Hace
miles de años, hubo una ocasión en que el planeta atravesó por una larga era glaciar.
Los campos y enormes bosques se cubrieron de nieve. Grandes bloques de hielo se formaron en las
altas montañas y en el mar. Un viento
gélido azotaba cruelmente a cualquier ser vivo que se atreviera a caminar a la
intemperie. Muchos animales murieron y especies completas de ellos se extinguieron.
La sobrevivencia era extremadamente complicada.
En
ésa época el hombre ya había aprendido a cazar y cubría su cuerpo con las
pieles de sus presas, y a pesar de que encontró abrigo y protección en las
enormes cuevas de las montañas, los habitantes de la tierra comenzaron a
disminuir drásticamente ante el clima adverso y la dificultad para obtener alimentos.
Entonces comenzaron a organizarse en grandes grupos para aventurarse a salir en
la búsqueda de comida. Muchos de ellos no volvían nunca, víctimas del clima
helado y el hambre. Los que sobrevivieron se dieron cuenta de la necesidad unir
esfuerzos para el bien común.
Hicieron
lo que nunca antes habían hecho: decidieron compartir los pocos alimentos que
obtenían en sus expediciones. Comenzaron a acercarse los unos a los otros y a cuidarse entre sí. Dormían
los unos cerca de los otros para procurarse mayor calor en las largas horas de
la noche. El invierno era largo y la oportunidad de salir al exterior y
regresar con vida era casi nula. Se vieron forzados a convivir por mucho más
tiempo del que jamás habían estado. Ya no eran compañeros ocasionales que
permanecían juntos por una vez en algún refugio. Pronto comenzaron a conocerse
y a sentir la alegría de tener un compañero permanente, la tranquilidad de
sentirse protegido y el gozo de ser notable para alguien.
Y
así, cuando el hombre y la mujer notaron que la presencia de otro ser humano
hacía nacer un tibio fuego en su interior que le inundaba todo el cuerpo…se
descubrió el amor
Todos
salieron corriendo tan rápido como era posible. Tenían que esconderse, el
ejército venía en camino. El vigía que estaba apostado en lo alto del cerro les
había dado la señal. Sabían que en cuestión de treinta o cuarenta minutos ellos
llegarían. Todos los días eran así. También tenían que esconderse de los
revolucionarios y de los bandidos. Al final de cuentas todos hacían lo mismo,
se llevaban a los hombres para pelear, abusaban de las mujeres, se las robaban
y también les quitaban las pocas provisiones que tenían.
Ya habían
pasado varios años en esa situación, y durante todo ese tiempo lograron sobrevivir
escondiéndose en las cuevas, en lo más alto de los cerros. Tenían lugares
específicos en donde guardar sus provisiones y sus utensilios para
cocinar. Cuando les era posible
sembraban un poco de maíz en los lugares más ocultos. Pero a veces eran
descubiertas sus milpas y los dejaban sin nada. No sólo se robaban sus
provisiones, también las mujeres, se las llevaban sin que nadie pudiera hacer
nada. En el pueblo sólo quedaban ancianos, mujeres niños.
Teodora
creció así, huyendo continuamente a través de los cerros, ella y su hermano eran
los únicos sobrevivientes de toda su familia, sus demás hermanos murieron de
hambre, su padre se fue con los revolucionarios y no había vuelto. Como todas
las mujeres jóvenes y bonitas se llenaba de lodo y tizne para no llamar la
atención de ningún hombre. El cabello despeinado y sucio, la ropa desgarrada,
los pies descalzos, pero aún así le gustó a un coronel del ejército. Cuando
ellos entraron al pueblo, ella había corrido para esconderse, pero no pudo
hacerlo tan rápido, días antes se lastimó el pie, cuando al saltar una cerca
una piedra le cayó encima. Los hombres a caballo la alcanzaron sin dificultad.
Habrían abusado de ella, pero el coronel los detuvo y decidió quedársela. Nadie
podía oponerse a su voluntad y se la llevó muy lejos.
Por muchos
años no se supo nada de ella. Tiempo después de que la revolución terminó, cuando
ya nadie la esperaba, un día volvió. Llegó pálida y flaca. Sólo dijo que se
había escapado y a nadie le contó lo que al lado del coronel vivió. Desde
entonces su vida consistió en trabajar su parcela, sembrando maíz y flores de
gladiola que después salía a vender. Siempre estaba callada, una profunda tristeza se notaba en sus ojos
negros. No lloraba, no hablaba, sólo su mirada vacía, perdida, y, su silencio insinuaba el dolor de
su alma.
No tenía
amigas, ni le gustaba conversar, elegía un encierro voluntario en su
cuarto. Ahí en esa habitación de paredes
gruesas y descarapeladas de viejas,
pasaba las horas de la tarde. De un palo entroncado en la esquina
colgaban los pocos vestidos que tenía. Un lugar oscuro con un piso de tierra.
Un par de sillas eran todos sus muebles y unos cuantos trastos se sostenían de
clavos en la pared. Desde el techo de teja alto, pendía un canasto donde
guardaba sus escasas provisiones. Apenas un poco de carne seca, frijol, arroz,
azúcar, café y pan. En la tarde se la
veía preparando en su fogón de leña la comida en una olla de barro y su café. A
veces remendaba sus ropas que ya estaban muy viejas. Hacía todo sin prisa, con
infinita paciencia. Y aunque vivía en la casa de su hermano ella prefería
siempre estar sola. A veces algún sobrino pequeño se asomaba curioso a ver que
estaba haciendo, no lo regañaba, pero su trato era hosco y podría decirse que
hasta indiferente. Pronto los niños aprendieron a mantenerse alejados, les
parecía extraña.
Pasaron los
años y ella se mantuvo alejada de cualquier persona, no quiso volver a casarse
a pesar de que era una mujer hermosa y tuvo oportunidades. No deseaba saber
nada de los hombres y parecía no querer saber nada de nadie. Lo que sucedió durante
el tiempo en que fue raptada jamás nadie lo supo. Sin duda era un secreto que
empañó su alma. No se le vio reír nunca, ni se le vio ilusionarse con nada. A
veces alguien de la familia se acercaba con la intención e conversar, pero ella
era parca en sus respuestas, cortante. No era grosera, pero se mantenía
distante, no quería compartir el tiempo
ni las palabras.
Un día se
siguió al otro, la misma rutina todos los días. Hacía sus labores con precisión
y destreza. A media mañana tomaba un descanso sentada sobre una piedra y su
mirada se perdía en el horizonte. Miraba sin ver o quizás lo que veía no estaba
fuera sino dentro. En ese lugar donde se quedan guardados los momentos más
buenos y más malos. Donde el fuego de las heridas seguía ardiendo. Comía por
comer, como si el gozo de la vida se hubiera ido hace tiempo. Sólo lo
suficiente para mantener el cuerpo.
Los años
pasaron lentos, nadie jamás la vio quejarse. Nadie tampoco vio una sonrisa en
sus labios. Su piel envejeció y el
cabello adquirió el color gris de su alma. A veces enfermaba y sin poder
trabajar se quedaba sin dinero. Entonces para comprar comida sacaba una moneda
de oro que nadie supo de dónde obtenía. Lento, llegó el momento en que el
tiempo venció al cuerpo. Recostada sobre su petate esperó el final de sus días.
No había pesar, ni miedo en sus ojos. El último respiro dibujó el alivio en su
rostro. Al fin sereno, esa helada mañana de enero. Ese día que sabía, era el
último.
No
sé cómo pasó. Todo fue tan repentino, tan
inesperado. Y ahora es tan extraño todo esto que siento. Quiero
hablarles y les hablo, pero de mi boca no sale ningún sonido. Pronuncio las
palabras, pero no se escucha mi voz. Es extraño yo sí los escucho pero ellos a
mí no.
Mi
madre está llorando, está llorando mucho, muy fuerte, como si algo le doliera
demasiado. Me llama por mi nombre y yo voy a su lado rápidamente, pero ella no
me ve ni me oye. Todos van de un lado a otro. Todos lloran no sé por qué, yo
estoy aquí. Pero, ¡que extraño es esto, ya no me duele nada! Ese dolor de
espalda desapareció de pronto. Ahora me siento ligera, tan ligera como una
pluma. Y sí, así es, puedo desplazarme con la misma facilidad con la que una
pluma es sostenida por el viento, pero lo hago muy rápidamente. Tanto que no
puedo controlarlo.
Cuando
escuché llorar a mi madre, corrí para ver qué le pasaba. Salí rápidamente de mi
cuarto y…no sé por qué, pero no pude detenerme. Mi cuerpo es demasiado ligero.
De pronto estaba flotando en lugar de caerme por las escaleras. Me sorprendí. ¿Por
qué de pronto estoy flotando? Y todos lloran y hablan sobre mí. Hay demasiada
gente en la casa, están haciendo preparativos como si fuera una fiesta. No
recuerdo que mi familia fuera a celebrar algo. Y todos hablan sobre mí. Escucho
sus conversaciones y sus pensamientos también. Aunque no logro entender lo que
dicen, porque todas las palabras se superponen, sin que pueda entender con
claridad.
Dicen
que fue muy difícil rescatar el cuerpo, tardaron horas en sacarlo de la
barranca. Dan detalles sobre las maniobras que tuvieron que realizar. Todos
hablan de lo mismo, y de la manera en que se han enterado. Llega más gente, en
verdad se ven acongojados. Sus pensamientos expresan su tristeza. Pero hay
algunas personas que sólo vienen a enterarse de los detalles del accidente,
sienten una gran curiosidad. Quieren ver cómo reacciona mi madre ante esta situación
inesperada. Dicen que no pueden creerlo y todos confirman ésta idea. Coinciden en
señalar que no había ninguna razón para que esto sucediera.
Otra
vez esta aquí mi madre, llora desconsoladamente, la gente llega y la abraza. Le
dicen que la acompañan en su dolor. Pero, ¿qué es su dolor? Me quedo muy cerca
de ella para escucharla con claridad, sin que me interrumpan las demás
conversaciones. Ella derrama lágrimas con cada persona que viene a verla.
Piensa que se ha quedado sola, no esperaba que esto sucediera. Llora por éste
imprevisto. Por la forma en que me fui contra su voluntad. Siempre estuvo
pendiente de que nadie que pudiera llevarme de su lado se acercara a mi. Hizo
mil cosas para aislarme de la gente. Ni siquiera le gustaba que tuviera amigas.
Me quería completamente a su servicio. Ahora lo comprendo. Veo cómo ella se
encargó de que no volvieran más. Quería que yo me dedicara sólo a ella, que la
cuidara, que estuviera pendiente del más mínimo de sus deseos. Se esmeró en que
yo aprendiera a cocinar sus platillos favoritos. Me quería a su servicio para
siempre.
Yo
quería estudiar medicina, pero ella me mandó a la escuela de modistas, dijo que
la sangre le horrorizaba y que yo tenía que estudiar algo que fuera propio de
mujeres. Ella quería que su hijo fuera el del éxito, como mi padre, era quien
debía poner el apellido de la familia en alto. Pero a mi hermano le gustaba más
divertirse. Por años fingió estar estudiando. Mi madre le depositaba dinero en
el banco para pagar su escuela y él lo gastaba en francachelas con sus amigos,
ella no lo supo hasta que al final de la carrera que se supone tendría que
haber estudiado, él se fue al extranjero para evitar ser confrontado. Lo buscó
por mucho tiempo, sin importarle que la hubiera estafado. Era su hijo adorado.
Él no quiso saber nada de la familia. Tiempo después algunas personas que
volvieron del extranjero dijeron haberlo visto trabajando pasando
indocumentados en la frontera. Y se fue a buscarlo, sólo para escuchar que no
le interesaba volver, que era más feliz viviendo del otro lado, viviendo del
modo americano. No le importaron las lágrimas y las súplicas de mi madre. Le
rogó hasta el cansancio, y después tuvo que volverse con el orgullo pisoteado y
con la amargura derramándose a cada palabra.
Descargó
su furia conmigo, como si yo hubiera sido quien la defraudó. Desde entonces
dijo a todo mundo que no quería saber nada de su hijo ingrato, pero todas las tardes
lloraba ante su foto encerrada en su cuarto. Le molestaba la felicidad de
otros, sobre todo la mía. Hizo todo lo posible para que mi vida fuera tan
amarga como la suya. Nunca entendí el
motivo de su desamor. Me culpaba de todo, hasta de lo que ella hacía mal. No importaba
cuanto me esforzara en complacerla, nunca estaba satisfecha. Siempre encontraba
algo de lo cuál quejarse. Fui como ella me pidió que fuera. Hice todo cuanto
ella quiso y jamás llegó a ser suficiente. No hubo manera de ganarme una migaja
de su afecto y me cansé de su desaprobación reiterada. Pero no, no me suicidé
como toda esta gente dice. Yo no estaba harta de la vida, sólo estaba harta de
ella. Demasiado harta para soportarla. Sólo quería irme lejos para ver si así me
extrañaba un poco, para ver si mi ausencia me daba un pequeño lugar en su
pensamiento y en su corazón.
Tomé
las llaves de la camioneta en la noche, para irme mientras ella dormía, quería
que en la mañana cuando ella se diera cuenta de mi partida hubieran pasado
demasiadas horas como para poder encontrarme fácilmente. Es cierto que no
empaque ropa, no estaba dispuesta a seguir usando nada de lo que ella había
elegido para mí. Iba a iniciar una vida nueva donde nadie me conociera, donde
pudiera empezar completamente de cero, donde por fin pudiera ser yo misma. Es
mentira que me venciera el sueño y el cansancio. Iba muy atenta, pero la curva
era muy cerrada, un tráiler en sentido contrario invadió mi carril, me sacó de
la carretera, y caí vertiginosamente a ese barranco tan profundo. Es lo último
que recuerdo…después simplemente estaba
aquí delante de toda esta gente.
Ellos
no me ven, no me oyen y yo no puedo
tocarlos. Ahora puedo escuchar todos sus pensamientos y deseos, pero ya no importa. Se acabó el
tiempo, debo irme. *VIDEO SONG: TRANSMUTATION, DINO SALUZZI _BANDONEÓN, ANDINA : ECM