UNA MUJER EN LA GUERRA
Se
aproxima el día de muertos. Los muertos que por breves horas cobran vida.
Llegan puntuales a las casas que algún día habitaron. Para que no extravíen el
camino, los familiares vivos que los esperan, les marcan el camino con pétalos
de flores amarillas, cempasúchil. Una flor especialmente cultivada para este
propósito desde hace muchos años por nuestros ancestros. Preparada se encuentra
la ofrenda de comida, sobre el altar o una mesa, sobre papel de china picado
con figuras alusivas a la temporada. Flores, frutas, veladoras, pan, dulces,
mole, bebida, agua, todo lo que era del agrado de los difuntos. Todo para dar
gusto al olfato del difunto, porque con sólo el olor el suficiente para saciar
su apetito.
Hace
años que no ha muerto nadie en mi familia. La ofrenda se prepara en honor de
mis abuelos, a quiénes no recuerdo mucho. La lejanía en el tiempo los convierte
en extraños. Pero son mi origen, pienso en alguien a quien no conocí, más que a
través de los relatos de mi abuela. Esta vez le dedico la ofrenda porque puedo
imaginarla luchando por su vida, y le escribo unas palabras.
Querida bisabuela.
Ni siquiera sé tu
nombre, a pesar de que en algún momento formé pare de ti. Sólo sé que viviste
durante los años de la revolución mexicana y que tu vida fue muy dura. Eran
tiempos difíciles. Lo poco que de ti sé es porque me lo refirió mi abuela.
Sé que tuviste que
correr entre las montañas y el campo, buscando refugio y protección. Huyendo de los militares, de los
hombres revolucionarios y de los bandidos que saqueaban los pueblos y violaban
mujeres. Tú, como todas las jóvenes hijas de campesinos tenían que huir para no
ser robadas y llevadas a otros lugares lejos de su familia por cualquier
hombre. Tratando de no ser codiciadas, llenaban su cara y sus ropas de lodo y
tizne para no ser agradables a la vista de ningún hombre.
En medio de ese caos, de
esa vida incierta tenías a tus hijos, así que corriste de montaña en montaña,
de cueva en cueva, tratando de esconderlos y protegerlos. Padecieron hambre muchas
veces, en tanto que en medio de la desesperación buscaban entre las cercas cualquier
cosa que pudiera comerse. A veces hierbas, tortilla dura, maíz, incluso
insectos como las cucarachas. Cualquier cosa, que calmara el hambre.
¡Qué incierta era la
vida entonces! La gente moría a cada rato. La mayoría de las familias tenían más muertos que vivos. Hijos sin
padres. Padres sin hijos. Mujeres sin sus hombres que habían sido arrebatados
para ir a luchar a la guerra y después
simplemente no volvían.
Para sobrevivir en una
época donde lo que sobraba era el hambre
y la guerra, huiste, escondiéndote para no ser raptada y violada,
protegiendo tanto como podías a tus hijos. Y no era fácil, ¡qué duro debió ser para
ti, no tener nada para alimentarlos! Al final sobrevivió sólo uno de ellos; mi
abuela. Los demás murieron de hambre, mientras iban de un lado a otro tratando
de salvar su vida. Sólo un hijo quedó. Y de ella nació mi padre y años después,
yo.
Gracias bisabuela,
porque tus obligadas andanzas no fueron en vano. Hoy estamos aquí, tus nietos y
bisnietos. Y si pudieras vernos te asombrarías de ver cuánto ha crecido la
familia.
Gracias por luchar por
tu vida, que permitió la vida mía. Por correr y refugiarte en las montañas,
porque gracias a ello, hoy, yo también puedo caminar por ellas. Creo que heredé
de ti, mi capacidad de andar y orientarme en ellas con facilidad.
Cuando pienso en ti, veo
a una mujer valiente, que no se dejó vencer por la adversidad. Que hizo todo
cuanto fue necesario hacer. Que luchó por sus hijos. Cuando pienso en ti, me
veo a mí: valiente y fuerte. Lista para correr si fuera necesario.
Gracias por tu valor,
por tu entereza. Gracias por no rendirte.
Atte: tu bisnieta Atenea
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