CINTHIA
Cinthia tiene doce años, como la mayoría de las niñas
indígenas es morena y bajita. En la escuela apenas está cursando el primer año
de primaria, por supuesto es la alumna mayor de su grupo. Sus compañeros de
clase no quieren jugar con ella, la consideran demasiado grande y ella tampoco
se siente a gusto. Su situación es especial no sólo por su edad, sino porque
además es oyente, es decir, va a la
clase y realiza las tareas que le piden, pero no está formalmente inscrita en
la escuela.
En el pueblo donde Cinthia vive todos los niños son una
fuerza de trabajo valiosa e indispensable para sus padres. Ellos son los que se
encargan de la cría y cuidado de los borregos, animales necesarios en la
economía familiar. De ahí obtienen la lana que utilizan para la elaboración de
abrigos, sarapes y tapetes en telares. Productos artesanales que se ven obligados
a vender a muy bajo costo a intermediarios, que son quienes obtienen las
mayores ganancias.
Cinthia y otros niños desde muy pequeños son los encargados
de llevar a pastar las manadas de borregos a los cerros. Ahí permanecen desde
el amanecer hasta que anochece. Sólo entonces regresan a sus casas a comer y
dormir, para al día siguiente hacer la misma tarea. Así pueden pasar los
primeros años de algunos de estos niños, cuidando borregos y sin poder ir a la
escuela.
Así fueron los primeros años de Cinthia, pero además sucede
que la causa por la que no está inscrita en la escuela, es porque aún no tiene
su acta de nacimiento, documento necesario para ese trámite. Sus padres apenas
ganan lo indispensable para sobrevivir cada día. A veces, ni siquiera el
salario mínimo, que dependiendo de qué estado de la república se trate está
entre cincuenta y dos pesos, y, sesenta pesos mexicanos. El precio por el trámite
de registro de un niño también varía entre
un estado y otro, siendo que en algunos lados cuesta quinientos pesos.
Una cantidad que resulta incosteable para alguien que a veces no percibe ni el
salario mínimo, porque representa entre ocho y diez días de trabajo.
No se puede prescindir de uno sólo de los salarios de sesenta
pesos, en el mejor de los casos, cuando es lo que permite la sobrevivencia. Un
kilo de tortillas cuesta catorce pesos, el resto puede permitir comprar,
chiles, sal, tomates o frijoles y nada más. Un kilo de carne es impensable,
porque lo mínimo que cuesta son ochenta pesos y las frutas y verduras tampoco
están al alcance.
Cinthia es una de muchas niñas cuyos padres no han tenido la
posibilidad económica para registrarla oficialmente. Al no tener su acta de
nacimiento se ve privada de los otros derechos que como ciudadana mexicana
podría tener, como es la educación básica. En el mes de octubre los alumnos
recibieron su paquete escolar básico, dos cuadernos, dos lápices, dos
sacapuntas, una caja de colores de madera, dos gomas, una botella de resistol
blanco (que está tan aguado que no sirve para pegar nada), materiales todos de
la peor calidad que se puede encontrar en el mercado. Pero ni siquiera esto
pudo recibir Cinthia porque oficialmente no es alumna de la escuela. Su maestra
le pide a la directora que solicite los útiles para la niña, pero su petición
no es escuchada. Pasan los meses y al no tener respuesta la maestra solicita
los útiles para su alumna al supervisor de zona, finalmente tres meses antes de
concluir el año escolar, en el mes de marzo, Cinthia recibe sus útiles.
Dentro de su familia, Cinthia es la única niña, tiene otros
hermanos varones, quienes a pesar de ser menores sí están registrados. Es común
que estas familias den prioridad a las necesidades de los hombres. Al igual que
ella, sus hermanos tienen que apoyar en la economía familiar, yendo al campo a
sembrar flores cuando así se requiere,
son esos los días en que dejan de asistir a clases. Y tampoco van a la escuela,
cuando en su casa no tienen nada para comer, el hambre no les permite
concentrarse en las lecciones que tienen que aprender. Esa es la “opción” del
estrato social más pobre del país, dejar de estudiar, para cubrir una necesidad
que es mucho más urgente: procurarse por lo menos un alimento al día.
Qué lejos está esta situación de la manera en que los
diputados resuelven sus problemas de salario, ellos simplemente se reúnen,
aprueban para sí mismos un aumento salarial, que nunca será de unos cuantos
pesos, sino de miles y se olvidan para siempre del hambre de los pobres, un
hambre que ellos nunca han sentido en sus estómagos.
Mientras las filas de los pobres aumentan, lo mismo que el
hambre y los niños sin nombre. Los que no pueden reclamar ningún derecho, porque simplemente no
existen. No mancharan jamás las cifras manipuladas de los millones de mexicanos
beneficiados por la Cruzada Nacional Contra el Hambre, ellos son el mayor silencio
en el silencio, son la nada. Para ellos el gobierno no ha destinado un sólo
centavo, ¿cómo puede combatirse una pobreza de alguien que no existe?, ¿cómo
pueden contarse entre los analfabetas de este país?, ¿quién reclamará por ellos
si son vendidos o esclavizados? Habiendo nacido en suelo mexicano, y de padres
mexicanos, carecen de todos los derechos que constitucionalmente se supone
deberían tener, por el sólo hecho de haber nacido en esta tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario