REFUGIO
Todas
las mañanas, apenas se despierta, estira la mano y abre el cajón de su buró, saca
un rosario blanco de cuentas de plástico.
Con delicadeza lo toma entre sus dos manos y con un aire solemne comienza su
rezo. No mira a nadie, aunque su vista parece estar dirigida al frente. Apenas
se le escucha en un suave susurro las palabras que lentamente se desgranan de sus
labios, cuenta tras cuenta. Nadie la interrumpe, aunque algunas niñas la miran
intrigadas.
Refugio
no habla con nadie, el silencio es su expresión a la vida misma. Desde que
llegó es la niña más callada. No se le escucha llorar ni quejarse, ni siquiera
cuando su rostro muestra claras huellas de dolor. No hace amistad con nadie a
pesar de que todas las niñas son amigables, vive en su mundo propio, que no
comparte con nadie. A veces sus gestos denotan desesperación, o en sus ojos se
ven unas lágrimas contenidas, entonces toma su rosario e inicia su letanía, una
vez y otra, hasta que la paz vuelve a su rostro.
Está
en esa cama desde hace tres meses. Tras una cirugía para alargarle un pie, cada
día ella soporta que un médico de una vuelta a un tornillo que va separando su
hueso fracturado. Una forma dolorosa pero efectiva de obligar al pie a crecer.
No es su única cirugía, también su cadera está enyesada para corregirle una
ligera desviación. Es por eso, que Refugio siempre está acostada, mientras unas
pesas atadas a un tornillo que atraviesa su hueso obligan a su pie a estirarse.
Lejos
de lamentar su suerte o conmiserarse, se siente afortunada. Hasta antes de las cirugías,
ella caminaba con mucha dificultad usando muletas. Su familia de origen
campesino estaba imposibilitada económicamente para pagarle las cirugías
correctivas que le permitieran caminar. Un día su madre supo de un lugar en que
podían hacerle de manera gratuita todo el tratamiento que necesitaba. Un
hospital al servicio de niños pobres patrocinado por una fundación privada
internacional. Tan pronto como pudo hizo la solicitud de atención para su hija
que de inmediato fue aceptada. Después de cubrir algunos requisitos y realizar
los estudios médicos pertinentes a Refugio se la internó para su tratamiento.
Desde
entonces ella no ha visto a su familia que vive muy alejada en una
comunidad del estado de Guanajuato.
Ellos no ganan tanto dinero como para poder estar con ella en la capital de la
república, por lo demás, tampoco es imprescindible. Lo cierto, es que el
hospital ofrece a Refugio todo cuanto necesite mientras esté internada, así que
una llamada telefónica a la semana es el
único contacto que tiene con ellos.
Las
niñas que están a su lado pasan por experiencias similares, la mayoría afrontan
sus circunstancias con valor. No obstante, cada vez que alguna de ellas tiene
que entrar al quirófano, el miedo les impide conciliar el sueño en la noche.
Por la mañana, antes de que una enfermera lleve
a la paciente a su cirugía, las demás niñas se acercan para darle ánimos
y despedirse, y a desearle la mejor de las suertes. Un deseo nacido de lo más
profundo de su corazón. No son palabras huecas, es la solidaridad que nace de
haber vivido la misma experiencia. Es algo que las une para siempre, que las
hermana sin importar quienes son o de dónde vienen. Refugio también lo siente
así, a pesar de que nunca hable, en su corazón hay afecto para las demás niñas
aunque no lo demuestre. Por eso cuando una niña le pregunta para qué reza, ella
le responde amablemente, que es para pedirle a Dios que la ayude a ser fuerte.
Lejos de su familia de la que sabe tiene el
apoyo, pero no la cercanía. En medio de experiencias dolorosas, se siente sola
y el único consuelo que encuentra es ese rosario con el que día a día realiza
sus plegarias a Dios. No se queja, no reniega, agradece a Dios por la
oportunidad que le brinda para mejorar su vida y pide fortaleza para soportar todo
lo que falta de su tratamiento.
La
fe y confianza en Dios la fortalece. Apela a su ayuda cada vez que se siente
desfallecer. No grita como las demás niñas. A veces el dolor hace resbalar por
su mejilla alguna lágrima que discretamente se limpia. Mientras las cuentas del
rosario pasan de una mano a otra con mayor rapidez haciendo sus plegarias.
Quizás cada petición y cada cuenta son un paso hacia Dios, y ella le reza
tanto, tanto, con los ojos cerrados hasta olvidarse de su dolor.
Cada
día, Refugio gana la batalla contra el dolor sin que la desesperanza y desánimo
se alojen en su alma. Ella está segura que
conseguirá su meta, los malos momentos se convertirán en recuerdos que
poco a poco se alejarán para siempre. No tiene miedo de lo que aún le espera,
sabe que Dios escucha sus peticiones, nunca lo ha dudado ni un instante. Por eso
su mirada es serena a pesar de las tempestades.
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