miércoles, 25 de julio de 2012

LA HISTORIA DE NADIE LLAMADO NADIA


Music: fur Alina By Arvo Part

LA HISTORIA DE  NADIE LLAMADO NADIA

En un lugar, de algún país, en algún tiempo que nadie sabe bien cuando fue. Existió una mujer que no era como todas las mujeres de este mundo. A simple vista parecía que sí lo era, porque físicamente, ella  tenía dos pies, dos manos, dos ojos, dos oídos, dos cejas, una boca, una nariz… en fin, todo lo que normalmente tienen los seres humanos. Y además hablaba, caminaba, sonreía y hacía todo, o más bien dicho; casi todo lo que hacen las personas. Así que ante esto, casi nadie podía notar lo diferente que ella era.

El nombre de esta mujer era Nadia. Ella podía pasar desapercibida, incluso estando sola en una habitación vacía. Por una sola razón: ella no tenía voz. No. No se trataba de la voz con la que se dicen las palabras. Ella sí podía hablar, pero su interior estaba completamente hueco. Carecía de deseos en su corazón. Carecía de ilusiones en su alma. Carecía de la voz interna que guía a los seres humanos a través de su vida. Por lo que siempre, necesitó de alguien que guiara su existencia.

Todo comenzó antes que ella naciera. Su madre ni siquiera se dio cuenta de que estaba embarazada. No tuvo ningún síntoma. Apenas si aumentó dos kilos, y pensó que estaba engordando debido a las fiestas navideñas. Cuando estaba a punto de ocurrir el parto, creyó que se había indigestado. Y sólo al llegar al hospital se enteró que iba a ser madre…

La familia se sorprendió y aunque su nacimiento fue inesperado y fuera del matrimonio; fue bien recibida. Porque en esa familia todas las mujeres se dedicaban a hilar preciosos tapetes, que se vendían muy caros en el mercado. La niña fue depositada dentro de un cesto, durante los meses en que fue bebé, ahí estaba siempre al lado de su madre que hilaba en el telar. Nunca lloraba, ni siquiera cuando tenía hambre, por lo que la madre, se impuso un horario para darle de comer tres veces al día. Y también para bañarla y cambiarla. Así fue creciendo día a día sin ningún contratiempo. No trataba de salirse de su cesto, ni de gatear, permanecía callada, sentada, viendo a su madre hora tras hora, todos los días.

Poco a poco aprendió el lenguaje,  aunque sólo lo usaba para responder cuando le hacían alguna pregunta. Ella no pedía nunca nada, y en cambió hacía todas las tareas que se le encomendaban. Cuando alguien la invitaba a jugar, pedía permiso a su madre, y si se lo daban iba, y si no, se quedaba tranquila viendo cómo jugaban los demás. No hacía berrinches, ni pedía dulces como los demás niños, ni se quejaba de que no le compraran cosas. Ella solamente miraba todo lo que había a su alrededor.

Cuando su mamá la llevaba al mercado de compras, era su mamá quién le escogía la  ropa que debía usar, la comida que debía comer, los juguetes que debía tener, en fin, que la niña nunca elegía nada. Y parecía que eso no le importaba. No la ponía ni feliz, ni triste. No tenía amigas porque siempre estaba callada, al principio la invitaban a jugar, y ella aceptaba los juegos que los demás escogieran. Pero pronto todos la encontraron aburrida, porque era como estar con la propia sombra. No opinaba, no elegía, no discutía, no aportaba nada.

Los años pasaron así para Nadia, y con esta forma de ser, cualquiera pensaría que nunca se casaría, porque nunca mostraba interés por nada, ni por nadie. De hecho su vida era tan monótona, de la casa a la escuela, de la escuela al taller, del taller a la casa y así todos los días. Los chicos por supuesto no se interesaban en ella, no es que no fuera agradable, es que simplemente era total y absolutamente insípida. Estar frente a ella, era como ponerse frente a un espejo viejo y borroso. Como un fantasma. De tal modo, que la gente fácilmente se olvidaba de ella y de su rostro. Nadie recordaba los rasgos de su cara ó el color de sus ojos. Era como un abismo, sin principio ni fin. No había manera de agradarle ni de disgustarle. No había nada de Nadia.

Un día, su madre enfermó súbitamente. Se quejó de un dolor muy fuerte en el pecho, y cayó de golpe sobre el piso. Nadia la miró sin interés alguno, como quién mira caer una manzana podrida de un árbol. No intentó levantarla, ni pensó en pedir ayuda, hasta que su madre, con gran dificultad se lo pidió explícitamente. Parecía que incluso era inmune al dolor humano. Su madre murió de un infarto y ella no mostró tristeza, ni hubo lágrimas en sus ojos. Y cuando regresaron de enterrarla, ella siguió siendo la misma, sólo que ahora no tenía quién le dijera lo que tenía que hacer. Entonces, se quedó sentada en la orilla de su cama.

Las tías de Nadia siempre habían visto que era muy callada, pero esta actitud de total pasividad, era algo que no se imaginaban. Parecía como si Nadia no tuviera voluntad propia. Acordaron que no podían dejarla viviendo sola, porque era incapaz de tomar ninguna decisión. Una de ellas  la llevó a su casa, mientras pensaban qué podían hacer.

En el velorio había estado presente un amigo de la familia, que ya era una persona mayor. Él no era casado y se había interesado en Nadia. Cuando hubo pasado el tiempo de guardar luto, habló con la familia para pedir su mano. Todos estuvieron de acuerdo y pronto se celebró la boda. No hubo ninguna fiesta, porque Nadia no tenía amigas, y el novio no tenía familia en ese lugar. Así que el enlace matrimonial se hizo sólo con la compañía de las tías y los testigos, en presencia del juez.  Nadia fue llevada a otra casa y le dijeron que desde ese día viviría con el señor que era su esposo. Ella simplemente hizo lo que le decían.

Desde entonces, Nadia comenzó a vivir la vida que le decía su marido. Vestía como él  quería e incluso le decía la cantidad exacta de comida que debía comer.  Cada día le indicaba claramente lo que eran sus deberes, y ella sin dificultad los realizaba. Lo único que no sabía hacer, era cocinar, porque no le encontraba el sabor a la comida, no sabía si estaba salada o simple, cruda o quemada. Pero fuera de eso, el marido estaba satisfecho con ella, porque era la mujer más dócil que podía desear. Le obedecía absolutamente en todo. Limpiaba la casa, incluso iba de compras, claro con una lista que él le daba de antemano, porque ella nunca sabía qué comprar. Cuando tenía que comprarse ropa, le preguntaba a quien la vendiera cual sería la adecuada para ella, así solucionaba su problema para elegir.           

Tiempo después Nadia tuvo un hijo. Y pudo cuidarlo gracias a las instrucciones precisas de su marido. En todo este tiempo de convivencia, por fin ella había aprendido a preguntar cuando no sabía algo. Pero la única persona en quién confiaba era su marido. Creía en su palabra y en la de nadie más. Él la trataba como a una niña a la que se debe decir cómo debe comportarse y tenía un total control sobre ella. Cuando regresaba del trabajo revisaba la lista de deberes de Nadia y era feliz de ver que todo se había hecho. Él a veces coqueteaba con otras mujeres en su presencia, y ella parecía no darse cuenta, o tal vez, no le importaba. Incluso llegó la ocasión en que tenía otra novia y la llevaba a comer a su propia casa y le decía Nadia que sólo era su amiga y que no tenía que preocuparse de nada, ni hacer caso de las habladurías de la gente, porque sólo ella era su esposa y lo demás no importaba.

Un día su esposo decidió que debían mudarse al pueblo en donde vivía el resto de sus parientes. Cuando llegaron al pueblo, nadie notó nada extraño, parecían una familia normal. El esposo había enseñado a Nadia a sonreír cuando él hacía una broma o reían los demás. La mandó a tomar clases de cestería en la iglesia con otras señoras. Pero cuando alguien le preguntaba sobre sus preferencias, ella siempre respondía que era su esposo quién elegía todo, que sólo él sabía hacer las cosas bien. Todos los días él le decía que era muy afortunada porque nadie tenía en el pueblo un marido tan inteligente y con tantas virtudes. Y ella lo creía todo, a pesar de que él nunca le ayudaba a realizar ningún quehacer de la casa, o del cuidado de su hijo, ni la llevaba jamás a ningún lado a pasear y le contaba hasta el último centavo que le daba para el gasto de la comida. Y con frecuencia le decía también que era doblemente afortunada porque fuera de él nadie más podría interesarse en ella y que debería esforzarse todos los días para conservar su amor y ser agradecida.

Las pocas veces en que Nadia conversaba con alguien, siempre hablada de lo perfecto que su marido era y de su gran fortuna al haberlo conocido. Hablaba de él como si de un dios se tratara porque así se lo había hecho creer, que en realidad era un iluminado. Es decir un ser especial, enviado por Dios para ayudar a los seres descarriados. Y ambos creían en eso. Su marido le decía a todo mundo cómo debía comportarse, qué era lo que le convenía a cada quién, aún cuando nadie le pidiera su opinión o su consejo. Siempre estaba criticando a la gente, así que pronto se volvió desagradable y la mayoría comenzó a alejarse de él. Pero hubo unos cuantos que empezaron a seguirlo. Era un grupo que constantemente escuchaban sus sermones y también creían que era un enviado de Dios.

Pronto el esposo comenzó a buscarse otras mujeres en otros pueblos cercanos. E incluso tuvo hijos con ellas y a pesar de que los rumores llegaban a Nadia. Ella simplemente los ignoraba, pues creía ciegamente en su esposo, cuando le decía  que él las ayudaba desinteresadamente  porque otros hombres las habían engañado y abandonado con sus hijos. Muchas veces, ellas iban a buscarlo a su casa y Nadia las atendía como si fueran sus amigas. Llegó él día en que su esposo le dijo que tendría que ponerse a trabajar para mantener a su hijo, pues ya llevaba mucho tiempo sin que aportara nada. Pero la verdad, era que ya no le alcanzaba el dinero, debido a que tenía demasiadas mujeres. Entonces ella puso un bazar de cosas usadas en el patio de su casa. El negocio prosperó rápidamente y era tan fructífero que ganaba dinero para todos los gastos de la familia y más. Pero ni aún así, ella podía disponer por su cuenta de un solo centavo, porque cada día su esposo recogía las ganancias  de su trabajo y le daba contadamente los pesos necesarios para los gastos de la casa y nada más.

Nadia parecía vivir muy feliz con la vida que su esposo le daba y cuando alguien se atrevía a mencionar el parecido tan extraordinario de los hijos de las otras mujeres con su esposo, ella respondía que le tenían envidia, por ese marido tan ejemplar que tenía. Y que las intrigas no lograrían separarla de él. Pero un día, él conoció a una jovencita que le agradó como nadie antes. Y decidió irse a vivir con ella. Para ello le dijo a Nadia, que era una misión que Dios le había encomendado,  porque  unos hombres malvados querían hacerle daño y él tenía que protegerla. Razón por la cual debía estar siempre alerta y a su lado. Ella como siempre creyó en su palabra. Aquél hombre se mudó de casa, pero todos los días iba con Nadia por el dinero de las ventas. Con él llevaba a pasear a su nueva mujer, y además le dejaban al bebé a su cuidado. Ella se mostraba feliz de saber que su esposo estaba cumpliendo una misión sagrada. Mientras toda la gente se reía en su propia cara.

Pasaron los años, y Nadia vivía solamente con su hijo, que ya era un adolescente. Su marido seguía yendo  por el dinero. Y cuando ella le preguntaba cuándo volvería a casa, el respondía que tuviera paciencia, que no tenía nada de que preocuparse porque él estaba siempre pendiente de ella. Y que sólo Dios podría decirle cuando terminaría su misión.

Y ella esperó pacientemente… un año, dos, tres, cuatro, y habría esperado eternamente. De no ser porque la mujer con la que su esposo vivía, lo descubrió siéndole infiel con otra. En venganza, decidió mandar golpearlo simulando un asalto. El hombre quedó tan dañado de la columna que no pudo volver a caminar, entonces fue que volvió a su casa. Nadia lo cuidó por el resto de los años que él vivió, con la misma adoración que se le tiene a un santo. Porque él le dijo que su misión había terminado, que había logrado terminar con los maleantes que amenazaban la vida de la mujer con la que había vivido, a pesar de que lo habían golpeado. Ella estuvo muy orgullosa de su marido. Quizás era el único sentimiento que había experimentado en su vida.

Nadia era incapaz de cuestionar nada, toda su vida había hecho al pie de la letra lo que le ordenaran, primero con su madre, y después con su esposo. Cuando él murió, ella continúo obedeciendo  órdenes. Sólo que ahora, eran de su hijo y de la esposa de su hijo, quién por cierto, aprovechaba la absoluta sumisión de su suegra, para dejarla con la responsabilidad total de cuidar a sus hijos, mientras ella se iba a visitar a sus amigas. Cuando sus nietos crecieron, también aprendieron a dar órdenes a Nadia, a quién solamente le gritaban por su nombre, y nunca; abuela. Lo mismo que su hijo, que nunca la llamó; madre.

La vida de Nadia siguió con más trabajo que nunca, al cuidado del bazar, de los nietos y del quehacer de la casa. Sin un segundo para descansar, hasta que un día ya no pudo más. Su corazón, dejó de latir súbitamente y murió intempestivamente, de  la misma forma que su madre. Sobre la tumba en donde se enterró su cuerpo, solo había una cruz de madera con su nombre: Nadia.

Con el pasó de los años, las letras se fueron borrando, y un día alguien quiso saber de quién era esa tumba. Pero de ella sólo se recordaba, que era la tumba de la esposa del hombre que se decía el iluminado. Nadie sabía el color de su piel, de sus ojos, sus gustos, sus sueños, o  sus metas.  Pronto nadie recordaba su nombre, y en la cruz de madera no había ni una letra.

 De Nadia, nadie recordaba nada.


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