entonces que la abuela decidió
tomar cartas en el asunto, ella se había dado cuenta que un hombre mayor de
cincuenta años, que no se había casado había puesto sus ojos en su nieta y ella
decidió asegurar su posición al respecto. Lucina tenía solamente once años
cuando su abuela la caso con el señor Leobardo.
Para la boda, no contó la opinión o parecer de Lucina, el acuerdo lo
realizó la abuela y el marido, quien otorgó a la señora una buena cantidad de
dinero para conseguir su objetivo y se comprometió a dar a la señora cada que
cobrara su sueldo una parte para sus gastos. De tal modo que el señor, se quedó
a vivir en la casa de la abuela, para así poder cuidar de ella cuando fuera
necesario, o mejor dicho, para que Lucina se hiciera cargo de ella.
Desde el inicio de esa unión, la vida de Lucina fue un martirio, su abuela
le consiguió un hombre alcohólico, que trabajaba de vez en cuando, y que la
golpeaba constantemente, incluso sin ningún motivo, simplemente porque llegaba
borracho a la casa. Lucina carecía de voz y voto, nada de lo que ella dijera
importaba, su papel consistía unicamente en someterse a la voluntad de su
marido y de su abuela. Padeció por años de una vida de maltrato ante la mirada
cómplice de su abuela, quien callaba para evitar problemas con Leobardo quien
le daba dinero, no importaba que estuviera embarazada, de todas formas aquél
hombre seguía maltratándola.
Hubo una ocasión en que la tiró al piso y la pateo hasta que se cansó
causándole multiples fracturas en las costillas y los brazos. La golpeo tan
brutalmente que la dejó inconsciente y tuvo que ir la ambulancia por ella para
llevarla al hospital. Cuando los médicos
la atendieron se dieron cuenta que no era un accidente lo que había sufrido, y
le dijeron que podía levantar una denuncia y su esposo iría a la cárcel por ese
delito. Fue ahí que le preguntaron si era maltratada por su marido y ella lo
negó , pues le tenía miedo a aquél hombre, tenía miedo de lo que le pudiera
hacer si lo denunciaba, pues ella sabía que si lo metían a la cárcel no sería
por mucho tiempo y cuando él saliera, se vengaría de ella. Lucina tenía mucho miedo de lo que pudiera
hacerle a ella y a sus hijos, así que no levanto ninguna denuncia. No había a
quién acudir para pedir ayuda, se sentía completamente acorralada, no tenía amigos
ni familiares que la apoyaran.
Después de algunos años la abuela murió, pero esto no significó ningún
cambio en la vida de Lucina, para entonces ella había tenido cuatro hijos, tres
mujeres y un hombre, que eran niños y que veían el maltrato constante que
recibía de su marido. Su esposo comenzó a enfermar, pues debido a su
alcoholismo, tenía el higado dañado y comenzó el calvario de cuidarlo, pues
aunque se fue debilitando y ya no podía valerse por el mismo, no perdía
oportunidad de humillarla y ofenderla, aunque ya no podía golpearla.
La situación de Lucina la obligó a buscarse un trabajo para poder sostener
económicamente a sus hijos y a su marido quien ya estaba completamente
incapacitado. Ella no había ido a la escuela, pero aprendio a leer y escribir y
hacer cuentas cuando sus hijos hacían las tareas, ellos le enseñaron. Así que
salió a buscar trabajo y encontro uno en una pollería, ella no sabía hacer
nada, pero le dieron la oportunidad de aprender, puesto que es un trabajo muy
duro y es díficil conseguir empleados.
Ella entraba a trabajar a las cuatro de la mañana, su trabajo consistía en
matar, los pollos, desplumarlos, destazarlos y por último venderlos. Terminaba
de vender como a la una de la tarde, tenía que limpiar el lugar y se iba a las
dos de la tarde. Las primeras semanas fueron terribles, era un trabajo
demasiado pesado para ella, terminaba agotadisíma y por las noches le daba
calentura. Realmente se sentía muy mal, pero ella sabía que no tenía otra
opción, pues tenía que mantener a cuatro hijos, por lo que decidió que tenía
que aguantar. Y así lo hizo, se iba a las cuatro de la mañana de lunes a
sabado, sin importar si tenía calentura o no. Finalmente su cuerpo resistió y
se adaptó. Trabajo vendiendo pollo hasta que sus hijos fueron mayores.
El esposo siguió enfermo un par de años, hasta que finalmente murió, pero
en todo el tiempo que estuvo enfermo nunca trató bien a Lucina, pues aún
enfermo le gritaba e insultaba, ella
nunca se atrevió a dejarlo por lástima, pues no tenía quien lo cuidara ni podía
trabajar y sus hijos tampoco sentían afecto por él, a quien la mayoría de las
veces miraban borracho y también a ellos los golpeaba cuando trataban de
defender a su mamá. Veinte años soportó a ese marido, que finalmente murió a
consecuencia de su vicio de alcoholismo. Por fin Lucina fue libre y siguió
trabajando para ella y sus hijos. Algunos de ellos trabajaban y estudiaban al
mismo tiempo, siendo que tres lograron terminar sus carreras, y uno de ellos se dedicó al comercio.
Hoy Lucina es una persona mayor, que ya terminó de criar y educar a sus
hijos, encontró una nueva pareja, con quien decidió iniciar una nueva relación.
Un hombre, amable, tranquilo, apacible que fue militar y ambos viven de la
pensión de él. Se acompañan mutuamente, les gusta salir a caminar y a veces
visitan a sus hijos. Todos los hijos de Lucina son independientes y por
fortuna, ninguno heredó el alcoholismo del padre, ni su carácter. Ahora tiene
una vida tranquila al lado de un hombre que la ama y a quien ama. Una vida llena
de sufrimiento y maltrato no consiguió amargarla.
Ella lleva un vestido rojo, perfectamente entallado en su
esbelto cuerpo de gacela. Su andar cadencioso acapara todas las miradas de los
hombres que se cruzan en su camino. Ella lo sabe, disfruta ver la cara de
sorpresa de los hombres,su incontrolable deseo de mirarla, de no quitar la
mirada de su cuerpo. Lo disfruta, goza con ello, con esas miradas que dicen más
que las pálabras. Su madre se lo decía siempre, levanta el pecho, mete el
estómago, saca el trasero. Lo oyó desde que era muy pequeña, desde mucho antes
que comprendiera el porqué su madre le decía eso.
Creció con toda una serie de consignas sobre lo que debía
de hacer para ser la chica más popular, la más deseable, la que consigue lo que
quiere, la que no acepta un no por respuesta. Desde pequeña, toda su educación
estuvo encaminada a enseñarle todas las artimañas para salirse con la suya,
pasara por quien pasara e hiciera lo que hiciera.
La consigna fue muy clara: “tú eres especial, tú eres
única, tú eres una reina”. Todo estaba encaminado a que ella creyera en ello.
En la casa todo estaba diseñado para complacerla, no había capricho que no le
fuera satisfecho, costara lo que costara y sin importar a quien le costara. Su
madre podía trabajar todo el día si era necesario para comprar el más caro de
los juguetes que ella quisiera. Así fue, no una sino muchas veces. El deseo de
su madre por complacerla era tal que dejaba de comprarse ella misma lo más
indispensable con tal de darle gusto.
Sus hermanos no importaban, nada en absoluto, sí, eran
sus hermanos, pero para sus padres carecían de todo valor por una razón
principalmente, eran morenos. Morenos como sus padres, como sus tíos, como toda
la familia, y eso era suficiente para ser considerados de menor valor. Pero
ella, ella era especial, única, una diosa, pues de ese modo se le trataba. Ella por supuesto creció despreciando a
todos, principalmente a su familia, porque todos ellos eran morenos.
