jueves, 29 de septiembre de 2016

LOS PRIMEROS HOMBRES

 

Hace muchos años, muchos más de los que el ser humano puede imaginar existió una vez una civilización en donde habitaron los primeros hombres. Cuando ellos fueron creados, Dios los hizo físicamente hermosos, tan hermosos y perfectos cómo nunca jamás lo han vuelto a ser. Ellos fueron los primeros habitantes de un mundo recién creado, lleno de abundancia, armonía y perfección. No requerían preocuparse por nada, pues  no tenían que trabajar para ganar el pan de cada día, todo cuanto requerían en su vida simplemente les era concedido.

En aquél tiempo, dios dispuso que los ángeles tuvieran un contacto directo con los seres humanos para ayudarles en su evolución, para guiarlos  y protegerlos. Así que una legión de ángeles fueron enviados a vigilar su evolución. En este planeta convivieron juntos por única vez, ángeles y humanos. Ángeles con los que podían hablar e interactuar, pues a diferencia de nosotros, ellos eran capaces de ver a todos los seres existentes, aún los que no poseían un cuerpo físico.No existía separación alguna entre las distintas clases de seres.

Ángeles y humanos tenían una prohibición: mezclarse entre ellos. Pues cada uno tenía su sitio: los primeros eran los guías y maestros, los segundos, los seres que requerían evolucionar para ser mejores, para perfeccionar su espíritu.

Los primeros hombres que podían tenerlo todo, eran  fuertes y muy altos, al no requerir de realizar ningún esfuerzo para tener cuanto necesitaban, dedicaban días y noches enteros al ocio y al placer. Nada parecía imteresarles más en la vida, sólo la diversión. Ni se interesaban por aprender nada, pues el conocimiento de cualquier cosa llegaba a ellos en el momento en que lo necesitaran , una voz interna parecía ser la fuente de todas las respuestas. Por lo que cualquier situación era demasiado fácil. No se requería ningún aprendizaje, ningún esfuerzo, todo era simplemente  concedido.

Aquellos humanos eran increíblemente hermosos y saludables, pues poseían el total conocimiento de la regeneración y rejuvenecimiento del cuerpo y por supuesto llegaron a vivir hasta mil años en perfecta salud. Ellos construyeron alguna vez, el único templo de regeneración y rejuvenecimiento que ha existido en nuestro planeta. Y cada determinado tiempo acudían a él para recibir por tres días continuos un tratamiento que les permitía estar jóvenes y saludables.

Poseían también el conocimiento de la anti-gravedad, lo cual,  les permitía edificar colosales construcciones con enormes bloques que, aún hoy, los ingenieros de nuestra moderna civilización son incapaces de mover, ni aún,  con la más avanzada maquinaria que se posee.

La trasmutación de los metales y muchos otros saberes, que incluso para nuestra ciencia actual son todavía un misterio, fueron parte de los conocimientos ,que hicieron posible construir cualquier cosa de manera rápida y magnificente. Pero no tenían ninguna idea de dónde les provenía su poder de creación, ni podían tampoco valorar lo que esto implicaba, pues para ellos había sido siempre así.

Sus ciudades eran increíblemente  enormes, lujosas y sofisticadas, pues nada parecía interponerse a sus deseos. Su vida era completamente relajada, pero en sus corazones no existía el amor, ni el dolor, ni la compasión, ni uno sólo de los sentimientos que caracteriza a la mayoría de los seres humanos actuales. Ni uno sólo de los principios y valores propios que el hombre aprende a través de su vida. Para ellos sólo existía la abundancia y el placer, el ocio y la diversión, y jamás habían tenido que realizar ningún esfuerzo de ningún tipo para gozar de todo cuanto tenían. Por lo que, no tenían conciencia de sí mismos como seres humanos, menos aún como seres espirituales. En cierto sentido, eran como niños que sólo pensaban en gozar del momento.

Muchos años pasaron en esa vida trivial, superflua y enfocada a los placeres, tantos como ha vivido el hombre de nuestra civilización moderna, sin que nada perturbara su orden. Pero el gran creador miraba lo que ocurría, con infinita tolerancia y  amor, sin ninguna prisa, pues para él todo tiempo es eterno, dejó que el hombre viviera así. Le otorgó la oportunidad de cambiar, de aprender, y de reconocer su naturaleza espiritual. Pero los años pasaron y el hombre no cambió.

