martes, 29 de octubre de 2013

UNA MUJER EN LA GUERRA


 
UNA MUJER EN LA GUERRA
 
Se aproxima el día de muertos. Los muertos que por breves horas cobran vida. Llegan puntuales a las casas que algún día habitaron. Para que no extravíen el camino, los familiares vivos que los esperan, les marcan el camino con pétalos de flores amarillas, cempasúchil. Una flor especialmente cultivada para este propósito desde hace muchos años por nuestros ancestros. Preparada se encuentra la ofrenda de comida, sobre el altar o una mesa, sobre papel de china picado con figuras alusivas a la temporada. Flores, frutas, veladoras, pan, dulces, mole, bebida, agua, todo lo que era del agrado de los difuntos. Todo para dar gusto al olfato del difunto, porque con sólo el olor el suficiente para saciar su apetito.
Hace años que no ha muerto nadie en mi familia. La ofrenda se prepara en honor de mis abuelos, a quiénes no recuerdo mucho. La lejanía en el tiempo los convierte en extraños. Pero son mi origen, pienso en alguien a quien no conocí, más que a través de los relatos de mi abuela. Esta vez le dedico la ofrenda porque puedo imaginarla luchando por su vida, y le escribo unas palabras.
 
Querida bisabuela.
Ni siquiera sé tu nombre, a pesar de que en algún momento formé pare de ti. Sólo sé que viviste durante los años de la revolución mexicana y que tu vida fue muy dura. Eran tiempos difíciles. Lo poco que de ti sé es porque me lo refirió mi abuela.
Sé que tuviste que correr entre las montañas y el campo, buscando refugio y  protección. Huyendo de los militares, de los hombres revolucionarios y de los bandidos que saqueaban los pueblos y violaban mujeres. Tú, como todas las jóvenes hijas de campesinos tenían que huir para no ser robadas y llevadas a otros lugares lejos de su familia por cualquier hombre. Tratando de no ser codiciadas, llenaban su cara y sus ropas de lodo y tizne para no ser agradables a la vista de ningún hombre.
 
 
En medio de ese caos, de esa vida incierta tenías a tus hijos, así que corriste de montaña en montaña, de cueva en cueva, tratando de esconderlos y protegerlos. Padecieron hambre muchas veces, en tanto que en medio de la desesperación buscaban entre las cercas cualquier cosa que pudiera comerse. A veces hierbas, tortilla dura, maíz, incluso insectos como las cucarachas. Cualquier cosa, que calmara el hambre.
¡Qué incierta era la vida entonces! La gente moría a cada rato. La mayoría de las familias  tenían más muertos que vivos. Hijos sin padres. Padres sin hijos. Mujeres sin sus hombres que habían sido arrebatados para ir a luchar a  la guerra y después simplemente no volvían.
Para sobrevivir en una época donde lo que sobraba era el hambre  y la guerra, huiste, escondiéndote para no ser raptada y violada, protegiendo tanto como podías a tus hijos. Y no era fácil, ¡qué duro debió ser para ti, no tener nada para alimentarlos! Al final sobrevivió sólo uno de ellos; mi abuela. Los demás murieron de hambre, mientras iban de un lado a otro tratando de salvar su vida. Sólo un hijo quedó. Y de ella nació mi padre y años después, yo.
Gracias bisabuela, porque tus obligadas andanzas no fueron en vano. Hoy estamos aquí, tus nietos y bisnietos. Y si pudieras vernos te asombrarías de ver cuánto ha crecido la familia.
Gracias por luchar por tu vida, que permitió la vida mía. Por correr y refugiarte en las montañas, porque gracias a ello, hoy, yo también puedo caminar por ellas. Creo que heredé de ti, mi capacidad de andar y orientarme en ellas con facilidad.
Cuando pienso en ti, veo a una mujer valiente, que no se dejó vencer por la adversidad. Que hizo todo cuanto fue necesario hacer. Que luchó por sus hijos. Cuando pienso en ti, me veo a mí: valiente y fuerte. Lista para correr si fuera necesario.
Gracias por tu valor, por tu entereza. Gracias por no rendirte.
 
Atte: tu bisnieta Atenea

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