Se fueron, me dejaron sola y aquí la noche es muy oscura,
nunca me gustó la noche, está llena de ruidos desconocidos. Todos los ruidos se
escuchan en cuanto comienza a oscurecer, ruidos de animales que durante el día
no puedo escuchar. ¿Será que durante el día los animales y los insectos
duermen?O, ¿el bullicio de los carros y la gente no me deja oírlos?No lo sé con
certeza, pero yo imagino que están agotados por el sol despiadado que calcina
la tierra y la agrieta, la abre, la parte. De esos largos campos secos, llenos
de hierbas urticantes y espinosas, sale un vaho caliente, la tierra hierve,
quema mis pies a pesar de los zapatos. Mis pies arden dentro de ellos, me
acaloran, quisiera estar descalza sin el sudor entre mis dedos, pero no es
posible. El sol quema, quema la tierra, la hierba, la piel.
Sí, mi piel está caliente, muy caliente, me arde, se pone
roja y el cabello también. La cabeza parece a punto de incendiarse, a punto de
explotar, me cubro para aliviar el ardor en la piel. Y el aire, que hasta hace
pocos días, era la esperanza de refrescarse, ahora es agobiante. En el campo,
cerca de la montaña, cerca de los enormes arboles, el aire me traía frescura,
pero aquí, en esta ciudad sobre poblada, llena de casas y vacía de arboles y
plantas, el viento arde, es una ráfaga caliente que se levanta desde el
pavimento de la calle. No hay donde refrescarse. La ropa me incomoda, pero sin
ella mi piel arde.
El agua, pienso en el agua, sí, esa debe ser la única
opción mientras pueda, mientras esté en la casa. Lleno una tina de agua y me
sumerjo en ella por un momento, el alivio es inmediato, completo, placentero.
Por fin, mi cuerpo deja de arder, deja de sudar. Y el sudor, también es irritante,
escurre desde la cabeza, la sal se acumula en la frente,en el cuello. Un sudor
salado, muy salado, me sorprende la cantidad de sal que mi cuerpo elimina, pues
no soy de las personas que abusan de la sal. Pero me sale más sal que si fuera
un animal de mar. De niña imaginé que a los peces no había que cocinarlos con
sal, puesto que si venían del mar debían de estar salados. Pero yo no vengo del
mar, ¿o sí?
Según la teoría evolutiva los hombres, y claro las
mujeres, venimos del mar. La mujer que vino del mar, así me decía uno de mis
novios, nunca le pregunté por qué, tal vez no quería escuchar la respuesta, no
quería romper el encanto, quería conservar una metáfora sobre mí. ¿Y si lo decía
por mi sudor salado? ¡Ah, qué importa! La razón por la que lo dijera es
irrelevante. Importa cómo me sonaba a mí, importa que me parecía como venir de
un mundo inmenso, profundo, misterioso, insondable. ¿qué significaba para él?
No lo sé, ni quiero saberlo. Es mejor así, de sobra sé que hombres y mujeres no
nos ponemos de acuerdo.
Quizás por eso, entre un hombre y una mujer, es mejor
hablar con metáforas, decir cosas que no puedan ser interpretadas literalmente,
usar un lenguaje poético, un lenguaje que pueda ser leído y sentido con ayuda
de una mirada, de un tono sensual, de un volumen suave. Quizás por eso, nos
entendíamos tan bien al principio, él me escribía poemas, muchos poemas y yo le
escribía a él. Y lo que cada quién trataba de decir con ello, es mejor
mantenerlo en el misterio, en la fantasía, en secreto.
Así es el juego de la seducción, un juego de apariencias,
de sonrisas, de miradas, de complacencias, de ilusiones. Y después,
después…después la realidad se atraviesa, se impone, secuestra la imaginación,
la encarcela, la ata y a veces, muchas veces, la extermina.
Por eso construyo ese mundo hermoso en mi mente, en mi
imaginación, en mi pensamiento, como esa tina llena de agua en la que me meto
para refrescarme del agobiante calor. Cuando pelee con él, cuando estemos en
desacuerdo, cuando estemos hartos y cansados el uno del otro, seré esa otra
mujer, la que vino del mar, la que él soñó, de la que se enamoró desde la
primera vez, usaremos la metáfora. Él la mirará a ella y yo seré ella, la que
sonríe, la que se ilusiona, la que puede amar sin tantas explicaciones.
Quizás los animales y los insectos buscan también una
metáfora, pero no tienen una tina de agua donde refrescarse, donde relajarse,
donde descansar del sol agobiante. Y sólo en la noche oscura, pueden cantar
fuertemente sin que el sol candente los tueste, los calcine, los aniquile.
¿Buscan una pareja que los acompañe en la noche oscura? Su canto, ¿es un canto
de amor?,¿huyen también de la soledad como los humanos?
Parece que sí, buscan desesperada mente una pareja, pero no
por miedo a la soledad como los hombres, sino por la necesidad urgente de
perpetuarse, de procrear, de reproducirse, de conservar su especie. La mayoría
tienen una vida muy breve, unos pocos días, o incluso horas. Están en una
carrera contra el tiempo siempre. Ellos cantan, cantan muy fuerte, un canto que
es un llamado, un llamado de amor que tiene que hacerse escuchar.
Y yo, por la noche prefiero el silencio y a veces,
también la soledad. Me meto en la tina, dentro del agua tibia, cierro los ojos
y vuelvo a ser… la mujer que vino del mar.
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