LA ROSA BLANCA
He leído este
libro varias veces, como muchos de mis libros favoritos. Este es uno de los
autores que más me gustan, por su estilo sencillo, directo y claro, porque puede pintar con palabras las
imágenes de las que habla con gran exactitud. Bruno Traven, recurro a él cuando
necesito despejar mi mente y relajarme, olvidarme de las complicaciones de la
vida y recuperar el camino que me lleva sólo a mí.
Además sus
textos son todos tan recientes, como si hubieran sido escritos, hoy mismo.
Hablan de las cosas que veo casi a diario en mi país, mi gobierno, mi pueblo.
Su mirada observadora muestra con gran detalle formas de vida y de pensamiento
vigentes. Comparto un fragmento:
“Los hombres y las mujeres civilizados, todos esos tan
orgullosos de su alta cultura y avanzadas ideas, gozan de los complicados
aparatos de estos días, gozan de las complicadas máquinas que parecen tener
cerebro humano y se creen felices porque poseen una radio de onda corta, un
aparato de televisión o aviones gigantescos en los que pueden viajar con la
comodidad y lujo de un hotel de primera clase y llegar de New York a Londres en
veinticuatro horas. Nosotros admiramos y gozamos de los hermosos y maravillosos
productos de estos tiempos, porque hemos perdido nuestra verdadera patria. La
pérdida de nuestra patria nos deja tan lisiados que podemos soportarla nada más
porque nuestra mente se ha vuelto tan perezosa que no le es dado reconocer su
magnitud. Para poder olvidar nos intoxicamos, tratamos de borrar nuestras
penas, nuestras tristezas, con gasolina que se traduce en velocidad, en
rapidez. Tan intoxicados estamos, tan nublada se encuentra nuestra mente, que
cada vez necesitamos de mayor velocidad para huir de las interminables penas de
nuestro corazón y de nuestra alma”. (pág.
287-288).
La lectura me
remite inevitablemente a mi propia vida. ¿Cuántas de las cosas que poseo en
esta que es mi casa me son imprescindibles para vivir y ser feliz? Si soy
honesta conmigo misma debo decir que no
muchas. La mayoría de ellas están aquí por la comodidad que me proporcionan,
por el esfuerzo físico que me ahorran o simplemente porque me gustan.
¿Cuando
empecé o codiciar tener una computadora, una casa, ropa, dinero, viajes? Sí, no
hay duda, en aquél momento en que vi que otros lo tenían. Porque de algo estoy
segura en el mundo en que viví de niña todo esto no era importante.
Los niños de
hace algunos años, poseíamos tan pocas cosas, tan pocos juguetes, que teníamos
que inventar nuestra diversión, con las cosas simples que había en la
naturaleza. Si, parte de la diversión era crear las cosas con las que jugábamos.
Crear barcos de papel, autopistas de tierra, hacer ropa para las muñecas,
incluso hacer las muñecas. Ahora esto ya no es necesario, los carros caminan
con baterías, las muñecas se venden con todo su set de cocina, sala, ropa,
etc. No hay necesidad de crear nada. El
tiempo que los niños de mi generación empleaban en crear, ahora los niños lo
emplean sólo en exigir más y más, lo último en tecnología de diversión,
incluidos celulares y juegos de video. No hay necesidad de esforzarse todo está
hecho ya.
En 20 años la
vida dio un cambio tan veloz que es imposible estar al día en nada. Y muchas de
las cosas simples de la vida ya no existen. Por ejemplo, un niño ahora no puede
jugar a atrapar luciérnagas en las tardes de verano de julio y agosto, por una
sola razón, ya no hay. Hoy día los cultivos también se han modernizado. Anteriormente
no se utilizaban abonos químicos,
pesticidas, herbicidas o fungicidas. Sin embargo, ahora tienen que ser aplicados en mayor o menor medida, si se
quiere obtener una cosecha. Colateralmente, esta práctica ha exterminado
algunas especies de plantas e insectos. Entre ellos las hermosas luciérnagas,
tras las cuales mis hermanos y yo corríamos cada tarde para atraparlas. De modo
que los niños hoy, no pueden maravillarse con esa luz que se encienda y
apague entre sus manos. Tampoco podrán
jugar a cazar mariposas, porque si bien estas todavía revolotean por los
lugares húmedos, a las orillas de las barrancas que se desbordan de agua en las
temporadas de lluvias ya no lo hacen en demasía, hoy son muy pocas. Mucho menos
podrán jugar a dejarse mojar en el agua de las barrancas, porque la
desforestación ha hecho que el agua corra solamente cuando llueve y después
todo está tan seco como si la lluvia no hubiera caído jamás. Además la mayoría
de las barrancas están contaminadas por la basura que la gente arroja en ellas
y por las aguas negras que en ella se desechan.
Ya los niños
no acostumbran ir al campo, ahora se encuentran prisioneros de la tv, de la
internet, de los juegos 3D, de la exbox
o, de las películas cada vez más
avanzadas en efectos especiales y violencia ,y más recientemente de las redes
sociales virtuales como el facebook y de los celulares. Ya no son capaces de vivir
la vida sin consumir lo que la tv., les anuncia, quieren siempre más de algo
que es completamente ajeno a ellos. No son capaces de contemplar la belleza de
un atardecer, de contemplar la enorme diversidad de insectos y plantas que a su
alrededor se encuentran. Menos aún pueden distinguir una planta de otra.
Confunden las moscas con las abejas, las arañas con las cucarachas. Han perdido
el contacto con la tierra, no pueden cultivar una planta, regarla, abonarla,
quitarle la yerba. Incapaces de ir a
campo traviesa, ni escalar una montaña, o de orientarse en la soledad del
campo, teniendo como única referencia el sol. Su diversión les exige únicamente
estar sentados o manipulando un control, la falta de ejerció físico les ha
hecho incapaces hasta de echarse una maroma en el pasto o trepar un árbol.
Primero
comenzamos a cultivar el campo con abonos químicos. Después a comprar cosas
artificiales para nuestra casa, trastes de plástico, manteles de hule, todo desechable. Enseñamos a nuestros hijos esa cultura del
consumismo, de la comodidad, del menor esfuerzo y ¿qué es lo que hemos
conseguido? Solamente niños débiles de cuerpo y de mente, niños que se enferman
por nada, niños que no saben afrontar retos, niños flojos que ni siquiera
corren para su propia diversión, niños obesos con pésimos hábitos alimenticios,
niños mal nutridos y poco aptos para sobrevivir el mundo adverso que estamos
creando con la falta de respeto a la vida y a la naturaleza.
¿A dónde nos lleva esta carrera contra nosotros
mismos? Corremos desesperadamente sin mirar atrás, sin mirar lo que dejamos.
Sin darnos cuenta de que tal vez estamos dejando lo más valioso para ir en pos
de algo que tal vez brille más pero que no puede llenar nuestro corazón de
satisfacción. Corremos viendo que el vecino está alejándose de nosotros, sin preguntarnos si queremos llegar a ese
lugar a donde la mayoría se encamina. Corremos para no quedarnos solos en un
lugar, pero no logramos escapar de la soledad,
porque todos corren sin mirar ni esperar a nadie. Cada uno persiguiendo
un fin individual, un beneficio personal. Sin preguntarnos si será ese el mejor
lugar para nosotros, corremos porque los demás corren, sin escuchar la voz de
nuestro propio corazón.
Hay cientos
de personas con millones de “amigos” en las redes sociales, gente que nunca
sale de su casa, que ni siquiera saluda a su vecino, ni interactúa con familiares
ni amigos reales. Gente incapaz de socializar, que incluso al lado de su pareja
se encuentra absorto pendiente de los mensajes de su celular. Millones de
amigos en la red, tal vez uno, en la vida real. Inmersos en una vida de
apariencias en la que ocultan su enorme soledad.
Pero como
sociedad nos sentimos orgullosos de las maravillas de la tecnología, de la
rapidez con la que podemos comunicarnos con millones de personas en cualquier
parte del mundo, de la posibilidad de saber lo que ocurre al otro lado del planeta
en el momento mismo en que ocurre un evento. Una tecnología que nos lleva muy
lejos, cada vez más lejos, aún de nosotros mismos.
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