LA TORMENTA
El cielo se ilumina con
relámpagos rojos sobre el horizonte gris. El viento suave y fresco de pronto se
torna violento y furioso, su paso veloz produce un rugido al rosar las hojas
del pino. Se levanta el polvo y las ramas que han caído de los árboles son
arrastradas hasta quedar atoradas en algún sitio. Un remolino que se desplaza a
gran velocidad de un lado a otro, como buscando algo, como un león desesperado.
Nubes oscuras y densas se
acercan rápida y amenazadoramente y sus
contornos se iluminan con los relámpagos. A lo lejos veo las ramas de los
árboles balancearse peligrosamente. Puertas y ventanas se azotan
inesperadamente. La gente sale de sus casas, mira el cielo e implora compasión
al creador. Las mujeres corren a tomar ceniza de sus fogones y con ella forman
cruces en sus patios, encienden cirios benditos para alejar todo mal de su
hogar. Los hombres lanzan cohetes o toman sus armas y lanzan disparos al aire,
esperando espantar o deshacer las nubes con balas.
Una vez que guardan las cosas
que quieren proteger de la lluvia, entran en su casa y preparan sus velas por
sí falla la luz eléctrica. La lluvia comienza con gotas enormes y heladas, pero
en un breve instante arrecia borrando todo el horizonte. Al mismo tiempo se
escucha el golpeteo del granizo al rebotar en el piso y las ventanas. Los
techos de lámina intensifican el ruido de la lluvia y se escucha el viento
arrastrando cosas y los árboles amenazando con derrumbarse. Las hojas de los
árboles se desprenden violentamente por la furia con que el granizo les cae.
Rápidamente se rompen y al caer son
arrastradas por ese río de agua que se formó en la calle.
El cielo está enojado, sus
rayos se escuchan como rocas chocando en el cielo. El estruendo hace cimbrar el
piso. Fugazmente los relámpagos producen un estallido de luz constante que
lástima los ojos y desgarra el corazón de miedo. Se escucha como si el techo
del mundo se cayera a pedazos. Vuelvo a ser una niña asustada que busca refugio
mientras aguarda la calma.
Afuera se oye correr el agua
en la barranca que se desborda inundando las calles, piedras, lodo, ramas,
basura son arrastrados inevitablemente. Después de una hora de lluvia intensa,
las nubes desaparecen. Poco a poco el cielo se limpia, una suave llovizna va
dando paso a la claridad del cielo azul. Los pájaros revolotean contentos entre
los árboles, cantan alegremente al tiempo que sacuden sus alas. Se posan sobre
los cables de luz celebrando una vez más
la vida. Los niños escapan del cuidado de sus madres y salen alegres a ver el
agua que corre en la barranca, a saltar en los charcos, a jugar con el lodo, a
extender las manos abiertas hacia el cielo sintiendo caer las últimas gotas de
lluvia.
Tras la tormenta, viene la
sinfonía del canto de los sapos y los pájaros, del gotear de agua de los techos
y árboles, de la risa alegre de los niños y del correr del agua en la barranca.
La primera gran tormenta de la temporada, el preludio del renacer de la selva,
el nuevo ciclo de siembra de las milpas,
el reverdecer de los cerros, el aroma a tierra mojada. Los techos y las calles
limpias y brillantes, intensifican su color, se rejuvenecen y contrastan
hermosamente con los vívidos colores de la naturaleza, con el follaje denso de
las plantas.
En las calles, los insectos
se arremolinan alrededor de la luz de los postes, su vuelo errático los lleva a
chocar contra las paredes de las casas, muchos mueren, pero algunos de ellos
dejarán la semilla para las siguientes generaciones.
Sólo una tormenta transforma
el paisaje, el clima, el color, el olor y la vida del hombre.
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