Los ángeles encargados de guíar a los primeros hombres, sucumbieron al deseo de disfrutar de los placeres terrenales. Mirando a las mujeres más hermosas que jamas hayan existido, quisieron coexistir con ellas. Ángeles y mujeres procrearon hijos, algo que nunca debió suceder. Aquéllos ángeles desobedecieron el mandato divino de cuidar de los hombres y de revelarles un conocimiento que eran incapaces de comprender y de usar con sabiduría.

Ángeles y humanos : se mezclaron entre sí y entonces los ángeles revelaron a los humanos valiosos secretos que les permitían tener poderes sobre todos los elementos  y criaturas de la tierra. La vida de los humanos se tornó  demasiado fácil, pues nada les impedía cumplir sus caprichos. La soberbia de los primeros hombres creció como nunca antes, usaban los poderes indiscriminadamente, por la simple vanidad de demostrar su poder.

Cuando nacieron los hijos que eran la mezcla de humanos y ángeles la situación empeoró. Pues todos ellos se sentían dioses a los que nada se les podía negar. Cualquier capricho de ellos debía ser complacido. Entonces comenzó la guerra entre ellos, ciudades y poblaciones enteras eran destruidas en segundos por aquéllos semidioses, sólo para demostrar su poder. Truenos, rayos y explosiones iluminaban el inmenso cielo. Provocaban terremotos, tormentas devastadoras, inundaciones intempestivas,  con el sólo propósito de demostrar su supremacía.

Las batallas eran interminables, pues  los nuevos descendientes de ángeles y humanos no tenían límite. Millones de los primeros humanos murieron en las destrucciones masivas que ocasionaron las grandes batallas y parecía que nada podría deterlas.

Cuando el creador miró lo que había sucedido por el desacato de los ángeles, decidió exterminar a todos los que habían desobedecido. Los ángeles caídos súplicaron perdón, enviaron al único hombre en la tierra que no había sucumbido a la tentación. Y este hombre imploró el  perdón para los ángeles y los hombres, pero la decisión había sido tomada.

A los hombres se les había concedido mucho tiempo y oportunidades para enmendar su camino, y durante ese tiempo no hicieron ningún cambio, pero el desacato de los ángeles los llevó a la total perdición. Y por haber llevado a los hombres por el camino equivocado, en lugar de ser sus guías y maestros, los ángeles caídos fueron condenados al exterminio.

La milicia celestial al mando del arcángel Miguel fue la encargada de la misión. La batalla entre ángeles duró incontables días y noches, en el tiempo de los seres humanos, parecía que  duraría por toda la eternidad. Los cielos se iluminaron con el fuego inmenso que ningún humano puede imaginar. En la tierra la luz y el calor fue intenso por muchos años. Y del cielo ardiente que se volvió de  un rojo intenso,  llovió tanto fuego que destruyó todo a su paso.

Ahí donde el fuego caía , todo moría, árboles, plantas, animales y hombres. Por muchos años, los pocos hombres sobrevivíentes , huyeron tratando de encontrar un lugar a salvo. De las plantas y árboles, sólo quedaron restos de cenizas.  Hombres y animales salvajes huían de un lugar a otro tratando de salvar su vida, pero no había en todo el planeta un lugar seguro. Fue entonces que los primeros hombres comprendieron que todos sus poderes juntos y todo el conocimiento que les habían dado los ángeles, no era nada ante el poder ilimitado y supremo de Dios, su creador.

Los más terribles rayos y truenos cruzaron el espacio, el estruendo fue tal, que se escuchó en los confine del universo. El planeta se tambaleo sobre su eje como nunca antes. Los mares furiosos arrasaron con todo lo que se encontraba a su paso. Fuertes y continuos temblores sacudieron los valles y montañas incontables veces.

Y después de un tiempo imposible de contar, por fin, terminó la batalla celestial. Los ángeles caídos habían sido exterminados. Y a pesar de la conmoción que en el planeta causó la más terrible e inimaginable batalla de todos los tiempos, algunos de los primeros hombres aún sobrevivían. 

