REGINA
Es
una joven de carácter apacible y dócil. No tiene malicia. Su padre se esmeró en
cuidar y dar a ella y sus hermanas lo necesario. Siempre al pendiente de ellos,
apoyándoles en sus estudios. Regina creció bajo su protección en un pequeño
pueblo en donde la vida es muy tranquila, con gente que conocía desde
siempre. Acostumbrada al cariño de su
familia, pensó que un día tendría la suya propia, tal como se esperaba de
todos.
Un
día Regina conoció a Horacio, el maestro de la escuela secundaria. Horacio provenía de otro pueblo vecino. Desde
la primera vez que lo vio a ella le pareció alguien muy especial. Pronto se
sintió atraída por su trato amable, su manera de desenvolverse, con esa soltura
que no tienen los muchachos de su pueblo con los que ella creció. Admiraba su
paso seguro y fuerte, buscó la manera de interactuar con él y llamar su
atención. Lo consiguió y después de algunos meses de noviazgo decidieron
casarse. Se realizó una boda sencilla con la presencia de las dos familias de
origen y algunos amigos. Se mudaron a vivir juntos a un departamento.
Los
primeros días, todo parecía ir bien. Sin
hay grandes desacuerdos. Regina era una joven muy dócil, educada para
obedecer al marido y permanecer al cuidado de la casa. El amor hacia su marido
la hacía esforzarse constantemente en complacerlo. Poco a poco él se da cuenta
de la facilidad con que ella hace lo que él quiere, pero entre ella más lo
complace, él se vuelve más exigente. Pronto se muestra un hombre exigente e
inconforme, su voz adopta un tono crítico, cáustico en todo lo relacionado a su
mujer. Sus comentarios están siempre encaminados a denigrarla. Son frecuentes
sus expresiones como: “no te sabes vestir”, “qué mal hablas”, “no sabes
cocinar”, y un sinfín más.
Regina
está desconcertada por el trato que su marido le da. Pero no se atreve a
cuestionarlo, solamente baja la cabeza y llora. A su vez Horacio le recrimina
que lo único que sí sabe hacer es llorar. Ella guarda silencio, no se atreve a
decir nada a nadie, ni a su familia. Sabe que no le creerían, porque cuando
están con la familia de ella, su esposo es completamente amable y cariñoso, se
transforma de tal modo que ni ella misma lo reconoce, es como si fuera otra
persona. Incluso se dirige a ella con un diminutivo específico: “chiquita” y
entonces se le escucha decirle continuamente: “chiquita, déjame ayudarte”,
“quieres más comida chiquita”, “siéntate a mi lado chiquita”. Y por supuesto
todos quedan convencidos de que Horacio es el mejor marido del mundo y que
Regina se ha sacado la lotería.
Los
meses pasan y el carácter malhumorado de Horacio va en aumento, ya no le basta
con sus comentarios burlones, pronto se agregan los gritos, los insultos y
alguno que otro manotazo. Ella se siente nerviosa y llena de miedo ante su
presencia. Es común que riegue la sopa cuando le sirve la comida o que tire
algún traste. Sus manos tiemblan y cada día ella le teme más. Tiene pena hasta
de comer delante de él, pues
continuamente le señala que no tiene educación y no sabe comportarse de manera
adecuada.
Cuanto
más débil se muestra ella, más fuerte se siente él. Los días se vuelven peores
para ella. Se hacen continuos los
señalamientos de que ella no aporta ningún peso a la casa, que todo se lo debe
a él, que ella es una inútil buena para nada y que su mediocridad es tal que no
podría ni siquiera ganarse la vida sola. Su típica frase final de cada
discusión: “tú sin mí, no eres nada”.
A
cada día que pasa Regina se siente más frustrada, insegura, llena de miedo,
deprimida y atrapada en una situación de la que no sabe cómo salir. A pesar de
sus temores se atreve a comentar su
situación a sus hermanas, todas han sido educadas en una rígida
tradición religiosa. La separación de su marido les parece algo simplemente
impensable. Los matrimonios se realizan como un contrato de por vida. La
filosofía propia de su culto es que ella tiene que aguantar el marido que Dios
le dio porque sólo él sabe porque hace las cosas. Ninguna de ellas está
dispuesta a brindarle ayuda ni apoyo de ningún tipo. Antes de hablar con sus
hermanas se sentía sola y desamparada, después de la conversación lo siente aún
más.