En la escuela hizo creer a sus compañeros, que sus papás
estaban en el extranjero y cuando alguno de ellos la llevaba o recogía de la
escuela, decía que eran sus tíos a quienes sus padres pagaban para hacerse
cargo de ella. Sus compañeras no la soportaban, pues estaba acontumbrada a
hacer sólo lo que ella quería. Cuando era niña todos los juegos terminaban siempre
en pelea, pero cuando fue mayor, ella terminaba siempre aislada, incapaz de
aceptar otras ideas, otras opiniones, otras necesidades. Se consolaba a sí
misma comprándose la ropa y zápatos más caros. Solazándose de usar márcas
exclusivas delante de sus compañeras. Ella podía tener todo lo que el dinero
podía comprar, pero era incapaz de ganar una amiga, una compañera.
Alguna vez tuvo un par de novios que fueron atraidos por
su apariencia física, pero a los poco días huían de ella, simplemente era imposible
de complacer y de contradecir. Cuando no estaban de acuerdo con ella, entonces
eran agredidos, insultados e incluso golpeados. Para ella los demás no
importaban, todos debían estar sujetos a su servicio, a su capricho. Así que
más tardaban en acercarse, que en huir. Por lo demás no había ningún compañero
que pudiera complacer sus caprichos, pues todo cuanto ella quería, y exigía era
muy costoso.
Tampoco era una buena estudiante, pero no le hacía falta
preocuparse por ello, pues sus padres le arreglaban todos los líos en que se
metiera. Terminó la escuela preparatoria aunque no pudo obtener su certificado
por no aprobar todas las materias. Su padre buscó desesperado entre sus
amistades alguien que pudiera ayudarle para conseguir su certificado. En un
país tan susceptible al soborno y la corrupción, todo el posible con un poco de
dinero. Y sus padres lo lograron, pagaron por los exámenes que ella no había
aprobado.
Ella nunca fue brillante, estudiosa, ni disciplinada,
pero aprendió a coquetear a los maestros, a seducirlos, a dar regalitos a las
maestras, en fin a salirse con la suya. Esa estrategia le había resultado muy
eficiente, por lo que ella creyó que era la estrategia correcta para seguir
haciendo su voluntad.
Nunca tuvo interés en los estudios, ni en nada, porque
nunca había carecido de nada. Más bien le habían concedido todo, aún a costa de
sus hermanos, quienes habían sido privados de lo más básico y se vieron
obligados a trabajar desde muy pequeños para satisfacer sus propias necesidades
y los caprichos de ella. Para ellos no
hubo nunca consideraciones, tenían que estar al sevicio de ella, así lo
ordenaban sus padres, y tenían que acatarlo sin ninguna reserva, tenían que
acatarlo si querían vivir en la casa.
Gracias a algunos amigos de sus padres, ella consiguió un
empleo como recepcionista en un consultorio médico. Era un trabajo que no le
implicaba mucho esfuerzo y que le permitía lucir sus zapatos y ropa costosos. Y
sobre todo, era un trabajo en donde tenía la oportunidad de conocer a gente con
dinero, y quizás con un poco de suerte, podría conocer a alguién que se
sintiera atraído por su belleza. Esa fue su principal motivación para cumplir
las responsabilidades de ese trabajo.
Todos los días entraba a las nueve de la mañana y en
verdad era muy puntual para llegar. Le agradaba estar ahí, en ese lugar lujoso,
en dónde gente pudiente eran los clientes. Ella sonreía amablemente a todos,
principalmente a los hombres, pues estaba segura que tarde o temprano ahí
conocería a alguién que pudiera complacerla en todos sus caprichos.
No era su interés buscar un novio con quien casarse, pues
consideraba que el matrimonio era una esclavitud. Y ella no había nacido para
pertenecer a nadie, ella estaba acostumbrada a hacer su voluntad y la de nadie
más.
En poco tiempo conoció a varios hombres que podían ser
interesantes. Y tal como lo había pensado, no fue díficil hacerse notar por
ellos. Salió con algunos, recibió regalos y dinero, pero en poco tiempo dejaban
de buscarla. No había mucho problema, ella era joven y hermosa, y pronto
conocía nuevas personas.
