viernes, 28 de febrero de 2014

LA ROSA BLANCA


LA ROSA BLANCA



He leído este libro varias veces, como muchos de mis libros favoritos. Este es uno de los autores que más me gustan, por su estilo sencillo, directo y  claro, porque puede pintar con palabras las imágenes de las que habla con gran exactitud. Bruno Traven, recurro a él cuando necesito despejar mi mente y relajarme, olvidarme de las complicaciones de la vida y recuperar el camino que me lleva sólo a mí.


Además sus textos son todos tan recientes, como si hubieran sido escritos, hoy mismo. Hablan de las cosas que veo casi a diario en mi país, mi gobierno, mi pueblo. Su mirada observadora muestra con gran detalle formas de vida y de pensamiento vigentes. Comparto un fragmento:


“Los hombres y las mujeres civilizados, todos esos tan orgullosos de su alta cultura y avanzadas ideas, gozan de los complicados aparatos de estos días, gozan de las complicadas máquinas que parecen tener cerebro humano y se creen felices porque poseen una radio de onda corta, un aparato de televisión o aviones gigantescos en los que pueden viajar con la comodidad y lujo de un hotel de primera clase y llegar de New York a Londres en veinticuatro horas. Nosotros admiramos y gozamos de los hermosos y maravillosos productos de estos tiempos, porque hemos perdido nuestra verdadera patria. La pérdida de nuestra patria nos deja tan lisiados que podemos soportarla nada más porque nuestra mente se ha vuelto tan perezosa que no le es dado reconocer su magnitud. Para poder olvidar nos intoxicamos, tratamos de borrar nuestras penas, nuestras tristezas, con gasolina que se traduce en velocidad, en rapidez. Tan intoxicados estamos, tan nublada se encuentra nuestra mente, que cada vez necesitamos de mayor velocidad para huir de las interminables penas de nuestro corazón y de nuestra alma”.  (pág. 287-288).



La lectura me remite inevitablemente a mi propia vida. ¿Cuántas de las cosas que poseo en esta que es mi casa me son imprescindibles para vivir y ser feliz? Si soy honesta conmigo misma debo decir que  no muchas. La mayoría de ellas están aquí por la comodidad que me proporcionan, por el esfuerzo físico que me ahorran o simplemente porque me gustan.


¿Cuando empecé o codiciar tener una computadora, una casa, ropa, dinero, viajes? Sí, no hay duda, en aquél momento en que vi que otros lo tenían. Porque de algo estoy segura en el mundo en que viví de niña todo esto no era importante.


Los niños de hace algunos años, poseíamos tan pocas cosas, tan pocos juguetes, que teníamos que inventar nuestra diversión, con las cosas simples que había en la naturaleza. Si, parte de la diversión era crear las cosas con las que jugábamos. Crear barcos de papel, autopistas de tierra, hacer ropa para las muñecas, incluso hacer las muñecas. Ahora esto ya no es necesario, los carros caminan con baterías, las muñecas se venden con todo su set de cocina, sala, ropa, etc.  No hay necesidad de crear nada. El tiempo que los niños de mi generación empleaban en crear, ahora los niños lo emplean sólo en exigir más y más, lo último en tecnología de diversión, incluidos celulares y juegos de video. No hay necesidad de esforzarse todo está hecho ya.


En 20 años la vida dio un cambio tan veloz que es imposible estar al día en nada. Y muchas de las cosas simples de la vida ya no existen. Por ejemplo, un niño ahora no puede jugar a atrapar luciérnagas en las tardes de verano de julio y agosto, por una sola razón, ya no hay. Hoy día los cultivos también se han modernizado. Anteriormente no se utilizaban abonos químicos,  pesticidas, herbicidas o fungicidas. Sin embargo, ahora tienen que ser  aplicados en mayor o menor medida, si se quiere obtener una cosecha. Colateralmente, esta práctica ha exterminado algunas especies de plantas e insectos. Entre ellos las hermosas luciérnagas, tras las cuales mis hermanos y yo corríamos cada tarde para atraparlas. De modo que los niños hoy, no pueden maravillarse con esa luz que se encienda y apague  entre sus manos. Tampoco podrán jugar a cazar mariposas, porque si bien estas todavía revolotean por los lugares húmedos, a las orillas de las barrancas que se desbordan de agua en las temporadas de lluvias ya no lo hacen en demasía, hoy son muy pocas. Mucho menos podrán jugar a dejarse mojar en el agua de las barrancas, porque la desforestación ha hecho que el agua corra solamente cuando llueve y después todo está tan seco como si la lluvia no hubiera caído jamás. Además la mayoría de las barrancas están contaminadas por la basura que la gente arroja en ellas y por las aguas negras que en ella se desechan.


Ya los niños no acostumbran ir al campo, ahora se encuentran prisioneros de la tv, de la internet, de los juegos 3D, de la exbox o,  de las películas cada vez más avanzadas en efectos especiales y violencia ,y más recientemente de las redes sociales virtuales como el  facebook  y de los celulares. Ya no son capaces de vivir la vida sin consumir lo que la tv., les anuncia, quieren siempre más de algo que es completamente ajeno a ellos. No son capaces de contemplar la belleza de un atardecer, de contemplar la enorme diversidad de insectos y plantas que a su alrededor se encuentran. Menos aún pueden distinguir una planta de otra. Confunden las moscas con las abejas, las arañas con las cucarachas. Han perdido el contacto con la tierra, no pueden cultivar una planta, regarla, abonarla, quitarle la yerba.  Incapaces de ir a campo traviesa, ni escalar una montaña, o de orientarse en la soledad del campo, teniendo como única referencia el sol. Su diversión les exige únicamente estar sentados o manipulando un control, la falta de ejerció físico les ha hecho incapaces hasta de echarse una maroma en el pasto o trepar un árbol.


Primero comenzamos a cultivar el campo con abonos químicos. Después a comprar cosas artificiales para nuestra casa, trastes de plástico, manteles de hule, todo desechable.  Enseñamos a nuestros hijos esa cultura del consumismo, de la comodidad, del menor esfuerzo y ¿qué es lo que hemos conseguido? Solamente niños débiles de cuerpo y de mente, niños que se enferman por nada, niños que no saben afrontar retos, niños flojos que ni siquiera corren para su propia diversión, niños obesos con pésimos hábitos alimenticios, niños mal nutridos y poco aptos para sobrevivir el mundo adverso que estamos creando con la falta de respeto a la vida y a la naturaleza.  


¿A  dónde nos lleva esta carrera contra nosotros mismos? Corremos desesperadamente sin mirar atrás, sin mirar lo que dejamos. Sin darnos cuenta de que tal vez estamos dejando lo más valioso para ir en pos de algo que tal vez brille más pero que no puede llenar nuestro corazón de satisfacción. Corremos viendo que el vecino está alejándose de nosotros,  sin preguntarnos si queremos llegar a ese lugar a donde la mayoría se encamina. Corremos para no quedarnos solos en un lugar, pero no logramos escapar de la soledad,  porque todos corren sin mirar ni esperar a nadie. Cada uno persiguiendo un fin individual, un beneficio personal. Sin preguntarnos si será ese el mejor lugar para nosotros, corremos porque los demás corren, sin escuchar la voz de nuestro propio corazón.


Hay cientos de personas con millones de “amigos” en las redes sociales, gente que nunca sale de su casa, que ni siquiera saluda a su vecino, ni interactúa con familiares ni amigos reales. Gente incapaz de socializar, que incluso al lado de su pareja se encuentra absorto pendiente de los mensajes de su celular. Millones de amigos en la red, tal vez uno, en la vida real. Inmersos en una vida de apariencias en la que ocultan su enorme soledad.


Pero como sociedad nos sentimos orgullosos de las maravillas de la tecnología, de la rapidez con la que podemos comunicarnos con millones de personas en cualquier parte del mundo, de la posibilidad de saber lo que ocurre al otro lado del planeta en el momento mismo en que ocurre un evento. Una tecnología que nos lleva muy lejos, cada vez más lejos, aún de nosotros mismos.


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