Un
día Regina nota que su esposo llega con el cuello de la camisa manchado de
lápiz labial. Se atreve a confrontar a su esposo ante la clara evidencia de que
ha estado con otra mujer, sólo para recibir una más de sus cínicas respuestas,
que él es hombre y podía hacer lo que
quisiera y que si no le gustaba la puerta de la casa estaba muy ancha para que
ella se fuera, que él ya no la quería más. Para Regina no hay manera de ganar.
Y a pesar del maltrato continuo ella no se fue de la casa. La infidelidad
empeoró aún más la situación. Horacio se entusiasmó con su nueva novia y el
trato a su esposa tiene toda la intención de hacer que se marche
definitivamente. Los insultos son cada vez más hirientes, pero ni así, logra
hacer que se vaya.
Una
noche Horacio regresó de una fiesta, había bebido demasiado. Regina lo miró
entrar sin decir nada, porque era incapaz de reprocharle nada. Le ofrece la
cena que él rechaza. Toma una silla y se sienta, callada, cerca por si le pide
algo. Pero Horacio lo único que quiere es pelear. Se acerca y mirándola de
frente le dice que hasta cuándo va a seguir ahí, si bien sabe que él ya no la
quiere cerca. Ella sólo baja la mirada, entonces él se desespera le grita que
se vaya. Pero ella está ahí sin moverse un centímetro, sin intención siquiera
de hacerlo. Él entonces la levanta y a empujones la lleva hasta la puerta, sin
más la abre y arroja a Regina a la calle. Ella se queda llorando sentada en el
piso. La noche es fría y lluviosa. Después de un rato se levanta y toca la
puerta. Nadie le abre, la palabra: “¡lárgate!” es la única respuesta cada vez
que ella toca. Insiste por más de una hora sin conseguir nada. Horacio está
decidido a no dejarla entrar nuevamente. Finalmente el frío y la lluvia la
obligan desistir. Comienza a caminar por las calles vacías sin saber hacia
dónde ir. No tiene dinero, recuerda a su tía que vive relativamente cerca,
decide caminar en dirección a su casa. Camina y apresura su paso mientras sus
lágrimas se van mezclando con la lluvia.
Dos horas después de caminar bajo la lluvia llega a casa de su tía. Es más de media noche, su llamado urgente es atendido en cuanto la reconoce. La tía abre y la hace pasar de inmediato en medio del asombro que le causa mirar la manera en que llega su sobrina. La sienta en una silla le da una toalla y ropa seca para cambiarse. Escucha con atención lo que ha pasado. Le enoja la forma en que Regina fue lanzada a la calle con lo único que traía puesto. Le dice que tendrán que levantar un acta en el Ministerio Público y poner una demanda. Regina no quiere, dice que no quiere nada. Sólo llora, tiene miedo de su marido. Miedo de ese hombre que lenta y paulatinamente la hizo sentirse miserable e indefensa. La tía sugiere que por lo menos vaya por sus pertenencias personales, pero Regina tampoco quiere.
Cuando
su padre se entera, decide ir por ella y llevarla a su casa. Las hermanas de
Regina no están de acuerdo, ellas dicen que debe volver con su marido, a pesar
de que él fue quien precisamente la echó a la calle. De cualquier forma el
padre decide brindarle su apoyo. Pero le dice que tiene que estar siempre en
casa, porque no quiere saber de las murmuraciones de la gente del pueblo que es
tan dada a juzgar la conducta ajena. Que una mujer que ha fracasado en su
matrimonio no es bien vista por lo demás y los hombres le faltaran al respeto
si la encuentran sola en la calle.
Regina
no dice nada, después de todo, ella tampoco tiene ganas de salir a ningún lado.
Ni quiere hacer nada, ni hablar, ni conocer a nadie. Esta completamente
convencida de que su padre tiene toda la razón cuando le dice que ya nadie
querrá casarse con ella. Su tía es la única persona que la anima a distraerse y a comenzar una nueva
vida.
Pero
cuatro años tienen que pasar antes de que decida salir de su encierro
voluntario. Finalmente toma una decisión: irse de ese pueblo donde es señalada
como una mujer fracasada. Se traslada a una ciudad con unos parientes, busca un
trabajo y la vida comienza a transcurrir en un escenario menos gris, con gente
nueva, con el paso de los días, va reencontrando el gusto por la vida. No le
interesa una nueva pareja, pero por lo menos, se siente más ligera, más segura,
más tranquila.
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