miércoles, 30 de julio de 2014

CINTHIA




CINTHIA


Cinthia tiene doce años, como la mayoría de las niñas indígenas es morena y bajita. En la escuela apenas está cursando el primer año de primaria, por supuesto es la alumna mayor de su grupo. Sus compañeros de clase no quieren jugar con ella, la consideran demasiado grande y ella tampoco se siente a gusto. Su situación es especial no sólo por su edad, sino porque además es oyente, es decir, va a la clase y realiza las tareas que le piden, pero no está formalmente inscrita en la escuela.

En el pueblo donde Cinthia vive todos los niños son una fuerza de trabajo valiosa e indispensable para sus padres. Ellos son los que se encargan de la cría y cuidado de los borregos, animales necesarios en la economía familiar. De ahí obtienen la lana que utilizan para la elaboración de abrigos, sarapes y tapetes en telares. Productos artesanales que se ven obligados a vender a muy bajo costo a intermediarios, que son quienes obtienen las mayores ganancias.

Cinthia y otros niños desde muy pequeños son los encargados de llevar a pastar las manadas de borregos a los cerros. Ahí permanecen desde el amanecer hasta que anochece. Sólo entonces regresan a sus casas a comer y dormir, para al día siguiente hacer la misma tarea. Así pueden pasar los primeros años de algunos de estos niños, cuidando borregos y sin poder ir a la escuela.

Así fueron los primeros años de Cinthia, pero además sucede que la causa por la que no está inscrita en la escuela, es porque aún no tiene su acta de nacimiento, documento necesario para ese trámite. Sus padres apenas ganan lo indispensable para sobrevivir cada día. A veces, ni siquiera el salario mínimo, que dependiendo de qué estado de la república se trate está entre cincuenta y dos pesos, y, sesenta pesos mexicanos. El precio por el trámite de registro de un niño también varía entre  un estado y otro, siendo que en algunos lados cuesta quinientos pesos. Una cantidad que resulta incosteable para alguien que a veces no percibe ni el salario mínimo, porque representa entre ocho y diez días de trabajo.

No se puede prescindir de uno sólo de los salarios de sesenta pesos, en el mejor de los casos, cuando es lo que permite la sobrevivencia. Un kilo de tortillas cuesta catorce pesos, el resto puede permitir comprar, chiles, sal, tomates o frijoles y nada más. Un kilo de carne es impensable, porque lo mínimo que cuesta son ochenta pesos y las frutas y verduras tampoco están al alcance. 

Cinthia es una de muchas niñas cuyos padres no han tenido la posibilidad económica para registrarla oficialmente. Al no tener su acta de nacimiento se ve privada de los otros derechos que como ciudadana mexicana podría tener, como es la educación básica. En el mes de octubre los alumnos recibieron su paquete escolar básico, dos cuadernos, dos lápices, dos sacapuntas, una caja de colores de madera, dos gomas, una botella de resistol blanco (que está tan aguado que no sirve para pegar nada), materiales todos de la peor calidad que se puede encontrar en el mercado. Pero ni siquiera esto pudo recibir Cinthia porque oficialmente no es alumna de la escuela. Su maestra le pide a la directora que solicite los útiles para la niña, pero su petición no es escuchada. Pasan los meses y al no tener respuesta la maestra solicita los útiles para su alumna al supervisor de zona, finalmente tres meses antes de concluir el año escolar, en el mes de marzo, Cinthia recibe sus útiles.

Dentro de su familia, Cinthia es la única niña, tiene otros hermanos varones, quienes a pesar de ser menores sí están registrados. Es común que estas familias den prioridad a las necesidades de los hombres. Al igual que ella, sus hermanos tienen que apoyar en la economía familiar, yendo al campo a sembrar flores cuando  así se requiere, son esos los días en que dejan de asistir a clases. Y tampoco van a la escuela, cuando en su casa no tienen nada para comer, el hambre no les permite concentrarse en las lecciones que tienen que aprender. Esa es la “opción” del estrato social más pobre del país, dejar de estudiar, para cubrir una necesidad que es mucho más urgente: procurarse por lo menos un alimento al día.

Qué lejos está esta situación de la manera en que los diputados resuelven sus problemas de salario, ellos simplemente se reúnen, aprueban para sí mismos un aumento salarial, que nunca será de unos cuantos pesos, sino de miles y se olvidan para siempre del hambre de los pobres, un hambre que ellos nunca han sentido en sus estómagos.

Mientras las filas de los pobres aumentan, lo mismo que el hambre y los niños sin nombre. Los que no pueden  reclamar ningún derecho, porque simplemente no existen. No mancharan jamás las cifras manipuladas de los millones de mexicanos beneficiados por la Cruzada Nacional Contra el Hambre, ellos son el mayor silencio en el silencio, son la nada. Para ellos el gobierno no ha destinado un sólo centavo, ¿cómo puede combatirse una pobreza de alguien que no existe?, ¿cómo pueden contarse entre los analfabetas de este país?, ¿quién reclamará por ellos si son vendidos o esclavizados? Habiendo nacido en suelo mexicano, y de padres mexicanos, carecen de todos los derechos que constitucionalmente se supone deberían tener, por el sólo hecho de haber nacido en esta tierra.

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