El planeta todavía se conmocionaba ante los fuertes impactos recibidos y los ángeles de la milicia celestial preguntarón al creador qué  deberían hacer con los pocos hombres que áun sobrevivian, pues entre ellos estaba el único hombre que había sido justo durante toda su vida y había suplicado el perdón para los ángeles caídos y los hombres que se mezclaron entre sí.

Dios dijo, que todo el planeta debía ser limpiado y renovado completamente. Así que para la tierra siguieron millones de años entre mega-terremotos que renovaron toda la corteza terrestre. Enormes montañas se elevaron desde las profundidades del mar y desde inmensos valles. Al mismo tiempo, lo que antes habían sido valles y montañas se convirtieron en abismos profundos. Lo que estaba en la superficie quedó sepultado debajo de innumerables montañas de roca  y piedra.

Millones de años transcurrieron antes de que la corteza terrestre se renovara por completo. Y millones de años más, antes de que la tierra recobrara su equilibrio y quietud. Mientras tanto, se planificó y se preparó todo, para la creación de los siguientes habitantes de la tierra. Un solo hombre sobrevivió a toda la destrucción, el único hombre justo. La historia de ese hombre fue un misterio para los hombres, pero alguna vez, será revelada.

Desde entonces, a todos los hombres que fueron creados después de la renovación, no se les da todo el conocimiento. La mayoría de las cosas deben aprenderlas por sus propias vivencias. Y todas las situaciones complejas que se les presentan en la vida tienen el propósito de motivarlos a aprender nuevos conocimientos y de comprender su valor e importancia. Tienen que aprender que todos los hombres son hermanos, hijos del único creador. Tienen la consigna de amarse los unos a los otros, de crear el nuevo cielo en la tierra.

Desde entonces ángeles y humanos no pueden vivir juntos, se encuentran en distintas dimensiones. Y aunque los ángeles tienen  todavía la misión de guiar, proteger y ayudar al ser humano en su evolución. El hombre tiene que conocerse a sí mismo, guardar silencio para poder escuchar en lo más profundo de su ser, esa voz que lo guía, ese ángel que le habla para darle los mensajes del creador.

Y como en aquéllos tiempos de los primeros hombres creados,  de los hombres modernos también se espera que evolucionen a través del  aprendizaje de las experiencias terrenales y que algún día, dejen de mirar sólo afuera y vuelvan los ojos y el corazón a su creador. De que alguna vez, todos vuelvan a ser uno con dios.




DESILUSION

DESILUSIÓN

Ella reposaba sobre el hombro izquierdo de él.  Le gustaba el silencio de la noche oscura, pero él no dejaba de hablar. Le repetía una y otra vez, cuánto la quería.

La respuesta de ella era una sonrisa irónica y maliciosa. Hace muchos años, aunque no recuerda cuantos, dejó de creer en el amor.  Una traición tras otra de cada uno de los hombres que había amado, le dejaron en el alma un enorme pozo lleno de desesperanza.

No creía más en las pálabras de nadie, menos aún, en las promesas de amor de ningún hombre. Tenía la certeza absoluta de que si se enamoraba volvería a ser traicionada.

Hace mucho tiempo también, dejó de buscar el amor.Pero no, no era una mujer amargada o resentida con la vida, ni buscaba venganza de los hombres. Simplemente había aceptado que el amor no existía para ella.

A veces, cuando se sentía más sola que siempre iba a su café favorito, que curiosamente y por ironía de la vida, se llamaba Amor. Iba simplemente a estar sola, a ver pasar a la gente desde la terraza, a ver como el amor hacía brillar intensamente los ojos de los enamorados.

Y de regreso a casa en un día de aquéllos, fue que conoció a este hombre, que precisamente y por pura casualidad se llamaba Eros.
Aquél día él le sonrió abiertamente mientras trataba de seducirla con su trato amable y su plática.

A ella, simplemente no le impresionó. Era una mujer hermosa, quizás demasiado, que naturalmente la mayoría de los hombres que la conocían trataban de seducir.

Había escuchado a lo largo de su vida, miles, o tal vez, millones de palabras lisonjeras tratando de agradarla. Y como en un juego de adivinanzas que de sobra conocía, podía anticipar cada una de las fases del juego de seducción.

