UN ENCUENTRO DESAFORTUNADO
Me
despierto con la garganta reseca y un poco cansada de la postura en que me
sorprendió el sueño. La noche es fría, el silencio es absoluto, eso me agrada,
últimamente ha habido tantas fiestas cerca de la casa y con la música a tal
alto volumen no he podido descansar bien. Pero hoy todo es quietud, agradezco
por ello. Me volteo entre las sabanas y me acomodo sobre la almohada. Tengo
mucho sueño y sed, pero no quiero levantarme a beber agua. De pensar que al
salirme de la cama se enfriará mi cuerpo y el sueño se me irá, elijo ignorar mi
sed y continuar durmiendo. Estiro mi pierna izquierda y siento un piquete
doloroso. Instintivamente alejo las sábanas de mí. Rápidamente me levanto y
enciendo la luz, reconozco por el dolor intenso que el causante ha sido un
alacrán. Ahora necesito encontrarlo para confirmar mi sospecha y para
deshacerme de él porque puede picar varias veces. Estoy tan enojada que lo he
sentenciado a muerte.
Comienzo
a buscarlo en las sábanas, no se ve nada, instintivamente él también ha corrido
a esconderse, no en vano su instinto lo ha ayudado a sobrevivir millones de
años en este planeta. Lo busco mirando detenidamente las sábanas, pero el dolor
del veneno dentro de mi pierna me hace detenerme. Es un dolor intenso y ardiente
como el fuego. Entonces me acuerdo que debo tomar algo para que su veneno no me
meta en serios problemas. A la mano, tengo un frasco de medicamento homeopático
antialacrán, tomo una primera dosis y continúo buscando. Miro el reloj son las
dos de la mañana.
Después
de sacudir el edredón y las sábanas, el insecto cae al piso y de inmediato
corre tratando de hallar un escondite. No hay piedad para él, es aplastado por
mi pie al instante. El dolor de la pierna es cada vez más intenso. Me cambio de
ropa tan rápido como me es posible para ir de inmediato al servicio de
urgencias en el hospital. Esta es la cuarta vez en mi vida que un alacrán me
pica, y sé por experiencia propia que, el veneno puede comenzar a hacer serios
estragos incluso después de una hora de haber sido inoculado. Si eso ocurre,
necesitaré un suero antialacrán. El hospital más cercano está a veinte minutos
en coche, así que lo más prudente es trasladarme hasta allá y esperar en
previsión de necesitar ayuda médica.
Sigo
tomando el medicamento homeopático cada diez minutos pero el dolor es continuo
y se incrementa a intervalos. Siento el hormigueo y entumecimiento en la
pierna. Me es difícil caminar y el dolor aumenta al tener que soportar mi peso.
Mientras me dirijo al hospital, no puedo evitar recordar las veces anteriores
en que me encontré en similar situación.
La
primera vez que tuve un desafortunado encuentro con uno de estos insectos había
regresado de llevar comida a mi padre que trabajaba en el campo. Cinco
kilómetros caminando de ida y cinco de vuelta, me dejaron cansada y llena de polvo. Aticé el fogón de leña para
calentar el agua para bañarme. Eran esos años en que en el pueblo no había agua
potable en las casas. No se podía usar más de una cubeta de agua para la
higiene personal. Al tomar el leño entre mis manos, sentí el piquete en el
dedo. Vi al alacrán corriendo en el leño para esconderse, lo tiré al piso y lo aplasté furiosamente.
Después comí lentamente varios dientes de ajo para evitar los efectos del
veneno. Para mi sorpresa me sabían dulces, no picantes. El hormigueo se
extendió por mi brazo, pero después de un rato comenzó a disminuir.
Pasaron
los minutos sin ningún signo de alarma y cuando había transcurrido una hora y
pensé que me había librado del peligro, comencé a estornudar repetidamente. En
menos de diez minutos sentí el hormigueo en todo el cuerpo, un mayor
entumecimiento, escurrimiento nasal, mareo, un fuerte dolor de cabeza, dificultad
para respirar y hablar, y la vista nublada. No había duda, necesitaba el suero
antialacrán de emergencia. Alguien de mi familia corrió a conseguirlo con un
vecino que siempre tenía una dosis disponible desde que años atrás perdiera un
hijo por el piquete de tan temible insecto. Todo el pueblo lo sabía y cuando
alguien requería el medicamento se lo pedía prestado, con el compromiso de
devolverlo a la brevedad.
En
menos de diez minutos no podía ni siquiera sostenerme de pie, de tan mareada
que me sentía. Tampoco podía distinguir las cosas y el dolor de cabeza era muy fuerte.
Vino mi hermana para aplicarme la inyección y al ver el estado en que me
encontraba, decidió administrarme el medicamento directamente en la vena. El
efecto fue inmediato, como por arte de magia, desaparecieron los estornudos, el
mareo, la dificultad para respirar y disminuyó el dolor de cabeza. El
hormigueo, entumecimiento y dolor en la zona aledaña a la picadura me duró por
lo menos una semana más. Un final feliz, gracias al vecino que siempre tenía
una dosis del suero lista para usarse.
