lunes, 28 de enero de 2013

LOS DUENDES

LOS DUENDES


Gerardo era un joven de 19 años, aprendió el cultivo de la miel desde que era niño, al lado de su familia. Tenía dispuestas varias cajas de colmenas a lo largo de los cerros que rodeaban al pueblo. Con cierta frecuencia iba a revisarlas para cerciorarse de que todas estuvieran bien. Parte de su trabajo era cerciorarse de que las abejas no tuvieran plagas y enfermaran. Debía llevarles agua azucarada en los meses de sequía, y dos veces al año se beneficiaba de la cosecha de la miel. La cual por cierto, siempre era muy abundante y de buena calidad, debido a la gran variedad de flores que existía en el campo.

 Aquél día, era temporada de cosecha. Muy cerca del cerro, él tenía distribuidas sus colmenas. Algunas veces se hacía acompañar por algún amigo para realizar su trabajo, pero en esa ocasión decidió ir solo. Estaba a punto de atardecer cuando llegó para recoger los bastidores que llevaría  a su casa con la finalidad de extraerles la miel. Y aunque ya empezaba o oscurecer, pensó que era mejor terminar el trabajo ese mismo día, para no tener que regresar a la mañana siguiente. En una colina, un poco alejada del camino por el que transitan los campesinos él realizaba en su labor. Muy cerca había enormes árboles de amate, que con su espeso follaje y altura hacían que la oscuridad llegara más pronto ahí. Por el costado del camino corría un arroyuelo que sólo se llenaba de agua en la época de lluvias, pero que a pesar de estar seco, una corriente de aire fresco provenía de su cauce.

Muy apurado, sacando los bastidores de la caja, Gerardo escuchó a la distancia algunas voces que parecían de niños. Le pareció que eran muchos y que probablemente  habían tomado la delantera a sus padres, quienes seguramente venían pasos atrás de ellos. Trató de hacer mayor ruido para hacer notar su presencia y evitar que se asustaran al encontrarlo inesperadamente. Pero ellos parecían no notar nada. Corrían rápidamente acercándose cada vez más. Estaban muy cerca de él y ningún adulto parecía venir acompañándoles.

Los miró correr ágilmente sin que dejaran de reír. Su estatura era como la de un niño de un año, pero su cuerpo era más delgado. Llevaban un gorro sobre sus cabezas. Y entre todos venían arriando un caballo. Cuando el animal quería desviarse a algún lado, varios de ellos se adelantaban con gran rapidez  para atajarle el paso y así dirigirle hacía donde ellos querían. Pasaron al lado de Gerardo sin mirarlo siquiera, su atención estaba puesta por completo en el caballo. Siguieron avanzando hasta perderse por la colina, después no se escuchó nada más.

Gerardo todavía esperaba ver aparecer personas adultas, pero nunca apareció nadie. Terminó su trabajo se fue a su casa, preguntándose cómo era que niños tan pequeños corretearan solos a un caballo cuando estaba  a punto de anochecer. Sólo cuando más tarde contó el incidente a un hombre mayor, le dijo que lo que en realidad había visto eran unos duendes. Que son criaturas pequeñas que rara vez se aparecen delante del hombre, pero que suelen vivir en el campo, donde hay mucha vegetación y cerca de algún nacimiento de agua. Son seres que sólo pueden ser vistos por algunos humanos. Le explicó también que lo que en realidad iban arreando no era un caballo, sino su tesoro, que llevaban a ocultar a algún lugar diferente de donde estaba. Pero que como eran seres pequeños y no podían cargar un tesoro tan grande, lo convertían en un animal para trasladarlo al lugar que ellos querían.

Y para finalizar, el señor le dijo a Gerardo que él podía haber seguido a los duendes para averiguar a donde llevaban a esconder su tesoro. Para después quedarse con él. Esto le dio escalofríos a Gerardo. Le parecía inconcebible tratar de robar su tesoro a unos seres mágicos tan ágiles y tan astutos. Seguro es, que si podían convertir un tesoro en un caballo para trasladarlo de un lugar a otro, a él podrían convertirlo en cualquier cosa si se atrevía a querer robarles algo.

Muy pensativo se fue a su casa Gerardo, tratando se asimilar la experiencia que había tenido. Cuando anteriormente otros campesinos le habían contado historias similares de seres mágicos que viven en los bosques y en las cuevas, siempre creyó que eran historias de borrachos o de gente loca. Y ahora él había sido testigo de la existencia de ellos. En adelante estaría dispuesto a escuchar con mayor respeto las historias de los encuentros de estos seres, duendes, hadas, ángeles etc., con los hombres.

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