Aquél día, caminando con su vestido rojo, un coche lujoso
se le emparejó al paso. Dentro un hombre joven, le sonrió y se ofreció a
llevarla a donde quisiera. Ella lo miró, no era muy atractivo, pero vestía ropa
cara. Ella se negó a aceptar el ofrecimiento, no por recato, sino por dar la
imagen de una mujer digna, que no se va con desconocidos. Pero en todo el
recorrido, el coche avanzó a su ritmo. Así fue ese y los siguientes días de la
semana.
No fue díficil que pronto salieran juntos y que aquél
joven le hiciera regalos costosos. Y tal como ella deseaba, todos sus caprichos
eran complacidos. La convenció de dejar el trabajo y mudarse a vivir con él. Se
fue sin decir a dónde iba, de hecho, ella dijo no tener familia. Pronto estaba
viviendo en una lujosa mansión con un hombre del que no sabía nada, y por algunos
días, su vida parecía sacada de un cuento de princesas.
Así fue por varias semanas, ella solamente estaba en la
casa, dormía comía, veía la televisión, nadaba en la alberca y tenía a su
disposición a varios empleados que se hacían cargo dela casa. El joven con el
que se mudó entraba y salía sin decirle a donde iba y también le daba dinero
para que fuera de compras, y quien la llevaba era el chofer, pues a ella no le
había dado ningún carro, a pesar que tenía varios.
En la casa no había casi nada, sólo los muebles y algo de
ropa, pero no había fotografías, objetos que tuvieran mucho tiempo y el
personal era completamente hermético, se limitaban a cumplir sus labores. En la
noche llegaba el joven, le ordenaba arreglarse y se iban a bailar a lugares
exclusivos, ahí conoció a otros hombres que eran empledos de él y
guardaespaldas. Ella no sabía con certeza qué clase de negocios tenía su joven
pareja, pero comprendía perfectamente que eran ilícitos. Y aunque algunas veces
ella trató de saber, él simplemente le
respondía que no se metiera en sus asuntos, que cuanto menos supiera, era
mejor, y se lo dijo con un tono, que a ella le quedó muy claro que no debía
volver a preguntar.
Mientras tanto la familia de ella estaba muy angustiada,
pues no sabían nada de ella, la habían reportado como desaparecida, y la habían
buscado por todos los lugares posibles, hospitales, cárceles, morgues, sin
haberla encontrado. Ella no quería saber de su familia, nunca le había
importado y por fin, tenía lo que siempre había deseado, dinero, y una mansión
donde era tratada como una reina, la reina que siempre le había dicho su madre
que era. Se pasaba durmiendo hasta el medio día, después de haber pernoctado
toda la noche, tenía acceso a todo lo que el dinero puede comprar, aunque no
sabía de dónde proviniera.
Tres semanas estuvo disfrutando de esa vida de placer y
opulencia, un día muy temprano, cuando ella dormía profundamente, unos hombres
armados irrumpieron violentamente en la casa, los empleados huyeron y algunos
fueron asesinados. A ella la sorprendieron en la cama, con pistola en mano le
preguntaron por un hombre, ella no sabía de quién se trataba. En realidad ella
no sabía nada del hombre con el que se fue a vivir. Ni sabía en donde estaba.
Por supuesto no le creyeron y se la llevaron. Hablaron de que habían sido
traicionados por él y que lo encontrarían tarde o temprano, pero que iban a
enviarle un mensajito con ella.
La amordazaron, le ataron pies y manos, le taparon los
ojos y la metieron en la cajuela del coche, la dejaron ahí encerrada hasta que
llegó el atardecer, entonces manejaron hasta llegar a una carretera sin
tráfico, y ahí la bajaron, la pusieron de rodillas y le dieron un disparo en la
cabeza. Sobre su cuerpo tirado en la carretera un letrero que decía;” aquí está
tu reina y aquí termina tu reinado”
A la mañana siguiente su cuerpo fue encontrado, la
familia lo reconoció por las fotos que salieron en el periódico. No comprenden
que pasó y es mejor que no lo sepan. Durante el velorio, afuera de la casa
estuvieron unos hombres, parecían esperar ver llegar a alguién que se presentara al sepelio, pero no
llegó quien esperaban. Así murió esta jovencita después de tres semanas de ser
la reina.