EL AMANECER
Son las
cinco de la mañana, la oscuridad es total. Me levanto y me abrigo, tomo mi
lámpara y comienzo a caminar por un sendero serpenteante que se eleva sobre la
ladera del cerro. Camino sin prisa, me detengo constantemente para recuperar el
aliento. Sonrío para mí misma. Voy a lograrlo una y muchas veces más. Aquél
médico que dijo que no había cura para mí, ahora me parece la persona más
estúpida e ignorante del mundo. Su limitado conocimiento le impide ver la
infinidad de posibilidades de sanación que hay en nuestro universo.
Me
detengo brevemente durante el ascenso, cada uno o dos minutos, cuando siento
que el oxígeno me es insuficiente. Tengo conmigo un gotero de oxígeno líquido,
un terapeuta de medicina alternativa me lo recetó. Y en verdad es efectivo.
Tomo diez gotas debajo del paladar y casi instantaneamente, siento mi cuerpo
recuperarse.
Después
de aquélla bronquitis de más de dos meses, mi capacidad respiratoria era
insuficiente. Pero poco a poco, el oxigeno líquido, mis ejrcicios de yoga y
muchas cosas más me permitieron recuperarme, contra todo pronóstico médico.
Después
de cinco años de haber recibido ese terrible diagnóstico, mi salud está mucho
mejor que antes. Ahora no enfermo más de bronquitis, apenas si tengo uno o dos
resfriados leves al año, puedo comer nieve o tomar bebidas frías aún cuando el
clima es frío sin enfermarme. Resisto los cambios bruscos de temperatura sin
problema.
Me alegro
de no haberme dado por vencida, de buscar todas las opciones, hasta encontrar
las que podían ayudarme. Y agradezco a Dios el haber puesto en mi camino a todas
las personas sabias que tuvieron la disposición y generosidad para brindarme su
ayuda. Mi situación era en verdad terrible, enferma, sin dinero y sin poder
trabajar. Si es verdad que hoy no tengo riquezas, apenas lo necesario para
vivir, pero estoy lo suficientemente fuerte para trabajar. No puedo trabajar
demasiadas horas, pero puedo hacerlo. Estoy viva, mucho más de lo que ese
soberbio e ignorante médico dijo que estaría.
Cada vez
que subo una montaña lo pienso, pienso en que lo haré todavía muchas otras
veces, hasta que verdaderamente no tenga el suficiente aliento para hacerlo.
Haré las cosas que desde hace muchos me gusta hacer, y otras que no sabía que
podía hacer tan bien. Como la escritura, ese talento que ni siquiera imaginaba
que podía desarrollar tan rápidamente y que fuera a gustar tanto a tanta gente.
Hoy he
venido a disfrutar el amanecer sobre el mar. Desde este cerro puedo ver hacia
el este una playa, y a mi derecha el infinito mar. Las olas van y vienen con su
ritmo tranquilo. La oscuridad es densa, pero esta bien para mí, puedo escuchar
los ruidos de la naturaleza tal cual son, sin los ruidos humanos y de todos los
aparatos que ha creado.
En el
oscuro mar puedo mirar algunas luces de color azul fluorescente, se desplazan
de un lado a otro. Imagino que es un pez desconocido para mi. El mar luce
tranquilo, y a pesar de ello, las olas se estrellan con violencia en las rocas.
Me gusta este sonido. Siento la brisa fresca y salada sobre mi rostro. Pienso
que este es un buen lugar para encontrar a Dios. ¿Que prueba más grande
necesito para sentir su presencia, aparte de esta belleza?
Anoche
antes de dormirme, caminé por la playa. Mi alma nunca se llena de sentir mis
pies hundirse en la arena tibia y mojada. La oscuridad, permitía ver las
estrellas tan grandes y tan cerca como nunca antes las había mirado. Las miré
por mucho rato, deseando que este momento durara para siempre, con una inmensa
alegría y con tristeza también, porque no sé si algún día volveré a tener una
oportunidad igual.
Poco a
poco el día comienza a clarear, la oscuridad se difumina y aparece una ligera
niebla. De pronto, todo se queda en silencio, las olas parecen estar en
suspenso. Ni un solo sonido. El mar se queda quieto. Lo cual me sorprende
enormemente. Sobre la cima del cerro que está al frente se comienza dibujar un
resplandor rosado. Es el sol, que lentamente se asoma.
Primero
un punto, después una línea, un medio arco que se eleva hasta convertirse en un
medio círculo de un color rosa intenso. Finalmente se asoma todo el sol. Curiosamente,
en ese momento vuelve a escucharse el vaivén de las olas. Y entonces lo
entiendo…esa quietud, era una reverencia, un saludo ante la aparición del astro
mayor.
Los rayos pintan las olas de color dorado. Me quedo mirando cómo se desplazan las olas siguiendo una linea lateral a la playa. Y entonces los reflejos dorados sobre las crestas dibujan una serpiente desplazándose hacia el este. Una serpiente dorada, nadando sobre las olas. De inmediato me viene a la memoria Quetzalcóatl, la serpiente emplumada que según una antigua leyenda se fue por el mar.
El sol
sigue subiendo rápidamente, y en tanto se eleva sobre la montaña pierde su
color intenso. Sus rayos comienzan a calentar mi piel, mientras el viento y la
brisa mecen mis cabellos. Estoy aquí respirando la brisa salada, sintiendo el
tibio calor del amanecer. Este es un momento que guardo en mi memoria con todo
detalle. Sigo mirando la serpiente dorada, hasta que no se ve más, cuando el
sol se eleva más alto, los reflejos se vuelven plateados y la serpiente ya no
puede mirarse.
Guardaré
este recuerdo, y si vuelvo a enfermar y estar en cama, esto será un aliento,
para no vencerme. No es la primera vez que las cosas se ponen difíciles, pero
ahora tengo una gran certeza. No es para siempre. Todavía me esperan nuevas
playas y cientos de kilómetros de arena tibia mojada. No siento mas
desesperación, dejo que las cosas sucedan, tranquilamente. Toda enfermedad o mal momento,
se irán a su tiempo. Sólo espero, con calma, espero que estas horas díficiles
se vayan. Espero… aguardo por más momentos como éste.