jueves, 28 de febrero de 2013

LA ESCUELA




LA ESCUELA

Juanito y Pedro son los dos hijos mayores de su familia, uno tiene  8 años y el otro 6.  Su padre, don Miguel, es un hombre muy duro, que enseña con rudeza a sus hijos el cultivo de maíz, fríjol y calabaza. Desde muy pequeños ellos lo han acompañado a sus faenas. La jornada comienza antes de salir el sol y termina al atardecer. Los niños no tienen un descanso, menos aún tiempo para jugar,  siempre hay demasiado trabajo por hacer. Los fines de semana van a cortar leña y el domingo muy temprano se van a venderla a un pueblo vecino que dista dos horas de camino. Su corta edad sólo les ha salvado del aún más rudo trabajo de extracción de la cal, en hornos cuyo fuego debe mantenerse encendido por tres días seguidos.

La infancia de Juanito y Pedro se desenvuelve en los primeros años posteriores a la revolución. Ellos provienen de una familia que durante aquélla época casi desapareció por completo. De hecho, su padre, don Miguel, vio morir a sus padres, tíos y a todos sus hermanos. Para sobrevivir se la pasó escondiéndose en los cerros o cañadas, pasando hambre, sed y frío, aprendiendo a no quejarse y a no expresar su dolor ante la urgencia de huir para salvar la vida. Cuando la paz llegó, don Miguel se sintió aliviado de tener al menos un techo seguro donde establecerse y formar una nueva familia con su esposa María. Su trato hosco y distante con sus hijos le permite no involucrarse emocionalmente con ellos, así es menos doloroso, en una época en que la mayoría de los niños mueren tempranamente, por alguna enfermedad, picadura de alacrán o incluso en el parto. Brindar a los hijos comida y techo, es un gran logro  para un hombre que durante su infancia nunca los tuvo.

Un día, en la cabecera del municipio se abrió una escuela primaria y los maestros  invitaron a los padres de familia a mandar a sus hijos a estudiar. Algunos niños se entusiasmaron con la idea de aprender algo diferente que les diera la posibilidad de tener una vida mejor.  Juanito y Pedro son enviados, no así su hermana que siendo la mayor de todos no se le concede esta oportunidad por el sólo hecho de ser niña.

Todos los días Juanito y Pedro salen de su choza muy temprano, les espera un largo camino hasta la escuela mas cercana, tres horas a pie. Ellos están muy ilusionados, pues su madre les ha dicho que estudiando se puede progresar, que deben ser hombres de letras, personas que sepan hablar y a quién los demás respeten,  y no como el indio “pata rajada” de su padre. Un hombre que ha tenido que partirse el lomo en el campo para darle de mal comer a su familia.

Los niños inician su aprendizaje con ahínco. Aunque no es fácil, tres horas de camino los deja con hambre, pero no tienen nada que comer. El padre no está muy de acuerdo en que sus hijos vayan  a perder el tiempo en ese lugar en donde no hacen nada, para él es más urgente llevarlos al campo, enseñarles a trabajar, a leñar y a todas las labores propias de hombres. Así que Juanito y Pedro sólo tienen el apoyo de su madre, y eso no es gran cosa, porque quien controla el dinero no es ella. Si uno de ellos necesita un cuaderno o lápiz y pide dinero a su padre, él responde: “y pa ´ qué quiere ir a la escuela, yo no sé leer ni escribir y no me he muerto de hambre”

Los niños no pueden replicar a su padre, sus palabras son incuestionables, pero siguen adelante. Un maestro en la escuela que sabe de su situación, les compra sus útiles. Pero un recorrido tan largo todos los días sin comida es demasiado para ellos. El hambre de cada día se une a la del día anterior, y en el estómago el hueco ya es muy grande. A veces les regalan un pan, a veces nada, entonces van a la llave de agua que está en el zócalo, beben, beben y beben para mitigar su hambre hasta llegar a casa. Son las cinco de la tarde cuando vuelven, sólo hacen una comida que consiste en tortillas y frijoles. Los días pasan casi iguales. Poco más de año y medio dura la perseverancia de Juanito, pero al final se rinde, deja la escuela y se va al campo a trabajar con su padre. Su hermano continúa un año más,  y después  también el hambre lo vence.  Juanito no es feliz de haber tenido que elegir entre morir de hambre con un poco de aprendizaje o trabajar en el campo con el estómago lleno, sólo sueña con que algún día sus hijos no tengan que escoger entre estas dos situaciones.

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