lunes, 29 de abril de 2013

DON AURELIO



DON AURELIO


En un lugar muy lejano existen montañas con tierra de colores, roja, verde, blanca y azul. Justo en la parte más alta de la sierra, donde el rugido del gato montés se escucha a lo lejos  como un eco nocturno, ahí entre la niebla espesa que cubre los árboles y desdibuja el paisaje, un hombre con su sombrero y su sarape avanza montado sobre su caballo. Viene bajando por el camino que serpentea desde la cima, lentamente, con el cuidado y la sabiduría que da la experiencia de haber andado en ese camino por años. Atraviesa ese lugar de peligrosos acantilados. Como todos los hombres que nacieron y crecieron en el campo, no tiene prisa, sabe perfectamente que llegara a su destino quizás más tarde que temprano. Su ropa escurre de agua por todos lados, la lluvia empezó antes del atardecer, a él no le importa, está acostumbrado a ser zarandeado por el clima, la vida, la gente y el hambre. Le alegra la lluvia, sobre todo, ahora que recién sembró su milpa de maíz. Disfruta el olor a tierra mojada.

Es un hombre fuerte, de sus labios no escapa ninguna queja. De niño aprendió que no le servía de nada. Cuando su padre escuchaba una pequeña protesta, o ni siquiera eso, apenas un gesto de desagrado, le cruzaba la cara con una bofetada. No importaba si lo que pedía era comida para saciar su hambre. A su padre no se le podía pedir nada, no se le podía cuestionar, ni siquiera mirarle directamente a la cara. Un padre estaba sólo para ser obedecido, sin importar lo que hiciera. Obedecido al instante, sin que tampoco importara de qué clase eran sus peticiones.

Así es Aurelio no dice nada, su  silencio le permite evitarse problemas, sólo espera a que las cosas pasen. Su principal cualidad es precisamente el silencio, la segunda es quizás el trabajo. Se levanta antes de que salga el sol, toma su café –no podría vivir sin él- y cuando empieza a clarear, él ya está trabajando. La gente lo mira con respeto, lo consideran una persona pacífica, su semblante tranquilo hace pensar que no le mortifica nada. Jamás nadie lo ha visto exaltarse o decir una mala palabra,  muchos de sus paisanos vienen a pedirle consejo.

Desde lo alto de la montaña Aurelio empieza a mirar las casitas de teja, muy rojas, recién lavadas por la lluvia. El agua sigue goteando de los techos y el rocío de las hojas se  desliza suavemente hasta formar pequeños chorros. El humo que se eleva desde los techos se difumina en medio de ese cielo nublado, se percibe el aroma del maíz cociéndose en el comal, tortillas recién hechas para la cena, pronto su estómago le recuerda que es el momento de alimentar el cuerpo.

 Al llegar al valle se siente ya en casa aunque todavía le falta cruzar el pueblo. Se encuentra a otros vecinos que también regresan de su milpa. El ladrido de los perros aumenta a su paso, tras de él vienen sus guardianes, dos perros; uno negro y otro café, lo acompañan a todas sus faenas desde hace más de dos años. Dos animales fieles que están siempre cerca de él y apenas ven que algún desconocido se acerca demasiado a su dueño, se yerguen en franca postura de ataque al tiempo que gruñen y muestran sus colmillos ferozmente. Una palabra de don Aurelio es suficiente para detener o alentar el ataque.

Al llegar a su casa, baja de su caballo lentamente, sus movimientos son torpes a sus setenta años. Recoge sus aperos, lleva al caballo su comida  y agua. Se quita la ropa sucia y se mete a bañar, tiene hambre pero está tan cansado que sabe que si come primero, ya no tendrá ánimos más que de acostarse.

La casa está sola, su esposa murió hace algunos años y la mayoría  de sus hijos se fueron a vivir al “norte”. Allá iniciaron un negocio de comida, les fue bien, ahora casi todos tienen papeles para entrar y salir del país. Varias veces han querido llevárselo a vivir con ellos, pero él no quiere, dice que no se halla, en ese lugar en donde no puede salir solo a ningún lado. Él es un hombre de campo que necesita cultivar la tierra, aunque con ello ya no gane ningún dinero, de hecho hace años que no recupera ni lo que invierte. El gobierno importa el maíz y frijol de otros países, lo que él y otros campesinos producen es difícil venderlo. Además no hay ningún apoyo para los agricultores y si lo hay nunca llega a ellos, se queda en manos de los caciques, gente que apoya al gobierno a cambio de favores que les permiten obtener dinero (se quedan con becas, plazas de maestros, subsidios para el campo, tractores y abono para los cultivos), él sigue cultivando, es lo que da sentido a su vida, es lo que lo mantiene activo y en contacto con su tierra.

Los hijos que tiene en Estados Unidos le mandan dinero mensualmente, gracias a ello puede seguir cultivando su milpa. De seis hijos,  sola una vive en el pueblo, ella le trae comida cada día y le lava la ropa, también a ella sus hermanos de vez en cuando le mandan un poco de dinero para que tenga tiempo de atender a su padre y no se vea en la necesidad de hacer otro trabajo para cubrir sus propios gastos.

Sus hijos dicen a don Aurelio que ya no trabaje, pero él responde que necesita el rastrojo para su caballo. Lo cierto es que no importa lo que le digan, ni lo que pierda en inversión, él seguirá cultivando la tierra mientras pueda. Es un hombre honesto a pesar de haber sido defraudado varias veces, cuando los líderes que manejan los subsidios ofrecen los apoyos del gobierno, él lleva los documentos que le piden, copia de constancia del terreno que va a cultivar, copia de su credencial para votar, CURP, y solicitud del apoyo que necesita. Hasta dos copias de cada documento, le dicen que le avisaran cuando llegue lo que solicita. Después de dos o tres semanas, le avisan que no le tocó apoyo, es el caso de todos los campesinos que no son familiares ni amigos de los caciques.

Casi al mismo tiempo, algún familiar de los caciques, ofrece a los campesinos venderles el abono, que fue solicitado para ellos, usando sus documentos. Esa es la historia de siempre: gente que no se dedica al campo se queda con los subsidios, no hay manera de detener la corrupción, las demandas no prosperan. La red de corrupción está a todos niveles. Siempre la misma gente se queda con todos los apoyos, son los únicos que en el pueblo prosperan rápidamente. Los campesinos se dan cuenta que fueron usados, se quedarán con su enojo, su voz es la voz que el gobierno no escucha, es la voz que no le importa. Un gobierno que no quiere el progreso de su pueblo, sólo quiere llenar de dinero sus bolsas, mantenerse  en el poder, saquear la riqueza del país.

Después de días de enojo, don Aurelio, vuelve a su tierra, a su campo, a su trabajo, es lo único que tiene, la fuerza de su cansado cuerpo para seguir trabajando. Lo hará mientras pueda, quizás no por mucho tiempo, ya es viejo. Además el gobierno tiene proyectos carreteros y de urbanización para esta zona. Intereses de poderosos empresarios son siempre primero que las necesidades de un pueblo. Pronto él será parte de la historia que un día los niños recordarán como una leyenda o quizás… ni siquiera eso. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario