¿DÓNDE ESTÁN?
El día es caluroso
con un cielo azul claro. Un cielo que ha sido lavado por las copiosas lluvias
de temporal. Las nubes blancas como el algodón se miran sobre nosotros. En un
pequeño pueblo, varias personas se han reunido en el atrio de la iglesia para
recibir una delegación de Ayotzinapa. Sí, familiares y compañeros de los
estudiantes muertos y desaparecidos desde el 26 de septiembre de 2014. La
mayoría de los presentes son nativos de este lugar, pero otros vienen de fuera.
Entre ellos, miembros de organizaciones no gubernamentales, organizaciones de
pueblos indígenas, reporteros y gente que viene a mostrar su solidaridad con
esta delegación. Algunos de ellos, portan las camisetas solidarias alusivas al
tema de Ayotzinapa, otros llevan una camiseta de su organización o trabajo, que
los identifica.
Fuera de la iglesia
se instalaron bancas y sillas. Una mesa está al frente con un jarrón de flores
al lado. Alrededor de ella, se colgaron las fotografías de los estudiantes
desaparecidos, de los que murieron, y de los que están muy gravemente heridos.
En la calzada principal que lleva a la
entrada del edificio se colocó una manta de bienvenida, con una leyenda que se
ha hecho famosa: “Nos enterraron, sin saber que éramos semilla”, va acompañada
de un dibujo de un árbol en cuyas raíces se distingue una figura humana
encogida.
Se esperaba la
llegada de la delegación a las doce del día, pero diez minutos después de la
hora, se recibe un mensaje de que vienen un poco retrasados. La gente aguarda,
salen a la calle para esperarlos por la avenida principal. En el kiosko de la
iglesia se encuentran lista la comida que ha de compartirse con ellos. Todo ha
sido donado voluntariamente por la misma gente del pueblo.
Después de veinte
minutos, se dice que ya vienen llegando. Pronto aparecen varios coches y
camionetas, de uno de ellos, bajan los delegados de Ayotzinapa. Se trata de la señora Berta Nava, su esposo
Tomás , ambos padres de uno de los estudiantes muertos a balazos en aquélla noche
del día 26. Y está con ellos, un estudiante de la normal, su nombre es Erick, un
joven de 19 años.
Apenas bajan de una
camioneta son recibidos por una de las señoras mayor edad en el pueblo. Les
pasa un sahumerio con copal alrededor del cuerpo, en tanto, les dice algunas palabras de bienvenida y de
consuelo. Ellos agradecen la bienvenida. Saludan a todos en voz alta, mientras
los flashazos de las cámaras no se hacen esperar. Se les indica que caminen
hacia la iglesia en donde se les dará la bienvenida formalmente.
Avanzan a paso
normal, en tanto toda la gente va al lado
y detrás de ellos. Por supuesto, alguien entre la gente grita la
consigna: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! Llegan a la entrada principal del atrio, a lo
largo de la calzada se han encendido veladoras y varios niños les esperan
formando una vaya. Ellos siguen avanzando entre gritos de consignas, hasta
llegar a la mesa en donde se han instalado los micrófonos.
En ese momento toma
la palabra una joven estudiante de la localidad, quien con palabras de
solidaridad reitera su apoyo a esta delegación y a los estudiantes de
Ayotzinapa, señalando lo lamentable que es que los estudiantes sean masacrados
no sólo en este país sino en otros lugares del mundo. Otra persona también dirige unas palabras, reseñando
brevemente la historia de esa localidad
y señalando que ahí también se ha luchado valientemente y ha habido
momentos críticos, por lo que apoyan su lucha contra esta injusticia y abuso de
poder del gobierno.
Enseguida se les
cede el micrófono a la delegación para que compartan su testimonio. Toma la
palabra la señora Berta señalando que si ellos vienen a compartir su testimonio
personalmente, es para que la gente sepa,
lo que el gobierno quiere ocultar. Porque para ellos, dice, ya no hay
nada que hablar, quieren dar carpetazo al asunto, que la gente olvide, para
seguir cometiendo actos ilícitos impunemente. Pero desde que los estudiantes desaparecieron
y hasta la fecha, los padres y los estudiantes han estado exigiendo que se les
diga dónde están los muchachos. Los padres piden al gobierno respuestas, en
base a sus derechos que, reiteran una y otra vez, han sido pisoteados.
El gobierno, les
han dado versiones de los hechos que no pueden sustentarse con pruebas. Les han
dicho que los estudiantes han sido masacrados, que los subieron a unas
camionetas para llevarlos a un determinado lugar y que muchos de ellos no
aguantaron, que no llegaron vivos.
En otra versión,
les dicen que los llevaron a un risco y que ahí les dieron un balazo. Pero
ellos mismos se contradicen, y los
padres piensan. ¿Para qué gastar balas
en alguien que ya está muerto? Y si los aventaron del risco, tampoco hay
pruebas de ello, no hay evidencias de su piel, de su ropa, de todas las cosas
que llevaban. Todas las versiones que se han dado, es sólo un teatro montado para no decir la verdad. Por
eso los padres siguen luchando y lo seguirán haciendo.
Como padres de los
estudiantes desaparecidos, describen su situación como estar muertos en vida.
Siempre en zozobra, preguntándose ¿cómo se puede vivir sin saber qué ha pasado
con sus hijos? Y no hay justicia para ellos. ¿por qué? Por el hecho de haber
nacido en un petate o en un cartón. ¿Es por eso que no tienen derechos? Declara
doña Berta, sin que pueda evitar derramar lágrimas de indignación, de
impotencia, de dolor.
Mira a los niños y
a los jóvenes presentes, y señala que su hijo no era distinto, habla de los
deseos que tenía de estudiar, de tener una profesión y una vida mejor, de los
sueños que ya no podrá alcanzar. Un joven sano de nobles ideales, que no estaba
involucrado en el crimen ni las drogas. Él y sus compañeros sólo trataban de ser
mejores personas. Su hijo soñaba con tener una profesión, para desempeñar un
trabajo honesto, para ahorrar dinero y poder comprar un pedazo de tierra en
donde pudiera construir su casa, para tener un lugar propio, un lugar de donde
nadie pudiera correrlo.
Escuchamos también
el testimonio de don Tomás, su sentir no es diferente, ni su dolor es menos que
él de su esposa. Aunque a él las palabras no le brotan con la misma facilidad.
Ellos dos, junto con otros padres y estudiantes normalistas han formado
delegaciones que se presentan constantemente en distintas localidades de la
república y aún fuera del país. Su propósito es ofrecer directamente su
testimonio sobre los hechos ocurridos. Han recibido el apoyo de asociaciones no
gubernamentales y de la misma población en los distintos lugares en que se
presentan.
Y después
escuchamos al joven estudiante de segundo grado de la escuela normal. Tiene tan
sólo 19 años, en su rostro hay todavía muchos rasgos infantiles. Un joven
delgado y con una mirada llena de determinación. Nos relata cómo se enteraron
él y los alumnos de la escuela normal del ataque perpetrado a sus otros
compañeros de primer grado. A él, dice, no le tocaba ir porque ya está en
segundo grado y tiene responsabilidades diferentes. Sólo al primer grado le tocaba salir a botear
para reunir el dinero y conseguir los autobuses para ir a la marcha
conmemorativa en la ciudad de México por la masacre de los estudiantes del 2 de
octubre de 1968 en Tlatelolco.
Este joven se ha
presentado también en distintas localidades. Él como todos los estudiantes de la escuela normal, es de una
familia de bajos recursos. Esa escuela es su única opción para alcanzar un
futuro mejor. Desde niño ha tenido que trabajar para ayudar con la economía
familiar. Su juventud y su complexión delgada, podrían hacer pensar en una persona
frágil, pero en cuanto comienza a hablar, en sus palabras hay una rotunda
determinación a seguir luchando por saber la verdad sobre sus compañeros. A
pesar de lo que le hicieron a sus compañeros, él no tiene miedo, y reitera su
convicción de apoyar a sus compañeros,
ahora como antes de lo ocurrido en iguala.