Sonreía para sí misma, cuando escuchaba las mismas palabras repetirse una y otra vez, como la canción de un disco rayado de sus tiempos de juventud. Hace mucho que ya nadie podía impresionarla.

Había decidio estar con este hombre, no porque la ilusionara, no porque creyera en sus huecas palabras de amor, simplemente porque se le dió la gana estar con alguién. Pero lo cierto es que no esperaba nada de él.

Había decidido establecer una relación que no se basara en el amor, sino sólo en el gusto de compartir un momento, un deseo, no más. Así que mientras él le hacía repetidos juramentos de amor, ella simplemente pensaba en sus próximas vacaciones, en las que, desde luego, él no estaría.

Él era casado, lo cuál a ella no le sorprendía en absoluto, más bien, reiteraba una vez más, una comprobada certeza adquirida a través de experiencias de años: los hombres casados son los más infieles.

A veces, él quería hablar de su esposa, ella le hacía un gesto de que guardara silencio. Tampoco le importaba escuchar un drama más de los que inventan los hombres para justificar su infidelidad.

Ella conocía todos los pretextos, que si la esposa era muy controladora, que si le exigía mucho dinero, que si se había casado demasiado joven, que si ella era infiel, que si era una neurótica que gritaba todo el tiempo, que si nada podía satisfacerla, que si era una fodonga…

En fin, cualquier pretexto es bueno tras de un dedo acusador de quien evade sus responsabilidades y su participación. Ella no deseaba saber nada, lo único que quería, era pasar un buen rato. Las justificaciones que él tuviera que inventarse para evitar la culpa, eran su asunto, de nadie más.

No necesitaba justificar nada ante él ni ante sí misma. Ni quería oír a éste, ni a ningún otro hombre, hablar mal de otra mujer. Lo que podía sentir por la esposa, sólo era una profunda pena por vivir con un hombre como éste: infiel.

Fuera de este momento breve y placentero que compartían, a ella no le importaba nada de él, ni sus problemas económicos ni su impotencia viril, ni siquiera que él tuviera otras amantes. Pues ella bien sabía, que un hombre que traiciona a su esposa, no lo hace una vez, sino muchas.

Podía haber sido éste o cualquier otro hombre. En realidad eso no importaba, bastaba con que le atrajera físicamente. Y tenía que reconocerlo, este hombre tenía una voz grave y varonil que le gustaba.

Físicamente era el tipo de hombre que le atraía cuando era adolescente, pero ahora no le atraía ningún hombre en particular. Se reía de cómo había llegado a esa conclusión tan generalizada: “todos los hombres son iguales”.

Pero luego, se reía mucho más para sí misma mientras se decía: “no, no es verdad, algunos son peores”. Después miraba hacia el cielo y decía: “dios mío, te perdono, pues ese fue tu primer intento de hacer algo bueno”. Pues dicen que dios creó primero al hombre que a la mujer.

Él quería estar con ella cada semana, le mandaba mensajes a diario por el celular. A veces, decía que se moría de ganas de verla, pero que no tenía dinero.  Ella soltaba la carcajada mientras le escribía que no había prisa, que le llamara cuando pudiera pagar las cuentas.

No, ella no estaba dispuesta a dejarse manipular con el pretexto del amor. Si él quería estar con ella tenía que pagar las cuentas y si no podía hacerlo, entonces tendría que buscar a otra que quisiera pagar por su compañía, pero ella no.

No iba a gastar un centavo en un hombre que podía sustituir fácilmente por otro, además, no creía que hubiera en todo el mundo, un sólo hombre por el que valiera la pena pagar un centavo.

Y no, definitivamente no se trataba de una persona tacaña. En realidad ella solía ser muy generosa con la gente que la rodeaba y con las propinas a los meseros que la atendían. Es sólo que no creía que tuviera que pagar por el amor de ningún hombre.

No, hace mucho que ella no creía en el amor ni en los príncipes. Hace mucho que la vida le había demostrado que ella no era ninguna princesa, sólo era una mujer como muchas, como millones que a diario son traicionadas, engañadas y desilusionadas por los hombres.


Así, que despues de descansar un buen rato sobre su hombro izquierdo                                                                         se levantó y salió a la calle sin despedirse. Al final ella era sólo eso, una mujer como muchas mujeres, y él simplemente, un hombre como muchos hombres. Sólo eso, no más.