Esperando
en el hospital, ha pasado casi una hora desde que recibí el pinchazo, parece que
el medicamento homeopático está funcionando. Una toma cada diez minutos durante
la primera hora. El hormigueo no se extiende, pero extrañamente el dolor en mi
pierna es muy intenso y siento un fuego que me quema. Me sorprende lo doloroso
que es, las tres veces anteriores no me dolió de esta manera. No sé si se debe
a la zona en que me picó, ahora fue en la pierna, en dos ocasiones anteriores
en la mano y una en el antebrazo. Me duele la pierna al caminar o con tan sólo
moverme. Me siento enojada de no poder tomar ningún medicamento para el dolor. Es
sabido por todos los que interactuamos con estos bichos, que cuando se ha sido
picado no se puede comer ni beber agua por varias horas para evitar los efectos
mortales.
Dentro
de mi pierna, alrededor de la zona en que recibí el pinchazo, los músculos comienzan
a contraerse y distenderse violentamente, parece que una serpiente estuviera retorciéndose,
me asombra como se ve. Después de una hora y media me voy del hospital, parece
que el peligro ha pasado, no así el dolor que no disminuyó nada. Tengo la esperanza
de que al calentarse mi pierna entre las sábanas podré relajarme y dormir. Idea
completamente alejada de la realidad, el dolor se intensifica en cuanto me
acuesto, envuelvo mi pierna con un par de toallas para darle más calor, pero no
sirve de nada. Me quedo quieta intentando evitar el dolor y sin dormir hasta
que amanece.
A
las ocho de la mañana me levanto a prepararme un poco de café con leche. Me
aplico un poco del jugo de una planta que los campesinos, y en especial mi
padre, usan para estas ocasiones. Después me pongo un poco de alcohol en la
zona afectada. Es un alcohol donde mi hermano, previamente puso a remojar todos
los alacranes que ha ido encontrando y que sirve para calmar el dolor. Mi madre
me da a beber un té de poleo para el mismo propósito. Cancelo por teléfono las
citas de trabajo que tenía para hoy. No me siento nada bien, camino con
dificultad y la cabeza y el cuerpo me duelen, así que me quedaré a descansar.
Tomo mi desayuno y al poco tiempo empiezo a sentir mucho calor, me acuesto y por
fin el dolor comienza a disminuir. Consigo dormirme algunas horas, aunque despierto
a intervalos y finalmente a las dos de la
tarde me siento mejor.
Por
fin me levanto, tengo la pierna entumida pero ya puedo caminar bien, aunque con
una ligera molestia al asentar mi peso. En la zona del piquete me salió un
pequeño salpullido. Siento todavía la cabeza embotada y con mucho sueño. En el
piso está el culpable de todo esto, ha quedado como una calcomanía por tantas
pisadas que ha recibido. En realidad, ahora que estoy más tranquila, reconozco
que nadie es culpable, él sólo hace lo que ha sido inscrito en sus instintos
por millones de años. Lo miro y pienso en él como una criatura desolada, sin
amigos. El instinto maternal de las hembras de su especie dura apenas dos
semanas, el mismo tiempo en que las crías cambian su traje transparente a su
color natural. Entonces, ellas los corren de su lado persiguiéndolos con su
amenazante aguijón y para que comprendan que el asunto va en serio, se comen a
algunas de sus crías, delante de la borrosa mirada de sus hermanos, acto que
les hace aprender una dura lección de sobrevivencia: no se pueden fiar ni de su
propia madre.
No
obstante la naturaleza desalmada de estos insectos, cuando se aparean bailan
por horas una hermosa danza entrelazando sus colas y tenazas, es el vals del
amor, que lo único que le falta es la música. Una danza que puede durar horas
antes de que la hembra dé el sí a su pareja. Y para cerrar con broche de oro,
en algunos casos, la hembra se almuerza al macho asegurando el alimento que
necesitará durante los días que no podrá cazar por llevar cargando en el lomo a
sus crías. Es una forma muy práctica de ahorrarse los juicios por pensión
alimenticia.
Después
de todo, no puedo quejarme, cuatro piquetes de alacrán en todo lo que va de mi
vida no es tanto, considerando que vivo en un lugar en donde hay demasiados.
Tampoco significa que quiera más. Hemos tenido muchos encuentros y la mayoría
no desafortunados. Alguna vez incluso, me bañé con uno de ellos en mi pierna
sin que me picara, otras veces me han caminado sobre la mano, caído en mí desde
el techo y en una ocasión llevé uno sobre mi pantalón puesto por más de una
hora. Me temen y les temo, es
inevitable. Coexistimos en un mismo espacio, ambos seguiremos peleando nuestro
territorio, no es un asunto personal, sólo es cuestión de sobrevivencia.