viernes, 25 de diciembre de 2020

LOS HOMBRES PARADOS ESTAN MUERTOS

 LOS HOMBRES PARADOS ESTAN MUERTOS

 


Un año desde que esta sociedad comenzó a morir. Morir de hastío, morir de miedo, morir de aburrimiento. Morir sin saber qué hacer con el tiempo detenido. Morir al ser obligados a dejar de hacer lo que han hecho por mucho tiempo, aquello que por años se volvió rutina y que se hacía sin cuestionamientos, por inercia, porque era lo que todos hacían, sin opción, sin pensar, sólo hacer, hacer, hacer y nada más.

Pero la velocidad del tren de la vida se detuvo bruscamente, para dar lugar a lo inesperado. El encierro, el confinamiento, la sobrevivencia, lo mínimo de lo mínimo. Despidos del trabajo, reducción de horarios de trabajo, falta de ingresos. El acoso constante de la publicidad sobre una pandemia, que un después de un año de haber surgido no hay un concenso sobre su existencia real.

Un porcentaje de gente vive aterrada, sospechando que cada ser humano con que se cruza en su camino es un agente de contagio. Cubiertos con máscaras, guantes, gorras, cubrebocas, con frasco de gel desinfectante a la mano y de uso continuo. Hasta cinco veces en menos de diez minutos. Cuando se encuentran cerca de alguna persona, aun con la sana distancia (metro y medio) se sienten amenazados. Pero a pesar de su miedo salen al mundo.

Otros, aún mas aterrados, ni siquiera se asoman a la puerta de su casa, hacen las compras por teléfono y las recogen en su puerta, no dejan entrar a nadie y no salen a menos que sea por un asunto médico, pero sólo a eso, y después a continuar el encierro. Aislados del mundo, sin contacto social con nadie, encerrados porque pueden hacerlo, tienen una fuente de ingreso segura, aun sin trabajar, pero estos son los menos. Sin darse cuenta que afuera la vida continúa a pesar de todo. Los que tienen que trabajar el día a día para poder alimentar a su familia no tienen opción, sólo trabajar en medio de las restricciones.

Pero el miedo no se ha generalizado, un alto porcentaje no le teme al tal virus más que a cualquier otra gripe. En este grupo se encentran los que están seguros que la pandemia es una exageración, llamándola plandemia, es decir, un plan orquestado para manipular a la población a través del miedo. Siguen las restricciones cuando no les queda otra alternativa, porque se ha hecho condición obligatoria el uso del cubrebocas para acceder a bancos, tiendas, lugares cerrados, pero fuera de eso viven una vida normal, sin miedo ni restricciones, salen a caminar, hacen deporte, e incluso fiestas. Están también los que están seguros de que una vida sana con una alimentación equilibrada, ejercicio, y alimentos que alcalinicen el cuerpo, se puede sobrevivir a este virus. Gente convencida que tarde o temprano todos nos contagiaremos del virus y desarrollaremos las defensas que nos permitan seguir nuestra vida. En este grupo se encuentra gran cantidad de gente que usa para el cuidado de su salud diversas terapias alternativas, la mayoría desacreditada por la medicina ortodoxa, pero que de acuerdo a la experiencia y testimonio de ellos mismos, han resultado eficientes para sanar enfermedades que la ciencia médica ha considerado incurables.

Un grupo más, con una fuerte convicción espiritual, con la firme creencia de que no se mueve la hoja de un árbol sin que dios lo sepa. Y que con este virus se irán las personas que tengan que irse, ni más ni menos, se encierren o no en sus casas. Con la certeza de que más  allá de que pueda existir una manipulación con este virus, de cualquier modo hay un propósito superior que no podemos comprender pero que debe de estar bien. Y aunque hay cierto temor, la vida continúa, apoyados en la creencia de que dios sabe por qué suceden las cosas.

También hay un grupo que ve en este virus el fin apocalíptico de la humanidad, que lo ven como un castigo divino y que la única posibilidad de salvarse es el arrepentimiento por todos los pecados cometidos, son los que se pasan el día enviando cadenas de oración a familiares y amigos con el temor de que si cortan las cadenas serán castigados. Más que antes tratan de convencer a sus allegados de que asuman su religión o culto que para ellos es la única y verdadera salvación.

Son tiempos difíciles para la economía, los ingresos no son constantes ni seguros, algunos negocios han fracasado ante el cierre y las demás restricciones, personas y familias que no han podido pagar sus rentas han sido lanzados a la calle, algunos encuentran refugio con familiares y amigos, otros viven como y donde pueden, y a pesar de todo, la vida sigue, para algunos sin muchos cambios, para otros con mayores complicaciones.

Algunos aprovechan para tomar cursos en líneas, para aprender a cocinar cosas nuevas, más económicas, para reinventar otros modos de hacer las cosas, desarrollando nuevas habilidades, ofreciendo servicios a domicilio, llevando la vida lo mejor posible.

El mundo desaceleró el ritmo apabullante que llevaba, muchas cosas dejaran de ser, algunas se reorganizaran  de una nueva forma, al nuevo modo de vida,  tendrán que hacerse de un modo diferente a todo lo anterior. Es un tiempo para mirar con calma y repensar, reorganizar para recomenzar en un modo más compatible con el respeto a la vida y la naturaleza. Un pequeño virus, invisible al ojo humano a simple vista, muestra al ser humano su vulnerabilidad, muestra lo que aun muchos no quieren ver, que todos estamos interrelacionados, que lo que afecta a uno, afecta a todos, que no se puede estar bien, sin que los otros lo estén también.

 ¿Será este virus, lo que muestre a la humanidad lo que realmente importa en la vida?, ¿es este el inicio de una nueva forma de vivir?, o, ¿pasado el peligro, dentro de algunos meses, seremos los mismos de siempre?

Algunos sienten morir por el confinamiento, porque las reuniones masivas se suspendieron, porque se prohibieron los festejos, la quietud, la inmovilidad no es la naturaleza de lo vivo, pero muchas veces la quietud es necesaria para mirar lo que en medio de la agitación no puede percibirse. Morimos lentamente y poco a poco, mientras una forma de vida a la que nos habíamos acostumbrado, ha dejado de ser posible y quizás no lo vuelva a ser jamás. Así son los cambios drásticos de la vida, todos los hemos tenido alguna vez, pero en esta ocasión, los vivimos simultáneamente una gran mayoría. Queremos el movimiento, nos duele dejar esa vida, adaptarnos a la nueva situación lleva tiempo, dejar ir lo que se tiene que dejar para poder seguir, volver a sentirnos vivos a pesar de estar de un modo distinto.

 ¿Qué, nuevas cosas descubriremos?, ¿cambiará nuestra visión de la vida y de la gente? O ¿seguiremos indiferentes a los demás?, creyendo que no tienen que ver nada con nosotros. Aferrándonos a lo viejo, sin ser capaces de mirar las posibilidades de lo nuevo.

Pronto lo descubriremos.

  

 

 

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