Relata un poco la
forma en que se organizan los estudiantes de la escuela normal. Ellos son
educados en el compañerismo. Les enseñan a preocuparse por los demás, no sólo
por sí mismos. Para ellos la represión del gobierno no se estudia en los libros
de historia, ni se lee en los periódicos, es una realidad con la que se
encuentran con demasiada frecuencia como miembros de la escuela y de las
comunidades, en las que el gobierno les quiere expropiar (o
arrebatar) sus tierras. Ellos lo saben por su propia experiencia histórica,
siempre han tenido que defenderse del gobierno. Por lo que parte de sus enseñanzas, es que cuando
un compañero desaparece, deben buscarlo hasta encontrarlo.
Hoy, a poco más de
dos años del tiroteo de iguala contra los estudiantes, y en el que 43 de ellos
fueran desaparecidos, la situación no ha cambiado mucho. El gobierno quiere
imponer a toda costa su verdad histórica, aún y cuando tal verdad, es
insostenible. Si bien la ONU ha hecho presencia, esto tampoco ha implicado
ningún avance en el esclarecimiento de los hechos. Los dos jóvenes que
resultaron heridos aún no se recuperan, uno de ellos él más grave, Aldo aún se
encuentra hospitalizado y su recuperación que parecía imposible, hoy ha tenido
progresos. Cuando le hablan, él parece escuchar lo que le dicen, y tiene
algunos movimientos, por lo que, la esperanza de su mejoría crece.
Para la familia de
Aldo, sin embargo, todo este proceso ha sido díficil y costoso. Pues aunque el
gobierno presume de que le dan ayuda económica, en realidad no ha sido así. Los gastos de todo
su tratamiento han sido costeados por la familia, que ha podido hacerlo con la generosa ayuda
de muchas personas que los apoyan constantemente. Tal es el caso de Doña Bertha
Nava, que el día del cumpleaños de su hijo masacrado, quien tenía que haber
cumplido veinticinco años, organizó un evento para recabar dinero. Ocho mil
pesos fue lo que obtuvo y que entregó a la
familia, quienes tienen que comprar un medicamento que les cuesta tres
mil pesos y además, tienen que trasladarse continuamente de Oaxaca que es donde
viven, a la ciudad de México que es
donde se encuentra hospitalizado Aldo.
Edgar, otro de los
chicos que sobrevivieron aquella noche del 26 de septiembre, también ha hecho
lo posible por retomar su vida. Con gran orgullo para su familia y compañeros, acaba de graduarse de la
Escuela Normal, a pesar de que su recuperación todavía está en proceso, pues
recientemente también le hicieron una cirugía de la boca. Al igual que la
familia de Aldo, no ha recibido tampoco ninguna ayuda por parte del gobierno.
La lucha por los
jóvenes desaparecidos continúa, a pesar de que todo el proceso está estancado,
y el gobierno se mantiene en la misma postura de sostener su verdad histórica.
El reclamo es también por los jóvenes que fueron heridos y a quienes el
gobierno no les ha hecho justicia, pues no hay
nadie a quien se le haya responsabilizado por las condiciones en que se
encuentran, ni que pague por los
costosos tratamientos que necesitan. Hoy ellos requieren que su voz se escuche
y requieren también de la ayuda económica de quienes puedan y quieran apoyarlos.
Las distintas
delegaciones, siguen haciendo recorridos por todos los lugares que es posible,
y en todos lados la población se solidariza con ellos. La experiencia de los
padres, no es ajena al país, en el que se cuentan más de veintiocho mil
desaparecidos. ¿Dónde están? Esa es la pregunta que los familiares, esperan les
sea respondida. Hoy en la víspera de día de muertos, ellos siguen muriendo de
angustia, de zozobra, viviendo a medias. Sin su presencia, sin sus cuerpos, sólo les
quedan las fotos, los recuerdos, la añoranza de lo que ya no podrán ser sus
hijos.
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