DIÁLOGO
CON DIOS.
Querido
Dios.
Perdón
que no te había escrito antes, pero sucedía que por mucho tiempo no supe que de
verdad me escuchabas. Creo que tú sabes muy bien, que a los seres humanos, nos
es difícil creer en lo que no podemos ver, y esto nos llena de mucha confusión.
Hay gente que se empeña en demostrar que no existes. Pero no sólo eso, hay
sectas religiosas que se ufanan en decir, que han sido elegidos por ti, y que
sólo a ellos los salvarás y les concederás la vida eterna. Como si tú tuvieras
los mismos prejuicios y limitaciones que nosotros. Lo cierto es que toda ésta
confusión, ha propiciado tantas guerras y matanzas, según… en tu nombre. Lo cuál,
es una gran mentira, el motivo verdadero es la codicia del hombre. Pero bueno,
no me detendré más en eso, porque de sobra tú lo sabes mejor que yo.
Me
preguntaba ¿Cómo podía hablarte, cuáles serían las palabras correctas? Y tenía
temor de hacerlo porque siempre me dijeron, que donde quiera que yo estuviera
tú podías verme y seguro que también sabías cómo me portaba yo. No había manera
de esconderme de ti, ni de engañarte, que tú podías saber lo que yo pensara e
hiciera. Entonces aprendí que más que acercarme, tenía que cuidarme de ti. Que
más que amarme, estabas para juzgar mi conducta y castigarme. Entendí que eras
algo así, como un señor muy serio y enojón, al que no había que molestar.
Nunca
me dijeron, que pusiste dentro de mi corazón un pedazo de luz tuyo y que si
quiero que estés conmigo o que me ayudes, sólo tengo que llamarte y pedírtelo.
Nadie me dijo que tu amor hacia mi es infinito y que comprendes mis errores y estás dispuesto a perdonarme. Y que cada vez que me equivoco, tú estás viendo
la manera de ayudarme. Ni sabía, que tenías unos mensajeros maravillosos
llamados ángeles, y que enviaste a uno de ellos sólo para cuidarme y protegerme.
Ni me dijeron que estás siempre pendiente de mí y de lo que yo pueda necesitar,
y que de mí sólo pides que me dirija a ti con amor y humildad. No sabía tampoco
que no importa las palabras con las que te hable a ti, porque tú no te fijas en
las palabras, sino en la intención que hay dentro del corazón.
Tú
sabes ¡Oh Dios!, que mi vida ha sido muy dura y
yo creí que tú eras injusto conmigo, porque me ponías en situaciones de
dolor y muchas veces yo te pedí que me libraras de esos momentos y tú no lo
hiciste. Entonces pensé que no me escuchabas
o que no existías porque no hacías nada por mí. Me equivoqué y te pido
perdón, aunque estoy segura que ya me has perdonado, porque tú sabes muy bien
que sólo soy un ser humano y si me enviaste a ésta vida fue para que yo
aprendiera.
Yo
no comprendía entonces el sentido de tanto dolor, solo era una niña, en medio
de la total desesperación. Yo no sabía que detrás de cada una de tus acciones,
hay una gran lección. Y que a veces, nos envías los regalos más bellos con las
envolturas más feas para enseñarnos la
inteligencia y la aceptación. Y que cuanto más nos queremos y nos aceptamos a
nosotros mismos, más nos bendices y nos
llenas de amor.
No
me siento culpable por no haberte encontrado antes, eso era algo que sin duda
tenía que aprender. Tal vez, un poco triste, porque de haber sabido que siempre
has estado conmigo, no me habría sentido tan sola y desamparada. Y
definitivamente las cosas hubieran sido menos dolorosas. Pero te agradezco, que
no hicieras caso de lo que yo te pedía, porque entonces no habría podido
aprender mi lección. Te gradezco que no me dieras lo que yo quería, sino lo que
yo necesitaba para que mi espíritu creciera.
Ahora
me siento tranquila, de saber que nunca te equivocas, y que siempre das a cada
quien lo que necesita. No más, pero tampoco menos, de lo que cada quien es
capaz de enfrentar. Así que no tengo más miedo, porque donde quiera que yo esté
y sea cual sea la situación en que me encuentre, estaré siempre en el lugar correcto
para mi propio bien.
Gracias
por todas las bendiciones que cada día me das.
Atenea.