LOS DUENDES
Gerardo
era un joven de 19 años, aprendió el cultivo de la miel desde que era niño, al
lado de su familia. Tenía dispuestas varias cajas de colmenas a lo largo de los
cerros que rodeaban al pueblo. Con cierta frecuencia iba a revisarlas para
cerciorarse de que todas estuvieran bien. Parte de su trabajo era cerciorarse
de que las abejas no tuvieran plagas y enfermaran. Debía llevarles agua
azucarada en los meses de sequía, y dos veces al año se beneficiaba de la cosecha
de la miel. La cual por cierto, siempre era muy abundante y de buena calidad,
debido a la gran variedad de flores que existía en el campo.
Aquél día, era temporada de cosecha. Muy cerca
del cerro, él tenía distribuidas sus colmenas. Algunas veces se hacía acompañar
por algún amigo para realizar su trabajo, pero en esa ocasión decidió ir solo. Estaba
a punto de atardecer cuando llegó para recoger los bastidores que llevaría a su casa con la finalidad de extraerles la
miel. Y aunque ya empezaba o oscurecer, pensó que era mejor terminar el trabajo
ese mismo día, para no tener que regresar a la mañana siguiente. En una colina,
un poco alejada del camino por el que transitan los campesinos él realizaba en
su labor. Muy cerca había enormes árboles de amate, que con su espeso follaje y
altura hacían que la oscuridad llegara más pronto ahí. Por el costado del
camino corría un arroyuelo que sólo se llenaba de agua en la época de lluvias,
pero que a pesar de estar seco, una corriente de aire fresco provenía de su
cauce.
Muy
apurado, sacando los bastidores de la caja, Gerardo escuchó a la distancia
algunas voces que parecían de niños. Le pareció que eran muchos y que
probablemente habían tomado la delantera
a sus padres, quienes seguramente venían pasos atrás de ellos. Trató de hacer
mayor ruido para hacer notar su presencia y evitar que se asustaran al
encontrarlo inesperadamente. Pero ellos parecían no notar nada. Corrían
rápidamente acercándose cada vez más. Estaban muy cerca de él y ningún adulto
parecía venir acompañándoles.
Los
miró correr ágilmente sin que dejaran de reír. Su estatura era como la de un
niño de un año, pero su cuerpo era más delgado. Llevaban un gorro sobre sus
cabezas. Y entre todos venían arriando un caballo. Cuando el animal quería
desviarse a algún lado, varios de ellos se adelantaban con gran rapidez para atajarle el paso y así dirigirle hacía
donde ellos querían. Pasaron al lado de Gerardo sin mirarlo siquiera, su atención
estaba puesta por completo en el caballo. Siguieron avanzando hasta perderse
por la colina, después no se escuchó nada más.
Gerardo
todavía esperaba ver aparecer personas adultas, pero nunca apareció nadie.
Terminó su trabajo se fue a su casa, preguntándose cómo era que niños tan
pequeños corretearan solos a un caballo cuando estaba a punto de anochecer. Sólo cuando más tarde
contó el incidente a un hombre mayor, le dijo que lo que en realidad había
visto eran unos duendes. Que son criaturas pequeñas que rara vez se aparecen
delante del hombre, pero que suelen vivir en el campo, donde hay mucha
vegetación y cerca de algún nacimiento de agua. Son seres que sólo pueden ser
vistos por algunos humanos. Le explicó también que lo que en realidad iban arreando
no era un caballo, sino su tesoro, que llevaban a ocultar a algún lugar
diferente de donde estaba. Pero que como eran seres pequeños y no podían cargar
un tesoro tan grande, lo convertían en un animal para trasladarlo al lugar que
ellos querían.
Y
para finalizar, el señor le dijo a Gerardo que él podía haber seguido a los
duendes para averiguar a donde llevaban a esconder su tesoro. Para después
quedarse con él. Esto le dio escalofríos a Gerardo. Le parecía inconcebible
tratar de robar su tesoro a unos seres mágicos tan ágiles y tan astutos. Seguro
es, que si podían convertir un tesoro en un caballo para trasladarlo de un
lugar a otro, a él podrían convertirlo en cualquier cosa si se atrevía a querer
robarles algo.
Muy
pensativo se fue a su casa Gerardo, tratando se asimilar la experiencia que
había tenido. Cuando anteriormente otros campesinos le habían contado historias
similares de seres mágicos que viven en los bosques y en las cuevas, siempre creyó
que eran historias de borrachos o de gente loca. Y ahora él había sido testigo
de la existencia de ellos. En adelante estaría dispuesto a escuchar con mayor
respeto las historias de los encuentros de estos seres, duendes, hadas, ángeles
etc., con los hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario