¿TE ACUERDAS?
¿Te acuerdas cuando fuimos caminando
por la vía del tren? Aquélla vez, era de noche y la luna llena iluminaba el
sendero. Nos gustaban los ruidos del bosque. Se olía a tierra mojada y a pino.
Se escuchaba el suave canto de los grillos. Por momentos nos poníamos a cantar,
cada uno tenía que decir una parte de la canción por turnos. Muchas veces,
improvisábamos la letra, componiendo frases chuscas, nos moríamos de risa con
las cosas que decíamos. Después jugábamos a crear poemas que inventábamos en el
momento. Fuimos inseparables por mucho tiempo. Las cosas más locas salían de nuestra
cabeza. Todos nuestros encuentros eran garantía de felicidad total.
Pero tú y yo habíamos hecho equipo
últimamente. Nos hicimos pareja para competir en voleibol con nuestros otros
dos amigos y siempre les ganábamos. Nos empeñábamos en dejarles el marcador en
cero y lo conseguimos. Tú y yo un equipo sin igual. Cuando estábamos en la
feria, también competíamos contra ellos, en los futbolitos, no les ganábamos
siempre, pero sí la mayoría de las veces. ¿Y que decir en el dominó? También
nos aliábamos para acabar con ellos. Y nos divertíamos haciéndoles bromas. ¿Te
acuerdas de aquél día en la playa, que les íbamos ganando en futbol? De pronto
uno de sus bloqueos rebotó en una anciana que tomaba el sol recostada sobre una
silla. ¡Ups!, la señora se enfureció y nuestras disculpas no lograron calmarla.
Tuvimos que suspender el juego. Y nos sentimos como niños regañados que se
habían portado mal. Pero pronto nos olvidamos del momento, y buscamos otra cosa
en que divertirnos.
Fueron días inolvidables, porque nos
atrevíamos a jugar como niños. El corazón rebosaba de alegría cuando estábamos
juntos. De pronto todo se acabo. Un día llegaron a la casa otros amigos tuyos
vestidos de negro. Tan solo verlos y el corazón supo de inmediato que algo te
había sucedido. Las palabras solo confirmaron el presentimiento. Habías tenido
un accidente, queríamos escuchar que estabas herido, pero que estarías bien. No
fue así. Un pesado silencio confirmó lo que no queríamos oír: que habías
muerto.
Mi mente no podía aceptar esa verdad
tan dolorosa. Fuimos a tu casa y ahí estaba tu cuerpo, guardado dentro de un
ataúd de madera. Te miré y sentí un frío en el corazón. Te miré una vez y otra
vez, buscando en ese rostro pálido tu voz y tu risa. No encontré nada tuyo en
ese cuerpo. Ahí no había nada de lo que tú eras. Y me pregunté dónde estaba el
brillo de tus ojos, el calor de tu alma. Tenía ganas de abrazarte y sólo pude
pasar mi mano sobre el vidrio de la caja. Solo había un cuerpo inmóvil, definitivamente
eso no eras tú. Se hizo un vacío enorme dentro de mí, mientras lágrimas
incontenibles caían de mis ojos y trataba de entender que nunca más estarías
con nosotros.
Me dolía tanto perderte. Sentía tu
brazo en mi hombro, como la última vez que estuvimos juntos. A la mañana
siguiente te enterramos, una parte de mí se quedó contigo. Después, hubo muchos
días de llanto y cada que me reunía con nuestros amigos, te extrañábamos.
Entonces yo solía dirigirme a ti, como
si estuvieras sentado a nuestro lado. Tenía la certeza de que así era, aunque
no pudiera verte. Estaba segura que nos extrañabas tanto como nosotros y que
por algunos días, te quedarías a nuestro lado antes de irte para siempre. Te
agradecí por esos bellos momentos que pasamos juntos, por haber sido un
magnifico amigo, por la alegría que compartimos.
Un día fuimos al cerro y nos sentamos
a descansar en la cima, hacía mucho sol y te grité muy fuerte: ¡Néstoooor¡ tu
que estás allá arriba, no seas flojo, empuja una nube sobre nuestras cabezas,
que tenemos mucho calor. Entonces la nube se movió y se colocó sobre nosotros.
Te di las gracias y todos nos reímos como no habíamos reído en mucho tiempo
desde que te fuiste. Estoy segura que en donde estás, tienes todo el tiempo de
la eternidad y que tal vez, algunas veces vienes a vernos y te sientas a
nuestro lado y sigues haciendo tus bromas aunque no te escuchamos. Pero en
nuestro corazón hay siempre un lugar para ti.
Además me muero de risa sólo de
imaginar la cara que hubieras puesto de haber visto el video que todos tus
amigos hicimos de ti. Lo proyectamos el día que iba a ser tu siguiente
cumpleaños. A ti no te gustaba tomarte fotos y solías agacharte o voltear hacia
otro lado cuando te dabas cuenta que te tomaban una foto. ¿Pero como ves?, Que
entre todos reunimos las pocas fotos tuyas, contamos anécdotas, pusimos tus
poemas y tus dibujos y yo te escribí un poema. A tu madre y a tu hermana menor
le encantó y tu padre (fíjate hasta ese día pude conocerlo) no daba crédito a
todo el cariño que te teníamos. Creo que hasta entonces él se enteró de la gran
sensibilidad de su hijo y de que no era el vago que él creía. Nos dio las
gracias y ya no era el padre arrogante
que tú conociste. Créeme que se sintió orgulloso de ti.
Hay tantas cosas que nos hubiera
gustado hacer en tu compañía, pero te has ido. Desde entonces han pasado 10
años. No te hemos olvidado y nunca lo haremos. Hoy, todos los que fuimos tus
amigos estamos casados y tenemos hijos. Nuestra vida ha cambiado y somos muy
felices a pesar de que no estás con nosotros. Algún día sin duda, volveremos a
encontrarnos, guárdanos un lugar a tu lado. Te veremos pronto.
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